lunes, 27 de septiembre de 2010

Los ojos que me miran

Estoy sentadito, tranquilo. Nunca llego temprano a esa Comunidad a la que asisto sin mucha simpatía; aunque admito que rescato algunas cosas importantes que me hacen pensar. Lo importante en todo caso es que piense, porque no lo hago con mucha frecuencia. Él está ahí: taciturno, meditabundo; con un terno que lo hace ver importante. Se encuentra con otro grupo de muchachos que están también enternados, parecen los hombres de negro en una versión distorsionada y vulgar. Están en una esquina, en la parte delantera de esa especie de auditorio. Conversan disimuladamente mirándome de soslayo. Advierto que mi presencia lo ha alertado y me siento un advenedizo. Entonces lo descubro observándome con detenimiento. Mi camisa color ladrillo, mi jean viejo, mis zapatitos beach de príncipe (porque he descubierto que no soy un Rey, prefiero ser un príncipe. Los reyes están gordos, viejos y acabados; los príncipes por su parte, son jóvenes y tienen mayor grado de simpatía). Entonces en media charla me siento amenazado. No sé de qué hablan y por ahora no me interesa. He sido descubierto y empiezo a ver las vías de evacuación. Algún instrumento como una escoba o silla que pueda utilizar para defenderme mientras intento escapar. Él ha mandado a sus amigos que también están enternados para que me espíen sin complejos. Ellos se acercan sin levantar polvo y me miran de reojo y me huelen y presiento que no tardarán en lamerme. Yo no me inmuto y disimulo la tranquilidad de un buda bajo el árbol. Entonces de repente se acaba la charla dominical y todos se retiran. Intento confundirme entre la gente para despistarlo. Entro al servicio higiénico he intento cambiarme de peinado. Me pongo los lentes y salgo con pana y elegancia. Estoy caminando por la calle y volteó para cerciorarme. Veo que el viento flamea una corbata detrás de un poste y entiendo que es él y me está siguiendo; no quiere perderme de vista. He entrado a un restaurante chino y he pedido lo más barato: nada de arroz chaufa, quiero arroz blanco sin ningún tipo de carne y un vaso de agua, si es posible agua cruda. Entonces siento una risa sospechosa y es él que está en la mesa de al lado burlándose y se tapa rápidamente con un periódico que tiene dos agujeros; uno para cada ojo. Entonces anulo el pedido y salgo corriendo e intento sortearlo entre los vericuetos. Estoy jadeando en una esquina y me acerco a un heladero de carrito amarillo. Pido un Donito porque no tengo plata para comprarme uno más caro. El tipo me dice que son cincuenta céntimos. Antes de sacar la moneda advierto que debajo de su polo amarillo se encuentra una corbata fucsia con puntitos verdes. - ¡Maldición! – llego a exclamar antes de correr despavorido con el helado de lúcuma en la mano que no he pagado. Tomo una combi que me lleve a casa o por lo menos cerca mientras le doy lamidas desesperadas a mi heladito. Miro al cobrador para ver si no tiene algo sospechoso. Gracias a Dios no tiene ni terno ni tampoco luce una corbata fucsia con puntitos verdes. De pronto sube al vehículo un tipo que se para enfrente de todos, algo incómodo por el poco espacio ofrecido y empieza a decir: “Buenas tardes joven, señorita, señor, señora, amigo, amiga. Lamento fastidiarlos quitándoles unos minutos de su valioso tiempo, pero la desesperación me obliga a subir a este vehículo en particular para ofrecerles estos caramelitos de menta en forma de corbata. Tenemos una nueva presentación de deliciosos sabores y colores. Les recomiendo estos fucsias que son de fruta fresca y exótica con puntitos verdes que vendrían a ser como menta. Estuve en la cárcel hace años por matar a un joven entrometido que flirteaba con mi enamorada y no me colaboró con un caramelito. No quiero cometer el mismo crimen y por eso necesito su colaboración y su comprensión. Sólo cuestan veinte céntimos y espero su generosidad y alegría al momento de contribuirme. Gracias por su tiempo. A continuación voy a pasar por sus sitios y por favor… espérenme con sencillo”. Yo no interrumpí su breve reseña, por el contrario, mientras él hablaba terminé mi helado impagado y saqué precisamente aquellos cincuenta céntimos que me sobraban y se los di esbozando una sonrisa. Sólo le dije: - “¿Tres por cincuenta?” - y sentí de inmediato su mirada venenosa y logré escapar de la muerte saltando por la ventana de aquel vehículo sin pagar el pasaje y con tres caramelos en la mano. Estoy a unas cuadras de mi casa y apuro el paso, sé que él está cerca. No puedo entender la actitud de ese pobre muchacho. Sé que se siente amenazado por mi presencia pero no es necesario que muestre tanta aspereza cuando me advierte cerca de él o de su chica. De pronto un mendigo me pide una colaboración y yo le entrego los tres caramelitos que no pienso comer y le digo: - que Dios te cuide -. Él me da las gracias y me responde con un tono de voz rígido: - “Que te cuide a ti hijo de la grandísima -”. Yo ingenuo respondo “Amén” antes de advertirlo, luego corro nuevamente. Estoy en casa, con el pijama puesto y apunto de dormir. Me siento tranquilo y apago la luz. Antes de dormir doy una oración pidiendo por la paz espiritual de ese chico y por que guarde por mi seguridad. – Amén – escucho y estoy casi seguro de que no fui yo. Entonces duermo. En la madrugada siento unas ganas incontenibles de miccionar. Debe de ser por la ventana que está abierta y por el frío que ésta origina. Cierro la ventana y voy al baño. Él me observa debajo de la cama y cuenta cuantas veces sacudo al mono jojoy y apunta todo en un cuadernito que atesora. En el cuadernito ese tiene también horarios que yo manejo: “Doce del medio día, se levanta; almuerza en el mismo local. Se va a trabajar por la tarde y coquetea descaradamente con mi futura esposa. A la hora de salida intenta convencerla de salir a dar una vuelta. Como no consigue nada se va a su casa. Compra un sol de pan. Lo come con lo que puede. Se tira un buen pajazo (después de entrar en el internet y de que nadie le hable ni por Messenger ni por el Facebook y antes de dormir). También cuenta con un blog. Pienso dejarle un comentario” Yo regreso despreocupado después de sacudir al mono jojoy y vuelvo a acostarme en la misma posición. Me tiro una flatulencia criminal; me quedo dormido nuevamente. Él sale debajo de mi cama, se sacude el terno y se acomoda la corbata que casi casi brilla en la obscuridad. Se sienta a mi lado tratando de no despertarme. Me hace cariñitos en la cabeza y dice en voz bajita: - “Ni cagando me bajas a mi flaquita.”- mientras me mira dormir. Yo duermo sin saber el peligro que corro. Me muevo lentamente dándole la espalda a mi vigía nocturno y lanzo otra flatulencia mortal. - Amén - digo entre sueños.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El día de mi muerte

Todas las mañanas despierto con la misma sensación con la que la noche anterior dormí: “Me voy a morir pronto”. Y es que tengo un presentimiento ponzoñoso que me azuza a pensar de esta manera. A las doce de la noche, este último 11 de septiembre, en vísperas de mi cumpleaños, un dolor agudo se posó en mi debilitado corazón. Sentí unas punzadas virulentas y entendí que nada bueno podía ser. Terminé por convencerme de que eran gases y así me fui a dormir. El último domingo que fui a comer a casa de mi tía querida (Alicia), quien siempre me espera los domingos con delicias preparadas; empecé a padecer nuevamente de mareos y un dolor en la cabeza que me preocupa por ser un tanto desconocido. Comí delicioso un asado de carne con ensalada y un ajicito picante como mi tía sabe que me gusta. Me quedé sentado conversando con mi tío Vicente, quien es un amante de la familia único; y sentí