miércoles, 20 de junio de 2012

Oído a la música

Sin Salsa no hay paraíso

Tenía un sombrero de ala corta, de medio lado. Bailaba raro, pero tenía un swing simpático. Aquel muchacho cantaba una salsa dura que entraba suavecito a los oídos de los presentes. Compré la entrada más cara para ese concierto de salsa. Se presentaba “El Gran Combo” del mundo entero (no sólo de Puerto Rico) junto a los “Adolescentes” (que no tienen nada de adolescentes), Vernis Hernández (de la cual me enamoré por ser tan deliciosamente encantadora) y “El Gran Maelo Ruiz” (y digo gran no sólo por su talento). Vernis, la cubana preciosa, salió a maravillar con su belleza, a enamorar con su dulzura, a asombrar con su voz. Aquella delicada señorita me recordó que mi debilidad por las mujeres bellas puede llevarme del infierno al cielo y viceversa en un solo instante. Maelo, el Gran Maelo; cantó mil canciones y amenazó con cantar otras mil  cuando estaba a punto de desfallecer. Un gran tipo el gordo, muy simpático él, pero con una escasa noción del tiempo, cantó una vida entera. Los adolescentes salieron a matar, pero por poco mueren ellos; ya no están tan adolescentes. Salieron bien abrigados, se olvidaron de que en altura el aire escasea, e intentaron hacer pasos que ya no les sale con el mismo brío de hace diez años atrás. Hicieron un muy buen espectáculo, el cual casi les cuesta la vida. El Gran Combo hizo lo suyo: deslumbró. Cantó aquellas canciones que he escuchado desde que tengo uso de razón quizá y sin saber quién las cantaba. Ese montón de Señores de edad avanzada parecían un reloj suizo, el Barcelona español, “la universidad de la salsa”.  Verlos tocar, escucharlos cantar. Esos señores dieron una cátedra de los que es música y siendo las cuatro de la mañana, y pudiendo morir de pulmonía, bailé su salsa deliciosa y canté con euforia sus canciones. Aquel mini festival de salsa, en medio de personas que pudieron haberme robado o matado con una facilidad asombrosa a la salida de aquel estadio, me hizo entender que “sin salsa no hay paraíso”, y que si hay paraíso, se escucha a “El Gran Combo”.



El problema no es que duela; el problema es que me gusta.

Si antes de morir tuviera que escoger unos cuantos cantantes a escuchar en un concierto para morir tranquilo, Arjona hubiera estado entre ellos. Desde el momento en que se presentó todo el mundo quedó boquiabierto y rendido a sus pies. Aquel tipo de presencia imponente, podía tirarse una flatulencia y lo aplaudían enamorados. Él jugó con nuestros sentimientos, nos explicó cada canción suya, nos obligó a gritar sus canciones y a llorar por lo menos con una de ellas. Arjona nos hizo pensar bien o en el enamorado (a), amante, o “ex”; pero en alguien pensamos o a alguien recordamos. Cantó un buen rato pero quedó corto. Todos aquellos masoquistas del amor querían seguir sufriendo, seguir sintiendo, quizá y hasta amando. Arjona fue una terapia para todos aquellos que saben entender lo que sienten y un trauma para aquellos que pensaron tener todo en orden, bajo control. Aquel gran show quedó pequeño porque se disfrutó tanto que pareció durar nada. Ahora no sólo escucho a Arjona con gusto, también lo escucho con una envidia insana por ser el tremendo artista que es. Y es que para hacer lo que ese Señor hace hay que tener un don especial. No tengo la menor duda, es el mejor concierto al que he ido.



Una canción de Amor

Llegué para escuchar a una mujer que amo porque amo y nada más. Eva Ayllón cantaba “De qué estoy hecha” y yo recién llegaba y me sentía más peruano que nunca. Aquella morena soberbia puede ser incluso hasta malcriada, pero la amo. No hay canción criolla que no suene mejor en la voz de Evita. Cantó un buen rato y de esta manera hizo un excelente preludio para lo que significa estar orgulloso del Perú, de su gente linda y sobre todo, de su talento. Eva Ayllón puede tener miles de detractores, pero nadie puede negar que su voz es casi un símbolo patrio. Evita se fue derramando lisura, y entró el pelado más querido de este país. Gian Marco tiene tantas canciones, y cada una de ellas arrastra tantos recuerdos. A pocos metros de aquel tipo con el que crecí, canté todas sus canciones con el corazón en la mano. Fueron dos horas  increíbles al lado del artista más talentoso que ha visto nacer este país. Su voz hizo eco en todos los presentes. Su charango se hizo presente en nuestros oídos. Sus letras consolaron el frío instante antes de que él llegara. Nos a acompañado ya veinte años y esperemos que sean cien más. Gian Marco vino a traernos días nuevos, a resucitarnos si viene o se va, a cantarnos una canción de amor.


La música constituye una revelación más alta que cualquier filosofía. (Ludwig Van Beethoven)




martes, 12 de junio de 2012

Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad

Al parecer los mejores escritos no serán los mios. Un gusto poder publicar también tus memorias  Mr. "D"



Todo sucedió una fría mañana de otoño, casi primavera. La conocí en el lugar menos esperado y me gustó. Tengo que aceptar que en verdad me atrajo mucho su manera de pensar, de sonreír y de mirar. Sin embargo supuse que todo seguiría igual sin ninguna alteración en mi vida, ella haría la suya y yo la mía. - Fue bonito haberla conocido - dije y se acabó.

A los pocos meses me pregunté qué había sido de esa chica que conocí en ese congreso y me propuse encontrarla. En ese tiempo no existía el Facebook así que era imposible por un medio así. Realicé unos contactos y por fin la ubiqué. Me acuerdo que en nuestra primera cita nos fuimos a comer pizza de piñas y un mozo iracundo hizo derramar gaseosa sobre nuestra mesa. Cómo olvidarlo.

Después frecuentamos bastante. Nos veíamos siempre que podíamos. Yo viajaba, pero lo que más me gustaba del viaje era el regreso, por que sabía que ella me esperaría. Por esos días me sentía contento, no existía nada ni nadie que me pudiera detener, estaba dispuesto a conquistarla poco a poco. Así que un día me puse las pilas, me armé de valor (que no es muy común) y supuse que esa noche de fiesta se lo diría, pero no pude; o si pude no se lo dije bien, creo que ella no me entendió o yo no a ella; pero bueno, pensé que habrían otras oportunidades así que no me preocupé y dormí tranquilo. Días después me enteré que ella estaba en una relación con un chico, me dolió al principio y también después, sin embargo eso no me importó y siempre estaba pendiente de ella. No la acosaba ni cosas por el estilo pero estaba atento a sus dudas, a alguna ayuda que necesitase para las tareas o que sé yo, estaba ahí para ella.

Pasaron un par de meses más, como antes, nos seguíamos viendo frecuentemente y me agradaba pasar el tiempo con ella. No sé, era distinta a las demás chicas que había conocido, tenia un plus especial. Y la empecé a querer.

Pasaron dos años y ya no éramos unos chiquillos. Yo la seguía queriendo, con la dosis en aumento, me llenaba de alegría poder hablar con ella, jugar con ella, ver películas a su lado. Era perfecto. Entré a la universidad y nos separamos mucho tiempo, casi ni hablábamos por que un tiempo atrás me rompió el corazón (otra vez), ella de nuevo estaba con un chico que ni conocía.

Eran tiempos difíciles para mí porque traté de buscarla en otras mujeres y no la pude encontrar. Empecé a hablarle de nuevo y como siempre ella tan diplomática también lo hizo, así que fuimos amigos una vez más. Pasaron dos años más y ella aún seguía perdidamente enamorada de otra persona, así y con todo eso en mi contra yo la quería, y anhelaba algún día poder disfrutar de ella, de su compañía como algo más que unos amigos.

Pasó otro año y ella se fue a vivir a otra ciudad, dejó a su enamorado y se fue. Tenía que estudiar y seguir su camino, yo me quedé. Pero aun seguía muy enamorado de esa mujer, la quería tanto que viajaba seguido a verla, y lo curioso es que cuando quedábamos para salir a comer o tomar algo cerraba mis ojos cuando ella se agachaba o buscaba en la carta del bar y pensaba que no quería que se acabe ese momento nunca. Le pedía a la vida que se detenga, pero tenía que abrirlos sino se daría cuenta. Así fue pasando el tiempo, yo yendo y a veces ella viniendo.

Pasaron otros dos años y estábamos mejor que nunca, ella me quería mucho y por primera vez pensé en aclarar la situación, es decir, contarle que estaba perdidamente enamorado de ella y que la seguiría queriendo pase lo que pase. No se lo dije otra vez y cada oportunidad que tenia de verla me parecía el momento perfecto hasta que mi lengua me jugaba una mala pasada y se trababa.

En los años que siguieron ella volvió a estar en una relación y yo como de costumbre esperando a que terminase para intentar decírselo otra vez, cosa que sabía no podría hacer. Pero eso me mantenía vivo, las ganas de querer verla, las ganas que tenía de agarrar su mano y desearle las buenas noches con un beso en su frente era lo que me volvía loco.

Pasó un año más, ella cortaba su relación pero un mes después regresaba con la misma persona, típico en esa edad. Sin embargo a mi nadie me quitaría el gusto por quererla con mucha fuerza. Amaba a esa mujer con las fuerzas de mi alma, no me importaba lo que hizo, solo la amaba. Era tan puro lo que sentía por ella.

Solíamos frecuentarnos ya no tanto como antes y así como el agua del río pasó.

Fue una tarde de abril, un abril muy frío por cierto, cuando recibí en mi buzón de correspondencia una invitación. Leí y quedé estupefacto: mi mejor amiga, mi confidente, mi amor platónico, mi todo, se casaba el mes siguiente y yo por supuesto estaba cordialmente invitado. Esa noche lloré como un niño: no comía y a penas dormía.

Era de esperarse, no fui al matrimonio. Decidí dejar de pensar en ella pero no pude. Así que hice un viaje para una especialización en el extranjero, me fui seis meses, siempre entraba a internet para poder ver como iba ella, pero sin ningún motivo ella cerro su cuenta de Facebook y no volví a saber nada. Tampoco quería, pasaron dos años más.

Cuando ya vivía en la misma ciudad que ella y me iba bien, la vi caminando de la mano de un pequeño. La saludé. Me preguntó cómo estaba y yo no sabía que responder. Me preguntó por qué no había ido a su matrimonio. No le respondí y atiné a decir: - Un gusto, que te vaya muy bien- Le di un beso en la mejilla y me fui con una tristeza inmensa, mi corazón estaba dolido.

Poco después una amiga suya me contó que había tenido dos pequeños hijos y era feliz. Por un momento creí que nada de lo que hice sirvió, ni los paseos bajo la lluvia, ni las salidas, ni las películas que vimos juntos. Pensé que no había valido la pena esforzarme tanto. Al final comprendí que debí decírselo cuando pude, debí contarle todo lo que tenía que decirle, todo lo que sentía. Nunca lo hice y ahora me arrepiento. Ahora estoy viejo, tengo una esposa y dos hijos, un trabajo y un perro llamado “Santino”, pero aún así en el fondo de mi corazón, muy en el fondo, la sigo amando con las mismas fuerzas que antes. Sólo espero que cuando muera, mi alma no la ame tanto como la amó mi cuerpo y mi corazón.

martes, 5 de junio de 2012

Un mundo mejor

“Nadie muere virgen. A todos nos coge la vida.” Y es verdad, nadie debe de morir virgen. Nadie debe de privarse de vivir ni de gozar de sus placeres. El mundo sería diferente si la gente se animara a tirar un par de veces por semana, si se atreviera a proponerle a la otra mitad un momento de sano esparcimiento y de complicidad plena. Esto debería de acompañarse de una ligera forma de ver las cosas, no entrar en compromisos morales que no nos llevan a ningún lado ni en cucufaterías atorrantes que mitiguen nuestras ganas de compartir un buen momento con una persona medianamente especial pero si súper epicúrea. No debería ser tan largo el protocolo de invitar a la otra persona a una ceremonia carnal que siempre, y eso que quede en claro, está expuesta a un sentimiento mayor. La gente debería de tirar sin tanto prejuicio y con mayor frecuencia para que ande más relajado. Debería tener encuentros amorosos o no con una frecuencia más amigable que permita a esos enfermos curarse. Todos deberíamos tener un par de amigo escogidos para poder compartir algo más que una charla amena sin estar sujetos a celos o pertenencias existenciales que nos complican la vida. Todos deberíamos enredarnos entre las sábanas de vez en cuando y generar así vínculos de confianza. EL congreso debería promulgar una ley que nos obligue a mantener contacto clandestino y de trinchera. Eso no sólo mitigaría el estrés, la fatiga y el malestar emocional sino que también ayudaría a promover el deporte y a bajar la tasa de sobrepeso que está creciendo de manera preocupante. Aumentaría el negocio de los hoteles creando nuevos puestos de trabajo. La venta de preservativos generando un incremento de ingresos en farmacias y también ayudaría a crear mayor conciencia respecto al tema. Ayudaría al desenvolvimiento de personas cohibidas debido a la interacción que este ejercicio provoca. Tendríamos más amigos en el facebook y sobre todo, le quitaría esa máscara tonta que tiene el sexo como problema social entre los que no saben manejarlo. Yo no sé que hace el Papa hablando de sexo cuando de eso no sabe nada. No sé porque los papás tienen tanto miedo a esto si ellos se cansaron de practicarlo. No sé porque se prohíbe tanto si nos acompaña desde el principio de la humanidad y además, lo prohibido siempre tienta más. Si dejáramos de ser tan cuadrados mentalmente el mundo sería más redondo y podríamos eliminar barreras más complejas que los límites entre países. Si practicáramos esta idea sencilla para vivir la vida, seríamos un poco más libres, un poco más humanos y menos violentos y agresivos. El amor no se hace, se siente; pero no hay mejor forma de expresarlo que envolviendo todo en carne y pellejo. Soy un Cupido moderno, un romántico práctico. No quiero ser sustantivo, quiero ser verbo. No quiero mantener esta idea muerta, no quiero ser un profesional sin ejercer. La gente tiene complejos más grandes que su propio ego. Tiene prejuicios insanos que hace que confunda las cosas, problemas mentales que enredan las cosas y los hace perder el respeto al cómplice afectuoso que pasa de ser compañero de tertulias a víctima de nuestros problemas. Nuestra mente aún está chata para cosas así. No podríamos manejar situaciones donde nuestros deseos fatiguen la idea del respeto. Somos demasiados tontos para vivir la vida sin complejos. Somos demasiados acomplejados para mantener con total normalidad la complicidad de la travesura carnal. Somos demasiado masoquistas para querer un mundo mejor. Entiéndase que esta misiva reveladora no es una apología al sexo, no es un incitación al desbande, una invitación al lo prohibido. Lo antes mencionado no es el relato de un hombre enfermo, no es el pedido de un violador confeso. Simplemente, quiero simplificar las cosas, liberar prejuicios, matar fantasmas. Lo único que quiero, es un mundo mejor.