martes, 21 de agosto de 2007

Mi ojo está rojo

Mi ojo está rojo, me asusto un poco, creo que puede ser algo grave. Tengo un examen tedioso, de él depende mi vida, pero mi ojo está rojo, puede ser una buena excusa. Voy a clases, no me gusta mi carrera, tengo miedo, creo que la prueba va a estar difícil. El Profesor se hace el loco, a pesar de llegar tarde (muy tarde)no se molesta, creo que ya se acostumbró, entro y cierra la puerta. Dudo un momento antes de excusarme, quizá y ni se acuerde de la prueba, quizá si la doy ahora un alma piadosa me ayude, quizá no. La prueba se suspende, dice que es para el viernes, tengo tres días más para esforzarme, o para seguir confiando en mi suerte, no voy a aprender nada. Salimos al receso, me pongo mis gafas negras, mi ojo está rojo y no quiero que lo vean. Ahora tengo que exponer, no quiero quitarme las gafas. Recibo un mensaje de mi enamorada, quiero verla. Termina la exposición, hablé estupideces, me alcanza para aprobar; un curso menos. Le respondo a mi amor, le digo que la extraño, que quiero verla, dudo que me crea, para ella soy un “antiromántico”, no le miento, quiero verla. Llego a casa, sigo preocupado por lo de mi ojo, se lo digo a mamá: - Mi ojo está rojo, parece que la pequeña hemorragia se está extendiendo. Mi madre se preocupa, se asusta, cree que voy a morir. Ya almorcé, comí poco, aún tengo hambre, me voy a dormir. Escucho mi nombre, alguien me llama – no jodan, estoy durmiendo – Es mi madre - Vamos al oculista – me dice aún preocupada. Ella me acompaña, hace tiempo que no salimos juntos, me habla de Dios, dice que me he alejado mucho de Él. Yo tengo vergüenza, siento que la gente está aterrada al verme así, con mi ojo rojo. Me hago el chino, no abro bien mis ojos, no veo bien. Llegamos al oculista, espero una hora. Miro a mi madre (todavía chino) y veo que ha envejecido. Ya es mi turno, mi madre se desespera, pregunta una cosa, se para a ver no sé qué. Se ha vuelto muy impaciente, cree escuchar mi apellido, se vuelve a parar. Por fin entramos, mi madre me acompaña. El doctor se muestra afable, nos saluda cordialmente. Mi madre no se aguanta, le cuenta que su amiga Lula lo recomendó. El doctor se siente halagado, habla también de Lula, dice que es una mujer muy optimista, nada tonto, sigue la conversación. Han pasado unos minutos, siguen hablando, mi madre usa al oculista de psicólogo. Por fin me atiende, pone sobre mis delicados ojos aparatos raros, sólo es una luz, me dice que lo mío es normal. Mi madre interrumpe. Siguen los exámenes, empieza a probar mi vista. Pone letras de diferentes tamaños, me encanta el reto, trato de adivinar si no veo bien, fallo poco. Más pruebas, me hecha unas gotas, me introduce de manera sutil una pequeña herramienta al ojo. Dice que no duele dado a la anestesia. La anestesia no hizo efecto. Parece que terminó, me conversa, sigue conversando con mi mami, ya se aseguró una clienta. Me entrega unas gotitas, me dice que mi ojo seguirá rojo dos semanas más. La anestesia recién hace efecto. No siento mi ojo, le pregunto si podré usar la computadora con normalidad o debo de dejar los estudios, se ríe, - todo normal- me dice. Salimos, aún siento vergüenza por mi pobre ojo, psicológicamente estoy mejor, ya no me duele nada. Mi madre dice que se comprometió con Dios, que vayamos a rezar un rato. Si ella se comprometió ¿por qué voy yo? Acepto, vamos a orar un rato. Me engaña, me llevó a misa. Estoy enojado, no me gusta ir a misa, menos con engaños. Empieza la homilía, hablan de San Ignacio. Me aburro, veo a las señoras de edad sentadas bostezando; sus maridos las acompañan, ellos duermen. El padre habla mucho, nunca entiendo. Ya va a terminar, el otro curita se anima, el sermón se prolonga. Mi madre se da cuenta que estoy molesto, me dice que salgamos. Me llega un mensaje, mi amor me reclama. Por fin se acuerda de mí. Salimos de misa, tengo sueño. Mi madre parece complacida a pesar de la abrupta salida. Le comento que voy a ver a mi enamorada; se fastidia, no le cae muy bien. Se acuerda que la acompañé brevemente a misa, me la debe, acepta. Acompaño a mamá a casa, quiere comprar café, también pan; mejor lo hago yo, no quiero que incite una de esas largas conversaciones con la señora de la tienda. Se hace tarde, sólo veré a mi amor una hora y media, me parece poco tiempo. Mi ojo sigue rojo, aún tengo vergüenza. Me apuro, creo que voy a llegar muy tarde. La he querido ver todo el día.

No hay comentarios: