Poco hombre, eso eres. Crees que
no le haces daño a nadie y juegas con todo el mundo. Claro, te escondes tras
esa sonrisa burda, tras esos modales que te inventas para quedar bien.
Acostumbrado a cumplir tus caprichos, con tus aires de príncipe miserable,
dueño de la situación. Vives solo, y te crees autosuficiente. Manejas un carro
viejo y crees que todos quieren subir a acompañarte escuchando esa música
aburrida que escuchas, esa música que nadie aguanta, como a ti mismo. Vives en
una zona privilegiada de la que en cualquier momento te botan. Te crees el leído,
el culto, el ser superior. Porque haces los mismos pasos de baile hace varios
años crees que bailas como nadie y porque el cabello se te esponja crees que no
se te nota la calvicie. Hasta cuándo crees que podrás engañar a toda esa gente
que te mira de lejos como si fueras un extraterrestre. Porque trabajas en un
banco ganando dinero para repartirlo por el mal manejo que sigues teniendo de
tus peculios crees que todo tiene precio y te das los gustos de divo falso.
Juras que estás en el top tres de todas tus relaciones y que ninguna de las
chicas con las que has estado te ha olvidado del todo. Vanidoso como nadie, con
una humildad mentirosa. Egocéntrico asqueroso, el mundo jamás giro alrededor
tuyo. Quieres vestirte diferente y la mayoría de las veces terminas como
payaso. Un problemas psicológico, eso tienes mal hombre. Quieres llamar la
atención de todo el mundo para darte cuenta que estás ahí, que existes. Has
tenido el privilegio de andar con chicas guapas, bonitas. Muchas de ellas
ideales para casarte, para ordenar tu vida, para tener algo tangible por lo cual
pavonearte, por lo cual creerte; pero ni eso. No supiste aprovechar la suerte
que te acompañó. Y sigues haciendo lo mismo maricón de mierda. Sigues
mostrándote lindo, amable, educado. Todo hasta que te aguanta la paciencia,
hasta que te aburres de la situación como si fuera una película vista mil
veces. Ahí, en ese momento de la verdad, te muestras como la basura que eres,
como el escarnio de persona que en verdad eres. Pero sabes, todo da vueltas,
todo se acaba. Ya tus tácticas son obsoletas. Ya tus ganas son menores. Ya tus
fuerzas han mermado. Ya no eres el tipo interesante, has perdido factor
sorpresa. Todos saben de tu fama de gigoló trucho, de trepador de piernas, de
galán ardilla. Nadie se atreve a quedarse con el paquete en que te has
convertido. Y no te digo todo lo que te digo por encono, por bronca, por
venganza o despecho. Te digo esto porque en algún momento confuso te quise y
siento la ligera responsabilidad de intentar hacerte abrir los ojos, de decirte
la verdad para ver si en ese cerebro vanidoso y egoísta alguno de tus
personajes patéticos logra captar la idea y jubilarte de esa vida mundana, de
esas costumbres insanas que te hacen el tipo más enfermo que he conocido. Y
ahora que estamos en el momento sincero del día, déjame acotar que tus chistes
no me daban risa, que besabas fatal, babeándome toda. Que tenía que aguantar
tus movimientos raros cuando querías parecer un actor porno. Que me aburrías y
que la tenías chiquita. Espero tomes a bien todo esto porque no es por maldad.
Por lo menos que te dignes a leer esta misiva. Si por ahí todavía te alcanza la
suerte y logras conseguir a alguien que te quiera, así no sea la que buscabas,
así no esté a la altura de tu linaje perverso y etéreo, sientes cabeza y te
dejes querer. Porque sabes, eso es lo que te falta, cariño. Serás víctima de
tus propios actos, de tus propias decisiones. Y reza porque el karma sea un
mito, de lo contrario te tocará sufrir los años que te queden. Príncipe de la
nada, en tu reino te quedarás solo. Anda preparando tus memorias, para que en
un silencio mortuorio, leas despacito lo que hiciste y entiendas, el porqué de
tu abdicación.
Testimonios de un tipo que no recuerda nada y lucha por no olvidarlo todo. Rastros de un camino recorrido, historias mal contadas. Prueba irrefutable de que viví.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
jueves, 13 de noviembre de 2014
Lunes por la noche
Lunes, once y cuarto de la noche.
Sigiloso, entre la penumbra, la oscuridad de la noche me acerco a la ventana y
observo con cuidado de un lado a otro. La calle, alumbrada todavía por luces
tenues se presenta tranquila, aparentemente inofensiva. Con la mirada paseo una
y otra vez la acera, los árboles, los matorrales de la plaza que se ubica
frente a mí. Yo no me fio, no pretendo desaparecer del mapa de manera tan
tonta, de tirar a la basura todo este tiempo de sosegada sobrevivencia.
Entonces me animo, creo que la situación allá afuera, donde sigo pendiente de
lo que pueda pasar, es manejable. Tomo la bolsa negra, la sujeto fuertemente
porque se presenta pesada. La tomo con cuidado porque no quiero que se me
caiga, no quiero hacer ningún tipo de ruido que pueda costarme la vida. Abro
cuidadosamente la puerta, sin prender ningún tipo de luz. Inmediatamente la cierro
sin echarle llave. No quiero correr el riesgo de que ante cualquier improvisto
pierda tiempo vital intentado abrir la puerta en búsqueda de un día más de vida,
de una oportunidad. Son cuatro pisos hacia abajo. Hay un silencio que siempre
es engañoso, del cual he aprendido a no fiarme. Tomo con cuidado la bolsa
mientras bajo las gradas atento a lo que pudiera suceder. En mi bolsillo tengo
un cuchillo de mediano tamaño que puede ser mi único aliado en caso de un
ataque, en caso vea a uno de esos pútridos seres irracionales. Ya estoy en la
primera planta. Los autos empolvados en la cochera me permiten resguardo
mientras en silencio doy un último vistazo a la situación. Lo que me separa de
la intemperie de la calle es la reja que permite la salida de los vehículos.
Una puerta de metal que me mantiene bajo resguardo. Luego de esperar unos
minutos, y estar completamente seguro de la acción a seguir, procedo a abrir la
puerta metálica, dejándola junta, lista para ser empujada y sometida a favor en
caso reciba un ataque inesperado, en caso de que mi vida corra el riesgo de
convertirse en un andar irracional. Cruzo rápidamente pero sin correr. Dejo la
bolsa negra de tamaño regular junto a las demás bolsas. La dejo sin arrojarla,
para que no haga ruido, pero tampoco la acomodo. De pronto entre los arbustos
presiento un movimiento y mi corazón late con fuerza. Mi sistema de alerta se
ha activado y tengo en el bolsillo el cuchillo listo para salir a mi rescate.
Al destinar mi mirada al matorral sospechoso, veo a un felino huir despavorido
hacia la oscuridad de la noche. Seguro muriendo de hambre ha salido en busca de
sustento y al igual que yo, el miedo le ha vencido y ha decidido resguardarse.
A lo lejos y entrando de manera amenazante advierto un auto a toda velocidad.
Inmediatamente me ubico detrás de un árbol que me cubre de cuerpo entero y veo
pasar embalado el vehículo blanco de luces prominentes. Ya no se puede confiar
en nadie, ahora los vivos también son peligrosos, también son una amenaza. Lo
peor es que con las luces y el ruido prominente
del vehículo, ha podido atraer a más de un indeseable, a más de uno de
esos seres como carne, a uno de esos hambrientos individuos que no piensan en
nada, que solo desean hacerse de mis vísceras, de mis carnes. Que solo desean
saciar su apetito irracional. Uno de esos caminantes asquerosos a los cuales
estoy dispuesto a clavarles mi cuchillo. Claro, siempre en la cabeza, porque es
la única manera de apagar ese motor mortal que los tiene caminando de un lugar
a otro, sin saber a dónde van, pero con el único propósito de alimentar su
hambre asesina. Corro, ahora si corro hasta la puerta que dejé entre abierta.
La cierro con cuidado para no hacer ningún tipo de ruido. Apago cualquier tipo
de luz y subo a velocidad hasta el cuarto piso donde he tenido a bien
sobrevivir todo este tiempo. Llego a la puerta que habilita mi resguardo y la
abro en un segundo porque tengo la llave lista. Apago las luces. Me ubico en la
ventana nuevamente y veo que la tranquilidad todavía no se ha interrumpido.
Camino hasta mi habitación con la confianza de que lo peor ha pasado. Entro en
mi cuarto, siempre a oscuras. Cierro la puerta con seguro y tras ponerme el
pijama y acurrucarme entre las sábanas, llego a la conclusión de lo peligroso
que es sacar la basura ahora, de lo complicado que se ha puesto sacar la basura
los lunes ahora, y de lo jodido que me pongo después de ver con afán religioso,
la serie de los caminantes los lunes por la noche.
domingo, 5 de octubre de 2014
Vota por mí
Primero quiero que conozcan mi innegable
admiración, fascinación y cariño por esta ciudad. Mi denodado interés por
quedarme a disfrutar de ella durante muchos años y sobre todo, el hecho de
aceptar sin egoísmo alguno, que es la ciudad más linda y colosal de todo el país.
Mi deseo de colaborar con su desarrollo y mis ganas de colaborar con mi granito
de arena como agradecimiento. Dejando en claro todo lo antes mencionado, quiero
invitarte a que me des tu apoyo, a que nos demos la oportunidad de contribuir
al cambio, a que juntos encaminemos un futuro glorioso y lleno de optimismo
para esta ciudad mágica, única. Que tú y yo seamos participes activos y
latentes del cambio y la prosperidad. Por eso, este domingo electoral, o cualquier
otro del año, vota por mí. Mi partido, fundado hace un par de minutos con miras
hacia la eternidad, se denomina “Un
Movimiento Sensual: Sexy.” Tenemos una
mirada futurista e incorruptible que apunta de manera literal hacia lo más
alto. A continuación, te invito a escudriñar algunas de nuestras propuestas: Si
me escoges como autoridad para nuestra ciudad, “prometo” erradicar para futuras
campañas o comicios electorales, el empapelamiento de la ciudad con
afiches políticos (llámese pancartas,
letreros, caravanas y/o marchas estruendosas con arengas políticas).
Invitaremos a todos los candidatos (para que no crean que limitamos la
democracia, solo le ponemos orden) a realizar sus diversas campañas en sus
propios locales y/o zonas establecidas, para que cualquier partidario dé sus
ideas y proyectos las veinticuatro horas del día si desea, invitando a sus seguidores
y curiosos a que se acerquen a escuchar sus propuestas y no me estén
contaminando las calles con sus caras feas y sus mentiras escandalosas. Si me
brindas tu apoyo “prometo” establecer una Ordenanza Municipal que sancione a
los malos vecinos que arrojen basura a las calles. La sanción podrá ser
aplicada desde un mañana de limpieza en su distrito, hasta cadena perpetua
según la contundencia y tamaño del sólido que haya arrojado en la calle.
También mi queridos amigos, “prometo” que se procederá a estandizar el cobro de
las coimas policiales en temas de transporte, siendo estas menos generosas para
las combis y/o ómnibus que presten servicio público. Estas coimas estarán
sujetas al cobro de una comisión municipal para el mejoramiento de las vías
públicas. En nuestra gestión, “prometemos” crear un sistema vial que permita
una adecuada forma de transporte entre los diferentes distritos de la ciudad.
Estos buses denominados “Llegaremos juntos” presentarán las condiciones que Uds.
queridos amigos merecen. Ofreciendo un área especial para el punteo y acoso
sexual (pensando en aquellas féminas que lo necesitan y en los caballeros que
están dispuestos a colaborar). En horas punta se dispondrá medidas que permita
que más pasajeros puedan ir colgando del vehículo y se firmará un cuerdo
especial para que se pueda acumular kilómetros Lan Pass por el uso de este
servicio. “Prometemos” a toda la ciudadanía, solucionar el tema del agua
contaminada que venimos consumiendo. Primero dando una fecha límite para una
solución y segundo interponiendo una denuncia contra la empresa de servicios
que servirá para que Uds. no paguen por los meses en los cuales se vieron
perjudicados. Eso sí, deberán presentar sus muestras de heces con la infección a
la cual fueron expuestos para sujetarse a cualquier descuento. En temas de
delincuencia “prometemos” insertar en la comunidad un escuadrón especializado
que vestirán de civiles para detectar de manera sigilosa a los malos elementos.
Ningún choro será liberado sin cumplir algún tipo de servicio a la comunidad.
Si reconoces a la persona que te robo el celular o algún tipo de bien, se le
otorgará cuarenta y ocho horas para que pueda conseguir un producto de igual o
mejor calidad y se te reponga. Con respecto al acoso sexual, y como ya
mencionamos en temas de servicio vial. “Prometo” generar zonas y horarios
especiales, para que las señoritas con escaso contacto sexual puedan coincidir
con aquellos señores con facilidad de erección. Entre los señores obreros y
amigos de construcción civil, no se podrá lanzar piropos y muchos menos
propuestas soeces si están en grupos mayores a tres personas ni tampoco lanzar
más de dos comentarios de este tipo. Si algún enfermo se atreve a mostrar sus
partes íntimas y éstas no superan los dieciocho centímetros, tendrán que pagar
el 10% de una UIT por cada centímetro que les haya faltado. Para lo referido en
temas de deportes. “Prometo” acondicionar las diversas canchitas con luces especiales
para sus pichanguitas por la noche. Esto para fomentar el ejercicio. También se
obligará a dar mínimo unas cinco vueltas a la cancha a los que tengan sobrepeso
y quieran participar del partido así como también, se realizará una prueba de antidoping
a la salida del recinto deportivo para no generar especulaciones. “Prometo” se
prohibirá el expendio de bebidas alcohólicas a menores de edad salvo que estén
en grupos mayores a seis (para que no lleguen a emborracharse) y se exigirá a
los antros del hampa y el punteo los permisos en regla para su funcionamiento,
cobrándoles un significativo impuesto para las mejoras de la zona, como las
bancas de las plazas para que sus clientes puedan tomar de manera más cómoda. “Prometo”
que para las fiestas de la ciudad se
traerán artistas a la altura de las expectativas. Una noche con artistas
nacionales, incentivando la música criolla. Otra con artistas de renombre
internacional, vigentes y a la talla de las circunstancias. Otra noche de salsa
y reguetón. Y nunca, en ninguno de los casos, será el grupo de fondo algún
artista o grupo que haya caducado, que lleguen gordos y sin cabello, apoyados
en sus bastones y/o Corazón Serrano. Si gano, y solo sí. Ese mismo día prometo
un juergón donde no aplica ninguna de las normas a establecer, al frente de mi
casa escuchando “cuatro mentiras” y regalando pases para Aura Vip. Por eso
querido amigo Arequipeño, este domingo, o cualquier otro que te toque, marca mi
símbolo, (que apunta para arriba, siempre para arriba, erecto hacia el futuro)
y apuesta por el cambio. Bríndame tu apoyo para Alcalde de la ciudad, de tu
provincia, no importa de tu distrito, barrio y/o para la Apafa en tu colegio.
No olvides nuestras frases épicas que descansarán en tu corazón para la
eternidad como: “Masturbamos nuestro cerebro para eyacular lo nuestro sobre ti”
“Leonardo, les da a todos por igual” “No cogeremos nada del pueblo, cogeremos
todo con ellos” “No es lo mismo llegar
primero a la meta que te la meta el primero que llega” “Leonardo no cacha con
el pueblo (en alusión a una campaña poco romántica); Leonardo les hace el amor”
entre otras que hicimos con respeto y cariño. ¡Queridos amigos, cuento con su
apoyo! ¡Cuento con Uds.! ¡Prometo, prometo y seguiré prometiendo! Siempre con
la expectativa de lograr mi propósito, de cumplir con Uds. ¡Marca el Angelito! ¡Marca
el Angelito! ¡Marca el Angelito! Apuesta
por: “Un Movimiento Sensual: Sexy”. Después del “Flash Electoral”, los espero
en mi casa. Un abrazo.
domingo, 14 de septiembre de 2014
Me importa un huevo
Entonces, con un ojo medio
cerrado, me miró fijamente y me dijo bájate el pantalón. Yo obediente desde
pequeño, me bajé la prenda, la trusa, y mostré mi colgajo algo tristón. Me
toqueteo los testículos con brusquedad y aquel dolorcito se pronunció. Creo que
confundió mis genitales con plastilinas porque las estiró como si estuviera
aplicando una especie de tortura, como si quisiera que ellos confiesen algo. Me
invitó luego a tapar mis minucias y a tomar asiento frente a su escritorio. – Tienes
el testículo torcido – me indicó sin quitarme la mirada de encima. – Es un
problema de nacimiento, algo común. Con una operación lo acomodamos. Diez días
de descanso. La primera noche quedas bajo observación en la clínica. – me comentó
de una manera pausada, como cansado. Siempre mirándome fijamente, como
esperando algún tipo de reacción particular. Su párpado izquierdo caído,
abatido, como mis propios testículos. Mi reacción, calcina como siempre, aceptó
el proceso sugerido con pasividad, como si se tratara de una inyección. El
doctor argumentó algunas cosas más sin encontrar respuesta. Quedó en gestionar
con mi aseguradora el tema de la intervención y en contactarse conmigo al
recibir el visto bueno. Yo le agradecí y salí de su consultorio con la misma
frescura con la que entré. - Si tienen que operarme, que sea en el hospital que
atendió a mi mamá, donde la trataron diez puntos – pensé precisamente camino al
hospital, donde sacaría una nueva cita para coordinar mi intervención. Mi
preocupación no pasaba por el tema de la operación. Mis pensamientos errantes
cobijaban el texto que acompañaría mi descanso médico, el que me obligaría a
ausentarme del trabajo diez días. El texto delataría mi falta de huevos y se
prestaría a alimentar mi fama de promiscuo. El doctor que me atendió, con
aproximadamente cuarenta y cinco años (mucho menor que el viejito pesimista)
también me invitó a despojarme de mis prendas y procedió al toqueteo. Con sus
manos mucho más cálidas y amables, hurgó entre mis bolas con menos brusquedad
que el día anterior. Ya le había contado mi última experiencia, el diagnóstico
pronunciado, mi resignación. Su conclusión no coincidía con la del viejito
sádico que quería cortarme una bola. Me derivó a un análisis de sangre, una muestra
de esperma y una ecografía testicular. Al día siguiente, temprano por la
mañana, puse una porno que poco me inspiró. Sólo dejé la muestra de sangre. Las
enfermeras que debían programarme la ecografía postergaban la cita con nerviosismo.
Por fin el día acordado, me invitaron a sentarme sobre una camilla y a
despojarme nuevamente de mi pantalón y bóxer de colores. El ecógrafo me sugirió
me agarrara el colgajo para poder explorar mis canicas. Con las enfermeras en
el mismo cuarto, pero aplicadas en sus labores, miraban sus computadoras sin
prestarme atención. El doctor a punto de examinarme, recibió una llamada sorpresiva
de un tal Carlitos, y procedió a
manifestarle su aprecio y sorpresa por la llamada, dejándome cerca de tres
minutos agarrándome el pito con las bolas al aire expuesto a los vientos
helados de la habitación y a una futura gripe. Ya terminada su charla, procedió
a retomar su labor en mis testículos y a dictar sus observaciones: Testículo
derecho, tamaño homogéneo. Epidídimo, conforme. Conductor deferente, igual.
Testículo izquierdo, homogéneo, conforme e igual al derecho. Su dictado, entre
el cuerpo observado, y la observación, presentaba un silencio incómodo, como a
punto de dar una mala noticia que terminaba generalmente en “homogéneo”. De un
momento a otro me soltó los genitales,
me lanzó papel higiénico y me pidió que me limpie y suba el pantalón. A pesar
de mis esfuerzos denodados y mi ímpetu libidinoso no dejé mi muestra de
soldados porque en verdad ellos no van a la guerra, se cohíben, se inhiben ante
cualquier conato de beligerancia. Tengo mis soldados hippies. Aquel frasco
esterilizado, como algunas señoritas en mi vida, se quedó decepcionado,
insatisfecho. Todavía no recojo los análisis y las conclusiones de los mismos.
Me basta con que no me operan, no me corten un huevo. Me conformo hasta la
próxima cita con que todo es homogéneo y normal. Ahora el término: “Me importa
un huevo” ha tomado una coyuntura casi romántica, de amor extremo, de
pertenencia que roza los celos enfermizos. Iré en busca de los resultados estos
días, y me importa un huevo el diagnóstico.
miércoles, 27 de agosto de 2014
El vuelo del zángano
Me levanto antes de las ocho, en
verdad minutos antes. Todo día en cierta forma empieza mal porque tengo que
abandonar mi cama, mi lugar favorito. Me arrastro desnudo hasta el baño que
queda a pocos pasos. En el trayecto, me espera un espejo de mi tamaño el cual
no veo porque no quiero depresiones tan tempranas. Dejo caer el agua de la
ducha y enciendo la terma eléctrica. La sensación de morir electrocutado está
intacta. Jabono mis carnes todavía dormido y no demoro, no hay mucho que
jabonar. La tos infernal me ataca y estoy seguro que es una alergia a algo,
quizá a despertarme con sueño. Me pongo una bata que se ha encogido demasiado,
es una vestidito putanesco con el que me veo bien coqueto. Me lavo los dientes
todavía dormido y en el espejo del baño veo a un tipo mayor, al que creo
conocer, pero no. Me peino en dos segundos (sólo con las manos) y salgo
presuroso, siempre sin mirarme al espejo, no quiero ver mi cuerpecito endeble y
mi vientre prominente. Son las ocho y nueve y me visto rápido mirando las
noticias. Salgo presuroso a las ocho y trece, tengo que estar en el trabajo
ocho y veinticinco. Saludo a Rolly quien me lleva al trabajo. Antes de llegar
al banco, en la misma esquina, compro medio litro de maca, la necesito. Con mi
desayuno camuflado ingreso al banco, no sé cómo, pero nunca llego tarde. Saludo
a todos mis compañeros y compañeras, a todos con besito para no hacer
distinciones. Mi cuerpo se arrastra hasta el módulo, enciendo la máquina
mientras desayuno (siempre desayuno en la oficina). Ocho y cuarenta tenemos que
reunirnos y dar alcance de lo realizado y lo prospectado. Todo un paseo a la
bandera que la empresa nos obliga a realizar.
De vuelta al módulo y a atender un cliente tras otro. Los que no
trabajan quieren créditos hipotecarios y los que trabajan ya están endeudados.
Uno de mis clientes me llama y me dice que no ha podido pagar una de sus cuotas
porque ha estado dos días en la carceleta por atropellar a un transeúnte . Otro me visita y me dice que quiere
hacer una nueva “deposición” en su cuenta. Mientras atiendo a estos degenerados,
busco de reojo a la Sra. María quien es la encargada de dejar la agencia un
anís y la llamo con la mirada para que me compre la merienda de las once. Me
trae el sándwich que le encargué y me encierro en el cuartito de al lado, el
que hago creer a los clientes que es un almacén inmenso y les digo que demoraré
trayendo algunos formularios pendientes. Espero las dos de la tarde y me retiro
del trabajo. Voy ahora a un menú cercano donde me he acostumbrado a comer.
Salgo y tengo tanto planeado por hacer, ir a todos lados y descartar pendientes.
Llego a casa y duermo toda la tarde, adiós a lo planeado. Son las siete de la
noche y tengo hambre otra vez, pero soy consciente de que he engordado y que mi
abdomen gana terreno en mi cuerpecito adusto. Entro a la web y leo todos los
periódicos que puedo, trato de no recaer en temas faranduleros que son casi
todas las noticias publicadas. Me acerco al piano que acompaña a mi cama, justo
a su lado. Terminamos peleando como siempre, nunca toca como yo quiero. De regreso
a la computadora, veo algunos videos, escucho música en todas sus
presentaciones y tengo tanto por escribir que me da flojera. El libro de Dan
Brown sigue en el mismo sitio, en la misma página. Son las once de la noche y
no tengo sueño. Busco nueva música para Rolly. Leo las noticias que no quise
leer horas antes, ya ni ganas de tocarme. La media noche y no tengo sueño.
Respondo los mensajes que no respondí todo el día, nadie me responde. Tengo
ganas de bailar, cantar, barrer, cocinar, pero sé que no es la hora adecuada. Soy
un zángano gordo y flojo. Mi cama, mi lugar favorito. Algún día se acabará mi
vida de haraganería y flojeras. Rezo antes de dormir, rezo con toda mi fe, para
que ese día no llegue nunca.
jueves, 31 de julio de 2014
Los años maravillosos
Un frío de mierda, así lo
describo. Y es que hay cosas que no se recuerdan a pesar de haber sido tan
tuyas, como el invierno en la ciudad en que viviste casi toda tu vida, allá bien al sur del
país. Pero también hay otras, que parece no hubieran pasado nunca. Y lo he dicho antes, volver a mi terruño es regresar irremediablemente en
el túnel del tiempo, sacudir recuerdos empolvados, leer de nuevo el mismo
libro. No regresé por inercia, por cumplir con protocolos, porque no hayan más
caminos. Volví porque tenía una cita con el amor, no el mío, un amor ajeno pero
cercano, un amor del que tengo la obligación sentimental de celebrar como si
fuera propio. Paulo y Milagros, amigos de siempre, van a contraer nupcias después
de años de enamorados, de amigos; años en los que también hemos participado un
buen grupo de personas, las cuales han agendado con todo el cariño del mundo
coincidir bien al sur por estas fechas. Paulo, amigo del colegio y de la vida.
Tengo el placer de que sea mi amigo desde los once años. En todo este tiempo, y
en las diferentes etapas que nos ha tocado compartir, hemos disfrutado
anécdotas y secretos sagrados que fortalecen cualquier tipo de lazo. En
particular, me siento orgulloso de su amistad y de lo que con el tiempo ha
logrado, siendo desde mi humilde punto de vista, el que se ha desarrollado
mejor en todos los ámbitos. Milagros también existe en mi vida desde esa edad
aproximadamente, once años; donde empezamos a frecuentar con ella y el grupo de
sus locas amigas. Recuerdo con mucho cariño su casa, que paradójicamente está
muy cerca de su nuevo hogar (la casita del amor con todos sus implementos del
amor). Ese era el lugar de encuentro, el punto de partida para todo lo demás.
Luego de once años, luego de tantísimo tiempo, los muchachos malos (ahora
gordos y pelados) se encuentran con las chicas buenas (ahora malas) y parece
que hubiera pasado tan sólo un par de días desde que nos juntamos la última
vez. Nos sentamos a tomar un vino y todos empiezan a contar sus otras vidas, sus
nuevas vidas, esas que parecen que se estuvieran inventando en el momento para
hacer la conversación más amena. Obviamente recalamos en temas de antaño, todas
convertidas en anécdota unas más vergonzosas que otras. Preparamos un baile
especial para el matrimonio (“Grease”) y por fin puedo morir en paz, porque es
un sueño cumplido, bailar aquella canción harto conocida. A pesar de estar al
borde de la neumonía no quería dejar de verlos. Tertulia tras tertulia, sentía
morir con alegría. En verdad nunca había sentido tanto frío, y estoy seguro de que
los dinosaurios murieron por menos, pero la fascinación de tenerlos cerca, de
compartir con ellos, de saber que quizá no se vuelva a repetir me invadía con
tanto cariño, que decidí desfallecer en el intento de ser feliz (porque con ellos fui feliz) y disfrutar de
cada instante. El matrimonio fue un éxito rotundo, todo tan íntimo. Mi hermano
del alma vestido de gala. La novia preciosa. La misa una sutileza. Los
invitados, todos de la casa. Mi camisa que reventaba. Las fotos. La música. El
baile. Mi mamá moviéndose al ritmo de “Candy” (Si, le gusta el sexo en exceso).
El hipo de dos días. La hora loca. La chola y su violación en público. Los
mariachis. Sus palabras. Mis amigos. Todo envuelto en un lazo de melancolía,
bien empaquetado para llevármelo como recuerdo a todos lados. Para hacer bien
el amor no sé si es necesario ir al sur, pero para sentirlo, parece que sí. Cómo
ha pasado el tiempo, cómo nos hemos hechos viejos muchachos. El cuerpo no es el
mismo de antes. Las cosas no son las mismas. Pero verlos me hace bien, y la
ciudad aquella al sur del país se presta para emular viejos recuerdos. Supongo
que con los años habrán otros matrimonios, sobrinos nuevos. Cambiaremos
nuestros cuerpos caribeños por unos más modestos. No nos madrugaremos con tanta
energía y quizá habrá nuevos personajes que se sentarán a escuchar las viejas
historias. Y es que cada vez que nos reunamos bien al sur, todo quedará
suspendido en el tiempo, como los años que compartí con ustedes, como los años
que pasaron al lado suyo, como los años maravillosos que guardo conmigo.
P.D: ¡Qué vivan los novios! ¡Qué
viva el amor!
lunes, 9 de junio de 2014
El camino a ti
Desde pequeño, mi peinado
presentaba una raya al costado que me hacía ver bien portadito. Mi santa Madre
me tomaba de la mano y todos los domingos, con una alegría divina, me llevaba a
misa de las seis de la tarde en la catedral. Yo a mis siete u ocho años, no
entendía absolutamente nada de lo que hablaba ese viejito con faldón; no tanto
por algún tipo de falta de comprensión, sino porque estaba tan venida a menos
las energías de ese señor, que a las justas podía descifrar una palabra. Nos sentábamos
usualmente del lado derecho de la catedral, la cual recuerdo levemente lúgubre
y apacible. Recuerdo que me sentaba al lado de mamá y poco a poco iba entregándome
al sueño más delicioso que Dios me pudiera dar. También recuerdo los codazos
disimulados y certeros que mi madre me aplicaba cada vez que el padrecito pedía
que se pongan de pie y las veces en que me sujetaba antes de colisionar con el
suelo adormitado en plena plegaria. Mi santa Madre no desistía en la idea de mi
devoción somnolienta y sin falta me tomaba de la mano los domingos por la tarde
y me llevaba puntual e incansable a dormir a misa, de seis a siete. Con los
años y como si se tratara de temporadas, mi madre empezó a frecuentar un grupo
franciscano en una iglesia nueva, a donde indefectiblemente también me llevaba.
En este nuevo refugio religioso se reunían días de semana, u horas antes de la
misa con todas las viejitas bonachonas que pellizcaban mis cachetes encogidos.
Como un par de señoras más arrastraban a sus devotos hijos, formaron un grupo
de franciscanitos los cuales dormíamos todos juntos en un salón apartado. Como aquel
grupo religioso colindaba con lo social, hubo alguna rencilla tonta o mal
entendido que obligó Mamá a mudarse de iglesia. Esta vez se hospedo en la
Vicaría a la que pertenecíamos por ubicación geográfica. Allí donde de muy niño
me bautizaron, ahora hacía mis talleres para mi primera comunión y posterior
confirmación. De la primera comunión recuerdo que siempre fui el niño educado, rubiecito,
siempre modosito y bien peinado. También recuerdo aquella tarde donde el diablo
me poseyó y al gordito risueño de clase
le moví la silla antes de que se sentara y se fue a dar de culo contra el
suelo. Nadie se rio. Para esto mi coordinadora fue franca espectadora de mi
acto innoble que sólo se me perdonó por no haber tenido un prontuario que
pudiera respaldar dicho acto. Igual se me conminó a confesarme y contar lo
sucedido. Mis confesiones siempre eran las mismas: No tomé la sopa. Desobedecía
a Mamá. Pequeñas mentiras por ahí. No recé antes de dormir. Todo de paporreta
tenía el valor de un Padre Nuestro y tres Aves Marías. Ese discurso lo arrastré
varios años, creo que hasta los dieciséis o diecisiete años. Hasta que una
tarde cualquiera un cura que no conocía la tarifa de mis pecados me sentenció a
una decena de Padres Nuestros, un número no menor de Aves Marías y a un Rosario
completito que hasta ahora debo. Por culpa de ese inescrupuloso padrecito, no
me volví a confesar un muy buen tiempo. No podía presentarme moroso ante los
ojos de Dios. Ya en la confirmación y en los últimos años de mi educación
secundaria, asistía a aquella Vicaría los sábados y domingos más a hacer vida
social y soslayar a las chicas bonitas que a nutrir mi fe quebrantada. De todas
maneras debido a mi adoctrinada infancia, mis conocimientos religiosos eran los
suficientes para sobresalir. Ya en la
vigilia, a tres días de consagrarme en
el sacramento de la confirmación, gané las elecciones municipales en mi
colegio, con lo que me consagré primero como Alcalde Estudiantil y me metí una
bomba diabólica asistiendo aquella tarde-noche en un estado deplorable a mi
sita religiosa. Tuvieron que esconderme en el baño para que el padre, muy amigo
de mamá, no me excomulgue del catolicismo. En aquel baño vomité más que
cualquier poseído y al terminar, sin estar un segundo en la vigilia, me retiré
a mi hogar a seguir muriendo. Mi Madre se enteró y quiso desheredarme. Al día
siguiente me llevó a confesar y no me dejó utilizar mi ya recorrido argumento,
debido a que ella dio una antesala detallada que me dejaba muy mal parado. El cura que
nos recibió en su oficina, pidió a Mamá se retirara para tener una conversación
cara a cara con el pecador. Mi Madre se retiró en contra de su voluntad y aquel padre
iluminado por el Espíritu Santo, me miró con una sonrisa despreocupada y me
preguntó: -¿Hijo, crees en Dios?- A lo
que no demoré en contestar: - Si padre -
Entonces te jodiste – me respondió y entendí todo. Este último domingo
me senté en la última banca de la iglesia, cabeceé un par de veces y recordé
con nostalgia como inició mi camino en busca de tu amor: Siempre de la mano de
Mamá, casi en contra de mi voluntad, pero siempre retornando. Probablemente
regrese todos los domingos, a la misma hora, tan puntual como los sábados en
aquella discoteca de moda; por el mismo camino que tantas veces me llevó a ti.
miércoles, 28 de mayo de 2014
Misterio
Juro que odiaba ese lugar, ¡lo
detestaba! Y caí en sus polvorientos terrenos porque era parte de mí andar
pasar por ahí, aprender. No recuerdo en qué momento acepté la loca idea de
soportar tres años de mi adolescente vida concurriendo a un lugar lejano, donde
no me hallaba, donde no me sentía bien. Tampoco recuerdo en qué momento me
resigné a él y aprendí a conllevarlo. Pero sé que en ese proceso tedioso, en
esa transición dolorosa me acompañaste he hiciste todo menos latoso. Cuando te
vi por primera vez provocaste un sentimiento de miedo, de respeto a la vida
humana, sobre todo a la mía que se sentía amenazada por tu presencia
corpulenta, por tus greñas desordenadas y tu pinta de matón. A pesar de esa
desavenencia visual, recuerdo también, que no demoramos mucho en congeniar. Quizá
mi instinto de sobrevivencia me invitó al diplomático arte de sociabilizar
contigo, contigo y un par más de personas que me inspiraron confianza. Con el
pasar de las semanas y al enterarme de tu excelente capacidad de diferenciar
entre los buenos equipos y los demás, te afiancé como “Misterio”, el antihéroe
de la Trinchera Norte que en esas épocas era famoso por una serie de televisión.
No sé si te consolidé como tal, pero escuché que algunos te llamaban así, a pesar de que eras todo lo contrario a
ese personaje matón y agresivo. Como Misterio te hiciste mi amigo y a los pocos
meses ya estábamos bebiéndonos la vida (o por lo menos yo) en la noche más fría
del año, en una verbena distante y peligrosa. Combinamos vino con Coñac y mi
viaje al hoyo negro del desvarío no tardó mucho. Me perdí entre el frío de la
noche y vomite entre las sombras que la madrugada otorgaba. Tú, con un par de
meses de habernos conocido y con la virtud del buen amigo, atinaste a acompañar
mis regurgitaciones y dejarme en mi hogar salvo y sano de los peligros de la calle,
más no de la ira de mi madre que fue peor que la resaca. En el instituto
polvoriento en el que nos conocimos, mi suerte hubiera estado echada si no
fuera por las innumerables veces que me permitiste plagiar, exponer con mi verbo
chapucero, y las veces que accediste, incluso a regañadientes, en ponerme en tu
grupo de trabajo. Tú y el Niño Ardilla al que le mando saludos, hicieron de
este ignorante en la computación un tipo que difícilmente reprobaba un curso,
si es que llegué a hacerlo. Pero tus conocimientos en la materia no te volvían un
tipo aburrido. Muchas veces, terminábamos en el taco de al frente, jugándonos
un par de mesitas. Tu golpe endemoniado a la billa, durísimo para mis delicados
y sutiles disparos, te hacía un imponente rival. No siempre, me ganaste; como
todo, le agarré la maña y me di el gusto de vencerte un par de veces. También nos
escampamos un par de oportunidades a jugar Winning Eleven en aquel Play Station
II que estaba de toda moda. Ahí si déjame argumentar que nunca me ganaste, te demostré
que para algunas cosas podía ser aplicado. Ya después de la catana te
desquitabas con las billas donde dejabas todo parejo. Jugamos un par de
campeonatos juntos y no sé si llegamos a imponernos en alguno, lo que si
recuerdo es que yo era la vedette del equipo con mis regates y el buen fútbol
que practicaba por esas épocas y tú eras el arquero indiscutible, con el que
nadie quería chocar. Celebrabas mis goles, nuestros triunfos con la pasión que
el mismo “Misterio” demostraba en aquella serie popular. Era mejor jugar en tu
equipo que en el contrario, porque mucha gracia no te hacía cuando te metía
algún gol, menos si este era de buena factura. A pesar de algunas excepciones
minúsculas, siempre jugamos juntos, yo en tu equipo y tú en el mío mi querido “Misterio”.
Egresamos juntos de aquel alejado lugar que volviste afortunado. Después de
muchos años nos cruzamos en un supermercado donde trabajabas eficientemente
como supervisor y prometimos volver a vernos. Así fue, viniste por acá, por
donde yo me había asentado y te visité en aquel hospital concurrido, donde
pensé verte consumido por aquella mortal enfermedad que te había atacado. Temeroso
de tu situación te llevé unos bocaditos que camuflé entre mi abrigo y antes de
verte, escuché tus carcajadas, eras tú. Tu semblante mejor que el mío, y tus
ánimos por el cielo. Me conversaste como si me hubieras visto ayer y sonreíste más
de lo que yo lo había hecho ese último mes. Salí con la satisfacción de verte y
sentirte bien. Días después me dijeron que tu situación estaba bastante
complicada y mi última visita en aquel nosocomio, fue enterarme que sería un
milagro tu mejora. El milagro eras tú buen amigo, que siempre tenías la sonrisa
dibujada en tu cara y una frase alentadora. Tus mensajes en las mañanas
invitándome a ser feliz, a olvidarme de mis estúpidos problemas, jamás tocando
el tema de tu enfermedad, alentándome como si yo te necesitara más que tú a mí,
aunque esa fuera la impresión que me acompaña ahora. Pasó un buen tiempo para que podamos coincidir
nuevamente, nuestro contacto relativo era mediante una llamada cada cierto
tiempo, tus mensajes alentadores por las mañanas o tu presencia las veces que
me animaba a rezar. Poco a poco este ingrato fue perdiéndose en su rutina, en
sus problemas infantiles y a pesar de mi intento de verte aquella vez, sólo
pude hacerte llegar ese último antojo que me sugeriste y llegué a complacer
tristemente, como si te entregara un pago material por mis ausencias
injustificadas. No te vi, tu mamita me lo agradeció de corazón, como si fuera
el amigo incondicional. Me mandaste un mensaje caluroso agradeciendo tan
insignificante gesto. Todo ese camino sombrío que te tocó transitar Miguelito,
los iluminaste con tu fuerza, con tus ganas, con tu buen ánimo, siempre
predispuesto a compartirlo. Hoy leo el muro de tu página social, y eso que
irradiaste de manera ejemplar durante todos estos meses, se ve reflejado en
cada mensaje que te acompaña, allá donde estés. Para mi serás siempre “Misterio”,
hincha fiero de la Crema, valiente y aguerrido compañero de batallas.
Lamentablemente nadie le gana la guerra a la muerte, pero en vida, como un soldado de la luz, te
condecoramos todos los que te conocimos. Ya nos veremos Miguelito, y jugaremos
una mesita de billar o algún partido de fútbol, obviamente en el mismo equipo.
Hasta ese momento “Misterio”, amigo mío.
jueves, 24 de abril de 2014
Talk Show
Es difícil contar la vida, no hay como empezar.
Pero una huella en el alma, la cicatriz de una herida es un buen punto de
partida. Lamento no haberla conquistado antes, fui su gran amigo casi cuatro
años, y no me di cuenta lo perfecta que era para mí. Pero bueno, todo salió de
la nada. Éramos muy bohemios a pesar del trabajo y la relación larga que ella
mantenía. Nos divertíamos pensando en lo tontos que eran todos y nosotros no.
Lo llamábamos bullying. Recuerdo que salimos en grupo, fue todo casualidad.
Tomamos unas copas, sonreíamos más de lo normal. Fuimos a mi casa, ahí fue su
primera vez (conmigo). A pesar de lo linda que era rarísimo, yo nunca pensé en
sexo o en placer con ella. Luego nos encontrábamos en el trabajo, a veces un
poco avergonzados. En la calle andábamos en grupo relajadísimos; con los amigos
de siempre, como si todo fuera igual que antes. Alucinados en silencio por lo
que había pasado. A pesar de todo yo nunca creí que estaríamos. Pensé que todo
comenzó así y así iba a terminar. Tenía miedo, el presentimiento de que todo se
destruiría si lo intentábamos, pensaba mucho en ella. Ella no concebía las
cosas así o quizá yo no entendí. Decidió que todo debería seguir igual,
abandonar esa posibilidad, hacernos los locos. Horrible, quedé decepcionado.
Pero bueno, las historias de amor son así, con dolor y desorden lo acepté. La tranquilidad
y estabilidad son el final feliz de cualquier película, de cualquier libro.
Cuando yo estaba a la mitad del cuento, desubicado y con bastantes desordenes
en mi vida, decidí intentarlo, formalizar. Atreverme a llamarla, visitarla. O sea
decirle, no sé… ¿quieres estar conmigo? Tenía en ella una gran amiga, alguien
que me acogió en su casa con irreprochable amor. Cosas que no puedo explicar.
No recordaba quien había sido antes, ni lo guapa que había estado todo este
tiempo. En el fondo me encantó mi reacción. Decidí quererla y conquistarla, así
de simple. Iba a ser difícil, pero creo que finalmente lo conseguí. En verdad
todo fue un accidente mágico que yo jamás pensé. Lo último que quería era
quebrarle el corazón, borrarle la sonrisa. Ella se alejó un poco, quería darme
el espacio que tanto reclamaba. Le mandaba chocolates a mi madre y algunos
regalos por navidad. Me cuidaba con dulzura y preguntaba por mí. Pero yo
siempre algo loco, siempre en silencio. Con mi linda chica tuve una larga
felicidad de casi año y medio. Fue lindo, visité el norte del país, hicimos varios viajes. Me iba bien
en el trabajo, me iba bien en la universidad. Era espectacular todo, me sentía
encaminado. Sin embargo mi mamá se puso mal, subió el alquiler del
departamento, el trabajo se puso difícil, me fracturé la pierna. Entonces el
desorden y confusión regresó de nuevo y bueno, se acabó todo. Con esto descubrí
que la felicidad es una puta caprichosa; una puta que juega con nuestros
sentimientos y a veces por ningún motivo se deja montar. Llega un momento en
que ya, se aburre de ti y no quiere verte más. Ahora estoy tranquilo y
sosegado. Cogí el teléfono hace poco, quería saber que fue de la chica de la
que hablo desde el principio. Ubiqué algunas fotos en las redes sociales,
seguía trabajando en el banco, llamé a un amigo en común al que quiero mucho y
trabaja con ella. Le dije: - “Hermano qué tal, soy Leonardo… te acuerdas de
mí. ¿Qué fue de tu amiga, cómo está? – Él me respondió con respeto y sinceridad – Cómo, no
sabes… ella es feliz.” Fue una respuesta
contundente, entendí. Quedé consternado con la idea de perderla, completamente
arrancado de mi presente. Nunca me despedí de ella, nunca supe decirle
claramente que todo fue mi culpa. Ahora tengo clara la noción del amor y la
nostalgia que provoca el pasado. Esta lección todavía es para mí. Digan adiós si hay
que hacerlo, cierren su historia de amor, terminen su libro. Todo, en su
momento…
martes, 15 de abril de 2014
Te veo bien
Parece que el mundo te sonríe, te
veo bien. Por lo menos eso dicen las fotos que cuelgas en tu Facebook todas las
semanas, siempre en la misma discoteca donde ya pareces socios, siempre
acompañado de tus nuevas amiguitas y siempre algo despeinado, más feliz de lo
normal. Que bien te ha asentado el hecho de estar solo, de creerte el centro de
atención. Que bien te queda el papel del chico coqueto, bien arregladito, con
tu chupete en la boca, con tu sonrisa de galán de barrio. Es que siempre fuiste
así, bohemio. Siempre queriendo ser diferente, siempre creyendo tener la razón.
Desde que escogiste tu nueva vida no has descansado, me sorprende tanta lealtad
a esa discoteca de moda que concurres con fe religiosa. Te quejas de que no
tienes plata pero siempre te permites un par de cervecitas los fines de semana.
