El que se va
El año que se va corrió
incansable hasta agotar sus días, como lo vienen haciendo los años nuevos. No
fue un mal año, pero fue especial. Me compré un carro y con él aprendí a
manejar. Nunca sentí tanto estrés como en aquellos primeros días frente al
volante, con el terrible temor de lastimar a otras personas, chocando de vez en
cuando. Me volví responsable de una familia disfuncional, viendo temas de pagos y gastos a los cuales no
estaba acostumbrado y sujetándome a fechas y montos que tenía que cumplir
infatigable para dormir tranquilo. Terrible el hecho de convertirse en adulto
pensando como niño y asumir costumbres y responsabilidades que no seducen nada
pero son indispensables para que todo funcione y todos te quieran. Leí muy
poco, y siento descontento por eso. Lamentablemente una consecuencia de no leer
es que tampoco escribí todo lo que quise y postergué el libro que tengo en mi
cabeza, que se va desvaneciendo como los mismos años que pasan. Engordé algo
y ya siento que este cuerpo venido a menos está en un proceso de resignación y
está cediendo a los caprichos del tiempo y a las desventajas que éste otorga.
Besé algunos labios desconocidos que ahora prefieren desconocerme y visité
algunos otros que esperaban mi retorno. Este año que se ha ido pasó como
meditabundo, como calcino y pensativo. Conocí enemigos nuevos que estuvieron a
la altura de las circunstancias e incluso sentí perder batallas que todavía
están pendientes pero con altas posibilidades de victoria a mi favor. Conocí un
rinconcito del paraíso fuera del país e incluso he decidido que mis restos
hechos cenizas descansen por allá. Descubrí que el tequila puede convertirse en
tu mejor aliado un fin de semana en una discoteca cualquiera. Bailé mucho y
conocí señoritas que bailaron conmigo casi al mismo ritmo descompasado. Este
año que se va cumplí veintiséis años y asimilé que ya estoy viejo y debo de
hacer cosas que hacen las personas de mi edad, por lo tanto, cambié bastante de
mis costumbres y renegué por eso. Pasé mi cumpleaños llorando desconsolado en
medio de una fiesta que no disfruté. Este año que se ha despedido con una
sonrisa, visité muy pocas veces a mamá y no frecuenté mucho las amistades. La
salud gracias a Dios todavía no me ha jugado una mala pasada. Con algunas
visitas a la clínica y algunas intervenciones antes no experimentadas, mi salud
arroja todavía síntomas positivos y esperanzadores con respecto a un futuro
incierto. Este año que se va dejó la promesa de un fin del mundo pendiente y
por ende me expuso a tener que improvisar los días que vienen debido a una
resignación complaciente. El año que nos deja, permitió que un ángel que pasaba
a menudo se detenga a hacerme compañía y
aparentemente decida quedarse algunas primaveras más conmigo. Desde su presencia
a mediados de año todo ha tomado color y forma y ha sabido inyectarme una dosis
de optimismo que se viene prolongando. Los días que han partido me han
confirmado que Dios me tiene una estima especial y que todavía me considera. He
reído y llorado, no más que otros años. He recibido besos y desplantes, no
menos que otros años. He bailado y dormido con las mismas ganas. He mirado por
la ventana de mi sala unas cuantas veces. Este año que se despidió con
amabilidad al parecer ha dejado todo encaminado para que el próximo sea uno
lleno de alegrías y novedades. He recibido el año con la mirada de la chica que
me está reeducando en el arte del amor. Estoy soñando con cosas que
aparentemente pueden trascender y tratando de afianzar algunas otras que ya
encaminan los días de un adulto forzado en esta condición pero consiente que ya
es tiempo de cambios. Empezar el año escribiendo es un buen augurio. La tarea
personal este año es vencer fantasmas que ganan fuerza por mis miedos, miedos
que han sabido acogerse en esta cabeza tonta que cuando se muestra débil,
pierde terreno. El problema de planear cosas es que suelo arruinarlas. Gracias
2012, he vivido. Bienvenido 2013, trátame con cariño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario