Le han tocado la puerta de la
casa muy temprano, como todos los domingos. Kevin se ha levantado de un salto y
se ha puesto las goleadoras para la pichanga de los domingos, con la gente de
su barrio. Mientras camina a la canchita de fútbol a unas cuadras de su casa,
lee una y otra vez el mensaje que Fabiola le envío la noche anterior: - “Me
encanta como bailas” – dice de manera escueta. Pero Kevin lo lee varias veces,
como intentando descifrar algo, como queriendo estirar aquel mensaje nocturno. Sus
amigos lo saludan. Se arman los equipos, se pacta la apuesta, comienza el
partido. Kevin ama el fútbol, corre por su sangre morena la ilusión de ser
descubierto. Ahora no espera ese golpe de suerte, de ser visto por un caza
talentos, de llegar a ser profesional. Lo que él desea con todo su corazón, es
que Fabiola lo vea, dedicarle un gol, respirar nuevamente el aroma de sus
cabellos rubios. Fabiola a esa hora se encuentra durmiendo en ropa interior,
todavía con el ligero maquillaje que ha utilizado la noche anterior, envuelta
en sus sábanas moradas, sin intenciones de salir de su cama. Se despierta por
el ruido que provocan unos niños al costado de su casa, donde realizan recepciones
y eventos sociales, los quiere matar uno por uno. Sabe que no podrá dormir
nuevamente, que su sueño se ha visto interrumpido y debido a que no tomó mucho
la noche anterior y no es víctima de la resaca, ha decidido ir al gym, hacer algo productivo por su vida. Se cambia rápidamente, sin bañarse, es domingo.
Sube a su lindo carro rojo, el cual huele riquísimo. Pone primera y arranca despacito. Prende la radio y suena la
canción que bailó la noche anterior, una de la Charanga Habanera. Recuerda
todo: a sus amigas borrachas, Kevin y
los peloteros, la pierna amiga entre sus piernas, su oreja siendo mordida por
el chibolo picarón. Se ríe ruborizada mientras el semáforo la de tiene en rojo.
– ¡Ay Fabiola, ay Fabiola! – se reprende. Juró no meterse con más gente de su
trabajo, sobre todo de su oficina, sabe que es un gran problema. Ella siente
que ya ha superado ese tipo de incidentes y si tiene algún tipo de affaire debe
de ser con la absoluta discreción del caso, sin muertos ni heridos, cosa que no
pasa en su trabajo, donde todos bailan
al son del chisme mal contado. Entonces él piensa en ella, desde la canchita
de su barrio, donde se luce con su quimba y su regate. Entonces ella piensa en
él, confundida, complicada; haciendo la misma rutina de siempre, conversar por
teléfono, escuchando música, mientras los pocos chicos que se han levantado un
domingo y han ido al gym, le miran el derriere. Kevin quiere responder el mensaje, preguntarle
cómo amaneció. Fabiola quiere morirse, no quiere verlo el lunes en la oficina y
sabe que lo mejor es hacerse la loca, como siempre, el tiempo olvida. Kevin
está planeando decirle para ver una película, invitarle un roncito. -La gringa
debe de ser polla – piensa. Fabiola llama una por una a las borrachas de sus
amigas, intentando saber si están bien. Un par de ellas han amanecido en casas
que no son las suyas. – Que pedacito de putas – dice en voz baja. Kevin la tiene
clara, "la Fabiola" le gusta. Fabiola no entiende nada, ese mocoso está para el
recreo, algo del momento, sin comentarios posteriores. Kevin por fin piensa en
otra chica que no sea su ex enamorada, con la que pasó los últimos cuatro años
sacándose la vuelta una y mil veces el uno al otro. Fabiola recibe una llamada
de su ex enamorado, el que pudo ser sin duda el padre de su hija, esa que añora
tanto su mamá, y no fue simplemente porque ella es así: se aburre, se asusta,
se protege; no lo sabe bien, sólo regresa a su amada soledad. Kevin se siente
ilusionado, con ganas de demostrar que puede ser un tipo interesante. Fabiola
se siente algo borracha, amenazada, con dudas, con temor a su presencia y a lo
que pueda ocurrir. Mañana será lunes, lunes otra vez, y se verán nuevamente las
caras.
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