martes, 26 de octubre de 2010

El Príncipe de los pobres

Cuando niño pensaba que un buen día de mi adolescencia se me iba a acercar un buen tipo y me iba a confesar que provengo de una familia aristocrática y que por lo tanto pertenezco a alguna monarquía y que tenía que regresar con él a reinar de la mejor manera aquel pedazo de tierra aún desconocida. - “Ud. es el príncipe Leonardo” – tenía que decir su revelación. Con el pasar de los años y dejando un poco de lado la imaginación procaz de niño, saboreando con mayor frecuencia la aflicción de la vida real, me fui resignando a pertenecer al vulgo popular. Hoy paseaba por el Mercado San Camilo; recorría los puestos con mis lentes redondos de búho triste y con un par de monedas en el bolsillo. Paseaba entre los puestos buscando comprar algunas cosas que llenen mi alicaído frío bar que desde su adquisición hace un par de meses sólo perdura una mantequilla. – Un príncipe de verdad no disfruta como yo el hecho de pasearse por un mercado de barrio entre ladrones, putas y gente dedicada al comercio. – me dije para mí, recordando una canción de Fito Paez (“Fuera de Control”) de su último álbum (“Confía”). Entonces imagino que si me hubiera tocado ser príncipe de algún lado, en el mejor de los casos hubiera sido príncipe del Perú y hubiera reinado este país lleno de peculiaridades. Ser Príncipe del Perú no es una idea que seduzca mucho. Para poder obtener este distinguido cargo (y digo distinguido porque todavía no existe), tendría que descender de la mismísima prosapia de los Incas. Tendría que vivir supongo en las alturas de Cusco y coexistir rodeado de envidias y la ira de un pueblo que no siente como debería el tan mencionado crecimiento económico. Entonces, caminando por la sección de paltas del mercado, entendí que sólo así podría cumplir mi sueño ilustre de convertirme en parte de la realeza de algún lugar: Ser Príncipe del Perú. La verdad no veo tan agradable la idea de ser el Príncipe del Perú; pero suena cojonudo y entiendo que podría ceder ante dichas exigencias. Entonces ya está, soy Príncipe del Perú y de su pobreza, por lo tanto soy El Príncipe de los Pobres. - ¿Cuánto cuesta el kilo de palta? – pregunto antojado. – Siete soles caserito – me responde una señora regordeta que con aspavientos presiente una venta. – Deme medio kilo – le digo sabiendo que no puedo comprar mucho. La señora me pesa dos paltas y me cobra cinco soles y me agarra de tonto y no me deja tan si quiera ponerle mala cara. – Gracias caserito - me dice con algarabía pero mirando de reojo otra venta en potencia. Yo pienso dentro mío que esa gordita ya se jodió y que su muerte está próxima porque perecerá en la horca al amanecer por haberse metido con el Príncipe del Perú y aunque sin saber, haya sido tan descortés. Camino con cierto garbo entre mi pueblo y me acerco a comprar huevos y quiero llevarme un paquete de quince huevos para ahorrar dinero. Normalmente compro tres huevos por un sol. Compro muchos huevos porque me he propuesto comer dos huevos hervidos en mi desayuno a ver si engordo algo, muero por problemas con los triglicéridos o me vuelvo más huevón. - ¿Cuánto? – pregunto. - El paquete cinco soles – me responde y acepto sin pensar y precisamente por no pensar, no calculé que es el mismo precio por el cual yo compro dicho huevos a la vuelta de mi casa y en su defecto, más frescos. - Morirás decapitada plebeya – pienso después de reaccionar. Cada vez que he asistido al mercado me he sentido cómodo. Soy un adicto a los jugos mixtos o también llamados surtidos. He probado las papitas rellenas churreteras que venden y a las cuales del mismo modo les encuentro un sabor especial. Cada vez que camino entre los pasadizos siento la tentación de probar un poco de todo y por lo tanto, me veo como un Gastón Acurio en pleno programa de comida descubriendo los huequitos más criollos y deliciosos de nuestra gastronomía. Por un momento olvido que soy un Príncipe en encubierto y me acerco por el lado de los embutidos para ver cómo va la cosa. Observo las diferentes presentaciones de mortadela y jamonada. – Ya pe’ colorete, cómprame un par de pelis – escucho de un comerciante mitad vendedor, mitad ratero. – No buen hombre. Gracias – le respondo con mis alucinados aires de monarca. Él me mira perplejo y creo que está pensando en acuchillarme a pocas cuadras. Compro los embutidos para intentar llenar mi frío bar nuevo y salgo campante sin rumbo pero sabedor de mi linaje. Me siento muy cómodo con lo tradicional. Disfruto mucho el ir de compras al mercado y conversar con la señora que prepara los jugos. Me encanta probar las papas rellenas y empanadas que ofertan las señoras con mucha gracia. Me imagino las miles de cosas que puedo preparar con los filetes de carne que observo colgados. Las frutas me piden por favor me lleve una de cada una y haga una ensalada de ellas con yogurt. Mis aires de príncipe son parte de un sueño incumplido y totalmente irreal que me divierte de vez en cuando. No sé de dónde he adoptado esta idea absurda que me hace alucinar. Yo soy el más vulgar de los seres cuando me lo propongo. Un pacharaco reprimido que cual pato feo, desea ser cisne. La única escusa convincente y fehaciente de que yo pueda ser un príncipe de verdad, se haya en el irrefutable argumento, de que mi madre es una Reina.

