miércoles, 11 de noviembre de 2009

Un domingo en familia

Estoy cansado. No he dormido bien, tengo sueños acumulados. Halloween se ha mostrado violento y divertido y ha esquilmado mis energías y me ha vuelto más pusilánime aún. Pero me apuro; el conato de peinado que siempre presento, las gafas oscuras y grandes que me hacen parecer un búho triste, la ropa desaliñada sin planchar. Salgo al almuerzo familiar en honor al onomástico de mi tío Héctor. El es todo un hombre, hecho y derecho; que a sus ya sesenta y siete años, conserva el coraje, empuje y energías de un tipo de treinta y cinco. Ha llegado su hija de Moquegua con sus hijas, nietas de este abuelo vigoroso. Entro abstraído al restaurante y paso al lado de su mesa sin percatarme en la familia. Se ríen y me pasan la voz con aspavientos. Este búho triste no sólo es triste, sino también, tonto. Saludo a todos con el cariño que me inspiran. Saludo a mi tío con respeto, cariño y admiración. Estamos en una cevichería respetable, conocida por sus potajes marinos. Sara, mi prima, no come pescado y pide un pollo a la plancha. Todos disfrutamos del pescado, de los mariscos, del pollo intruso en aquel lugar. Mi tío es un toro macerado que nunca sufre los avatares del alcohol. Se muestra impávido y gallardo ante cualquier bebida, sin pretextos ni peros. A pesar de su tertulia nocturna, víspera de su santo, donde poco alcohol no hubo, conversa, se desenvuelve como si nada hubiera pasado anoche. Se encuentra firme, sobrio, más que yo. La menor de sus nietas, mi sobrinita, me tiene miedo; no deja que la cargue, que me acerque, que la mire siquiera. Cualquier intento mío por caerle en gracia trae como respuesta un llanto poderoso, que deja en claro lo sano de sus pulmones y lo ingrato que puedo llegar a ser. Llegamos a casa, a descansar, a tomar un par de cervecitas que no tardaran en ser cajas y cajas. Yo huyo, no quiero beber más. Acompaño a mi sobrina mayor, Lady D, Lady Dianita. La acompaño a hacer sus tareas; las hace rápido y con despreocupación; porque ella está preocupada en jugar, en encontrar a alguien que la lleve al parque de enfrente; está preocupada por quién va a comprar cervezas a la tienda para acompañarlo y regresarse así con un par de golosinas. Yo voy a comprar. Le compro las golosinas que ella quiere, lo hago fingiendo que cuestan carísimos para que no pida más. Ella es demasiado pilla, sabe el costo de sus dulces y también sabe, que en la próxima visita, pedirá unas galletas. Yo la llevo al parque, a los columpios y juntos retozamos. Nos columpiamos, ella con más habilidad que yo, sintiendo el sol morir cerquita de nosotros. Veo los árboles viejos y enseñoreados que han de ser testigo de miles de tardes parecidas a ésta, acogedoras y llenas de paz. Veo a mi sobrina reír feliz y divertirse como una ardillita en aquel pequeño parque. Veo a los niños jugando juegos de antaño y soy feliz, porque las computadoras y el play station, los vuelven unos mongos con sobrepeso. Me veo como padre y me ilusiono, no creo que fuera a ser tan malo, como esposo no sé; luego reacciono y siento el temor que siempre he sentido al entrar en esos temas. La vida es más linda desde este columpio, mirando los árboles casi inmortales y sintiendo ese calorcito de un sol que se despide poco a poco. Hace frío. Entramos a casa y la jarana recién empieza. Llegan muchos con mucho trago. Mi tío a pesar de la rudeza de su expresión, a pesar de la educación militar que ha recibido, es un hombre de una sensibilidad que roza la dulzura, de un amor por su familia y sus amigos único. Agradece a los presentes, dice que son lo necesarios, que no esperaba a nadie más, que son los más importantes; él siempre tan diplomático. Yo lo observo más emocionado que él, agradeciéndole ser un tío tan cojonudo. Todo pasa mientras Lady D me jala de la mano avisándome que la cerveza se va a acabar y que debemos ir presurosos a la tienda, las galletas se pueden acabar, piensa.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El hipo del pecho frío

