Lunes, once y cuarto de la noche.
Sigiloso, entre la penumbra, la oscuridad de la noche me acerco a la ventana y
observo con cuidado de un lado a otro. La calle, alumbrada todavía por luces
tenues se presenta tranquila, aparentemente inofensiva. Con la mirada paseo una
y otra vez la acera, los árboles, los matorrales de la plaza que se ubica
frente a mí. Yo no me fio, no pretendo desaparecer del mapa de manera tan
tonta, de tirar a la basura todo este tiempo de sosegada sobrevivencia.
Entonces me animo, creo que la situación allá afuera, donde sigo pendiente de
lo que pueda pasar, es manejable. Tomo la bolsa negra, la sujeto fuertemente
porque se presenta pesada. La tomo con cuidado porque no quiero que se me
caiga, no quiero hacer ningún tipo de ruido que pueda costarme la vida. Abro
cuidadosamente la puerta, sin prender ningún tipo de luz. Inmediatamente la cierro
sin echarle llave. No quiero correr el riesgo de que ante cualquier improvisto
pierda tiempo vital intentado abrir la puerta en búsqueda de un día más de vida,
de una oportunidad. Son cuatro pisos hacia abajo. Hay un silencio que siempre
es engañoso, del cual he aprendido a no fiarme. Tomo con cuidado la bolsa
mientras bajo las gradas atento a lo que pudiera suceder. En mi bolsillo tengo
un cuchillo de mediano tamaño que puede ser mi único aliado en caso de un
ataque, en caso vea a uno de esos pútridos seres irracionales. Ya estoy en la
primera planta. Los autos empolvados en la cochera me permiten resguardo
mientras en silencio doy un último vistazo a la situación. Lo que me separa de
la intemperie de la calle es la reja que permite la salida de los vehículos.
Una puerta de metal que me mantiene bajo resguardo. Luego de esperar unos
minutos, y estar completamente seguro de la acción a seguir, procedo a abrir la
puerta metálica, dejándola junta, lista para ser empujada y sometida a favor en
caso reciba un ataque inesperado, en caso de que mi vida corra el riesgo de
convertirse en un andar irracional. Cruzo rápidamente pero sin correr. Dejo la
bolsa negra de tamaño regular junto a las demás bolsas. La dejo sin arrojarla,
para que no haga ruido, pero tampoco la acomodo. De pronto entre los arbustos
presiento un movimiento y mi corazón late con fuerza. Mi sistema de alerta se
ha activado y tengo en el bolsillo el cuchillo listo para salir a mi rescate.
Al destinar mi mirada al matorral sospechoso, veo a un felino huir despavorido
hacia la oscuridad de la noche. Seguro muriendo de hambre ha salido en busca de
sustento y al igual que yo, el miedo le ha vencido y ha decidido resguardarse.
A lo lejos y entrando de manera amenazante advierto un auto a toda velocidad.
Inmediatamente me ubico detrás de un árbol que me cubre de cuerpo entero y veo
pasar embalado el vehículo blanco de luces prominentes. Ya no se puede confiar
en nadie, ahora los vivos también son peligrosos, también son una amenaza. Lo
peor es que con las luces y el ruido prominente
del vehículo, ha podido atraer a más de un indeseable, a más de uno de
esos seres como carne, a uno de esos hambrientos individuos que no piensan en
nada, que solo desean hacerse de mis vísceras, de mis carnes. Que solo desean
saciar su apetito irracional. Uno de esos caminantes asquerosos a los cuales
estoy dispuesto a clavarles mi cuchillo. Claro, siempre en la cabeza, porque es
la única manera de apagar ese motor mortal que los tiene caminando de un lugar
a otro, sin saber a dónde van, pero con el único propósito de alimentar su
hambre asesina. Corro, ahora si corro hasta la puerta que dejé entre abierta.
La cierro con cuidado para no hacer ningún tipo de ruido. Apago cualquier tipo
de luz y subo a velocidad hasta el cuarto piso donde he tenido a bien
sobrevivir todo este tiempo. Llego a la puerta que habilita mi resguardo y la
abro en un segundo porque tengo la llave lista. Apago las luces. Me ubico en la
ventana nuevamente y veo que la tranquilidad todavía no se ha interrumpido.
Camino hasta mi habitación con la confianza de que lo peor ha pasado. Entro en
mi cuarto, siempre a oscuras. Cierro la puerta con seguro y tras ponerme el
pijama y acurrucarme entre las sábanas, llego a la conclusión de lo peligroso
que es sacar la basura ahora, de lo complicado que se ha puesto sacar la basura
los lunes ahora, y de lo jodido que me pongo después de ver con afán religioso,
la serie de los caminantes los lunes por la noche.