Primero voy al dentista. Hace
mucho tiempo no visito una casa odontológica, puedo asegurar que son más de
diez años que no reviso mi dentadura y la expongo a curaciones evidentemente
necesarias. Abro la boca y empieza a introducir objetos en mi boca, empieza a
indagar, a urdir entre mis dientes. Los dentistas tienen numerados nuestros
dientes. Sólo dice el número de la dentadura y da un comentario, su asistente
apunta. – La 36, hasta las huevas. La 38, jodida. La 28, hasta las patas. La 26,
cagada. – Una por una empieza a menospreciarlas y creo que decidirá
sacrificarme para que no sufra. Es así que hago el pago total del tratamiento,
más de diez curaciones a realizar en mi boquita de caramelo. Recuerdo a un
primo odontólogo, allá cuando tenía once años. Era de esos dentistas despiadados,
de esos que te hacían ver a Judas calato (siempre me he preguntado por qué a
Judas, por qué calato). Con unas herramientas lacerantes me hacía llorar del
dolor. Luego me pedía que me enjuague la boca y yo escupía sangre. Supongo que
por eso tengo recuerdos ingratos de los dentistas. Este es un doctor joven, en
un centro odontológico decente. Me trata con sumo cuidado, siempre
preguntándome si me molesta. Me coloca la anestesia que yo quiero para no
sentir dolor. Yo le pido que no me coloque anestesia local, que quiero
anestesia general para descansar. Ando muy fatigado, no sé qué me pasa. Mientras
el odontólogo me interviene yo duermo, duermo con la boca abierta. Despierto
con mis propios ronquidos y el doctor parece burlarse. Puedo dormirme en media
maratón. He asistido como a cinco citas y mi boca casi está repuesta en su
totalidad. El dentista muy amable me recuerda que me debo de lavar la boca
seguido, que debo utilizar implementos que ayuden a conservar los huesos de mi cavidad
bucal. Inmediatamente corro a medicina general. Tengo una tos matutina que me
ataca con arcadas incluidas, que me hace lagrimear. El doctor me pide que abra
la boca. Yo contento enseño mis dientes perfectos y obedezco. Él es uno
de esos doctores antiguos, de los que te revisan todo, de los que te toman el
pulso con su reloj, de los que te revisa los oídos y te mete esa paletita de
madera a la garganta para auscultarte. Me indica que tengo la garganta irritada,
luego estornuda. Me río y le digo que debería asistir a un doctor por su tos,
él no se ríe. Para cambiar de tema le comento que me duele mucho la espalda,
que ya van varios días. Me revisa también la columna vertebral y me golpea de
forma extraña, originando un sonido raro con mi cuerpo. Me indica que necesito
muestras de los fluidos de mi garganta y que me haga una radiografía. Todas las
muestras se toman a partir de las siete de la mañana. Al escuchar el horario de
atención siento nuevamente que desfallezco y empiezo a sentir mareos. El doctor
aplica técnicas de primeros auxilios para reanimarme. En recepción me indican que para el cultivo
con muestras de mi garganta debo de asistir sin lavarme la boca, y para la
radiografía en mi columna debo de estar en ayunas y con el estómago limpio, es
por eso que me aconsejan comprar un laxante para liberarme de residuos. Compro
la pastilla, la tomo con temor. Yo no me medico así nomás, yo no ingiero
pastillas muy a menudo; por eso tengo temor de los resultados, de lo que pueda
ocasionar. Llego a mi casa, me lavo la boca como me indicó el odontólogo. Tomo
esa pequeña pastillita y avizoro que me levantaré por la madrugada corriendo al
baño. Me echo a dormir, dejo la puerta del servicio abierta para no encontrar obstáculos
para cualquier evacuación inesperada. Son las seis y media de la mañana.
Recuerdo que el doctor me pidió que no me lavara la boca. Recuerdo que le juré
por mi mamita al odontólogo que me lavaría los dientes todas las mañanas. Estoy
en un dilema, ambos doctores me comprometieron y a ambos les prometí que cumpliría.
No me lavo, subo al carro con mi boca cochina para los análisis de escupe y
manejo presuroso. Mientras conduzco se me cruza un taxi, me cierra la pasada y
me da ganas de insultarlo, de arrojarle una grosería, total, no me he lavado
los dientes por lo que cabe la mención de que soy un boca sucia. Llego al
laboratorio, me atienden rápido. No me dijeron que me sacarían sangre, no me
gusta que me saquen sangre. Pongo algo de resistencia pero cedo, siempre cedo
al final. Ahora abro mi boca y me meten
un hisopo que me provoca vomitar pero no vomito, no tengo qué, no he tomado
desayuno. Luego corro a que me saquen la radiografía. Me piden que me quede en
paños menores y empiezan a tomar las muestras. Me toman especie de fotos en
diferentes posiciones y algunas poses me gustan, espero que las suba al Facebook.
Me visto. Presiento que algo se me olvida. Me voy a trabajar a penas salgo de
la clínica. Mientras laboro hago remembranza de lo acontecido, de lo venido a
menos que está mi salud. Ya estoy viejo. Paro cansado todo el día, con achaques
múltiples que se han ensañado conmigo. Con pérdida de memoria, escalofríos. Son las doce del mediodía y esa sensación de
que algo se me olvida queda descubierta con una flatulencia inesperada. El
laxante recién hizo efecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario