Le prometí que cuando tenga mi
carro ella iba a sentarse de copiloto, a mi lado. Le prometí que la iba a sacar
a pasear. Le he prometido tantas cosas que tengo que hacer un esfuerzo por
recordar los pendientes e intentar cumplirlos. Lo último que le prometí fue
viajar a Tacna, a visitarla. Se lo anuncié con semanas de anticipación. Ella,
con todo el amor que la posee cuando se trata de mí, preparó algunos platos que
engrían mi paladar. Como ya es costumbre, incumplí a la promesa y no viajé. Se
quedó con los crespos hechos, con las ganas de verme. Se aguantó sus cariños,
sus ganas de darme un beso. Se aguantó no verme una vez más y decidió, como
pocas veces, venir a visitarme. Parada en la puerta de la empresa en que llegó,
con dos maletas acompañándola antes que la recoja. Ella me espera como la más
fiel de las novias y yo llegó tarde, con el desamor que últimamente me
caracteriza llego tarde. Se sube como puede, se sienta a mi lado, de copiloto.
Ella siempre recuerda la promesa de ser mi copiloto. – ¡Mira! – me dice
mientras me muestra una sonrisa juguetona. Se ríe con dulzura. Me acaba de
enseñar el trabajo final después de largas citas con el dentista, me muestra su
nueva sonrisa y me obliga de la manera más sublime a sonreír también. Se queda
poco tiempo, esta vez no quiere visitar a nadie que no sea yo. Ella ha venido sólo
a traerme lo que no pude comer en Tacna. Me ha traído amor en forma de comida y
no ha dudado ni un segundo en hacerme llegar su cariño. Una de sus dos maletas
está cargada con potajes benditos, con aquellas cositas ricas que sabe bien que
me gusta. Comemos. Hace un festival gastronómico en la casa y yo quiero comer
un poco de todo. Me dice, una vez terminado el almuerzo, que no quiere salir,
que no me preocupe por ella, que quiere dormir. Me echo a su lado, como en los
viejos tiempos. No hay nadie en la casa, nos envuelve un silencio pleno que
contribuye a que nos quedemos dormidos, juntos, como en los viejos tiempos,
como en aquellos viejos tiempos. Dormimos mucho y he recuperado la felicidad
que me invadía de niño, cuando dormía todas las tardes, cuando la tenía más
cerquita. Me he olvidado sin querer de cualquier preocupación que me obliga a
comportarme como adulto. Despertamos y la invito a pasear. Mientras manejo,
mientras cumplo mi promesa al sentarla a mi lado, escribo mentalmente estas
líneas. Me habla de todo, como si hubiera guardado sus historias para mí. A
veces pierdo el hilo de la conversación y no sé exactamente de qué me está
hablando. Me cuenta de las misas a las que acude, de los curas y sus anécdotas.
Me cuenta de la familia, que todos están bien, pero más viejos. Cuando la
recogí se demoró dos segundos en fiscalizarme y su conclusión es que estoy
barrigón, con poco cabello y que me está saliendo barba, por fin me está
saliendo barba. Ella no sabe dónde estamos, no sabe a dónde vamos pero es feliz
porque yo, su único hijo, está a su lado. Mi mamá me ama sin dudas, sin
complicaciones, sin quejarse. Nunca vi a nadie que ame con tanto
desprendimiento. Mi madre me ama ciegamente. Es mi fan número uno, presidenta
del club. No dudaría en dar la vida por este flaquito barrigón, con poco
cabello. Mi mami sólo ha venido por dos días porque se antojó de verme y viajó
a mi encuentro. Cada vez que la veo y me recuerda que fui alguna vez un bebé,
su bebé, viajo en el tiempo. Recuerdo que de pequeño me enseñó entre muchas
cosas, a apreciar la música, a escucharla. La primera canción que me hizo
estudiar fue “Penélope”. Ahora, después de muchos años y sin que ella lo
recuerde, me empieza a explicar nuevamente esa canción. La chica que se
enamoró, el chico que se fue prometiendo volver. La angustia de la chica, una
angustia que la llevó a la locura. El chico que vuelve después de mucho tiempo
y ella que no lo reconoce. Yo soy la versión masculina de Penélope, el que inconscientemente
espera que vuelva, volver a verla. En su
ausencia me olvido de muchas cosas, me gana la locura. Pero al verla recuerdo
todo. Recuerdo las promesas pendientes, todo aquello que tengo que hacer para
intentar devolverle el amor puro que sabe entregarme. Yo no hubiera conocido el
amor si no fuera por ella. Yo no hubiera podido asegurar que fui amado después
de morir si ella no fuera mi mamá. Me ha servido nuevamente comida, algo que ha
traído para mí desde muy lejos. Termina de atenderme y se va a dormir, a
descansar, a rezar por mí y dar las gracias por un día más de vida. A veces la
vida no es justa, todos nos quejamos a favor nuestro. El peor de los hijos
tiene a la mejor de las mamás. Soy feliz, cuando ella está a mi lado soy feliz.
Yo amo a mi mami. Yo la amo porque ella, me enseñó a amar con el ejemplo. -“El
amor de madre es el más cercano al amor de Dios” - escuché alguna vez. Puedo dar fe de eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario