jueves, 28 de febrero de 2008

Bajo el Paraguas

La garúa se transformó en segundos, sorpresivamente en una lluvia torrencial que convirtió las calles en ríos urbanos. Ella y yo bajo aquella lluvia despiadada; ella y yo bajo aquel paraguas, alucinando estar paseando por las calles de Inglaterra, de Londres. Nunca imaginé quererla ni encariñarme tanto, no pensé entristecerme y extrañarla ahora que estamos lejos. Debajo del paraguas, apenas y protegiéndonos de la lluvia, ella me braza y aprovecha el momento que parece el oportuno por el frío de la ciudad; ella descongela mi corazón, me devuelve por instantes al tipo ameno que era hace un tiempo atrás y olvidé. La lluvia es incesante; los carros con sus conductores inicuos se trasladan a gran velocidad, pegados a la vereda, salpicando el agua sucia y fría de la lluvia; yo sé que lo hacen al propósito y los envidio porque a mi también me gustaría hacer lo mismo. Sé que esto es todo lo que puedo ofrecerle, un paseo largo y húmedo, frío, fatuo; el encanto anodino del momento, la protección de un tipo poco ponderado (porque de rato en rato la despojaba del paraguas dejando que se moje y haciéndola correr tras mío) No tengo aquel auto para salpicarle agua a las parejas y llevarla a pasear, no tengo gracia para distraerla sin exponerla a un mal momento, no tengo el amor que ella me brinda tan desinteresadamente. Terminamos con la cabeza seca y el cuerpo empapado, terminamos encantados por el paseo inusual y afectuoso por las calles imaginarias de Londres; aquel paseo que se tornó sencillo y tierno, paseo que rozó el romanticismo pero estuvo lejos de ser el milagro de amor que yo busco. Terminamos tristes porque sabíamos que no nos veríamos por un buen tiempo, terminamos confundidos, acongojados. Terminamos.

jueves, 14 de febrero de 2008

Lágrimas apresadas

Ella no me engríe como pensé que lo haría estos últimos días; antes de partir ya la echo de menos y me siento un tonto por no haberla querido un poquito más antes de huir. Parece indiferente a mi partida. Faltan cinco días para irme, tengo una melancolía inmensa, inquietante, conmovedora hasta para mi tibio corazón; tengo ganas de llorar, de que ella sienta mi sensibilidad y sepa que no soy tan “alpinchista”. Me aguanto, pienso en otras cosas, las lágrimas han sido apresadas.

Me levanto temprano, no puedo dormir, sé que me queda un par de horas más en casa antes de partir. Mi madre cariñosa me ha preparado un desayuno consistente con la fruición acostumbrada. Siento mis ojos humedecer, sé que mi madre también está triste por mi partida, sólo que es más valiente que yo. Estoy en el bus, aguardando su partida y mirando sinuoso desde mi ventana a mi madre, que se dejo vencer por aquella penita acaecida en su corazón. Siento el mar en mis pupilas, su salinidad a punto de desbordarse. Cierro mis ojos, presiono la mandíbula con fuerza y aguanto aquellas lágrimas que enervan mis ganas de partir. Veo a mi abuela respirando con dificultad, el mismo cuadro vivido por mi abuelo hace unos años atrás, sé que el final es inevitable. Le doy un beso en su frente helada, sin saber que es una despedida, prometo regresar en unas horas. Por la tarde la llamada, la tristeza, la frialdad del momento, la reacción impasible de dolor a pesar de la noticia borrascosa. Mi madre viene de Tacna, mis tías, tíos; todos lloran. El hecho de ver a mi madre llorar me parte el alma, una vez más en menos de diez días, aún aguanto con ahínco. Después del entierro, ya en casa de mi tía, es hora de despedirme de mi madre, tiene que regresar a la ciudad de donde escape, de donde huí presuroso. Sé que la voy a extrañar aún más de lo que ya la he extrañado, la tristeza nuevamente me embarga, ahora con un ligero dolor de cabeza. Ella sabe que la amo y no la voy a defraudar. En medio de l tristeza pienso que soy un llorón, que estoy comiendo mucho pollo y que mis hormonas se están atrofiando, mucha sensibilidad. Cojo el cuaderno que se presenta como el mejor efugio, el lapicero presto para la acción y escribo con lágrimas reacias y un tanto ácratas, lágrimas confiscadas liberándose a destiempo, mezcladas con una sonrisa juguetona que culpa al pollo he intenta dirimir la situación. A pesar de todo, me siento mejor.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Enemigos Íntimos

Llegar a Arequipa implica un alto grado de responsabilidad. Lejos del centro, vivimos mis primos y yo, los tres contemporáneos. La casa es un bodrio, un desbarajuste, un muladar; todo agradablemente desordenado, desaseado. A simple vista es la casa de tres varones solteros y despreocupados, sin ganas de salir de aquel estado dichoso y placentero. No recibimos visitas, no salimos, sólo para lo básico (comprar algo o botar la basura acumulada por días), no estamos sujetos a sermones, todo es agradable. Mi vida siempre se mostró desordenada, un tanto improvisada. Llegué a pensar que en esos campos nadie podría darme batalla, pensamiento del que me retracto enfático e incrédulo al ver a mis primos, quienes desecharon esta teoría al convertirse en poderosos e inalcanzables rivales. Junto con nosotros, y como la única engreída de Piero, mi primo mayor, se encuentra Misha, una gata pequeña de aspecto adorable. Desde mi primer día, me vigila sigilosa, sinuosa. Ordeno mis cosas (porque ni yo aguanto tanto desorden) y ella salta ágilmente asustándome a horrores, una y otra vez, todo el santo día. Me siento tranquilo, sosegado frente al televisor y ella, intranquila, rápida, intrépida; salta sobre mi tirando una especie de cocacho, yo lanzo un respingo. Mi cuerpo lleva consigo algunas marcas endemoniadas realizadas por su maldad, rasguños furtivos y violentos. Aquel animal goza viéndome irritado. Se escabulle entre las camas –que están próximas- saltando alegre con aquella actitud ácrata y libertina, envidiada desde todo punto de vista. En secreto, y cuando ésta se deja atrapar, cobro venganza, metiéndola entre las frazadas, en los cajones del ropero, esperando se asfixie. Ella se libera sin mayor problema, burlándose de mi torpeza. Me veo menoscabado por un animal que parece ser el más astuto de todos. Por las noches, al dormir, ella acompaña mi sueño reposando a mi costado, pues escoge mi cama para pernoctar. Duerme a mi lado en son de paz, como parte de una guerra que se santifica cada noche; en calidad de amante. Al percibir su presencia, la arrojo bruscamente, con temor ser arañado en la cara, ella regresa. Por ser la engreída de Piero no puedo darle mayor reprimenda. Gata techera que prefiere el hogar, nunca se escapa a pesar de contar con las ventajas del caso. Se echa a mis pies, reproduce un ronroneo que me encandila, me hipnotiza, me obliga a acariciarla, me somete a su felina voluntad. Llena de efugios, de artimañas, logra hacer lo que quiere en casa todo el tiempo. Gata maldita, por que eres tan astuta.