miércoles, 29 de julio de 2009

Las muertes que vivo

“Estas ganas de suicidarme me están matando”. Y aunque esto no es una tentativa seria, pasa por mi cabeza la idea sorpresiva de ir al más allá, a un mundo desconocido y quizá inexistente; de cruzar la gran puerta, seguir la voz y darle fin a este círculo vicioso llamado vida. Si me quito la vida no sería por cobardía, no sería por temores, depresiones, mal de amores. La razón que me empuja a realizar tan cuestionada acción, tiene un pretexto menos honroso y más cercano a mi realidad: flojera. Aún soy joven, aún tengo un futuro por delante, miles de oportunidades regadas por mi camino incierto y peligroso. Y es por eso, por no recorrerlo, porque soy joven y aún no he tomado ninguna decisión que afecte el destino de otras vidas, porque no he pensado nada que tenga que terminar obligatoriamente, es que pretendo terminar con mi historia. No me he casado, no tengo hijos, no hay nada que interfiera mi inquietante idea de ponerle fin a todo. No hay nada más que ideas moralistas y costumbristas con las cuales nunca me he identificado. Ahora vivo solo, podría tomarme el tiempo, las molestias necesarias para borrarme del mapa y terminar con mi vida. El problema es encontrar la manera adecuada, la forma más romántica, literaria, trascendental de dejar mis restos, mi cuerpo inerte. El problema de desaparecer es cómo. Intentaría ahorcarme, flotar en el centro de mi habitación, con una soga rodeando mi cuellito delgado, dejando el cuerpo colgando, balanceándose, vestido de gala, con un vodka derramado por ahí y una nota que diga: - “Perú nunca llegará al mundial. Así no vale la pena vivir. Gracias Burga.”- y así no sólo dejar un cuerpo miserable sino también, un culpable aun más miserable. Debería pero no hay de donde colgarme en mi habitación y temo no funcionaría. Podría agenciarme una pistola, mejor un revolver, uno plateado; meterlo en mi boquita y apretar el gatillo, dejando así que la sangre inunde mi alcoba y en medio mis restos. A diferencia de la primera forma de morir, encontrarían mis restos en minutos por el ruido del proyectil y además perforaría mi cuerpo y pretendo lo encuentren no mas dañado de lo que está. Este lo dejaría con una nota que diga: - “Me faltaron tres números para ganar la lotería.” -. Podría conducir ebrio y estrellarme con un poste, el problema no sería tanto dañar mi físico, sino también el hecho de que no sé conducir, no tengo carro y que no encontrarían la nota que diría: - “Mi jefe me dijo que no servía para nada, que era un cachorro, que era un inútil; tiene razón” -. Podría intentar cortarme las venas, pero no soy diestro con los cuchillos, y podría hacerme daño; ni tampoco hábil cortando cosas, por otro lado, esperar la muerte desangrando debe ser bien aburrido. Lo haría dejando un escrito que diga: - “No sirvo para el sexo, no complazco a nadie, no se me para” -. La forma más tentativa es de hecho, con una sobredosis de pastilla, un ataque cardiaco fugaz, un envenenamiento eficaz y poderoso, que no tarde más de cinco minutos y me someta a la muerte sin aspavientos. La nota diría: - “Lo hice por amor…a mí, quien nunca me correspondió” -. Cual fuera la forma, el método, la circunstancia; dejaría mis papeles regados, mis poemas perdidos, mis frases poco célebres, mis memorias. Dejaría un cuerpo consumido por el desgano. Dejaría en el aire un montón de sueños incumplidos, pero no necesarios; besos pendientes y palabras que no pude decir a tiempo. Un testamento ligero que consignara claro y preciso: - “Dejo mi amor eterno a mi madre; mi cariño sincero a mis amigos; mi gratitud a las mujeres que amé y me amaron; mis deudas (que no son pocas) a mi padre, que presiento me adeuda mucho más que eso.” -. Mi entierro debe ser rápido y sencillo, con mucha música de Fito Páez y Queen, sin arreglos florales y con todos los presentes (que no deben de ser muchos) vestidos de blanco y con lentes oscuros. No lágrimas, no lamentos, no penas. En mi epitafio debe decir: - “Aquí sigue descansando el buen Leo, que no escogió su destino pero si su final.” –Y en vez de imágenes de angeles y querubines, los Simpson. Me imagino muriendo por diferentes métodos, intentando huir de todo. Me imagino lo arduo que debe ser todo, lo cansado que terminaría. Entonces me da flojera, y decido vivir.

martes, 21 de julio de 2009

Imprudencia

“Entre la sinceridad y la imprudencia hay una línea bien delgada”, casi invisible diría yo. Esta frase nació en mi cabeza, salió de estos labios que aún no aprenden a encajar un buen beso y se impregnó en este blog entre las cosas que llegué a pensar. Yo soy todavía víctima de esta frase, de ser inoportuno, de comentarios ligeros y desatinados, valentías para decir lo que nadie quiere decir, sentirme bien por ello, pero mal visto por las personas que la verdad, o la sinceridad hecha imprudencia, no les gusta escuchar. El filo de un cuchillo daña la piel, deja cicatrices que con un tratamiento moderno se reducirán hasta desaparecer. Un golpe deja un hematoma que será anécdota en poco tiempo. La palabra, cuando es acompañada de la verdad y un pequeño grado de destreza para describirla deja una herida, una llaga que quedará imborrable por ser sincera. Odio el poder, ni si quiera gozo de él, pero cuando hablo, cuando abro esta boquita dulce y peligrosa, cuando mis labios crean espontáneamente la comisura delicada y venenosa que da origen a mi palabra, a mi voz intranquila y ansiosa, a la verdad a la que aspiro, siento en mi, el más grande de los poderes, el más poderoso de los dones, la manera más sublime de asesinar y brindar esperanzas. No hay cargo de conciencia luego de una verborrea incontenida, luego de una locuaz manera de afrontar la situación, y atormentar al enemigo, y amenazar contra una tranquilidad urdida en la mentira, en la felonía, en hipocresía que tanto aborrezco. He nacido para joder, para joder a la gente sin distinción, para decir las cosas que los demás no dicen por miedo, por temor, azuzados por un poder inferior a la verdad. Yo digo lo que tengo que decir, hiera quien hiera, moleste a quien moleste; siendo sincero, o quizá imprudente.