Espera nervioso en su puerta,
impaciente, exacerbado. Sale cogiéndola de la mano, apretándose de cuando en
vez un poco más fuerte, los dedos entrelazados, sudando de emoción. Un beso en la
calle, en cualquier esquina, tomándola de la cara, mirándole a los ojos, con el
tiempo paralizado y sólo ellos, nadie más alrededor a pesar del caos. Compartir
los dos de un helado, con dos sorbetes. Escribir sus nombres o iniciales en un árbol, en la mesa
de un bar, en una pared cualquiera, impregnar lo suyo por todos lados.
Abrazarla por detrás, trastabillando con cada paso, sus brazos en su cintura,
las mejillas junta. Dedicarle mil canciones, cantárselas como si hubieran sido
escritas por uno mismo. Mirar el reloj, morir de pena al ver que se acaba el
tiempo. Sentir que es la chica más linda del mundo, que todos la miran, ser el
elegido. Llevarla a su casa, caminado despacito, queriendo que los metros sean
kilómetros y que esa puerta no se abra nunca, que ese momento sea eterno. La
despedida dolorosa, parece el fin del mundo. Una última mirada, las manos que no
se sueltan, los dedos que se estiran prolongando el despojo uno del otro. El
beso final, la respiración agitada, una despedida trágica, dolorosa. Las pulsaciones
a mil con cada paso que te aleja de ella, la cabeza gacha, la felicidad del día
termina en una melancolía dulce. Sentado en el taxi, mirando la ventana, todo
le recuerda a ella. El celular con mensajes de amor, con promesas de una vida junta,
de un idilio eterno, de querer dormir a su lado para siempre. Entrar a su
cuarto, sin ella a su lado pero latiendo fuerte en su corazón y rondando su
cabeza. Pone música en la computadora y es la misma que le dedicó, todas hablan
de ella. Las canta nuevamente, el lapicero de micrófono, parece que la mirara a
los ojos. Escribe su carta como si le hablara, como si ella escuchara cada
palabra suya y Neruda es un principiante. Le pone frases de las canciones que
escucha y recopila el día transcurrido, el mejor día del mundo hasta mañana que
la volverá a ver. Le hecha un poco de perfume que corre de manera sutil la
tinta del lapicero. La carta perfumada lista en un sobre que contiene el
secreto más grande del mundo: Yo te amo. Las luces apagadas, abrazando la
almohada deja de soñar despierto para empezar a soñar dormido. Revisa por
última vez su celular, no hay mensajes. Azuza por última vez la foto guardada
en el móvil, su sonrisa lo conmueve. Quiere decirle que la ama más que nunca
pero es tarde, ella duerme. Abre los ojos y piensa en ella, sabe que la verá
por la tarde y se emociona, tiene una carta para ella. Revisa su celular y ya
tiene un mensaje. Le responde que también la ama, que muere por que llegue el
momento para volver a verla. Sonríe como imbécil: tomando desayuno, bañándose
mientras cantas las canciones dedicadas, mientras se lava los dientes, mientras
piensa incansable en su sonrisa. Sale a cumplir sus obligaciones, todo le
parece perfecto, nada podría arruinarlo. Las horas pasan lentas pero pasan,
cada minuto transcurrido es un paso que se acerca a ella. Falta mucho para su aniversario
pero a él se le ocurren mil sorpresas. Llegó el momento, se alista lo necesario
y sale acompañado de la sonrisa de estúpido que está dibujada en su cara. La
divisa a unos metros acompañada por un amigo. Ella también está impaciente y
casi ni mira a su acompañante mientras le habla, parece un faro tratando de dar
luz al amor de su vida para que la encuentre pronto. El camina despacito, pero
queriendo correr a ella. Piensa en que aquel amigo seguro quiere algo con ella,
lo comprende, es preciosa. Se abrazan con un beso de película que parece eterno
pero dura unos segundos. La emoción es evidente. El amigo se despide algo
incómodo. Él le dice que casi muere. Ella que no quiere dejar de verlo nunca
más. Se toman de la mano, parece que las hubieran fundido. El la abraza con
fuerza, como queriendo decirle que nunca más se vaya. Ella siente su perfume,
el mismo que le ha echado a su peluche para no extrañarlo tanto por las noches.
Otra vez en la puerta de su casa, otra despedida desgarradora. Las miradas, las
risas sin hablar, los besos apasionados. El la suelta de la mano, el mismo ritual
de todas las noches, le entrega la carta. Ella emocionada apresura la despedida
y sube a su cuarto corriendo, cierra la puerta y sentada en su cama desnuda la
carta. Siente su aroma al despojarla del sobre que la cubre. Su corazón no aguanta
más. Lo primero que lee es el título, dice: En tiempos del amor…
Testimonios de un tipo que no recuerda nada y lucha por no olvidarlo todo. Rastros de un camino recorrido, historias mal contadas. Prueba irrefutable de que viví.
jueves, 27 de marzo de 2014
martes, 4 de marzo de 2014
Se llama Soledad
Calculé mi muerte para este año,
lo calculé hace diez o doce años atrás. No sé cuándo decidí que sea en mayo,
tampoco porqué; me parece un mes encantador. Me gustaría que se después del veintidós,
cumpleaños de mamá. También pensé en llegar con más ganas de vivir, y no es que
me falten, pasa que en verdad no tengo idea del siguiente paso que daré y a
dónde me llevará. También hace unos diez o quince años le perdí algo de miedo a
la muerte, entendí que es un acto democrático, que a todos nos llega sin hacer
ningún tipo de excepción o remilgos y que a pesar de tener el concepto de algo
nefasto, despierta algún tipo de curiosidad (si eres optimista puedes
denominarlo como esperanza) de oportunidad misteriosa. Le perdí miedo a la muerte
y hasta he pensado mil maneras de organizar mi funeral: los colores (blanco,
todo blanco), la música (siempre Fito Páez), las maneras (sin protocolo alguno)
y un final con cremación incluida. Lamentablemente, como dije antes, la muerte
es igual para todos y no creo que se me permita estar en mi velorio ultimando
detalles y animando mi despedida. Lo cierto es que en vida he descubierto un
temor que podría bien ser una futura fobia y que a veces también coquetea con
la necesidad, con la adicción (ninguna adicción es buena). Y es algo así como estar enamorado, planeas
toda tu vida junto a ella, pero piensas en huir todos los días. Desde pequeño
he sido un prófugo. No sé en qué momento decidí serlo, en qué momento me
convencí de que la libertad es no aferrarse a nada ni a nadie. ¿En qué instante
de sabiduría o necedad me aboqué a pensar que nada es indispensable? Entonces,
en mi subconsciente trastornado decidí cerrar etapas, terminar libros, cambiar
de rumbo. Soy un mochilero sin apuros que le encanta dormir una noche aquí y
otra allá, sin complicaciones. Creo que es la única herencia que me dejó papá,
ser inconstante, volátil, un loco del carajo; egoísta y caprichoso. Entonces a lo
largo de estos veintisiete años que llevo a cuestas (edad fijada para abandonar
este campo material), he dejado regados tantos buenos momentos que hoy recuerdo
con melancolía y tanta gente de la cual quizá ni me despedí, he abandonado tantas
buenas historias probablemente a la mitad del libro (y he aquí lo que me
preocupa), he lastimado sin pensar a tantas buenas personas sin saber y sin la
oportunidad de pedir disculpas que me asusto de mí mismo. Si yo tuviera que
venderme, no me recomendaría. Soy un saqueador de buenos momentos, que
confundido cree que está robando sonrisas. También entiendo que hay gente que
maneja bien este teorema y me utiliza de forma espectacular hasta que se aburre
y ya, se desvanece. (No los culpo ni los juzgo) Mi madre todavía vive enamorada
del hijo bueno que la escuchaba y la hacía reír, es la única que no perderá la
fe en mí. Aún se acercan con la intensión de compartir conmigo cosas de las que
ya me aburrí, me cansé; y no por malo, es porque soy un ser humano y de vez en
cuando también quiero que me escuchen (desahogo). Todavía me buscan por
virtudes extraviadas, virtudes que también estoy buscando. Necesito ver gente
para aburrirme y huir de ella, soy así. Este boleto me llevará tarde o temprano
a una cama vieja, en un cuarto pequeño, bien modesto. Me hará uno de eso
viejitos que tiene mil historias para contar pero sin público. Me hará reír y
llorar en silencio perdido en algún recuerdo borroso. Pensar tanto en mis
errores y avizorar un futuro tan macabro me adormece y me encanta, soy un
drogadicto autodestructivo que consume sus miserias y se siente bien. Me
encerraré en mi habitación, haré un fortín. Saldré a buscar gente para
distraerme un rato, aburrirme de ella y regresar cansado, harto de todo.
Esperaré mayo con fe, como se espera el amanecer después de la tormenta. (Lo
bueno de morir ahora sería no pagar mis deudas, pensar en eso me relaja) Ayer
muy por la noche, en un conflicto
interesante entre mi angelito de la guarda y mis demonios rocanroleros, escribí.
Escribir es un buen síntoma, quiere decir que estoy desahogando, que me estoy
purgando. ¿Cómo se llama todo esto? Se llama Soledad:
Y hay noches de Soledad,
de mi triste y añorada Soledad
en que soy feliz.
Y hay también,
noches de felicidad
de dulce y añorada felicidad
en que estoy solo
donde estoy lejos.
Hay noches de sueños largos
de vidas cortas
y mis ojos rojos.
Hay vacíos que llenan el alma
que mienten despacio
que te vuelven loco.
Y hay recuerdos tuyos
tan distantes
como yo contigo,
como yo sin ti.
Y es esta pena que me encanta,
que me hace regresar…
Tristeza dulce,
Soledad añorada.
Distante…
Como yo contigo,
Como
yo sin ti.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)