miércoles, 11 de septiembre de 2013

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Me comentaron hace bastantes años atrás que hay un acontecer que lo realizan lo vivos, lo muertos, las cosas, los animales, lo tangible y lo intangible. Hay un evento que no se puede evitar a pesar de denodados esfuerzos, aportes tecnológicos, brujería y mitos ancestrales. Casi a modo de adivinanza me empeñé en dar una respuesta original, y a pesar de mi imaginación decadente, concentré mis energías en absolver con inteligencia esa duda. No logré convencerme con alguna de mis respuestas, todas distantes de la verdad. Eso que no se puede detener, que no podemos frenar, eso que no podemos impedir es envejecer. Envejecemos los vivos, los muertos (temas de descomposición), las cosas animales etc., etc., etc. (hace tiempo no usaba el “etc.”, lo siento más viejo) Entonces el tiempo al transcurrir sin poder ser frenado, arrastra consigo los avatares renuentes. Arrastra sin poder impedirlo en su totalidad una serie de acaecimientos inesperados. La gente con el tiempo cambia, y generalmente no cambia para bien. A mis veintisiete años recién cumpliditos, he concluido que soy un tipo insoportable, y esto con lo que me queda de vida, empeorará. Hace muchos años, allá cuando era un niño despreocupado, recuerdo la figura de un primo político muy bonachón. Siempre con un chascarrillo o un gesto amable. Siempre con disposición a enseñare algo de fútbol o a compartir una sonrisa. Supongo que él estaría transitando los inicios de la base tres. Cuando de pronto, una tarde cualquiera, el tiempo cambió su alegría proba por el silencio. La última imagen que guardo de aquel hombre de sonrisa fácil, es aquella donde se encuentra sentado en un sofá de la sala, mirando el vacío, con la cabeza apoyada en su mano derecha y con la alegría extraviada. Aquella tarde me quedé confundido. Hoy, a mis veintisiete años (acabados de cumplir), entiendo algunas cosas. Es evidente que somos culpables de nuestros actos y que son esos actos los que nos trazaron los caminos seguidos. Esos caminos marcaron con sus experiencias nuestras costumbres, ideales o sensaciones y nos transformaron (a la gran mayoría) en lo que somos ahora. Mucha gente que me ha acompañado en el camino andado se pregunta qué fue del rubiecito alegre de comentarios tontos. A dónde se fue su alegría. Y yo, que conozco mejor que nadie al susodicho al que se refieren, me hago la misma pregunta. ¿Qué será de ese rubiecito gil? Tener veintisiete años en la teoría más lógica es encontrarse en la plenitud de una vida, entrando de lleno al tema de la madurez y la realización. Hay cosas que en definitiva se van marcando; pero lamento informar que muchas otras cosas importantes, quedan en el camino por exceso de equipaje. La idea de ser adulto no me seduce del todo, se sacrifica mucho. Frente a mí, a espaldas del ordenador en donde escribo, un cuadro en blanco y negro del famoso “Piolín” con dos recordatorios de amigos que el tiempo ha sabido conservar, me mira sospechoso y recuerdo que fue justamente, un regalo de onomástico. Y es que en aquellas épocas, se valoraban más estas cosas hasta convertirlas como ahora, en tesoros preciados. A mis ya trajinados veintisiete años, me declaro sin temor a equivocarme: Insoportable. Por ende comprendo que mi destino inefable es conciliarme conmigo mismo y aceptar la soledad celosa que siempre me atisbó con la seguridad de que era suyo. Todavía hay camino por andar. Todavía queda tiempo para recibir un abrazo, regalar un beso, escribir una memoria. Todavía queda alguna oportunidad para demostrar cariño, para decir te quiero, para pedir disculpas. Entiendo que el parabrisas es mucho más grande que el retrovisor porque debemos preocuparnos siempre por mirar hacia adelante, hacia el frente. Y esa es la misión a cumplir, la tarea encargada. El tiempo me volverá por inercia aún más renegón e impaciente de lo que me siento. Agigantará mi vientre y hará de esta barriguita coqueta una barriga prominente. El cabello seguirá deslizándose entere mis hombros hasta encontrar el suelo. Las arrugas se harán inquilinas de mi rostro y los dolores invadirán terrenos desprotegidos de mi cuerpo.  He vivido, y agradezco esa oportunidad bendita que se me brindó. No sé cuánto tiempo más me quede, no lo sé. Espero tener la decencia de vivirlos bien y sonreír con frecuencia y sencillez, ya que quiero que sea esta la imagen que deje a pesar de los años. A todos los que acompañaron mi camino y aún se encuentran en mi andar: ¡Gracias!