Tengo que admitir que he robado
mil veces una sonrisa y me he sentido dichoso por el hurto aquel. Tengo que
confesar que tengo cierta facilidad para dibujar en rostros ajenos algo
parecido a un gesto de felicidad. Tengo un humor coqueto que ha sabido
encontrar un público discreto pero fiel. Me gusta ver a la gente sonreír y más
cuando soy yo quien provoca esas sonrisas. La astucia que tengo para decir estupideces o
para rendirme a hacer el ridículo ha contribuido enormemente a este oficio noble
de recolectar sonrisas. Ha sido tan natural el proceso de convertirme en un
payaso social que a veces, cuando intento forzar aquel esbozo alegre, tiendo a
defraudarme, a caer en un engaño atroz que me regresa a la posición de bufón
sin gracia. El tiempo ha ido opacando la virtud de ser gracioso, ha vuelto a
este payaso amable en un tipo de sonrisa mustia y de hábitos longevos que poco
a poco lo condenan a estar parado frente a un teatro vacío. No sé en qué
momento me creí la idea de ser un tipo bonachón y cándido frente a un público
cada vez más exigente. Lo cierto es que durante ese trayecto decadente, he
engañado a otras personas que a veces esperan el espectáculo de siempre, a este
payaso que no conoce otra mueca que no sea la de la pena. Alguna vez me definí
como: “el hombre más feliz del mundo” sin imaginar la distancia enorme con
respecto de la realidad. Para que el resto me conozca, primero tengo que
conocerme yo, descifrarme y entender que a pesar de tener ligeros destellos,
soy la sombra que camina en la luz. Duele entender que uno no es quién cree ser
y duele más defraudar a los que creyeron que también era así. No todo el
público al que me debo genera en mí esa satisfacción necesaria para despertar
con ganas de contagiar alegría, pero existe sí, un puñado de personas a las que
siempre me gustaría ver mostrando el arco invertido en sus labios, luciendo una
sonrisa enorme que se contagie. Cuando veo que ese grupo mágico ya no desea los
servicios de este pobre payaso, pienso en la jubilación; pero cuando soy yo
quien provoca algún tipo de desconcierto e induce a algún tipo de malestar,
pienso en exilio. Los seres humanos, todos; hemos venido con un propósito a la
tierra, con la misión de ser felices. Yo complico esa teoría y la reduzco sólo a una posibilidad. He adoptado la torpe
manía de volverme chato en momentos de regocijo, en ser parco cuando esperan un
comentario alentador. Soy un espectador envidioso de los que saben contagiar
alegría y ya ni intento iniciarme en aquella travesía. He comprado todos los
boletos para viajar solo en un tren que
aparentemente no me llevará muy lejos, pero me llevará sin retrasos ni
pasajeros que cambien el rumbo. No soy compañero de viaje, contador de
historias, payaso con gracia, escritor de cuentos. No soy imán de alegrías,
ladrón de sonrisas, maestro de gracias, ni mago de fantasía. Estoy dejando el
albergue solitario para construir un asilo que acompañe los años que vendrán
antes de encontrarme más cansado de lo que ya estoy. Todavía me quedan algunas
presentaciones antes de que el circo de la vida quiebre. Todavía puedo reciclar
algunos chistes chapuceros y sacar algunos conejos del sombrero para deleite de
un público incauto que a veces sabiendo, se deja timar por este payaso triste.
Mi estado natural siempre fue el de la melancolía y la tristeza tonta. Siempre
he regresado cabizbajo a mi colchón a buscar consuelo, siempre he contribuido a
la vorágine desatada en mi cabeza que imagina que todas mis conclusiones son
escuchadas por las víctimas de mi descontento, creando conversaciones imaginarias
que me convencen de que todo al final estará bien. Debo de cumplir con
gallardía estas últimas funciones, debo salir
a la platea de un teatro en ruinas a domar a un público exigente que siempre
quiere más e intentar satisfacerlos. Debo concederme algunos desatinos más para
deleite de los que tienen la sonrisa fácil y sobre todos de aquellos que saben
hacer escarnio de mis derrotas, que por lo menos, los llevan a un retozo
sincero. ¡Oiga caballero! ¡Todavía quedan funciones! No se pierdan lo último
que he guardado, que siendo sincero es lo mismo de antes, sólo que al revés. El
payaso triste al final de su función, ya detrás de las cortinas, y con la luz
apagada, muestra la única mueca que conoce; es que aunque lave, no borrará. Eso
es todo…
Testimonios de un tipo que no recuerda nada y lucha por no olvidarlo todo. Rastros de un camino recorrido, historias mal contadas. Prueba irrefutable de que viví.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
miércoles, 5 de diciembre de 2012
No quería matarte
Sólo se hace un moño chapucero en el cabello y está lista para ajusticiar a aquellos que trasgreden los límites que ella ha establecido. Me ha dejado bien en claro que ella no mata por diversión, ella mata porque es inevitable y a veces hasta lamenta tener que hacerlo. No sé cuantas víctimas lleva en su haber, sólo sé que no miente y que obedece a una orden casi divina. Tiene una pequeña libreta negra donde deja entrever una escueta lista de futuros difuntos a los cuales no puede brindarles la dicha de la vida por muchos días más. No me permite husmear entre aquellos que enfriaran pronto, sólo me concede el gusto de enterarme de algunos pocos que incluso conozco. La primera en su lista es la Pequeña, mi compañera de departamento. La sicaria me explica que tendrá que matarla porque no sabe saludar. – Más de una vez me ha dejado con el “hola” pendiente de respuesta. Eso no se hace. – me explica. La matará porque no sabe saludar y encima porque se permite posturas que no le corresponden. Desde que la sicaria visita mi morada, tengo que admitir que no ha recibido el trato cordial que se merece, por lo tanto, y cumpliendo su destino asesino, procederá a aniquilar a mi compañera de departamento. Procurará que su final se rápido he indoloro. Ella no goza viendo a sus víctimas sufrir, le basta con saber que no volverá a verlas. Entonces, sutilmente incurrirá de puntillas en la habitación de su presa (la cual duerme todo el día), se cerciorará de que siga dormitando, tomará con delicadeza la almohada (instrumento que ha escogido para no desmerecer a su presa) y la asfixiará con denuedo. Lo hará con mucho cuidado y delicadeza, no quiere fracturar su cuello y dejar huellas. Es más fácil de lo que piensa, casi juraría que su víctima seguía durmiendo mientras procedía a quitarle la vida. No obtuvo ningún tipo de respuesta a su crimen. No hubo resistencia. Mira a su víctima ya convertida en cadáver y nota una leve sonrisa. – Maté a la desgraciada mientras soñaba algo bonito – se dirá a si misma antes de partir del lugar dejando todo intacto. Antes de descubrir el cuerpo de la Pequeña pasarán un par de semanas. Todos los que vivimos con ella pensaremos que sigue durmiendo y si no necesitáramos cobrarle el alquiler, no advertiríamos de su deceso. La número dos en su relación es amiga de la primera víctima. Nunca olvidará cuando entró a mi sala, y sin que sea advertida escuchó el comentario lapidario que hoy la lleva a cumplir su misión: - Leonardo, por fin llegaste. No habrás venido con esa… hola…” Enterándose de la peor de las maneras de la enemistad que ejercía sobre ella. No dudó ni tuvo que esperar otra señal, la muerte de Penélope era cosa de días. Para asociar la amistad de sus dos víctimas, escogerá el funeral de la Pequeña para dar muerte a Penélope. La arrojará en una de las cavidades del cementerio (cavidad que sospechosamente se encontrará disponible) Cuando ella pase desconsolada por la muerte de su amiga íntima, recibirá un ligero empujón, el cual la conducirá a su última morada. Casi ni gritará al momento de la caída, sólo levantará la mirada y antes de castigar la falta con algún otro comentario desatinado, recibirá la descarga de kilos de tierra que sepultarán cualquier acotación extra. – Cállate perro – musitará la asesina mientras se sacuda de una responsabilidad pendiente. Quién encontraría una víctima en el camposanto, donde reinan los que no viven. Jamás encontrarán el cuerpo de Penélope. Jamás le llevarán flores. – Si no te gusta saludarme, no te daré oportunidad de que te despidas de nadie – comenta la asesina mientras ensaya una sonrisa. Está a punto de contarme como mandará a mejor vida a su tercera víctima, una chica que procura hacerse de una fama de puritana, de señorita de implacables costumbres. En sus ojos veo un brillo especial, como si esta labor en especial le causara un placer superior a los otros dos encargos pendientes. Ella es una profesional en el arte del asesinato, pero podría jurar que en esta tarea hay una mezcla de placer. Mi mirada se fija tratando de escudriñar sus gestos, esto hasta que advierte de mis aspavientos y regresa a su estado más sereno. Sabe que ha hablado de más y entiende que su misión ha tomado un nuevo curso. No podrá llevar su misión a cabo si me entrometo en su camino. No quiere correr riesgos. Me mira esbozando una sonrisa y saca su pequeña libreta. Anota algo. Me dice que tiene hambre y que lamenta no proseguir con sus relatos salpicados de muerte. Me arroja una mirada que me desbarata todo, no sólo es de cuidado, es también preciosa. - Tu mirada me mata – le digo intentando encontrar algún tipo de respuesta. – Lo sé – me responde antes de aceptar una par de shots de tequila.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Este sábado tengo una cita
Uno visita al doctor por resignación y entendiendo que no recibirá buenas noticias. Generalmente recurro al dormir, todo se me pasa durmiendo. O simplemente aplico una fuerte dosis de indiferencia y al olvidarme del dolor que me aqueja, este pasa o desaparece. Pero en esta ocasión aquellos remedios espirituales no hicieron efecto en este cuerpito dejado a menos y me llevaron a la obligación inevitable de asistir al doctor si es que acaso quiero postergar mi duelo con la muerte, aquel que sabemos, nunca ganaré. Saqué una cita con el dermatólogo para tratar una pequeña protuberancia alojada en la parte derecha de mi cuello, protuberancia que siendo ya menor es más considerable que cualquier otra protuberancia en mi cuerpo. Visité la única clínica que mis enfermedades conocen, donde tengo ya una historia clínica de cuidado, con varios análisis de por medio, cuyos resultado nunca recogí. Una buena cantidad de medicamentos recetados los cuales preferí no consumir. Todo era muy fácil, sólo tenía que dormir. La consulta la auspició VISA (quizá por eso siempre voy a esta clínica, porque aceptan todas las tarjetas) y procedieron a invitarme a medir mi presión y revisar mi peso. Arrastré mi cuerpo hasta aquel pequeño cuarto donde me preguntaron si había tenido fiebre. Respondí seguro de que Sí. Siempre me recomendaron hacerte en lo posible la víctima en los nosocomios para que te atiendan con mayor premura, y esa solicitud es una de mis especialidades. – Pobrecito - me dijo la enfermera. –Sube a la balanza – me pidió. Mis austeros 65kg me deprimieron, incluso antes de que la enfermera volviera a decir: Pobrecito. Esta vez me derivaron al consultorio número ocho donde me indicaron tenía que esperar. No mintieron, esperé un muy buen rato. Luego de una vida sentado esperando la muerte escuché mi nombre. Levanté la mirada y advertí un ser vestido de blanco invitándome a seguir la luz. - Es un ángel que me invita al cielo – llegué a pensar antes de reaccionar y entender de que no tengo ningún boleto al cielo en caso de morir. Era el doctor: de tez morena, de contextura gruesa y de cabello cano. Por la descripción antes mencionada entenderán porqué la tentativa a pedirle un autógrafo o tomarme una foto con él debido al parecido con el doble de “El Zambo Cavero”. - ¿En qué te puedo ayudar? – me preguntó por rutina. Quise pedirle dinero prestado pero me faltó valor. Hice de su conocimiento la presencia de mi protuberancia. Se acercó, la observó con curiosidad y empezó el toqueteo. Luego de hurgar en mi cuello sacó raudo un cuadernito y me enseño la foto de algo denominado “quiste epidermo”. La foto era en extremo desagradable y mi reacción casi fue el llanto. Le comenté que hace más de un año algo parecido se alojó en mi pecho. - También acudí al dermatólogo – le mencioné. Era un viejito con un ojo entrecerrado y aliento a ron, quien no observó mucho antes de limpiar una jeringa que encontró por ahí con un líquido sospechoso el cual lo acercó a su boca y le metió un sorbo. Luego me miró confiado de lo que hacía, me despojó de mi camisa y clavó aquella aguja como si fuera una estaca y yo un vampiro. Retiró de mi pecho aquel quiste con una facilidad inaudita, casi sin usar la jeringa. Lo que no resultó sencillo fue controlar la sangre que brotaba. Con temor a morir le consulté sobre un granito en mi labio, el cual miró con desdén y me sugirió inscribirme en clases de música. Así terminó la consulta, con dudas y un dolor inexplicable en el pecho. El doctor con parecido al doble del “Zambo Cavero” interrumpió mi relato con una leve sonrisa. Me dijo que necesitaba de una pequeña intervención, que las mismas las realizaba los sábados para lo cual me reservó una nueva cita. Prometió despojarme del granito en mi labio así como también de dos lunares Me derivó a pagar unos medicamentos que en cuestión eran en verdad simples. Pero al observar en farmacia la aguja tamaño familiar y el bisturí asesino, los fantasmas de mis muertes aún pendientes me visitaron todos con prontitud. Sentí el estupor de saberme muerto una vez más. Al parecer aquella intervención a realizarse el sábado puede postergar mis sueños mediocres para otra vida si es que me la merezco. Este sábado puede ser el último en que intente levantarme con el pie derecho (y seguro que lo tomaré en cuenta). Es preciso entonces a hacer mención de algunas aclaraciones si es que se me pretende dar algún tipo de descanso eterno. Primero: Que este no sea interrumpido, mucho menos a horas tempranas. Segundo: Lloren mucho; como nunca lo hicieron en su vida. Prometan ante mis restos que nunca más llorarán así y cumplan. Tercero: Ningún ridículo de negro, todos de blanco. Cuarto: En la previa escuchen canciones de Gianmarco, y antes de arrojar mis restos, cántense las más conocidas de Fito Paez. Quinto: No pretendan enterrarme, me incineran si o si. Las miserias que deje como cenizas por favor arrójenlas al Lago Titicaca por el lado Boliviano. Es el lugar que he escogido para descansar hasta nuevo aviso. Y por último y no menos importante, recuérdenme. Esta última petición no está sujeta a ningún acto recíproco. Lo único que heredo son deudas, quién quiera ser beneficiario, con mucho gusto. A todos no los quiero, a los que sí, lo saben. Fue un gusto. Este sábado, tengo una cita con la muerte.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Los fantasmas en tu cabeza
Es obvio. Has recorrido durante buen tiempo bajo la sombra de una costumbre deliciosa. Has oxidado esa fibra sentimental que ahora te duele ejercitar como otros músculos luego de visitar el gimnasio después de buen tiempo. Piensas mucho, como hace buen rato no pensabas, y lo peor de todo, es que piensas hasta por gusto. Nunca imaginaste visitar esos labios, en cerrar los ojos para regalar algo más que un beso. Qué complicada parece la situación cuando no estás a su lado, porque cuando sientes su presencia todo parece más fácil. Es evidente que nadie planea las cosas, porque de haberlo sabido probablemente no hubieran sido amigos casi cuatro años; te hubieras dedicado a departir esos besos deliciosos que todavía provocan sorpresa cuando abres los ojos. Yo sé que es complicado. Romper la rutina te sumerge en miedos de los cuales antes no tenías que ocuparte y ahora con un gusto extraño, tienes que combatir. Quisieras saber qué pasa por su cabeza, cuales son las dudas que atormentan ese corazón entreverado que algún día conoció el amor y que ahora sufre los traumas de ese encuentro. Comparar no es malo si no lo haces con frecuencia ni con maldad. A veces no quisieras más recuerdos que aquellos ocurridos hace días atrás, pero lamentablemente las secuelas de esos malos momentos te obligan a retroceder inconscientemente en el pasado, transitando pasadizos oscuros que te llevan a puertas que tal vez no estaban cerradas. Todos en algún momento hemos fracasado en el intento de complementar a alguien. Tú lo sabes, eres un claro ejemplo de eso, por eso tantos miedos, tantos fantasmas acumulados en tu mente haciendo cola para pronunciarse y asustarte cuando te encuentren bajo distracción. No te culpo, es normal que tengas el temor de dar un paso luego de tantos días de quietud. Sabes mejor que nadie que lo que sientes es maravilloso, que pensaste no volver a sentirlo con esa pureza de tus quince años, donde todo parecía más fácil. Sabes que te emociona la idea de que este proyecto sentimental funcione, porque aquellos intrusos que han sido testigos de alguna mirada fugaz y comprometedora han tenido la certeza de apostar por una victoria. La gente es optimista con lo suyo. En poco tiempo te has involucrado más de lo que pensaste y aparentemente no te arrepientes, de hecho quisieras que no hubiera tantas barreras, tantas excusas para separase con cierto alivio y con una seguridad de que estás haciendo lo correcto al llevar las cosas con calma y tener la sensación de que no diste aquel beso que se quedó en el bolsillo de tu pantalón. La situación no ayuda. Sabes que no es correcto pasearse de la mano luego de una historia reciente, y que por eso tratas de compensar esa ausencia en los momentos que les compete solo a los dos. Te pones en el lugar del otro y te sientes tan culpable de no poder ayudar y tan sentimental cuando sientes que se acerca que escapa todo de tus manos, de lo planeado. Parecen enamorados pero no son. La gente cree que sí, pero no. Los allegados auguran lo mejor y tienen una seguridad de que será así que a veces tú no la tienes. Sabes que hay cariño, se siente. Pero también hay impaciencia, nervios, miedos, perturbaciones propias de lo nuevo, de lo que no se conoce, de lo que escapa un poco a lo planeado. Te gustaría afirmar que aquella mitad que te mira de frente a los ojos, es la mitad que estás buscando. El tiempo se encargará de poner todo en su lugar. Si bien te has preocupado por hacer bien las cosas, no debes descuidarte; sería lamentable que todo acabe tal como comenzó. Tenía que escribirte, tenía que hacerte saber que el presente es hoy y si acumulas muchas cosas para mañana puede ser que las olvides o que simplemente ya no te sirvan más. Tenía que animarte a que lo hagas, sabes que vale la pena. Tenía que visitarte con los fantasmas del pasado, aquellos que te hacen recordar que la suerte no es para todos y que tú has tenido el privilegio de una oportunidad más. Ella vale la pena, lo sé. Leonardo, si sabes que todo lo bueno cuesta, esto debe ser genial. Esta carta te la escribo porque a veces es necesario salir del papel protagónico y mirar las cosas desde fuera. Siempre estuve loco, pero ella es quietud, calma; siempre con la dosis exacta. Que tenga lo que tenga que pasar, tú (Leonardo) haz tu parte. Suerte. Te quiere mucho, tu subconsciente.
martes, 2 de octubre de 2012
No todas son tristes
Tengo veintiséis años y nunca he ido a una despedida de solteros. La verdad de la situación nunca me llamó la atención, no es de mi deleite ese tipo de espectáculo puesto que jamás he visitado alguna casa donde las señoritas estén dispuestas a bailar desnudas y luego con un descuento cariñoso, proponerte visitar otro lugar. En verdad nunca lo he hecho, o por lo menos nunca con chicas que cobren. Esta vez me invitaron y también me sometieron al pago de una cuota que comprenda la visita de cuatro chicas (que al final fueron tres) y a la ración necesaria de comida y alcohol. Pagué sin saber cuánto cuesta ni lo que comprende. Pagué porque no quiero quedar como la niña que no quiere ver cosa de machos. Pagué porque pretendía estar presente en la tertulia de un amigo pronto a la desgracia y porque la curiosidad me mataba. Al final pagué y punto. Decidí ir en carro, manejé presuroso. La hora pactada había vencido y entendí que también había caducado mi oportunidad de ver a desinhibidas señoritas danzando al ritmo de corazones ajenos. Llegué pero ellas todavía no. No éramos muchos, pero éramos los justos. Empezaron a pasar cerveza para aligerar las cosas y entrar en sintonía con el momento. Aquellos señores de cabellos canos y de experiencia basta tomaban pisco. Se anunció la entrada de las señoritas más de una vez y nos quedamos con las ansias de una falsa alarma. Mientras tanto se desenvolvía una simpática charla en medio de la bebida. Llegaban algunos invitados más y se veía en su cara la felicidad de saberse todavía oportunos para el evento principal. De pronto entraron raudas con antifaces que cubrían no sólo sus identidades sino también su belleza. Eran tres (no cuatro como prometieron), y pasaron en jean como quien entra a una discoteca abarrotada. Raudo el novio cambió su camisa por un polo desmejorado para que lo rompan con confianza: - Estás mañosas les dices que no y peor, son unas mierdas - comentó mientras cambiaba de prenda para que no se la rasguen. Un buen amigo me daba indicaciones al enterarse con asombro que no había asistido nunca a una despedida de solteros y tampoco a una casa de puterío. – Si te bailan deja que se te acerquen, luego agarra carne con discreción. No toque mucho que se enojan y se quitan – me dijo canchero él mientras se acomodaba en una silla al lado mío. No pasó mucho desde ese comentario para que saliera la primera de las damas y muy autoritaria pidiera una canción de su Cd. Se molestaba un poco al demorar la pieza que había escogido. Una vez empezada la canción empezó el baile titubeando con respecto al paso a emplear. No demoró mucho en tomar confianza y tomó como a su presa al novio que espera sentando y ansioso ser devorado por el baile de aquella mujer. Empezó por la parte superior y lo despojó de aquel polo con final infeliz. Continuó con el pantalón, siempre con algo de problemas. El novio se aferraba a aquel bóxer negro que lo separaba de la desnudez como una madre a su hijo. Ella se acercó y le comentó algo, al parecer le pidió que se relaje y que colabore con el espectáculo. Él soltó su prenda interior convencido por la propuesta de aquella dama, quien no dudo en traicionar a su presa bajando hasta los tobillo aquella prenda que cubría sus genitales. Todos rieron por la traición. Algo empezó a vibrar en mi entrepierna, averigüé y era mi celular. Antes del ingreso de aquella niña mala advirtieron que estaba terminantemente prohibido el uso de aquel aparato para uso de grabado. Temeroso por malograr la fiesta y que se marcharan las chicas salí a contestar. La señorita que me gusta llamaba en el preciso momento en que la chica que no me gusta bailaba ya desnuda en su totalidad. Tengo que admitir que ese tipo de espectáculos no son de mi agrado, no me provoca ningún tipo de satisfacción ver a aquella chica guapa grabando una mala película triple equis. Por esas cosas que pasan la llamada se perdió y regresé al lugar de los hechos para ver como recreaban una escena porno. Ella desnuda moviéndose sugerentemente y él por detrás sacudiéndose al ritmo de aquella señorita epiléptica. Cual película porno, todo falso y montado para la excitación del público. La chica era guapa y de edad pronta, calculo veintidós años. Se levantó mostrando su desnudez, tomó las pequeñas prendas de las que se despojó y se encerró en el baño para cambiarse. Salió rauda y con el antifaz protector se despidió por obligación con un frio “chau chicos” y partió con el dinero en su bolsillo. La segunda nena salió con aires de dictadora y tomó al novio como un perro dominado por su amo. La llamada volvió a visitar mi celular y nuevamente me ausenté de la tertulia sin que el segundo acto haya comenzado. Era ella nuevamente, la señorita que extraño cuando estoy solo y a la que le escribo cartas como a los quince años. Su voz reposaba en tristeza, sabía que algo le había sucedido. Mientras tanto observaba como los zapatos del novio golpeaban la pared del patio en que me hallaba y posterior al sonido del golpe, observé la casaca de aquel otro amigo que me instruía en el arte de la vida putanesca y que se sentaba al lado mío volando por los aires, encontrando final en el techo del vecino. Aquella nena de cabellos castaños y de pechos blancos había sometido el lugar donde nadie se percataba de mi ausencia y si alguien lo hizo sospechó de mi hombría al encontrarme a fuera conversando por teléfono. Le pregunté si estaba bien y me contestó que lo había hecho, había dado fin a esa relación de doce años. Había cerrado una puerta infinita para él y había abierto una luz de esperanza para mí. La chica malcriada terminó su baile, repartió unas tarjetas que decían “chocolatería” con sus números y salió igual de rauda que la otra, casi sin despedirse. La tercera nunca apareció, nos quedamos con la duda si en verdad eran tres. Yo, pendiente del teléfono escuchaba a la única chica que me provoca ver. Aún triste, comentaba su valiente acto asegurando que era lo mejor. Sin saber como tranquilizarla la acompañé casi en silencio, era necesario que ella con sus lágrimas limpiara sola sus heridas. A pesar de aquella noticia alentadora para mis propósitos, no me sentí feliz. Entendí que decir adiós es difícil pero a veces necesario, y que no todas las despedidas son tristes.
jueves, 27 de septiembre de 2012
El amor de los amantes
Cuando él la conoció no le llamó la atención. Tuvieron que sentarse próximos en el trabajo para conocerse mejor. Ella le contaba de su enamorado, que era un chico bueno y que pronto se casarían. A él le bastó escucharla una tarde para darse cuenta de que mentía y que no era tan feliz como predicaba. Cuando hablan mucho no hay que creerles todo. Ella se desvivía por algo que evidentemente era falso. No se coquetearon mucho, no hubo saliditas comprometedoras que avisaran un romance impetuoso. De pronto en una reunión en casa se besaron, se tocaron, se rozaron sin mesura. La chica buena, de las buenas acciones ahora se entregaba como la mujer que siempre fue. Pasaron muchas lunas entre besos y abrazos para que se convencieran de que eran amantes y de que debían hacer honra a su condición. Él se encariñó mucho con ella. Ella lo veía como un chico travieso que sólo se prestaba para la travesura, nada más. Fueron arriesgados en encontrarse en sitios donde no era necesario hacer gala de su locura. Tuvieron durante un par de meses la fiebre del placer y se volvieron locos; claro, todo esto sin que su enamorado se entere de nada. Ella se quejaba mucho de él, que era un hombre no tan caballeroso y que incluso se había sobrepasado de tosco con ella. No hubo conversaciones que no terminaran en sudor. Él la llegó a querer mucho, y cuando ella se animó a corresponder, él ya no estaba. Ella sigue con su enamorado de toda la vida, tienen los mismos problemas pero más experiencia para sobrellevarlos. Él no quiere molestarla, sabe respetar la situación a pesar de todo; sólo espera que suene su teléfono y que ella enojadísima le diga que su enamorado es un animal.
Es su amiga, siempre lo fue. Jamás se imaginaría que entre él y ella podría pasar algo, pero pasó. Ella tiene un enamorado que la ha acompañado para bien o para mal casi diez años. No se imagina con otra persona que no sea él; ha vivido todo lo que se puede vivir en una relación y también ha probado de lo malo. Él siempre creyó que era una chica encantadora, de esas con las que se puede llegar a estar. Sólo pasó, no saben cómo ni porqué. Ella a pesar de las mil razones que tiene para abandonar al chico con el que está no se atreve ni se atreverá. Él espera que se llene de valor y que se anime a encontrar algo que en verdad merezca, mientras tanto le escribe cartas como un enamorado prófugo, cosa que nunca hizo. Todo en lo que piensa él está relacionado con ella y siente pena de las cosas que no le corresponden. Nunca le pasó algo así. Ya no podrá ser el mismo amigo que siempre fue, no le interesa ser su amante. Él no desea que se vaya como vino, y que su historia termine en adiós. Aparentemente todo es posible, menos ella.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Contra
Hay demonios en mi corazón que han sabido adaptarse. Hay demonios en mi cabeza que a veces me hablan y me hacen compañía. Hay demonios fuera de mi terreno que intentan con su mala vibra desbaratar lo poco de bueno que me queda. He vivido de mi buena suerte toda mi vida, y he sido feliz así. Las cosas que a uno supuestamente lo hacen feliz me han ido visitando de a pocos y me han enseñado a fuego lento lecciones que me han hecho un tipo menos desdichado. He aprovechado las oportunidades que se me han presentado quizá y sin merecerlas. No soy un tipo ganador, soy un tipo con suerte y nada más. Lamentablemente la suerte no se compra ni se merece, por eso a algunos desventurados que no tienen la posibilidad de luchar por lo que quieren o simplemente no tienen la suerte que se necesita para obtener lo que desean se limitan a intentar que todos estén en su condición de miserables. He cambiado mucho, esto de ser adulto ha perjudicado al hombre bonachón que sabía ser y le han dado a mis años un toque de pesadez y mal humor. No soy el niño que veía al mundo como un patio grande donde conseguirás amigos para jugar, sino que prefiero encerrarme en mis territorios y sigiloso esperar la visita de algún enemigo anónimo que intente agredir. Yo no intento agredir a nadie, lo más probable es que salga perdiendo. Lo único que intento hacer es no joder para que ningún impertinente me joda a mí. Siempre he sido un hombre sano, nunca he visitado hospitales con frecuencia ni asistido a terceros para que me inyecten optimismo o algún líquido espeso y sospechoso. Siempre he sido un tipo alegre, no he necesitado de ningún elemento que alegre mis días. Siempre he sido un tipo hábil, esto simplemente porque aprendí a valorar las cosas que me hacen sentir mejor. Agradezco infinitamente el hecho de ser rodeado con gente buena que alimenta mis ganas de hacer bien las cosas dentro de mis posibilidades y me toman de la mano para no caer en ese pozo oscuro y profundo que a veces me pongo a soslayar. Si bien ya no soy el tipo cándido de hace un par de años atrás, todavía intento ser una buena persona. He venido a menos con el paso de los años, y ahora me asalta el temor de terminar en ruinas. Tengo unos mareos sospechosos que los doctores no han sabido resolver porque no los he consultado. Un desgano tal que me da flojera desganarme. Siento que esa habilidad para resolver las cosas se ha perdido y me he vuelto un tipo mediocre y ausente de la realidad. Ando divagando en cosas que no recuerdo pero que me llevan lejos, tan lejos que me pierdo de lo que pasa por aquí. Mi memoria está en peligro de extinción porque no recuerdo haber estado tan distraído jamás. No recuerdo cosas básicas. Esto puede parecer chiste pero a mi jefa no le gusta nada cuando me olvido de las cosas. Es probable que pierda todo lo que he conseguido a base de buena suerte en un par de meses porque la suerte también se acaba. Sueño hace varias lunas que estoy en medio de un maremoto o desastre relacionado con el mar. Son varias las olas que intentan atraparme, noche tras noche, sin mayor éxito. No recuerdo que alguna de esas olas virulentas me haya envuelto en su andar, pero si recuerdo haber escapado temeroso de ellas. Siento un olor a cigarro que no es el que está impregnado en mis dedos o en mi ropa. La sensación de que alguien me sigue o la visita inesperada por la noche de una persona que me ve dormir y se acerca al oído abriendo su boca, dejándome sentir su aliento cerca a mi mejilla. He tenido sueños que me han advertido sobre algún mal momento, incluso a veces viendo a los personajes. Desde pequeño, el ángel que me mandó Dios para cuidarme, me formó en las buenas artes de la fe. He sido renuente una infinidad de veces, pero nunca he dejado de creer aunque haya sido a mi manera. Sí existe el daño y la maldad, pero si existe eso, también existe la protección y el bien. No sé si me merezco las cosas que yo he logrado ni tampoco si me durarán. No es mi culpa que me haya acostumbrado a reír de vez en cuando y a burlarme de las cosas porque no gano nada tomándolas muy en serio. Yo no escogí a la gente que me rodea, alguien las puso en mi camino para algo y he intento aprovechar su compañía al máximo y aprender lo que tenga que aprender. Hay días en que todo sale muy mal, en los cuales desde que me despierto suelo romper algo o recibir una mala noticia. A veces estos días se prolongan y pueden convertirse en semanas. Hay veces en que me cuesta un poquito más sonreír o simplemente no hay escusas. La sabiduría infinita de mamá dice que todo eso es simplemente “FALTA DE DIOS”; ahora sé a lo que se refiere.
lunes, 27 de agosto de 2012
Soy quién sabe
miércoles, 1 de agosto de 2012
Pekeña
lunes, 16 de julio de 2012
Escribir de amor
El amor no es una verdad absoluta, lo sé muy bien. Escribir de amor es ser muy crudo e indicar que nos lleva a un estado de inconsciencia, a un lugar donde la razón se oculta como el sol, a asegurar que nos transforma en los idiotas más felices del mundo. Escribir de amor es ser muy cursi, es pensar que no necesitamos nada más, que por un beso daríamos la vida, que esa vida la podríamos dedicar a escribir cartas plasmadas de ilusiones, es caminar eternamente de la mano de un o una desconocida que ahora es indispensable y por demás irremplazable. Escribir del amor es meterse en un laberinto, es pelearse con uno mismo y también con los demás. Escribir de amor aportará más detractores que coincidencias. Hablar del amor es casi tan jodido como estar enamorado. ¿Alguna vez te enamoraste? Piensa bien antes de responderte, que el recuerdo es un mal asesor en cosas del corazón. He tenido pocas enamoradas, y no dudo de que a todas las haya querido; pero asalta a mi cabeza si he tenido esa afortunada mala idea de haberlas amado. Me encantaría asegurar que si, puesto que pienso que moriré pronto y no creo que conozca el amor en el tiempo que me queda. Uno cree estar enamorado cada vez que mantiene el valor de soportar una relación más de seis meses. Cuando se termina, el mundo también parece acabarse, todo se viene abajo y pocas personas tienen un plan medianamente inteligente para poder conllevar lo venidero. Cuando empiezas una nueva relación, que incluso no dista mucho de esa última que te llevó a pensar en el suicidio, crees desestimar los sentimientos pasados y ahora convencerte de los actuales; es decir, uno cree estar enamorado de la última relación y las de ayer sólo fueron producto de la ilusión, de lo que pasó. Entonces, si hablamos de que nos enamoramos de la última relación tenemos que aceptar que no pudimos mantener unas cuantas otras y nos arriesgamos a creer estar enamorados unas cuantas veces más. Si, muchos pensamos que no hemos nacido para eso, y como ya hemos arruinado más de una vez aquello que aparentemente condicionará tu felicidad a futuro, caemos en la desafortunada idea de no volver a intentarlo, claro, esto hasta que nos volvamos a distraer. El amor es algo tremendamente jodido, más jodido que la deuda externa o que el calentamiento global. Hay millones de personas en el mundo, miles te rodean, y es inaceptable que siquiera una de ellas te pueda satisfacer en el arte de los cariños, de los engreimientos, de hacer todo esto exclusividad tuya. La gente no muere de amor, muere de hambre, pero aceptémoslo, por amor podemos dejar de comer. Últimamente hay mucha gente que se casa, que adopta la idea de tener un hijo. Esa imagen de felicidad genera en los que creen ser desafortunados una confusión tal que les permite confundir amor con necesidad y cometer quizá errores irreparables que también los lleven a casarse y tener hijos. Sería genial tener un GPS que te permita ubicar entre tanto desconocido a esa persona que está llamada a complementarte, que pueda alegrar tu vida, que sepa entenderte y te obligue a entenderla. Sería genial esa idea pero qué aburrido. La gente busca amor habiendo algunas otras cosas más interesantes que hacer que produzcan menos traumas. La gente necesita amor, porque de alguna manera inexplicable, el mundo dejaría de girar. Cada vez que postergo el amor y doy por terminada una relación, llevo buen tiempo solo. Nunca lo hago por una cuestión de duelo o por terapia para entender los errores y no cometerlos nunca más. Llega un momento como este, donde intentas razonar y explicarte tú mismo qué es lo que necesitas, sin conocer en verdad qué es lo buscas. Buscamos el amor y corremos tras de él como el perro corre tras la rueda sin saber qué hacer si la alcanzamos. Puedo estar solo mucho tiempo, y repartir besos y compartir caricias y construir ilusiones; pero no puedo pretender que compartan mi situación y no intenten incluir sentimientos nobles que terminan arruinando todo, y cuando hablo de incluir, me incluyo. Afortunados los que no se equivocan y los que sepan del amor, yo sé poco. Afortunados los que están listos, los que tienen ese presentimiento celestial que advierte la presencia del enemigo y lo toman como rehén; yo no puedo. Afortunados los que tienen valor, valor para jugar sus cartas y apostar lo que no queremos perder, independencia. Hablando de amor, mi madre siempre me dijo que lo único que le pide a Dios es que me toque una mujer buena, aunque la coyuntura nos obligue a pedir que nos toque alguien, y en mi caso, si es mujer, mejor. Entonces ¿Qué es el amor? ¿Por qué lo buscamos? ¿Para qué nos sirve? El amor te hace renegar, preocuparte, entristecerte, a veces odiar; te hace reír, gozar, inspirarte, te hace feliz. El amor es una mezcla de tanta mierda que al final te hace vivir. El amor es un poco de tantas cosas en una sola, que nos vuelve adictos a ella. Quién transitó esto que llamamos vida y no conoció el amor, no vivió. Ahora, intentar retener a esa persona que viene a ser llamada tu otra mitad, es una chamba para la cual todavía no estoy capacitado. Y peor aún si no estás convencido de que sea esa la persona que has estado buscando. Tremendo dilema. Yo no la busco, la espero, sentado obvio.
miércoles, 4 de julio de 2012
La Ciudad del Recuerdo
miércoles, 20 de junio de 2012
Oído a la música
Sin Salsa no hay paraíso
Tenía un sombrero de ala corta, de medio lado. Bailaba raro, pero tenía un swing simpático. Aquel muchacho cantaba una salsa dura que entraba suavecito a los oídos de los presentes. Compré la entrada más cara para ese concierto de salsa. Se presentaba “El Gran Combo” del mundo entero (no sólo de Puerto Rico) junto a los “Adolescentes” (que no tienen nada de adolescentes), Vernis Hernández (de la cual me enamoré por ser tan deliciosamente encantadora) y “El Gran Maelo Ruiz” (y digo gran no sólo por su talento). Vernis, la cubana preciosa, salió a maravillar con su belleza, a enamorar con su dulzura, a asombrar con su voz. Aquella delicada señorita me recordó que mi debilidad por las mujeres bellas puede llevarme del infierno al cielo y viceversa en un solo instante. Maelo, el Gran Maelo; cantó mil canciones y amenazó con cantar otras mil cuando estaba a punto de desfallecer. Un gran tipo el gordo, muy simpático él, pero con una escasa noción del tiempo, cantó una vida entera. Los adolescentes salieron a matar, pero por poco mueren ellos; ya no están tan adolescentes. Salieron bien abrigados, se olvidaron de que en altura el aire escasea, e intentaron hacer pasos que ya no les sale con el mismo brío de hace diez años atrás. Hicieron un muy buen espectáculo, el cual casi les cuesta la vida. El Gran Combo hizo lo suyo: deslumbró. Cantó aquellas canciones que he escuchado desde que tengo uso de razón quizá y sin saber quién las cantaba. Ese montón de Señores de edad avanzada parecían un reloj suizo, el Barcelona español, “la universidad de la salsa”. Verlos tocar, escucharlos cantar. Esos señores dieron una cátedra de los que es música y siendo las cuatro de la mañana, y pudiendo morir de pulmonía, bailé su salsa deliciosa y canté con euforia sus canciones. Aquel mini festival de salsa, en medio de personas que pudieron haberme robado o matado con una facilidad asombrosa a la salida de aquel estadio, me hizo entender que “sin salsa no hay paraíso”, y que si hay paraíso, se escucha a “El Gran Combo”.
El problema no es que duela; el problema es que me gusta.
Si antes de morir tuviera que escoger unos cuantos cantantes a escuchar en un concierto para morir tranquilo, Arjona hubiera estado entre ellos. Desde el momento en que se presentó todo el mundo quedó boquiabierto y rendido a sus pies. Aquel tipo de presencia imponente, podía tirarse una flatulencia y lo aplaudían enamorados. Él jugó con nuestros sentimientos, nos explicó cada canción suya, nos obligó a gritar sus canciones y a llorar por lo menos con una de ellas. Arjona nos hizo pensar bien o en el enamorado (a), amante, o “ex”; pero en alguien pensamos o a alguien recordamos. Cantó un buen rato pero quedó corto. Todos aquellos masoquistas del amor querían seguir sufriendo, seguir sintiendo, quizá y hasta amando. Arjona fue una terapia para todos aquellos que saben entender lo que sienten y un trauma para aquellos que pensaron tener todo en orden, bajo control. Aquel gran show quedó pequeño porque se disfrutó tanto que pareció durar nada. Ahora no sólo escucho a Arjona con gusto, también lo escucho con una envidia insana por ser el tremendo artista que es. Y es que para hacer lo que ese Señor hace hay que tener un don especial. No tengo la menor duda, es el mejor concierto al que he ido.
Una canción de Amor
Llegué para escuchar a una mujer que amo porque amo y nada más. Eva Ayllón cantaba “De qué estoy hecha” y yo recién llegaba y me sentía más peruano que nunca. Aquella morena soberbia puede ser incluso hasta malcriada, pero la amo. No hay canción criolla que no suene mejor en la voz de Evita. Cantó un buen rato y de esta manera hizo un excelente preludio para lo que significa estar orgulloso del Perú, de su gente linda y sobre todo, de su talento. Eva Ayllón puede tener miles de detractores, pero nadie puede negar que su voz es casi un símbolo patrio. Evita se fue derramando lisura, y entró el pelado más querido de este país. Gian Marco tiene tantas canciones, y cada una de ellas arrastra tantos recuerdos. A pocos metros de aquel tipo con el que crecí, canté todas sus canciones con el corazón en la mano. Fueron dos horas increíbles al lado del artista más talentoso que ha visto nacer este país. Su voz hizo eco en todos los presentes. Su charango se hizo presente en nuestros oídos. Sus letras consolaron el frío instante antes de que él llegara. Nos a acompañado ya veinte años y esperemos que sean cien más. Gian Marco vino a traernos días nuevos, a resucitarnos si viene o se va, a cantarnos una canción de amor.
La música constituye una revelación más alta que cualquier filosofía. (Ludwig Van Beethoven)
martes, 12 de junio de 2012
Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad
Al parecer los mejores escritos no serán los mios. Un gusto poder publicar también tus memorias Mr. "D"
Todo sucedió una fría mañana de otoño, casi primavera. La conocí en el lugar menos esperado y me gustó. Tengo que aceptar que en verdad me atrajo mucho su manera de pensar, de sonreír y de mirar. Sin embargo supuse que todo seguiría igual sin ninguna alteración en mi vida, ella haría la suya y yo la mía. - Fue bonito haberla conocido - dije y se acabó.
A los pocos meses me pregunté qué había sido de esa chica que conocí en ese congreso y me propuse encontrarla. En ese tiempo no existía el Facebook así que era imposible por un medio así. Realicé unos contactos y por fin la ubiqué. Me acuerdo que en nuestra primera cita nos fuimos a comer pizza de piñas y un mozo iracundo hizo derramar gaseosa sobre nuestra mesa. Cómo olvidarlo.
Después frecuentamos bastante. Nos veíamos siempre que podíamos. Yo viajaba, pero lo que más me gustaba del viaje era el regreso, por que sabía que ella me esperaría. Por esos días me sentía contento, no existía nada ni nadie que me pudiera detener, estaba dispuesto a conquistarla poco a poco. Así que un día me puse las pilas, me armé de valor (que no es muy común) y supuse que esa noche de fiesta se lo diría, pero no pude; o si pude no se lo dije bien, creo que ella no me entendió o yo no a ella; pero bueno, pensé que habrían otras oportunidades así que no me preocupé y dormí tranquilo. Días después me enteré que ella estaba en una relación con un chico, me dolió al principio y también después, sin embargo eso no me importó y siempre estaba pendiente de ella. No la acosaba ni cosas por el estilo pero estaba atento a sus dudas, a alguna ayuda que necesitase para las tareas o que sé yo, estaba ahí para ella.
Pasaron un par de meses más, como antes, nos seguíamos viendo frecuentemente y me agradaba pasar el tiempo con ella. No sé, era distinta a las demás chicas que había conocido, tenia un plus especial. Y la empecé a querer.
Pasaron dos años y ya no éramos unos chiquillos. Yo la seguía queriendo, con la dosis en aumento, me llenaba de alegría poder hablar con ella, jugar con ella, ver películas a su lado. Era perfecto. Entré a la universidad y nos separamos mucho tiempo, casi ni hablábamos por que un tiempo atrás me rompió el corazón (otra vez), ella de nuevo estaba con un chico que ni conocía.
Eran tiempos difíciles para mí porque traté de buscarla en otras mujeres y no la pude encontrar. Empecé a hablarle de nuevo y como siempre ella tan diplomática también lo hizo, así que fuimos amigos una vez más. Pasaron dos años más y ella aún seguía perdidamente enamorada de otra persona, así y con todo eso en mi contra yo la quería, y anhelaba algún día poder disfrutar de ella, de su compañía como algo más que unos amigos.
Pasó otro año y ella se fue a vivir a otra ciudad, dejó a su enamorado y se fue. Tenía que estudiar y seguir su camino, yo me quedé. Pero aun seguía muy enamorado de esa mujer, la quería tanto que viajaba seguido a verla, y lo curioso es que cuando quedábamos para salir a comer o tomar algo cerraba mis ojos cuando ella se agachaba o buscaba en la carta del bar y pensaba que no quería que se acabe ese momento nunca. Le pedía a la vida que se detenga, pero tenía que abrirlos sino se daría cuenta. Así fue pasando el tiempo, yo yendo y a veces ella viniendo.
Pasaron otros dos años y estábamos mejor que nunca, ella me quería mucho y por primera vez pensé en aclarar la situación, es decir, contarle que estaba perdidamente enamorado de ella y que la seguiría queriendo pase lo que pase. No se lo dije otra vez y cada oportunidad que tenia de verla me parecía el momento perfecto hasta que mi lengua me jugaba una mala pasada y se trababa.
En los años que siguieron ella volvió a estar en una relación y yo como de costumbre esperando a que terminase para intentar decírselo otra vez, cosa que sabía no podría hacer. Pero eso me mantenía vivo, las ganas de querer verla, las ganas que tenía de agarrar su mano y desearle las buenas noches con un beso en su frente era lo que me volvía loco.
Pasó un año más, ella cortaba su relación pero un mes después regresaba con la misma persona, típico en esa edad. Sin embargo a mi nadie me quitaría el gusto por quererla con mucha fuerza. Amaba a esa mujer con las fuerzas de mi alma, no me importaba lo que hizo, solo la amaba. Era tan puro lo que sentía por ella.
Solíamos frecuentarnos ya no tanto como antes y así como el agua del río pasó.
Fue una tarde de abril, un abril muy frío por cierto, cuando recibí en mi buzón de correspondencia una invitación. Leí y quedé estupefacto: mi mejor amiga, mi confidente, mi amor platónico, mi todo, se casaba el mes siguiente y yo por supuesto estaba cordialmente invitado. Esa noche lloré como un niño: no comía y a penas dormía.
Era de esperarse, no fui al matrimonio. Decidí dejar de pensar en ella pero no pude. Así que hice un viaje para una especialización en el extranjero, me fui seis meses, siempre entraba a internet para poder ver como iba ella, pero sin ningún motivo ella cerro su cuenta de Facebook y no volví a saber nada. Tampoco quería, pasaron dos años más.
Cuando ya vivía en la misma ciudad que ella y me iba bien, la vi caminando de la mano de un pequeño. La saludé. Me preguntó cómo estaba y yo no sabía que responder. Me preguntó por qué no había ido a su matrimonio. No le respondí y atiné a decir: - Un gusto, que te vaya muy bien- Le di un beso en la mejilla y me fui con una tristeza inmensa, mi corazón estaba dolido.
Poco después una amiga suya me contó que había tenido dos pequeños hijos y era feliz. Por un momento creí que nada de lo que hice sirvió, ni los paseos bajo la lluvia, ni las salidas, ni las películas que vimos juntos. Pensé que no había valido la pena esforzarme tanto. Al final comprendí que debí decírselo cuando pude, debí contarle todo lo que tenía que decirle, todo lo que sentía. Nunca lo hice y ahora me arrepiento. Ahora estoy viejo, tengo una esposa y dos hijos, un trabajo y un perro llamado “Santino”, pero aún así en el fondo de mi corazón, muy en el fondo, la sigo amando con las mismas fuerzas que antes. Sólo espero que cuando muera, mi alma no la ame tanto como la amó mi cuerpo y mi corazón.
martes, 5 de junio de 2012
Un mundo mejor
“Nadie muere virgen. A todos nos coge la vida.” Y es verdad, nadie debe de morir virgen. Nadie debe de privarse de vivir ni de gozar de sus placeres. El mundo sería diferente si la gente se animara a tirar un par de veces por semana, si se atreviera a proponerle a la otra mitad un momento de sano esparcimiento y de complicidad plena. Esto debería de acompañarse de una ligera forma de ver las cosas, no entrar en compromisos morales que no nos llevan a ningún lado ni en cucufaterías atorrantes que mitiguen nuestras ganas de compartir un buen momento con una persona medianamente especial pero si súper epicúrea. No debería ser tan largo el protocolo de invitar a la otra persona a una ceremonia carnal que siempre, y eso que quede en claro, está expuesta a un sentimiento mayor. La gente debería de tirar sin tanto prejuicio y con mayor frecuencia para que ande más relajado. Debería tener encuentros amorosos o no con una frecuencia más amigable que permita a esos enfermos curarse. Todos deberíamos tener un par de amigo escogidos para poder compartir algo más que una charla amena sin estar sujetos a celos o pertenencias existenciales que nos complican la vida. Todos deberíamos enredarnos entre las sábanas de vez en cuando y generar así vínculos de confianza. EL congreso debería promulgar una ley que nos obligue a mantener contacto clandestino y de trinchera. Eso no sólo mitigaría el estrés, la fatiga y el malestar emocional sino que también ayudaría a promover el deporte y a bajar la tasa de sobrepeso que está creciendo de manera preocupante. Aumentaría el negocio de los hoteles creando nuevos puestos de trabajo. La venta de preservativos generando un incremento de ingresos en farmacias y también ayudaría a crear mayor conciencia respecto al tema. Ayudaría al desenvolvimiento de personas cohibidas debido a la interacción que este ejercicio provoca. Tendríamos más amigos en el facebook y sobre todo, le quitaría esa máscara tonta que tiene el sexo como problema social entre los que no saben manejarlo. Yo no sé que hace el Papa hablando de sexo cuando de eso no sabe nada. No sé porque los papás tienen tanto miedo a esto si ellos se cansaron de practicarlo. No sé porque se prohíbe tanto si nos acompaña desde el principio de la humanidad y además, lo prohibido siempre tienta más. Si dejáramos de ser tan cuadrados mentalmente el mundo sería más redondo y podríamos eliminar barreras más complejas que los límites entre países. Si practicáramos esta idea sencilla para vivir la vida, seríamos un poco más libres, un poco más humanos y menos violentos y agresivos. El amor no se hace, se siente; pero no hay mejor forma de expresarlo que envolviendo todo en carne y pellejo. Soy un Cupido moderno, un romántico práctico. No quiero ser sustantivo, quiero ser verbo. No quiero mantener esta idea muerta, no quiero ser un profesional sin ejercer. La gente tiene complejos más grandes que su propio ego. Tiene prejuicios insanos que hace que confunda las cosas, problemas mentales que enredan las cosas y los hace perder el respeto al cómplice afectuoso que pasa de ser compañero de tertulias a víctima de nuestros problemas. Nuestra mente aún está chata para cosas así. No podríamos manejar situaciones donde nuestros deseos fatiguen la idea del respeto. Somos demasiados tontos para vivir la vida sin complejos. Somos demasiados acomplejados para mantener con total normalidad la complicidad de la travesura carnal. Somos demasiado masoquistas para querer un mundo mejor. Entiéndase que esta misiva reveladora no es una apología al sexo, no es un incitación al desbande, una invitación al lo prohibido. Lo antes mencionado no es el relato de un hombre enfermo, no es el pedido de un violador confeso. Simplemente, quiero simplificar las cosas, liberar prejuicios, matar fantasmas. Lo único que quiero, es un mundo mejor.
miércoles, 30 de mayo de 2012
Cuero viejo
Esperé más de seis años para darme cuenta de algo que sé muy bien. Esperé poco más de seis años para cambiar un poquito, porque la verdad, trato de no hacerlo mucho. Esperé demasiado para dejar ese sentimentalismo absurdo, ese romanticismo necio que me obliga a atesorar cosas que en verdad no tienen mucho valor. Aníbal me convenció para dar una vuelta, observarlos con cuidado y encontrar el mejor modelo para reemplazar ese par de zapatos viejos que me han acompañado tanto tiempo. Nadie me dijo nunca, nadie se atrevió a dar ese comentario que se caía de maduro: ¡cómprate zapatos nuevos! Me dio tanta vergüenza cuando Aníbal me confesó con discreción que ya era hora, que por más que me resistía al precio o al modelo, tuve que decidirme por uno y comprarlo. Es más, tuve que salir de aquella galería con lo zapatos puestos debido a que me acomplejé por tener los zapatos más añejos de la ciudad y tener todavía, la pana de pasearme por una galería que vende esta prenda en modelos modernos y jóvenes. Sentía que me miraban de reojo aquel calzado cansado. Sí, trabajo en el banco más poderoso del mercado, en el banco que camina a paso firme conquistando lo que a finanzas corresponde. Y yo, uniformadísimo camino con zapatos propios de un loco. Un par de días antes compré también una correa que sabrá desplazar a aquella que abraza mi cintura con endebles brazos. Una correa que tiene una connotación sentimental debido a que me la regaló un tío al que aprecio mucho. Debido a que este tío y sus estrictas costumbres militares lo usaron antes. Era como si me regalara un galón que antes lo adornaba a él. Entonces, cuando tenía que cambiarme en la agencia por motivos personales o deportivos, esta correa de mil batallas se mostraba desprolija, desaliñada, herida por tanto uso y la vergüenza me asaltaba. Entendí que a ese cinturón maltrecho, a ese pedazo de cuero viejo, teníamos que darle de baja. Compré cualquier otra correa que no tenga adornos huachafos o hebillas escandalosas que denigren más mi apariencia. Compré cualquiera que sea discreta. Compré unos zapatos que calzan con exactitud matemática mis piececillos. No compré ninguno que tenga adornos horribles, o expongas cruces o altos relieves que no sé comprender. No compré esos calzados modernos que rememoran a un viejo grupo español de música, los cuales bailaban con abanicos y pasos raros incluso para estas épocas. Y es que me encariño con las cosas. Me siento cómodo con lo de siempre y me cuesta cambiar algo que parece parte de mí. Fueron largos años los que modelé aquellos cueros viejos y obsoletos a la moda actual. Y es que me es difícil desprenderme de las cosas a las que le agarro cariño. Pero como todo, es cuestión de acostumbrarse, de vencer esas costumbres idiotas que nos atan a algo o alguien y emprender con cosas nuevas. Me he dado cuenta que he mantenido un vínculo innecesario con cosas y personas incluso que ya no son ni tan lindas o lindos ni mucho menos necesarias como al principio. Ha pasado mucho tiempo desde que calcé aquellos zapatos y desde que me dejé aprisionar a esa correa. Ha pasado tanto tiempo que no me he dado cuenta de que yo me hecho también viejo y anticuado con esos pedazos de cuero. Yo también soy un pedazo de cuero obsoleto que debería ser cambiado por otra versión más estética y moderna. Me doy cuenta que las arrugas han invadido sin piedad mi cara. Que mi cuerpo no responde con la misma vitalidad de hace algunos años atrás. Que las fuerzas han mermado y que el optimismo también ha venido a menos. No soy aquel modelo que se exhibía con entusiasmo en las vitrinas de la juventud. No tengo esa misma elegancia que parecía tener un día. Ya soy un tipo de mediana edad que va tomando entrada en aquella curva descendente que tiene una vida ingrata como yo mismo. Cuando despierte estaré más cansado, con menos cabellos, más barrigón, menos tolerante y algo desfasado para estos tiempos modernos. Le he dado de baja a aquellos zapatos con los que he visitado diversas tierras. He desatado aquella correa que adornaba mi cintura producto de un regalo valioso. Dentro de unos años la vida me dirá a mi también que es momento de que descanse y me propondrá sin chance a objeción a que seda mi lugar. El cuero está viejo y yo también.