Y es que no son sólo los fines de semana, también un lunes o miércoles
cualquiera, estás en todas. Eres el chico de moda que siempre creíste ser sólo
que ahora te lo crees un poco más. Tu soledad amada no te inspira a escribir,
no veo que publiques seguido. Supongo que habrás devorado los libros que a mi
lado no podías leer y sobre todo, presumo que habrás encontrado todo eso que
perdiste en el camino y no te dejaba ser tú mismo. Te fuiste de la noche a la
mañana y así de rápido te reinventaste. A veces siento que todo lo que me
dijiste fue una mentira, una farsa para quedar bien, para no dejar que tu
popularidad baje. A veces creo que no fuiste sincero conmigo y simplemente
esperaste el momento justo para cambiar de aires, para acabar con tu papel de
niño bueno. Y es que eres así, un sobón coqueto que siempre quiere quedar bien,
que habla de lo correcto pero hace lo contrario, que nunca se equivoca. Yo bien
si te interesa, me reencontré con mi amigas, a las que no veía hace tiempo. Todo
encajó a la perfección; decidiste partir y ellas decidieron estar ahí, en el momento
indicado. ¡Bajé de peso! ¿Lo puedes creer? Ahora tengo cintura otra vez y mi
ropita ya me entra. Salgo, bailo, tomo y me divierto como hace mucho no lo
hacía, con gente que no veía, lejos de todo aquello que me contaminaba. No te
voy a mentir, a mí también me va bien. También tengo que aceptar, que
confesarte esto es darte un poquito la razón, la soltería nos ha asentado bien
a los dos. Espero que te dure, que aproveches tu juventud, que aguantes todo el
tiempo que puedas y que te diviertas con tu personaje favorito: “El chico
popular”. Espero que dentro de un tiempo nos encontremos y podamos conversar
sobre todo esto, sacar conclusiones sin mezquindad y llegar a conclusiones
sinceras. Espero que todo te vaya bien, porque sabes bien que no te odio, que
dentro de todo te guardo un cariño especial. Ten cuidado con el alcohol, no
tomes mucho. Come por favor, estás flaquito otra vez. Precaución con las
mujerzuelas con las que andas, no te vayas a enamorar y termines decepcionado,
porque todo da vueltas. Mejor no te enamores, no te enamores nunca. Si
encuentras el amor, no juegues con él. Llámame de vez en cuando, sé que seremos
buenos amigos. Por si acaso mi mamá no te odia, sólo te pide que no vuelvas por
acá. Saludos a tu mami, cuéntale que estás loco y que morirás en soledad. Arregla
los temas del carro y lo de la universidad. Por último, si ya cerraste tu
libro, guárdalo en esa biblioteca sentimental que tienes en tu frio corazón,
para que cuando tu otro yo, ese que se perdió, quiera reencontrarse, tenga la bitácora
de tu viaje a la soledad. ¡Éxitos!
jueves, 27 de marzo de 2014
En tiempos del amor
Espera nervioso en su puerta,
impaciente, exacerbado. Sale cogiéndola de la mano, apretándose de cuando en
vez un poco más fuerte, los dedos entrelazados, sudando de emoción. Un beso en la
calle, en cualquier esquina, tomándola de la cara, mirándole a los ojos, con el
tiempo paralizado y sólo ellos, nadie más alrededor a pesar del caos. Compartir
los dos de un helado, con dos sorbetes. Escribir sus nombres o iniciales en un árbol, en la mesa
de un bar, en una pared cualquiera, impregnar lo suyo por todos lados.
Abrazarla por detrás, trastabillando con cada paso, sus brazos en su cintura,
las mejillas junta. Dedicarle mil canciones, cantárselas como si hubieran sido
escritas por uno mismo. Mirar el reloj, morir de pena al ver que se acaba el
tiempo. Sentir que es la chica más linda del mundo, que todos la miran, ser el
elegido. Llevarla a su casa, caminado despacito, queriendo que los metros sean
kilómetros y que esa puerta no se abra nunca, que ese momento sea eterno. La
despedida dolorosa, parece el fin del mundo. Una última mirada, las manos que no
se sueltan, los dedos que se estiran prolongando el despojo uno del otro. El
beso final, la respiración agitada, una despedida trágica, dolorosa. Las pulsaciones
a mil con cada paso que te aleja de ella, la cabeza gacha, la felicidad del día
termina en una melancolía dulce. Sentado en el taxi, mirando la ventana, todo
le recuerda a ella. El celular con mensajes de amor, con promesas de una vida junta,
de un idilio eterno, de querer dormir a su lado para siempre. Entrar a su
cuarto, sin ella a su lado pero latiendo fuerte en su corazón y rondando su
cabeza. Pone música en la computadora y es la misma que le dedicó, todas hablan
de ella. Las canta nuevamente, el lapicero de micrófono, parece que la mirara a
los ojos. Escribe su carta como si le hablara, como si ella escuchara cada
palabra suya y Neruda es un principiante. Le pone frases de las canciones que
escucha y recopila el día transcurrido, el mejor día del mundo hasta mañana que
la volverá a ver. Le hecha un poco de perfume que corre de manera sutil la
tinta del lapicero. La carta perfumada lista en un sobre que contiene el
secreto más grande del mundo: Yo te amo. Las luces apagadas, abrazando la
almohada deja de soñar despierto para empezar a soñar dormido. Revisa por
última vez su celular, no hay mensajes. Azuza por última vez la foto guardada
en el móvil, su sonrisa lo conmueve. Quiere decirle que la ama más que nunca
pero es tarde, ella duerme. Abre los ojos y piensa en ella, sabe que la verá
por la tarde y se emociona, tiene una carta para ella. Revisa su celular y ya
tiene un mensaje. Le responde que también la ama, que muere por que llegue el
momento para volver a verla. Sonríe como imbécil: tomando desayuno, bañándose
mientras cantas las canciones dedicadas, mientras se lava los dientes, mientras
piensa incansable en su sonrisa. Sale a cumplir sus obligaciones, todo le
parece perfecto, nada podría arruinarlo. Las horas pasan lentas pero pasan,
cada minuto transcurrido es un paso que se acerca a ella. Falta mucho para su aniversario
pero a él se le ocurren mil sorpresas. Llegó el momento, se alista lo necesario
y sale acompañado de la sonrisa de estúpido que está dibujada en su cara. La
divisa a unos metros acompañada por un amigo. Ella también está impaciente y
casi ni mira a su acompañante mientras le habla, parece un faro tratando de dar
luz al amor de su vida para que la encuentre pronto. El camina despacito, pero
queriendo correr a ella. Piensa en que aquel amigo seguro quiere algo con ella,
lo comprende, es preciosa. Se abrazan con un beso de película que parece eterno
pero dura unos segundos. La emoción es evidente. El amigo se despide algo
incómodo. Él le dice que casi muere. Ella que no quiere dejar de verlo nunca
más. Se toman de la mano, parece que las hubieran fundido. El la abraza con
fuerza, como queriendo decirle que nunca más se vaya. Ella siente su perfume,
el mismo que le ha echado a su peluche para no extrañarlo tanto por las noches.
Otra vez en la puerta de su casa, otra despedida desgarradora. Las miradas, las
risas sin hablar, los besos apasionados. El la suelta de la mano, el mismo ritual
de todas las noches, le entrega la carta. Ella emocionada apresura la despedida
y sube a su cuarto corriendo, cierra la puerta y sentada en su cama desnuda la
carta. Siente su aroma al despojarla del sobre que la cubre. Su corazón no aguanta
más. Lo primero que lee es el título, dice: En tiempos del amor…
martes, 4 de marzo de 2014
Se llama Soledad
Calculé mi muerte para este año,
lo calculé hace diez o doce años atrás. No sé cuándo decidí que sea en mayo,
tampoco porqué; me parece un mes encantador. Me gustaría que se después del veintidós,
cumpleaños de mamá. También pensé en llegar con más ganas de vivir, y no es que
me falten, pasa que en verdad no tengo idea del siguiente paso que daré y a
dónde me llevará. También hace unos diez o quince años le perdí algo de miedo a
la muerte, entendí que es un acto democrático, que a todos nos llega sin hacer
ningún tipo de excepción o remilgos y que a pesar de tener el concepto de algo
nefasto, despierta algún tipo de curiosidad (si eres optimista puedes
denominarlo como esperanza) de oportunidad misteriosa. Le perdí miedo a la muerte
y hasta he pensado mil maneras de organizar mi funeral: los colores (blanco,
todo blanco), la música (siempre Fito Páez), las maneras (sin protocolo alguno)
y un final con cremación incluida. Lamentablemente, como dije antes, la muerte
es igual para todos y no creo que se me permita estar en mi velorio ultimando
detalles y animando mi despedida. Lo cierto es que en vida he descubierto un
temor que podría bien ser una futura fobia y que a veces también coquetea con
la necesidad, con la adicción (ninguna adicción es buena). Y es algo así como estar enamorado, planeas
toda tu vida junto a ella, pero piensas en huir todos los días. Desde pequeño
he sido un prófugo. No sé en qué momento decidí serlo, en qué momento me
convencí de que la libertad es no aferrarse a nada ni a nadie. ¿En qué instante
de sabiduría o necedad me aboqué a pensar que nada es indispensable? Entonces,
en mi subconsciente trastornado decidí cerrar etapas, terminar libros, cambiar
de rumbo. Soy un mochilero sin apuros que le encanta dormir una noche aquí y
otra allá, sin complicaciones. Creo que es la única herencia que me dejó papá,
ser inconstante, volátil, un loco del carajo; egoísta y caprichoso. Entonces a lo
largo de estos veintisiete años que llevo a cuestas (edad fijada para abandonar
este campo material), he dejado regados tantos buenos momentos que hoy recuerdo
con melancolía y tanta gente de la cual quizá ni me despedí, he abandonado tantas
buenas historias probablemente a la mitad del libro (y he aquí lo que me
preocupa), he lastimado sin pensar a tantas buenas personas sin saber y sin la
oportunidad de pedir disculpas que me asusto de mí mismo. Si yo tuviera que
venderme, no me recomendaría. Soy un saqueador de buenos momentos, que
confundido cree que está robando sonrisas. También entiendo que hay gente que
maneja bien este teorema y me utiliza de forma espectacular hasta que se aburre
y ya, se desvanece. (No los culpo ni los juzgo) Mi madre todavía vive enamorada
del hijo bueno que la escuchaba y la hacía reír, es la única que no perderá la
fe en mí. Aún se acercan con la intensión de compartir conmigo cosas de las que
ya me aburrí, me cansé; y no por malo, es porque soy un ser humano y de vez en
cuando también quiero que me escuchen (desahogo). Todavía me buscan por
virtudes extraviadas, virtudes que también estoy buscando. Necesito ver gente
para aburrirme y huir de ella, soy así. Este boleto me llevará tarde o temprano
a una cama vieja, en un cuarto pequeño, bien modesto. Me hará uno de eso
viejitos que tiene mil historias para contar pero sin público. Me hará reír y
llorar en silencio perdido en algún recuerdo borroso. Pensar tanto en mis
errores y avizorar un futuro tan macabro me adormece y me encanta, soy un
drogadicto autodestructivo que consume sus miserias y se siente bien. Me
encerraré en mi habitación, haré un fortín. Saldré a buscar gente para
distraerme un rato, aburrirme de ella y regresar cansado, harto de todo.
Esperaré mayo con fe, como se espera el amanecer después de la tormenta. (Lo
bueno de morir ahora sería no pagar mis deudas, pensar en eso me relaja) Ayer
muy por la noche, en un conflicto
interesante entre mi angelito de la guarda y mis demonios rocanroleros, escribí.
Escribir es un buen síntoma, quiere decir que estoy desahogando, que me estoy
purgando. ¿Cómo se llama todo esto? Se llama Soledad:
Y hay noches de Soledad,
de mi triste y añorada Soledad
en que soy feliz.
Y hay también,
noches de felicidad
de dulce y añorada felicidad
en que estoy solo
donde estoy lejos.
Hay noches de sueños largos
de vidas cortas
y mis ojos rojos.
Hay vacíos que llenan el alma
que mienten despacio
que te vuelven loco.
Y hay recuerdos tuyos
tan distantes
como yo contigo,
como yo sin ti.
Y es esta pena que me encanta,
que me hace regresar…
Tristeza dulce,
Soledad añorada.
Distante…
Como yo contigo,
Como
yo sin ti.
miércoles, 26 de febrero de 2014
Hasta mañana
Hace tiempo no me querían tanto, hace tiempo no me sentía tan
querido. Es mejor aprender en el camino, en la práctica. Tú la mejor maestra. Puedes
devolverle la fe a cualquier ateo proclamado, la epifanía de tu sonrisa lo
puede absolutamente todo. Tu paciencia divina para conmigo, tus maneras amables
y comprensivas, tu dulzura hasta cuando me llamas la atención, hizo que yo te
amará tantas veces y de tantas formas que no salía del asombro, como un orgasmo
múltiple por primera vez. La percepción
de chica linda te la ganaste hace seis años atrás aproximadamente, cuando muy
gordita tú, llegaste a esa oficina mágica de donde rescato a varia gente buena.
Poseedora de una fuerza de voluntad única, que hace que comiences una dieta
todos los lunes o tu proyecto de vida que siempre tomará forma dentro de dos
años. Siempre alegre, siempre buena, siempre tú. Fuimos buenos amigos aunque salimos poco a
pesar de tus innumerables promesas de avisarnos más ratito. Luego de tanto
tiempo y camino recorrido soy yo el que
te promete cosas, el que no las cumple. Quien nos haya visto de la mano de
repente, ha de haber entrado en una confusión tan compleja, que todavía debe de
estar perdido en el laberinto de la razón. Pues claro, tú la chica del eterno
enamorado y yo el eterno enamorado sin chica. Pues ambos ahora caminaban de la
mano felices aunque sin saber a dónde iban. Yo iba tu casa, veía a tu Mamu (como
la llamas de manera genial) y me alimentaban como el huerfanito engreído que
era. Tu abue, tu familia entera y la pequeña Lela, de la cual también me
enamoré estando enamorado de ti. En verdad encontré la familia que nunca tuve
gracias a ti, porque compartiste conmigo la razón por la cual eres tan linda,
por la que practicas tan buenas costumbres; compartiste conmigo lo que más
quieres, tu familia. Entonces entendí que no sólo eras una buena amiga, una
buena enamorada, también auguraba en tu destino el premio a la mejor mamá.
Tienes tanto amor contenido dentro de ti, que en la primera visita que hagas a
Venezuela, arreglas todo. Pero a veces uno no sabe qué pasa, busca respuestas a
preguntas que nadie hace y como me ha pasado en otras oportunidades, por el
temor de arruinar todo, por esa sensación de estorbar en vez de ser requerido,
por esa insana manera de pensar que me llevará a dormir debajo del puente de la
soledad, hui. Y ahora en mi cabeza, a pocos días de aquel funeral insulso,
cargo en mi memoria una foto tuya como un soldado que va a la guerra. No sé a
qué guerra voy, yo que siempre he sido tan pacífico y maricón, pero sé cuál es
el destino de los que asoman a los campos de batalla. No pienso en nadie que no
seas tú, y no hay nadie que ocupe el lugar que te pertenece por motivos
supremos. Pero debo admitir que es delicioso extrañarte como te extraño y
sentir esta pena pasajera que me hace sentir vivo de manera diferente y me
recuerda que tan miserable soy y no maquilla mis defectos detrás de tu sonrisa
mágica y resplandeciente. Todo está intacto, tu foto al lado de mi cama, tu
nombre en mi celular, lo que siento por ti y es más, las cosas que planeamos.
El tiempo se encargará de hacerme entender que soy un canalla egoísta y que por
temas de preservar los sentimientos nobles y las buenas costumbres, es necesario
aislarme. Yo siempre tan racional con lo demás, tratando de adelantarme a lo
que piensan y poniéndome en su lugar a modo de empatía para entenderlos y no
juzgarlos. Qué pena que me cueste tanto conmigo, que no sea empático conmigo
mismo y por ende, no pueda ayudarme. He aprendido a querer el perfume que lleva
el dolor (como dice Fito), y no puedo compartir ese aroma con la gente que
quiero porque no disfruto con el sadismo ajeno. En verdad confieso que no me
sentía tan querido hace mucho tiempo, muchos años, tan querido en cantidad y
calidad. Una catarata de cariño el tuyo, con el amor más cristalino que he conocido
en esta ciudad (y es que de la ciudad de la que vengo, tengo como referencia a
mi Sra. Madre) Ahora puedes dar fe de que este loco alegre está loco de verdad
y de que su alegría llevaba tu nombre. Jamás podré alejarme del todo de las
personas como tú, de ti. Y para mala suerte tuya esta no es una carta de despedida,
es simplemente el descargo ilógico y sin sentido de un hombre que en medio de
la fiesta, en la hora loca, se paró, miró a los invitados y sin más ni más
dijo: hasta mañana.
martes, 4 de febrero de 2014
Hermanito menor
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