Sentía la bulla del estadio
lleno, cómo vibraba. La algarabía de la gente, los cánticos, el remesón
estruendoso de la hinchada esperando al equipo de sus amores. Toda una vida
viendo los partidos por televisión, soñando con siquiera ir al estadio para
desbordar mi pasión; y ahora, calentando con el equipo titular, viendo a todos
aquellos referentes, corriendo al lado de ellos, preparándome para cumplir un
sueño de niño. Estoy a minutos de salir a la cancha, de que miles de niños como
alguna vez lo hice yo, me alienten con la única intensión de cosechar un
triunfo más, de conservar la supremacía de nuestro equipo. Heme aquí, forrado
con los colores de un sentimiento que me hace tiritar las piernas. Tanto tiempo
entre las divisiones menores, tanto tiempo abrazando la idea de un sueño que se
hace realidad. El niño ha crecido y hoy tiene la oportunidad de demostrar que
está listo para el ruedo, que ya es un hombre. Entonces nos reparten las
camisetas, la piel que quiero defender. El número que me corresponde es el 30,
estoy emocionado. Ya con el uniforme puesto la algarabía es aún mayor. No cabe
la emoción en mi pecho. Me veo en la puerta del túnel listo para saltar al
gramado. Estoy cumpliendo mi sueño de niño, estoy tocando el cielo con las manos.
Estoy viviendo un momento único. Siento que la felicidad existe, que es este
momento. Veo la película de mi vida pasar frente a mis ojos.
Así me siento viéndola partir,
haciéndome un adiós cariñoso con la mano mientras ingresa al quirófano. Yo
vestido de azul, como doctor neófito orgulloso de su carrera. Sólo tengo el
celular en la mano y una emoción inmensa en el pecho. Ella me ha mandado un
beso volado como último regalo antes de darme el milagro que incluso llevará mi
apellido. La espera previa fue como el calentamiento, como si fuera a
estrenarme en la Champion League con el Barcelona, en el mismísimo Camp Nou
frente a noventa mil personas. De pronto, y entre tanta divagación la doctora
me dice que la acompañe, que es mi turno. Recorro ese pasadizo bien iluminado,
nada parecido a esos tránsitos horrendos de las películas antes de una
operación. Me detiene frente a una puerta, que hace las veces del túnel antes
de llegar a la cancha. Los doctores intervienen a la futura madre con
oportuna paciencia, mientras el otro
lado de la puerta, el niño a punto de cumplir su sueño, ve toda esa tremenda
hinchada aunarse en favor de su club. Me dan el visto bueno y raudo ingreso a
ese limbo mágico dónde el tiempo no existe. Me pierdo en el momento y veo toda
esa mágica sensación hecha materia. Impávido trato de inmortalizar cada
instante con mi celular sin saber qué grabo. Veo a ese pequeño de color morado
cubierto por una especie de talco, desesperado por hacernos conocer que está
vivo. Veo a ese pequeño ser conociéndonos a nosotros también. Quedo perplejo,
congelado, inmóvil. Mi sueño hecho realidad. Escucho a la afición cantar las
canciones de siempre. Yo en el medio, un espectador más. El tiempo se detuvo
frente a mí. Yo me detuve con él.
El sueño que soñé tantas veces se
encuentra frente a mí, y caen una tras otra lágrimas de emoción. Él, como
cómplice de la situación, ha postergado su llanto y parece conocerme,
reconocerme como su papá. ¡Bienvenido! Le digo en voz baja…
La felicidad existe, la he visto
frente a mí. Mide 49 centímetros, pesa 3 kilos. Sueño cumplido…
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