lunes, 18 de octubre de 2010

Poca vergüenza

La vez en que la chica más linda de la clase de matemática avanzada se me acercó, me habló, coqueteó, sonrió, pidió el ejercicio tres, me dio las gracias y después dijo que no me conocía. La vez en que me olvidé la poesía en medio auditorio frente a padres de familia, compañeros y profesores, en media actuación y todos me aplaudieron como lanzándome el salvavidas y me fui a llorar al baño de varones como niña. La vez en que me fallé un penal en un campeonato escolar importante y por suerte no perdimos. La vez en que me fallé un penal en el campeonato departamental y no pasamos al regional. La vez en que le leí una carta a Sofía preguntándole si se acordaba de la misiva amorosa y en la mitad del escrito decía Rebeca. La vez en que fui a comprar profilácticos a la farmacia y me atendió el papá de una enamorada. La vez en que le dije a un brabucón del colegio que no iba a pelear con él porque yo era gente y no iba a rebajarme a su nivel mientras me orinaba de miedo. La vez en que la chica por la que deliraba todos los días me dijo a solas que le sople su ojito porque tenía una basurita y le soplé el ojo media hora y se aburrió. La vez en que se me soltó el estomago en pleno viaje a la playa y solté el esfínter porque no aguantaba. La vez en que besé a la prima de un amigo porque estábamos bebidos y le dije si quería ser mi enamorada para que mi amigo no me pegue. La vez en que fui borracho a la vigilia de mi confirmación y regurgite como exorcizado en el baño de la iglesia. La vez en que se le quedó el condón adentro a una enamorada y el ginecólogo que la atendió era mi primo. La vez en que fui al súper a comprar champú y regresé con media tienda y reacondicionador. La vez en que la chica que vendía ropa interior y que me ofreció una trusa de elefante me aconsejó que le corte un poco la trompita. Las veces en que fui a quinceañeros con los ternos de mis primos o tíos que me quedaban enormes. Las veces en que salí a fiestas con cinco soles en mi bolsillo. La vez en que besé a una chica a la que le gustaba mucho y le dije otro nombre. La vez en que regurgité en el sillón de la sala de mi jefe. La vez en que me cambié el uniforme para que no lo rompieran el último día de clases y le ofrecí mi camisa a un amigo que andaba nudo por la plaza de armas y también se la rompieron. La vez en que dirigí la ceremonia de clausura en un desfile de la ciudad y me acerqué con micrófono inalámbrico a una autoridad y le cambié de nombre. La vez en que la mamá de una enamorada me agarró con las manos en los senos de su hija. La vez en que la hermana de otra enamorada me vio el culo blanco cuando su hermanita y yo jugábamos en la sala. La vez en que le recordé a mi amigo el día del padre en el velorio de su progenitor. La vez en que solté una flatulencia ruidosa en plena reunión familiar. La vez en que me olvidé las llaves de mi casa y entré por una ventana minúscula del baño. La vez en que le dije a la chica que me gusta “tú eres una pendeja”. La vez en que conté en mi blog que una amiga de mi enamorada tiene seis pezones. La vez en que le di un piquito a un buen amigo homosexual jugando a la botella borracha. La vez en que pagué treinta y tres mil soles y no tramité el cheque. La vez en que recogí una botella de pisco a la mitad en una discoteca pensando que la habían dejado olvidada y el tipo regresó y me quiso agredir. La vez en que grité un improperio en una exposición precisamente cuando todos se quedaron callados. La vez en que me mandé a una prima para que ninguno de mis amigos estuviera con ella y me dijo que no. La vez en que fui a cagar a la casa de un amigo y no había agua. La vez en que le metí el codo en el culo por casualidad a la chica de falda mientras sacaba mi billetera del bolsillo posterior para dar una limosna en plena misa. Las veces en que he cantado en un karaoke y no me volvieron a dar el micro. Las veces que no se me ha parado teniendo a una señorita desnuda listas para la batalla. La vez en que mi mamá planchando mi pantalón encontró un condón y se enteró que ya no era casto. La vez en que le compré una cartera a una amiga y la acompañé después a que la cambie. La vez en que le regalé a una amiga por su cumpleaños un desodorante sin querer. La vez en que fui a un grifo a inflar la pelota antes de una pichanga y reventé el balón. La vez en que manejé por primera vez un carro automático que estaba estacionado a tres metros de un poste y pisé el acelerador pensando que era el embriague (por suerte estaba con freno de manos). La vez en que se me rompió el short a la altura de las pelotas en la playa en pleno viaje frente a mis compañeras de trabajo. La vez en que borracho quería besar a la tía de una amigo frente al tonto de su marido. La vez en que cociné arroz chaufa por primera vez y le eché litros de sillao y lo botamos a la basura. La vez en que coquetee con una monja. Las veces en que hice llorar a mi mamá. Sólo me falta ser político.

domingo, 10 de octubre de 2010

Busco novia

Se busca señorita (de preferencia mujer) que se sea alegre y comprensiva. Físicamente que no sea ni tan flaca ni tan gordita (llenita está perfecto). Que no sea muy alta ni muy baja (entre metro cincuenta y metro sesenta y seis estaría perfecto). El color de los ojos es lo de menos, sólo que deslumbren al cruzar miradas (y que tenga dos por favor). Que tenga las manos lindas, bien cuidadas; con dedos delgados y delicados y que las uñas estén bien atendidas, de preferencia con manicure francesa. Que no sea de tez ni muy blanca ni tan oscura (que luzca un bronceadito coqueto para que muestre sus hombros, espalda y piernas sin problemas). Que no se maquille mucho pero que sorprenda de vez en cuando con un cambio de look. Que no sea despampanante ni tampoco plana. De preferencia que tenga el cabello algo largo (sin importar el color de cabello siempre y cuando no sea verde o azul o rojo). Si tuviera que escoger entre un atributo físico, me gustaría que tenga un par de piernas que dejen huellas al caminar. Su carita tiene que tener una mezcla de dulzura y picardía. Su perfume tiene que ser delicado y venenoso. Su voz, suave y melódica cuando me hable despacito (de preferencia que sea un poquito ronca). Su sonrisa contagiante y su carcajada estruendosa. Que tenga sus dientecitos parejitos y ni muy grandes ni muy chiquitos (de preferencia que tenga todos, para que cuando ría no haya vacios). Que se vea más linda cuando amanezca toda despeinada y sin maquillaje. Que sepa comer con delicadeza pero que tenga un apetito voraz, nada de remilgos. Que estornude arrugando su naricita. Que intente disimular que levanta el dedo meñique cuando toma un vaso con agua. Quiero que sea alegre, muy alegre. Que me contagie esa alegría y me haga escuchar su sonrisita cuando este solo. Que sea comprensiva: que sepa educarme y con cariño me enseñe a comportarme como ella se merece que me comporte. Me gustaría que sea loca loquita pero a base de una inteligencia misteriosa (nada de reacciones torpes ni escenas de engreimientos). Que no sea ni una niña mala ni una niña buena, pero que sea una niña de vez en cuando. Que sea coqueta como ella sola y que se preocupe por conquistarme todos los días. Que sea detallista (porque el detallista es detallista para dar como para recibir), pero que no sea fijona. Que tenga personalidad pero que no sea una rebelde sin causa. Que me entienda cuando caigo abatido por alguna penita. Que sea celosa pero no escandalosa. Que sepa disfrutar una caminata larga sin rumbo y de preferencia si llueve. Que me abrace fuerte sin que yo se lo pida y me haga saltar de susto cada vez que lo haga. Que se eche a mi lado un sábado por la tarde y se quede dormida juntito a mí. Que busque mis piececitos debajo de las sábanas cuando los suyos estén helados. Que guarde los poemas que le escribo en una cajita muy cerquita a su cama para que cuando me extrañe los tenga a la mano y me recuerde. Que me haga cariñitos en la cabeza con sus uñitas y me hable despacito de cualquier cosa. Que baile salsa delicioso y así podamos disfrutar de las fiestas. Que no sea juerguera ni aburrida. Que sea una loca encantadora y ágil. Que no me mienta mucho (porque las mujeres son unas artistas en el rubro de la mentira). Que se sienta su penita cuando me diga: hasta mañana. Que tenga la valentía de decirme: hoy no te quiero ver. Que no odie a mis amigos. Que no ame a mis enemigos. Que ande en ropa interior cuando estemos solos. Que no odie mis chalinas ni mis sombreros. Que no me diga que no escriba esto o el otro. Que sepa convencerme con una sonrisa. Que tenga la osadía de hacer planes a largo plazo sin temores. Que confíe en mí como yo confiaría en ella. Que sepa entender mi soledad y también la suya. Que me cuide como a un bebé. Que sea severa cuando tenga que serlo. Que sea una dama en reuniones, una loca mágica en la vida, una niña en el parque y una mujer en la cama. Que me quiera mucho a pesar de lo tonto que soy tantas veces. Que sepa curar mis heridas. Que sea inspiración de mis escritos y motivo de mis días. Que le guste ir al karaoke. Que me visite de sorpresa. Que no sea materialista. Que sueñe conmigo y junto a mí.
P.D: Las damas y no tan damas que lean esto pueden pensar que soy un tipo exigente y muy dentro de ellas habrán dicho yo soy así o no con mis exigencias (sin ánimos de postular a ser mi musa). Los caballeros y no tan caballeros que hayan llegado hasta estas líneas creerán que la mujer que me gustaría tener simplemente no existe (aparte de sospechar que soy gay). Los días pasan y el tiempo corre como atleta olímpico. Yo nunca me he aventurado ni apresurado a ir en busca de algo (esperar a veces suele ser mejor). Quizá y hoy sea un buen día para empezar.

lunes, 4 de octubre de 2010

Buenos muchachos

La ley seca nos importa un carajo y hemos comprado Guaraná a un precio demasiado alto, casi más caro que el whisky que nos espera en mi casa. Bruno y yo estamos decididos a pasar un buen rato entre puro calzoncillo (que es diferente a pasarla sólo en calzoncillos). Pero nosotros no estamos completos sin la presencia del buen Lalo. Entonces llamamos a Lalo para que venga a mi casa y nos acompañe a emborracharnos como los buenos varones saben hacer. Lalo dice que llegará en una hora aproximadamente. Le digo a Bruno que compremos una película para hacer hora y esperar a Lalo y empezar a libar los tres juntos. Entonces la compramos, la ponemos y Bruno parece un niño porque le encantan los efectos especiales y yo lamento no poder acompañarlo porque me quedo dormido casi toda la película. Lalo llega cuando quedan pocos minutos para que ésta acabe. Yo me despierto y a pesar de que quiero seguir durmiendo ya no puedo. Lalo pregunta de qué trata la peli y Bruno emocionadísimo empieza a contársela con detalles. Yo escucho la narración conmovedora de Bruno y empiezo a hacer preguntas para indagar más. La película parece interesante y propongo verla desde el principio cuando está por llegar al final y Bruno quiere meterme el control remoto por el culo y dice enfáticamente que no lo joda. Lalo no se preocupa mucho porque sabe que puede verla otro día y empieza a mirar el whiskycito con deseo y yo lo advierto y empezamos los preparativos para la tertulia. Bruno empieza a tomar la gaseosa pura mientras Lalo abre la botella de whisky con facilidad. Que rico es el whisky con Guaraná una tarde de octubre en plena ley seca. - “Normita está para violarla” – digo y Bruno tarda unos segundos en entender y se ríe mucho y se conecta en su face y la coloca sin pensarlo tanto. He decidido no viajar a Tacna a votar porque no sé quién carajo postula y porque me sale más barato pagar la multa. Ahora más que nunca creo que parte de la democracia debería ser elegir si uno quiere votar o no. Lalo prende el primer cigarro. A Bruno lo conocí una tarde cualquiera poco después de que yo entrara al banco. Lo vi sentado al lado de Javier husmeando la pantalla. Su aspecto enorme y la cara de aburrido que pone parece cara de enojado. Me hizo presagiar que estábamos bajo supervisión de auditoría. Bruno desde el principio dio la impresión de ser un tipo de sonrisa difícil. Error de percepción. Es uno de los tipos más gracioso y chispeantes que he tenido la suerte de conocer. Un ser humano con un corazón de acorde con su cuerpo: gigantesco. Bruno de la nada se hizo amigo mío y empezamos a frecuentar discotecas y bares juntos. Me presentó a todo su grupo de amigos ajenos al banco. Entre tanto loco divertido que me presentó conocí a Lalo. Lo conocí en una fiesta de halloween víspera de su cumpleaños. Si Bruno tenía a primera impresión cara de hombre poco risueño, Lalo tenía la pinta de ser un tipo serio y parco. Festejamos esa fiesta juntos sin saber que nos íbamos a convertir en una versión de los tres chiflados rosa. En los tres mosqueteros sin remilgos franceses. En las chicas súper poderosas con vello en pierna. Desde entonces hemos planeado y coincidido en diversos viajes, reuniones y juergas. Hemos departido conversaciones interesantes, hilarantes y ridículas. Nos hemos visto borrachos unos a otros y hemos cantado y bailado abrazados. La jarrita de whisky se consume rápido y Bruno no tarda en preparar más mientras Lalo enciende otro cigarrito. Mi cuarto se ha vuelto una especie de guarida para estos pobres hombres que ven lo maravilloso de la vida en una simple conversación medios borrachos. Lalo canta con sentimiento “Y cómo es Él” en la versión de Marc Anthony. Bruno canta “El Che y los Rolling Stone” con ferocidad. Yo los observo y sé que no quiero emborracharme y me sirvo mucho menos que ellos. Hablamos de la necesidad imperiosa de algunos (incluyéndome) por romper la racha negativa de abstinencia. Otro desea ponerle frenos a su actividad sexual y pide aumento de sueldo para poder seguir comprando los condones que compra. Hablamos de nuestros futuros inciertos y de nuestros posibles matrimonios. Hablamos de la vida y lo frágil que ésta es. Hablamos de lo ingrato que es el tiempo con las amistades y como esta variable termina por enterrar recuerdos y afectos sinceros. Estamos en la parte más gay de la conversación y Bruno se pone un poco triste con la idea de que yo en algún momento decida regresar a Tacna y me aleje de ellos (cosa que no va a suceder porque a Tacna sólo voy para Navidad). Lalo pide disculpas por se tan malo como amigo y alega el hecho ingrato de no llamarnos con más frecuencia. - “No me gusta llamar” – nos dice y lo quiero un poco más porque a mí tampoco. Les cuento sobre el libro que estoy escribiendo. Bruno nos confiesa su deseo de viajar. Lalo prende otro cigarro y con aquel aire meditabundo piensa en comprarse una moto, una moto donde ciertamente no entraremos los tres pero de todas maneras intentaremos acomodarnos. Bruno con su chispa inigualable lanza carcajadas y no hace reír. Lalo con su simpatía misteriosa ameniza la conversación con comentarios precisos, como siempre. Yo me sigo sirviendo poco whisky y no tardo en decirles que los quiero como si fueran mi propia familia. El club del orgullo gay se acaba de fundar. La sociedad de lo buenos borrachos está haciendo una ceremonia risible en la guarida de Leo. Los buenos muchachos no son muchos pero son buenos. Hemos dejado pendientes muchas promesas de ir al cine una vez al mes y muchas otras de ir a tomar un par de buenos pisco sour. Hemos dejado de vernos un par de fines de semana pero sabemos que no vamos a tardar en rencontrarnos (como Magneto) y la pasaremos tan bien como siempre. Sabemos que la vida es frágil y el tiempo cruel. Por eso cuando estamos juntos, sólo reímos, cantamos y nos emborrachamos. Son unos buenos muchachos, amigos míos.