martes, 15 de mayo de 2012
Mi vida sin tu amor
Serás siempre el amor de mi vida, no tengo dudas. Ayer vi un niño resbalar levemente mientras caminaba de la mano de mamá, y antes de hacerse daño, sintió el tirón justo que lo ayudó a recomponerse y a seguir el camino ahora quizá con más cuidado. Me pregunto cuántas veces me habrás tomado de la mano y habrás evitado que caiga, o tal vez me habrás levantado cuando abatido, me dejaba caer. Cuántas veces lo habrás hecho sin que me dé cuenta, cuántas veces lo habrás hecho. A pesar de ser la única persona que amo y quizá la única a la que he llegado a amar, jamás he sido para contigo un buen hijo. Desde muy pequeño he tirado de tus aretes llegando a lacerar tus orejitas al punto de sangrar. Te obligué a cambiar tus tacos por zapatillas para que puedas alcanzarme cuando me escapaba y así puedas evitar que un carro me atropelle. Seguro te he privado de conocer a otros galanes que te pudieron tratar como la reina que eres. Seguro modifiqué a tal punto tu vida que hay a la fecha mil oportunidades que nunca más volverán a tocar a tu puerta. Recuerdo aquella vez que te propiné un derechazo certero que te llevó a lagrimear mientras jugabas conmigo al box cuando niño. También recuerdo las vísperas de navidad, cuando salí muy temprano a acompañar a un amigo y no aparecía hasta las cuatro de la tarde y tú pensabas que me habían raptado o me había pasado algo; aquella vez me te vengaste del golpe de box e intentaste propinarme una tunda de aquellas que empezó con tus tacos (los que volviste a usar) volando con dirección a mi cabeza. Recuerdo la primera vez que jalé una prueba (no un curso) e intentaste matarme porque no estudié. Aún replican tus llamadas a mi celular recriminando el porqué no me comunico contigo. Tus llamadas pidiendo que me abrigue, me eche bloqueador a la cara, que no salga, que no coma basura, que tome leche o coma frutas. Recuerdo las miles de veces que me dijiste “haz lo que te dé la gana” e hice lo que me dio la gana y me odiaste. Las veces que me prohibías salir y salí. Tus nervios cuando enamoraba con aquella chica que odiabas y llegaste a calificar con adjetivos innecesarios y peor aún cuando la defendía y no me ponía de aquel lado iracundo que mostrabas. Recuerdo las miles de veces que te quejaste con tus amigas o con los mío de mí. Siempre indignada por mi comportamiento, reclamando por mis faltas, mi errores, mis desobediencias. Nunca tuve un enemigo más digno que tú, porque cuando te lo proponías, obsequiabas golpes bajos que no sabía responder, que aceptaba tragándome mi orgullo y asimilaba sin intención de reaccionar. Viniste hace poco, y traté de demostrarte de que estoy bien, de que mi independencia es el mejor trofeo que tengo. A pesar de los pocos logros de los que me he hecho merecedor, siempre quieres más de este pobre hombre que sólo intenta dar pasos certeros. Jamás me declaré tu enemigo, pero siempre supe también, que jamás sería de los tuyos. Tengo mil razones para quererte, amarte y admirarte; y he escrito innumerables veces las miles de maneras que tengo de quererte. Pero porque te quiero de verdad, porque te amo sin medida ni clemencia, es que también te acepto como eres y mantengo con firmeza mis sentimientos hacia ti mamita. Si no fueras la más hostigante de mis detractores, la más crítica de mis defectos, no sería lo poco de bueno que soy. Si no me hubieras enseñado a respetar a la gente con sus defectos y virtudes, no sabría valorar cada acto que hiciste por mi, porque en claro tengo que “el amor se demuestra con hechos y no con palabras”, como sabías decirme. Si no me hubieras amado con tanta fuerza, y me hubieras cuidado con tanto coraje, sería un peor hijo. Soy un mal hijo, lo sé; pero así y todo me quieres y estás orgullosa de lo poco que he llegado a hacer pero es verdad, no estás conforme. Intentas no meterte en mis decisiones, pero si pudieras serías Chavista conmigo. Lamento no ser por completo la buena persona que quieres, ni el mejor hijo del mundo, aquel que te mereces. Lamento ser así de raro y no viajar a encontrarme contigo en tu día cuando los demás no encuentran escusas para estar con su mamá. Si alguien influyó en mi vida definitivamente fuiste y serás tú. Eres de las personas que más admiro y de los personajes más entrañables que vi. Todo lo que soy y todo lo que tengo (de bueno claro), te lo debo a ti. Mi vida sin tu amor hubiera sido un pozo profundo y oscuro, que vio en la luz de tu mirada el sendero que lleva al edén prohibido que tú nunca me negaste. Con tus defectos y virtudes, con mis aciertos y limitaciones, en tu día Mamá, las disculpas del caso, y mi amor inmortal. Si tengo el don de amar, te lo debo y dedico a ti.
miércoles, 9 de mayo de 2012
Ayer
Llego a casa después de trabajar, subo las gradas, los cuatro pisos. Tengo un cansancio que va más allá de lo físico. Abro la puerta y silencio, oscuridad y silencio. Traspaso la segunda puerta, la que lleva a ese pasadizo largo y estrecho. Parece un túnel interminable que te lleva a ningún lado. Abro la última puerta, la que está al finalizar el pasillo que parece infinito. Esa última puerta es la de mi cuarto. Entro y veo la cama destendida, el cuarto desordenado. Al final del camino, hay caos. Recuerdo cuando era niño, cuando comía lo que había en la casa; quizá renegando porque no me gustaba pero despreocupado porque siempre había algo. Recuerdo cuando jugaba con todo. Cualquier cosa con un poco de imaginación era el mejor de los juguetes. Recuerdo cuando tenía algunos programas favoritos a una hora determinada y no me perdía ni un capítulo. Recuerdo que jugaba a ser chofer, a ser doctor, a ser abogado, a ser policía. Recuerdo cuando jugaba a ser adulto y era feliz. Si, recuerdo que era feliz, que sonreía mucho. Recuerdo que escribía todas las semanas, y que me faltaban hojas porque todo me parecía especial. Recuerdo también haber escrito que era el hombre más feliz del mundo con todas las limitaciones que en ese entonces me acompañaban. Recuerdo que bailaba en el cuarto solo, como loco, en ropa interior. Recuerdo que era travieso, que me encantaba hacer de las mías. Recuerdo que salía a jugar fútbol, que disfrutaba haciéndolo. Tengo una vaga remembranza de algún libro que planee escribir, de algunos viajes que quise hacer. Recuerdo que quería ser papá, que quería una hija a la cual engreír como loco. Recuerdo que me encantaba tener el cabello largo así me quedara terrible. Recuerdo los rincones de la casa invadidos por mi voz irritante cuando cantaba una canción. Recuerdo aquella radio vieja donde repetía una y mil veces las melodías que me hacían pensar y las transcribía en un cuaderno para aprenderlas y no olvidarlas más. Recuerdo cuando dormía horas de horas y despertaba a un mundo nuevo, lejos de lo que pasó el día anterior. Recuerdo besos que me encantaban, abrazos que me fascinaban, caricias que me volvían loco. Recuerdo gente que ya no está y de la cual no sé mucho. A algunos les decía amigos, a otros los veía reír conmigo. Cada vez me siento más viejo, cada vez siento haber apagado mas velas. No recuerdo haber renegando tanto, ni los dolores de cabeza que de vez en cuando me acompañan. No recuerdo la oreja izquierda doliéndome todo el día. Tampoco este mal humor que me gobierna. No recuerdo tanta resaca de la soledad. No me cansaba tanto viendo a la misma gente, escuchando las mismas cosas. No recuerdo tanta frialdad. No recuerdo este desgano virulento que me obligaba a escupir en lo que antes me entretenía. No recuerdo esta mochila que al parecer cargo y mucho menos reconozco el contenido. Me miro al espejo y no sé quién soy, de dónde vine ni a dónde carajo voy. No tengo memoria de esta mala leche, de estas pocas ganas de que llegue mañana. No recuerdo cuál fue el último libro que leí. No encuentro ese último baile que disfrute. Ni la última vez que me di un gustito. No recuerdo la última tertulia en la que la pasé bien. No recuerdo la última mujer que besé con amor. No tengo rastros de mis últimos escritos. No hallo el lugar de donde no me quise ir ni la compañía que escogí para el momento. Cuando niño quería ser adulto y cuando adulto necesito que alguien me engría como niño. Cuándo fue la última vez que lloré hasta quedarme dormido. La última vez que sonreí sin poder para hasta que me duela el estomago. La última vez en que llené mis pulmones de aire hasta tener la sensación de que van a reventar. No me acuerdo de lo último que me compré para verme mejor. De lo último que planee con locura. De lo me antojé con frenesí. No recuerdo algún abrazo inmortal ni algún sabor que extrañe mi paladar. No tengo noción del tiempo que ha pasado desde que metí un gol o escribí una carta. No sé cuándo fue la última vez que me corté el cabello o estuve borracho. No sé dónde guardé mis municiones para batallas perdidas o en qué lugar dejé rastros para la mala memoria. ¿Elaboré algún mapa con destino al ayer? ¿O quizá alguna mezcla esclarecedora de recuerdos? ¿Tal vez una máquina del tiempo? Fue ayer y no me acuerdo, o no fue nunca y me inventé. Mis recuerdos se ven afectados por este síndrome incurable que trae la adultez. No quiero morir de viejo, porque ha estas alturas ya me siento cansado. No quiero vivir cosas que no sabré recordar. En mayo siempre escribí sobre mi muerte, sin saber que mayo a mayo moría un poco más, y milagrosamente lo recuerdo ahora. Antes de ingresar a este desorden donde duermo, regreso la mirada al pasadizo oscuro y largo que he atravesado. Tengo la sensación de que algo perdí en el camino.
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