Como kamikazes golpean una y otra vez las gotas
suicidas mi ventana, de rato en vez con furia denodada. El sol ha perdido
protagonismo y se solapa tras nubes negras que han invadido el cielo de la
ciudad. La tarde invita a refugiarnos en el calor hogareño de nuestras sábanas
ya no tan blancas, y un café caliente sin ningún percance nos puede acompañar.
Afuera todo está mojado, todo está gris y me gusta un poco. Recuerdo claramente
mis primeros años en el departamento, desde el cuarto piso, observando todo sin
moverme. Una estatua desde la ventana mirando llover sobre mojado, las calles
hechas riachuelos y la gente apresurada buscando refugio. El frio también ha
ganado terreno en este verano raro al que está acostumbrada esta ciudad
orgullosa. Puedo dormir todo el día sin distinguir la mañana de la noche. Si es que el clima influye
verdaderamente en el ánimo de las personas, este tiempo lúgubre me invita a
recaer en sanas viejas costumbres apegadas a las letras, a esa melancolía
necesaria para ver la vida de otra manera, para revisar lo pendiente, para
deprimirse un poco, para escribir. Afuera en el ambiente todo es gris, las
nubes llegan cargadas de amenazas de aluvión. Pero no hay mal que por bien no
venga. La naturaleza es sabia y toda esta ola de frio y lluvia pone el cielo
gris pero al llano, por donde nos olvidamos que transitamos diariamente, las
cosas mejoran, las plantas se empachan de energía y el verdor de los paisajes
gana fuerza. Las represas de la ciudad se abastecen para los meses venideros.
Mientras todo actúa de manera natural allá afuera, yo abrazo mi almohada,
viendo todas las películas que encuentro. De rato en rato le pregunto a Dios
qué pasa si no salgo de mi cuarto, si no voy a trabajar, si cumplo mi sueño
ermitaño de guardarme en mis aposentos y vivir de mis propias costumbres. Le
pido a Dios una razón que justifique mi asistencia al trabajo. Entonces, el
viento sutilmente golpea mi ventana, traslada las nubes grises sobre mi casa.
Un susurro lejano pero claro me responde: ¡porque eres pobre animal! Entonces
me siento privilegiado de mi ausentismo de la sociedad, porque veo las cosas
más claras, porque a este paso podré rozar la sabiduría negada en un par de
semanas. La lluvia me invita a salir a caminar, como a mi me gusta. Bien
abrigado, con un saco que me dé ese aire de escritor extraviado. Con una
chalina que abrace mi cuello dándome aires de conocedor del mundo. Con aquellos
lentes de descanso que nunca utilizo, ni cuando estoy cansado. Con un cigarro
que seguro me mareará. Salgo con ganas de caminar sin rumbo, de mojarme un
poco. Pero es imposible, las calles son ríos. Puedo morir ahogado en el intento
y todo pasa por mi cabeza mientras me ubico frente a mi ventana, donde el
tiempo no existe, donde me he perdido tantas veces. Desde donde mentalmente
escribo todas estas palabras extraviadas. Todo transcurre mientras allá afuera,
sigue lloviendo sobre mojado, como canta el buen Fito.