Tengo que admitir que he robado
mil veces una sonrisa y me he sentido dichoso por el hurto aquel. Tengo que
confesar que tengo cierta facilidad para dibujar en rostros ajenos algo
parecido a un gesto de felicidad. Tengo un humor coqueto que ha sabido
encontrar un público discreto pero fiel. Me gusta ver a la gente sonreír y más
cuando soy yo quien provoca esas sonrisas. La astucia que tengo para decir estupideces o
para rendirme a hacer el ridículo ha contribuido enormemente a este oficio noble
de recolectar sonrisas. Ha sido tan natural el proceso de convertirme en un
payaso social que a veces, cuando intento forzar aquel esbozo alegre, tiendo a
defraudarme, a caer en un engaño atroz que me regresa a la posición de bufón
sin gracia. El tiempo ha ido opacando la virtud de ser gracioso, ha vuelto a
este payaso amable en un tipo de sonrisa mustia y de hábitos longevos que poco
a poco lo condenan a estar parado frente a un teatro vacío. No sé en qué
momento me creí la idea de ser un tipo bonachón y cándido frente a un público
cada vez más exigente. Lo cierto es que durante ese trayecto decadente, he
engañado a otras personas que a veces esperan el espectáculo de siempre, a este
payaso que no conoce otra mueca que no sea la de la pena. Alguna vez me definí
como: “el hombre más feliz del mundo” sin imaginar la distancia enorme con
respecto de la realidad. Para que el resto me conozca, primero tengo que
conocerme yo, descifrarme y entender que a pesar de tener ligeros destellos,
soy la sombra que camina en la luz. Duele entender que uno no es quién cree ser
y duele más defraudar a los que creyeron que también era así. No todo el
público al que me debo genera en mí esa satisfacción necesaria para despertar
con ganas de contagiar alegría, pero existe sí, un puñado de personas a las que
siempre me gustaría ver mostrando el arco invertido en sus labios, luciendo una
sonrisa enorme que se contagie. Cuando veo que ese grupo mágico ya no desea los
servicios de este pobre payaso, pienso en la jubilación; pero cuando soy yo
quien provoca algún tipo de desconcierto e induce a algún tipo de malestar,
pienso en exilio. Los seres humanos, todos; hemos venido con un propósito a la
tierra, con la misión de ser felices. Yo complico esa teoría y la reduzco sólo a una posibilidad. He adoptado la torpe
manía de volverme chato en momentos de regocijo, en ser parco cuando esperan un
comentario alentador. Soy un espectador envidioso de los que saben contagiar
alegría y ya ni intento iniciarme en aquella travesía. He comprado todos los
boletos para viajar solo en un tren que
aparentemente no me llevará muy lejos, pero me llevará sin retrasos ni
pasajeros que cambien el rumbo. No soy compañero de viaje, contador de
historias, payaso con gracia, escritor de cuentos. No soy imán de alegrías,
ladrón de sonrisas, maestro de gracias, ni mago de fantasía. Estoy dejando el
albergue solitario para construir un asilo que acompañe los años que vendrán
antes de encontrarme más cansado de lo que ya estoy. Todavía me quedan algunas
presentaciones antes de que el circo de la vida quiebre. Todavía puedo reciclar
algunos chistes chapuceros y sacar algunos conejos del sombrero para deleite de
un público incauto que a veces sabiendo, se deja timar por este payaso triste.
Mi estado natural siempre fue el de la melancolía y la tristeza tonta. Siempre
he regresado cabizbajo a mi colchón a buscar consuelo, siempre he contribuido a
la vorágine desatada en mi cabeza que imagina que todas mis conclusiones son
escuchadas por las víctimas de mi descontento, creando conversaciones imaginarias
que me convencen de que todo al final estará bien. Debo de cumplir con
gallardía estas últimas funciones, debo salir
a la platea de un teatro en ruinas a domar a un público exigente que siempre
quiere más e intentar satisfacerlos. Debo concederme algunos desatinos más para
deleite de los que tienen la sonrisa fácil y sobre todos de aquellos que saben
hacer escarnio de mis derrotas, que por lo menos, los llevan a un retozo
sincero. ¡Oiga caballero! ¡Todavía quedan funciones! No se pierdan lo último
que he guardado, que siendo sincero es lo mismo de antes, sólo que al revés. El
payaso triste al final de su función, ya detrás de las cortinas, y con la luz
apagada, muestra la única mueca que conoce; es que aunque lave, no borrará. Eso
es todo…
1 comentario:
Identificado hasta cierto punto.
PD: de dónde sacaste la imagen del payaso? Quién es el autor?
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