Me levanto de madrugada, a eso de las ocho de la mañana. Con el pijama puesto me meto a la ducha y jabono mis partecitas no con tanto entusiasmo, lanzando respingo al sentir el agua fría de Arequipa. A estas horas de la mañana, la terma solar no es muy eficaz. Me causa curiosidad el funcionamiento de estos aparatos; supuestamente uno necesita agua caliente precisamente cuando no hay sol, cuando el frío predomina, cuando el calor brilla por su ausencia, cuando tememos contraer un resfriado. Muy por el contrario, cuando el sol sale poderoso, cuando el calor es consecuente, cuando sudamos y apestamos un poquito, es cuando necesitamos un baño de agua fría, para apaciguar y refrenar esos calores estultos. Entonces la terma solar es una creación, un invento inversamente proporcional, añadiendo que esta última mención, no la entiendo bien. Con estas dudas existenciales salgo de la ducha, aún con pijama y con ganas de retomar mi romance con mi colchón, el cual sí considero un buen invento, quizá el mejor que se haya hecho; porque ahí si se ejercen las actividades más placenteras, como son: dormir y… retozar. Ingreso a mi habitación sin apuros, sabiendo que llego tarde a las clases de inglés, donde me acabo de inscribir. Cojo mi ropa, trato de hacer algún tipo de peinado que igual será incomprendido, tomo mi mochila vieja y empiezo mi lánguido caminar. Llego tarde. Saludo a Miss Carlota, que está perdiendo dinero como profesora de inglés, puesto que es chistosísima y debería estar en “El Especial del Humor “, o en el congreso, donde también pasan cosas elocuentes. Mientras Miss Carlota nos hace reír y repetir mil veces “one - two - three”, tomo asiento y en pleno reinado de mi torpeza, golpeo a mi compañera de carpeta, quien es una chiquilla dulce y educada. Me mira con asombro posterior al golpe propinado. Me excuso, le digo que es producto del sueño, el cual me pone violento y agresivo. La clase de inglés ha terminado y nos hemos reído mucho, pronunciamos one - two – three sin leer y nos despedimos felices. Chana me sorprende, me espera a la salida de mis clases. Se ha escapado de su trabajo, del estudio jurídico donde labora jugando a ser abogada. Me trae una pulsera de “El Señor de los Milagros” y yo estoy contrariado con su presencia. Ella me quiere mucho y yo también; ella se preocupa por mí con un cariño altruista y me hace reír tanto como Miss Carlota. Me gustaría tenerlas juntas y alcoholizadas, hablando de la vida para morir a carcajadas. Me pongo la pulsera y presiento me quemaré la muñeca, porque el pecado gobierna dentro mío. Llego a casa y tomo una taza de café para despertar, a eso de las once de la mañana. De repente aparece, de sorpresa, sin avisar, de una forma desmesurada y convulsiva: ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! Un hipo inhumano, agresivo, me domina totalmente. Me domina mientras almuerzo, mientras me cambio para ir a trabajar, mientras subo al transporte público, mientras la gente en aquel bus se ríe, mientras llego a mi agencia, mientras mis compañeros se burlan, mientras ingreso a ventanilla. Pero sin darme cuenta, y ya en el ejercicio de mi trabajo, desaparece. Acabo la jornada laboral y dispuesto a jugar una pichanguita de fútbol, el hipo regresa igual de chapucero, tan procaz como apareció la primera vez. Todos ríen y gozan con mis respingos y aquel sonido particular que ejecuto. Juego dos horas de fútbol, el hipo desaparece sorpresivamente. Meto muchos goles, sudo y apesto lo que tengo que sudar y apestar. Un tipo me dice: “Gringo pecho frío”, en alusión a mi poco recorrido y desgaste. Me duele, me hiere que me llame así; porque un tipo de poco desgaste y recorrido no suda ni apesta como yo. A pesar de todo no le digo nada, porque él es grande y fuerte y me puede enfriar de verdad si desea. Llego a casa de noche, con ganas de tomar un baño caliente, pero no hay sol. Tomo una taza de café para calentarme, sobre todo mi pecho frío. Pienso que ha sido un día particular. Quiero dormir, combatir contra el insomnio. Es la una de la mañana y me convenzo de dormir: - A la one, a la two, a la one, two, three – me digo; y cuando me siento listo… un ¡Hip! me hace saltar y se jodió todo.