Hoy llamé a mi
madre, muy preocupado, rascándome todo. Mi mami enloquece cuando la llamo,
cuando escucha mi voz. Ella cuenta los
días que no hablamos, y cuando ya no puede más, cuando vence su miedo a
interrumpirme o molestarme, pega la llamada y en un tono de niña resentida
comienza la llamada con un triste: “¿ya te olvidaste de tu madre no?” Hoy la
sorprendí, caí en la dulce sensación de
ser su pequeño pollito otra vez, tenía que consultar algo que solo ella
registra en su memoria llena de amor hacia mí. – Clari (por Clara) ¿recuerdas si ya me dio
viruela, sarampión o varicela? – Ella muy calma, en un tono pausado el cual
desconozco, me pregunta si me siento mal. Le cuento que una compañera de
trabajo es víctima de una de esas enfermedades eruptivas y que caía en
resumidas cuentas, que yo también era portador del virus. – Mi madre, con su
infinita dulzura y su irreverente forma de ser me dice: - “Ay papito, mira,
hasta más ratito no va a morir. Te llamo en la noche porque ahorita estoy un
poquitito ocupada. Besos.” – y me dejó agonizando, rascándome las piernas, la
cabeza, como perro pulgoso. Es una venganza sublime la de mi madre, la de colgarme
cuando más la necesito. Y es que aunque ella no me auxilie como esperaba, me
ilumina. Cuánto me cuesta escribir hoy por hoy. Cuánto me he alejado de las
letras y el romanticismo de sentirme un escritor. Y hurgo en mis recuerdos
intentando reciclar una historia que encaje en aquellas memorias colgadas en un rincón virtual que ya nadie lee. Pero hay
una sequía intelectual que solo personajes mágicos, únicos como Clarita, saben
descubrir. Ya por la noche, y sin ningún tipo de interrupción que la distraiga,
Clarita me devuelve la llamada y me comenta que efectivamente he sido víctima
de la viruela y varicela. Y es que tengo en mi memoria algunos flashbacks que me ubican en mi cama, atado de manos por
las pantis viejas de mi madre, antes de dormir, en pijama. Amordazado, mártir de
las ocurrencias de esa señora loca, que intenta cuidar mi rostro de cualquier
intento de contacto, evitando que me rasque y que marque mi rostro lozano. ¡Sí!
Mi madre me raptaba, amarrado de manera profesional, bajo las sábanas y
frazadas de mi cama, víctima de la varicela, dela viruela, víctima del amor de
mi madre. Según tengo entendido, la varicela (enfermedad que aqueja a mi
compañera), no te puede dar dos veces. Por tanto, me debo encontrar fuera de
peligro, pienso mientras me sigo rascando. Mi madre, aprovechando la llamada,
también me cuenta que hace algunas noches soñó conmigo. En su sueño recibía la
trágica noticia de que había muerto, a lo que ella se deshacía en llanto.
Despertó en la madrugada con esa dura sensación e inclusive despierta, en la
oscuridad de su habitación, siguió llorando mi muerte. Y así, nuevamente volvió
a dormir, con la consigna de advertirme muy temprano, de rescatarme de
cualquier suceso inicuo. Recién lo ha recordado, un par de días después, y me
invita a que me cuide. Si algún ser celestial mediante ese sueño, hubiera
presagiado mi triste final, mi madre no me hubiera salvado. Y eso me hace
feliz, saber que ella es como es, y que sus oraciones me tienen bajo buen
resguardo, no sus sueños, sus oraciones. Ya no me interesa ni el sarampión ni
la viruela, ni la varicela ni el ébola. El amor de mamá lo cura todo.
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