Un día más en la oficina con un
sol hermoso entrando por el ventanal en un mañana cualquiera de junio. Hace un
par de días atrás estaba muy lejos, en la “La ciudad de los vientos”, donde el frio
nos ponía en las mañanas a menos 3 o 4 grados bajo cero. Las tuberías se
obstruían porque el agua se congelaba (igual no daba muchas ganas de bañarse).
Las granizadas sorprendían sumándose a las heladas temperaturas y los “pingüinos”,
morían de frío. No solo tenía que
sortear los embates del clima, casualmente en mi estadía también tuve que
lidiar con protestas. Hubo muertos y represión, se escuchaban balazos por las
noches a pesar del toque de queda. Salíamos a trabajar a las 05:40 a.m. para
laborar un par de horas antes de que los huelguitas se agrupen para iniciar
protestas. La pasé muy bien. Regresé porque Dios lo tenía planeado, era muy
complicado un retorno a los 9 meses. Regresé
porque el jefe máximo de mi división: Armando Jansen, una vez acabado todos los
incidentes sociopolíticos, en un almuerzo exprés, escuchó nuestras historias con
mayor detalle y se llevó algunos apuntes precisos en su celular. Uno de ellos
hablaba de estar lejos de la familia y la labor como padre que uno cumple
incluso a la distancia.
Mientras apreciaba los rayos del
sol y valoraba como nunca su calor, interrumpe mis cavilaciones de forma repentina un mensaje de la secretaria
de Armando, que producto de los apuntes en su celular, me invita a participar
en una transmisión a nivel nacional por el día del padre. Ella me realiza un simple
pero demoledora pregunta: ¿Cuál es la mayor enseñanza que tu papá te dejó?
No pensaba en papá hace mucho,
hace años. El dejó sus obligaciones cuando yo tenía un año, no había mucho
donde buscar. Mis recuerdos más lúcidos de él acompañaban mis más tiernos años.
Sus visitas esporádicas con el tiempo se hicieron aún menos frecuentes; no
alcanzaron para dejar en mi memoria una enseñanza marcada que tuviera que
acreditársela, que reconocerle. La pregunta simple fue demoledora y no pude
responder, no puede encontrar una respuesta que esté a la altura de lo que se
busca para el día del padre. No sabía cómo explicar que no lo veo hace trece
años y qué de vez en cuando busco en los archivos para ver que en su documento
de identidad no figure como fallecido. No respondí por falta de argumentos pero
me llevé la tarea a casa con toda la carga emocional que me produjo.
Ezio siempre me espera despierto,
intenta aguantar a pesar de que a veces llego muy tarde. Tengo la responsabilidad
de ser el héroe de un pequeño de 7 años que ante la ausencia de mejores
referencias, ve en mí súper poderes que no sabía que tenía. Su sola presencia
me aterriza, me recompone, me libera de las responsabilidades de ser adulto. Ezio
advierte mi presencia y corre a mi encuentro a toda velocidad con su pequeño
cuerpo vestido de crema. A su corta edad, mi pequeño se ha vuelto un ferviente
hincha de la Ⓤ, sabe mucho. Tiene presente sus
resultados, el fixture, los nombres de sus jugadores y se sabe las barras mejor
que yo. Cuando en las mañanas salgo de la ducha me espera fuera del baño y me
canta: Sale el campeón… sale el campeón (♪) y yo
aplaudo al ritmo de sus cánticos. Ezio llega a casa del colegio y automáticamente
busca su camiseta; gracias a Dios le compré la crema y la granate de visita
porque de lo contrario, no nos daría oportunidad de lavarla. Grita los goles
como si estuviera en el estadio, como se deben gritar los goles y yo me siento
chiquito al lado de él. Lo veo vestido de crema y resuelvo todo. Ezio llega con
todas las respuestas de la manera más simple y conmovedora. Yo soy hincha de la
Ⓤ por y gracias a papá.
Él me regaló mi primer uniforme crema con short incluido el cual como Ezio, no
dejé de usar hasta que me quedó como calzoncillo. Me habló del gran “Lolo Fernández”
y sus hazañas; de cómo rompía redes con sus zapatazos, del temor de los
porteros ante sus cañonazos. Me inculcó la pasión más grande que tengo. Recuerdo
llorar en el 98´ en la final ganada en el Nacional ante Sporting Cristal; la
primera de las tres copas del tricampeonato. Lloré frente a un televisor en
blanco y negro y con permiso de mi mami quien también crema, me alentó a
expresar mi hinchaje. Y lloré también frente a un televisor a colores en el
2023 cuando campeonamos en la casa del compadre y nos apagaron la luz. Primer
campeonato que Ezio pudo disfrutar. Lloré abrazándolo e incluso más que cuando
él y/o su hermana Micaela (crema también) nacieron. Ser crema es algo de lo que
tengo uso de razón desde siempre, nací y ya éramos los más campeones y esa
condición a la fecha no ha cambiado, 37 años después. Guardo en mi memoria
tantos buenos momentos que incluso ya tengo con quien compartirlos hasta el
final de mis días.
¿Cuál es la mayor enseñanza que
tu papá te dejó? – la pregunta que no respondí a mi jefe y que quedó como
tarea. – La respuesta: hacerme hincha de la Ⓤ. Enseñanza, papá; que ya compartí con tus nietos.
Felices 100 años Universitario de
Deportes. Gracias por ser parte de mi vida, de mi familia y de mis futuras
generaciones.
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