Un frío de mierda, así lo
describo. Y es que hay cosas que no se recuerdan a pesar de haber sido tan
tuyas, como el invierno en la ciudad en que viviste casi toda tu vida, allá bien al sur del
país. Pero también hay otras, que parece no hubieran pasado nunca. Y lo he dicho antes, volver a mi terruño es regresar irremediablemente en
el túnel del tiempo, sacudir recuerdos empolvados, leer de nuevo el mismo
libro. No regresé por inercia, por cumplir con protocolos, porque no hayan más
caminos. Volví porque tenía una cita con el amor, no el mío, un amor ajeno pero
cercano, un amor del que tengo la obligación sentimental de celebrar como si
fuera propio. Paulo y Milagros, amigos de siempre, van a contraer nupcias después
de años de enamorados, de amigos; años en los que también hemos participado un
buen grupo de personas, las cuales han agendado con todo el cariño del mundo
coincidir bien al sur por estas fechas. Paulo, amigo del colegio y de la vida.
Tengo el placer de que sea mi amigo desde los once años. En todo este tiempo, y
en las diferentes etapas que nos ha tocado compartir, hemos disfrutado
anécdotas y secretos sagrados que fortalecen cualquier tipo de lazo. En
particular, me siento orgulloso de su amistad y de lo que con el tiempo ha
logrado, siendo desde mi humilde punto de vista, el que se ha desarrollado
mejor en todos los ámbitos. Milagros también existe en mi vida desde esa edad
aproximadamente, once años; donde empezamos a frecuentar con ella y el grupo de
sus locas amigas. Recuerdo con mucho cariño su casa, que paradójicamente está
muy cerca de su nuevo hogar (la casita del amor con todos sus implementos del
amor). Ese era el lugar de encuentro, el punto de partida para todo lo demás.
Luego de once años, luego de tantísimo tiempo, los muchachos malos (ahora
gordos y pelados) se encuentran con las chicas buenas (ahora malas) y parece
que hubiera pasado tan sólo un par de días desde que nos juntamos la última
vez. Nos sentamos a tomar un vino y todos empiezan a contar sus otras vidas, sus
nuevas vidas, esas que parecen que se estuvieran inventando en el momento para
hacer la conversación más amena. Obviamente recalamos en temas de antaño, todas
convertidas en anécdota unas más vergonzosas que otras. Preparamos un baile
especial para el matrimonio (“Grease”) y por fin puedo morir en paz, porque es
un sueño cumplido, bailar aquella canción harto conocida. A pesar de estar al
borde de la neumonía no quería dejar de verlos. Tertulia tras tertulia, sentía
morir con alegría. En verdad nunca había sentido tanto frío, y estoy seguro de que
los dinosaurios murieron por menos, pero la fascinación de tenerlos cerca, de
compartir con ellos, de saber que quizá no se vuelva a repetir me invadía con
tanto cariño, que decidí desfallecer en el intento de ser feliz (porque con ellos fui feliz) y disfrutar de
cada instante. El matrimonio fue un éxito rotundo, todo tan íntimo. Mi hermano
del alma vestido de gala. La novia preciosa. La misa una sutileza. Los
invitados, todos de la casa. Mi camisa que reventaba. Las fotos. La música. El
baile. Mi mamá moviéndose al ritmo de “Candy” (Si, le gusta el sexo en exceso).
El hipo de dos días. La hora loca. La chola y su violación en público. Los
mariachis. Sus palabras. Mis amigos. Todo envuelto en un lazo de melancolía,
bien empaquetado para llevármelo como recuerdo a todos lados. Para hacer bien
el amor no sé si es necesario ir al sur, pero para sentirlo, parece que sí. Cómo
ha pasado el tiempo, cómo nos hemos hechos viejos muchachos. El cuerpo no es el
mismo de antes. Las cosas no son las mismas. Pero verlos me hace bien, y la
ciudad aquella al sur del país se presta para emular viejos recuerdos. Supongo
que con los años habrán otros matrimonios, sobrinos nuevos. Cambiaremos
nuestros cuerpos caribeños por unos más modestos. No nos madrugaremos con tanta
energía y quizá habrá nuevos personajes que se sentarán a escuchar las viejas
historias. Y es que cada vez que nos reunamos bien al sur, todo quedará
suspendido en el tiempo, como los años que compartí con ustedes, como los años
que pasaron al lado suyo, como los años maravillosos que guardo conmigo.
P.D: ¡Qué vivan los novios! ¡Qué
viva el amor!
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