unos mareos arrasadores que me llevaron lentamente a la cama de una de mis primas donde dormí casi noqueado. Desperté a las cuatro y media de la tarde y me despedí apenas y llegué a mi cuarto lentito, como llega la fortuna a la vida de un miserable. Me cambié apenas y me eché a seguir durmiendo. El lunes fui a trabajar muy mareado, contorneándome al caminar, zigzagueante. En el trabajo estuve hecho un torpe y por suerte cuadré con bríos. Esto de vivir pensando en la muerte es una filosofía que practico hace años. Por eso mi andar risueño (y ahora tambaleante), mi paciencia casi beata. No pretendo pelearme o discutir con nadie porque presiento que moriré antes de pedir disculpas o conversar y tan sólo esa idea me aterra: el hecho de irme con algo pendiente y sobre todo, si es con alguien a quien aprecio de verdad me preocupa más que mi propia muerte. Por eso me levanto sin prisas. Cruzo la pista mirando a ambos lados; siempre respetando el semáforo. Mastico lentito para no atorarme. Trato de estar adecuadamente hidratado. Consumo leche y frutas con frecuencia para mantener la mayor cantidad de vitaminas en mi cuerpo (de la “A” a la “Z”) y trato de cagar todos los días (aunque a veces no cumplo). He tratado de disminuir con éxito mi consumo de Coca – Cola (mi mayor vicio), y no fumo casi nada. A pesar de los últimos deslices con el alcohol, tampoco lo consumo con frecuencia ni en cantidades que puedan lacerar mi organismo. En el Banco siento que van a entrar unos matones y dispararán a quema ropa y una de esas balas perdidas se alojará en mi cuerpecito de príncipe y moriré en el acto. Que un tumor maligno e irreversible se aloja en mi cerebro o estómago. Que un terremoto fulminante dejará caer el techo en mi cabeza antes de cualquier reacción. Por lo tanto, me halle donde me halle, me encuentro en constante peligro. Debido a esta sensación mortuoria, me veo en la obligación no sólo de andar con cuidado, sino también, de desenvolverme con alegría; de respirar todo el aire que pueda cada vez que inhalo, de demostrar con un poco más de frecuencia mi cariño, de sonreír con cualquier escusa. Ahora, estos síntomas inusuales que presento se pueden deber a muchas cosas: mala alimentación, algún golpe dado tiempo atrás, a el descuido de mi persona, a un caso terrible de hipocondría o, lo que más me preocupa: a falta de sexo. La muerte es el fin más democrático y equitativo que se pudo dar. Mueren los ricos, los pobres, los altos, los chatos, las mujeres, los hombres, los buenos, los malos y yo también. Mueren todos a pesar de las diversas diferencias que podamos tener. Mueren todos se bañen o no se bañen. Por eso dejo siempre dicho que mis poemas están en mi cajón derecho, la mitad en el cuaderno rojo grande y la otra mitad en el verde chiquito; que por favor publiquen un par. Que me gustaría que todos aquellos que asistan a la despedida de este armazón de carne y hueso, lo hagan en lo posible de blanco, no de negro. Que me perdonen si es que les procuré algún dolor o desavenencia. Que sonrían cuando se acuerden de este niño viejo que no supo quererlos como se merecían. Por otro lado, siento que debo aguantar con valentía estos embates de la vida y no morir sin antes escribir aquel libro que está en camino con una velocidad no mayor a la de una tortuga con diarrea corriendo al servicio higiénico. Tengo que dejar algo antes de partir y espero sea aquel libro planeado y discretamente ejecutado, el mejor recuerdo que pueda dejar. Por ahora soy un sobreviviente que no planea nada a futuro porque presiente no llegará muy lejos. Soy un gitano que no ve en aquella línea larga de su mano muchos años de vida. Soy un bohemio soberbio y alucinado. Le he escrito poemas a la muerte e incluso, el pensar tanto en ella me ha hecho verla sin miedos. La muerte es el final más justo y quizá, el paso más próximo.

martes, 14 de septiembre de 2010

Bitácora de un borracho

Viernes 10 de septiembre, 11:30 de la noche; es víspera de mi cumpleaños. Tengo unas ganas bárbaras de tomar, de libar y entregarme a los efectos del alcohol. Los chicos no me han dado bola, todos saben que el sábado tenemos que trabajar y prefieren guardarse para la noche siguiente y nadie quiere salir conmigo. Estoy en casa y tengo ansiedad. Quiero llamar a todo el mundo pero no sé qué decirles. Entonces me quedo triste y ansioso en mi cuarto; en la computadora revisando nada. 11:58 de la noche y entra la primera llamada: es Bruno, me pide le converse de cualquier cosa hasta las doce. Segundos después llama Mónica y sé que están haciendo una apuesta para ver quién me saluda primero. Con Bruno aguardo hasta las doce que es cuando me saluda y me dice muchas cosas que sólo un buen amigo puede decir. Luego con su celular nuevo pone la opción conferencia y conversamos con Mónica quien se enoja por haber sido la segunda en saludarme. Ella también me baña con su aprecio y me llena de bendiciones y cariños. Mientras converso con ellos me empieza a doler el corazón de una manera inesperada y virulenta, pienso que ha llegado mi hora al cumplir los veinticuatro años y que este conato de ataque cardiaco acabará conmigo y me desaparecerá de la faz de la tierra aún joven. Gracias a Dios sobrevivo y me repongo después de descubrir que al parecer, eran gases. Sábado 11 de septiembre, 1.30 de la madrugada: Me llega un mensaje que dice: “Un día como hoy se cayeron las Torres Gemelas y también, un día como hoy nació un gringo hasta las huevas. Feliz cumpleaños cholito, de parte de tu amigo, hermano, primo, amante, marido y compañero.” Nadie firmaba ese mensaje que llegó de un número desconocido. No sé quién me mandó esa breve misiva que primero me dice “gringo hasta las huevas” y después me dice “cholito” a secas; no sé si es un primo, uno de mis amigos, algún hermano desconocido o uno de esos amantes despechados e insatisfechos. 8:30 de la mañana; ya en el banco. Entro y todos me saludan con un cariño que creo sincero. Algunos otros me dan la mano como todos los sábados y no pasó nada. Antes de iniciar la atención, todos se reúnen y hacen el intento de decirme cosas bonitas porque ha quién no le gusta que le digan cosas bonitas y lo saluden en su santo. Una breve oración dedicada a este gringo hasta las huevas y a trabajar. Algunos clientes me saludan con una sonrisa amiguera y yo doy las gracias. La señorita de limpieza me dice: “Joven Leonardo ¿Cómo es en la noche?”, y yo no sé qué responder porque no he planeado nada. 2:00 de la tarde; terminamos de atender. Traen una torta de algarrobina que está buenísima y no tarda en desaparecer. Más saludos, cariños y frases amables. 2:30; salgo de la agencia. Estoy en la casa de Bruno y le he llevado la torta a su mamá quien me invita a almorzar a mí y a Mónica. Mi jefe me llama y me dice que me invita un par de cervecitas y comienza el espectáculo. Conversamos de todo un poco y paso un buen momento. Gerardo, mi jefe, se porta bien conmigo y demuestra que es un buen tipo y que nos tiene cariño. 7:00 de la noche; en mi casa. Empiezo a limpiar todo por si viene alguien. Desempolvo las cosas, lavo cubiertos, barro disimuladamente. 8:00 de la noche; prendo la tele. Como nadie llega prendo la Tv y está jugando la “U”; me quedo dormido. 9:16 de la noche; Bruno me llama. Me despierto de repente y me dice que está afuera con Mónica y Samanta. En mi cabeza ya he unido cabos. Bruno me había pedido con torpeza que le devuelva una tabla de madera que me había regalado hace unos meses para poner fotos. Me dice: “Leo. Necesito la tabla que te regalé porque… porque… porque se ha roto una puerta en… mi casa y necesito algo como… tu tabla para tapar ese hueco feo que ha quedado”. Bruno es un tipo perspicaz cuando se lo propone. Entonces yo bajo a abrirles enseñando mi mejor cara de sorpresa precisamente para la sorpresa. Abro la puerta de la calle para recibirlos y… sólo están los tres. Me quedo de verdad asombrado y me acompañan a mi cuarto y me dicen que me he vestido horrible y me cambian en unos minutos mientras el celular de Bruno revienta. Entiendo que la gente está cerca y hago el que no sé qué ponerme sólo para joder. Bruno me apura gritándome y diciéndome: “¡Eres un indeciso de mierda!, nunca sabes que quieres”. Me pongo cualquier cosa y salimos a recoger a una amiga que está cerca. Cada esquina que doblamos creo encontrar a mis amigos listos para festejar pero nada. Entonces creo que Bruno no ha planeado nada y simplemente está de verdad enojado con mi indecisión y predispuesto a acompañarme en mi soledad. 9:39; regresamos a mi cuarto. Es la última de las posibilidades, que se encuentren en mi cuarto esperándome. Subo, abro la puerta y soy víctima del aprecio de las personas más geniales que hayan podido pisar mi cuarto. Han decorado mi cuarto con serpentinas y globos y condones, y han traído bocaditos y mucho alcohol. Han preparado gelishot que me hacen consumir como el más avezado de los drogadictos y han preparado aquella tabla que han decorado con las mejores fotos que puedo tener porque en la mayoría salgo con ellos y me siento querido y apreciado. La presencia de mi jefe me sorprende y puedo deducir que en el trabajo estoy haciendo las cosas bien. Están todos los que tienen que estar, los indispensables y los precisos. Entonces doy una palabras y digo lo mucho que los quiero y los aprecio y que si bien estoy lejos de muchos familiares, ellos menoscaban esas ausencias y me hacen sentir en familia. 10:18 de la noche; empezamos a beber. Saco un vino de chacra que he guardado con premura para la situación y lo tomo como agua. Gelishot una y otra vez. Me dan de beber el vodka que tanto me gusta. Tomo contigo y contigo. Con él y con ella. No quiero que nadie deje de tomar y quiero emborracharlos a todos. ¡Toma conmigo! Y empiezo a caer en mi propia trampa como suicida confeso. Me acerco a Samanta y le doy un beso en los labios, todos me observan. Algunos amigos míos son homosexuales y los quiero más por eso, por esa sinceridad con la que viven y me quieren. Meto a mi tocayo que es homosexual al baño y también le doy un piquito. Estoy muy borracho, no sé lo que hago. He ingresado a la etapa de la inconsciencia y empiezo a llamar a Camila y le digo muchas tonteras que no pensé que pensaba y Samanta me quita mi celular y me prohíbe llamar. 11:47 de la noche; no sé ni cómo me llamo. Pienso que he perdido mi celular porque me lo han quitado pero yo no lo recuerdo y empiezo a pedir una colecta para comprarme uno nuevo. Salimos de mi casa y vamos a la casa de Javier quien cumple años el 12 de septiembre. Llegamos a su casa y no recuerdo más. Regurgito como manguera loca y caigo en un profundo sueño. Hecho un bulto, Samanta me cuida y me hace cariños en la cabeza como consolando mi desgracia. Bruno y Mónica (que también está tomada) me llevan a mi casa y me cambian la ropa, me acuestan y me ven dormir. He pasado vergüenzas gigantescas en la casa de Javier y he perdido la conciencia y me he portado mal. Domingo 12 de septiembre; 6:41 de la mañana. Me despierto con frio e incómodo. Giro mi cabeza para ver sobre mi hombro y Mónica duerme junto a mi lado. Mi celular está en la cabecera de mi cama y no recuerdo como he llegado. Me reviso rápidamente y estoy completo y aún tal como salí. Nadie me ha robado ni violado ni lastimado. 6:43 de la mañana; ya consciente. Agradezco la calidad de amigos que me rodean y prometo otra vez nunca más emborracharme igual; por lo menos no hasta que cumpla veinticinco. Este gringo hasta las huevas está feliz por los amigos que tiene.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Un jefe no siempre es un líder

Uno llega a ser jefe no por pocas cosas: Puedes ser un tipo generoso, competente y contagiar el optimismo para hacer las cosas bien y ser productivos. Puedes ser simplemente constante y saber aprovechar las oportunidades. Puedes ser un chancón que sabe todo de memoria. Puedes ser un sobón chupa medias. Puedes ser un mediocre que está a la defensiva y pisa a todo el mundo para llegar a su objetivo. Ahora, una vez que cumpliste tu objetivo puedes ser un jefe que contagia la buena onda y que motiva a sus muchachos a hacer las cosas bien. Puedes ser uno de esos capataces que asusta a todo el mundo con amenazas poniendo en duda tu continuidad laboral. Puedes ser de esos que no les interesa como van mientras salga temprano y coma a sus horas. Puedes ser de esos que creen que incentivar es invitar una gaseosa. Puedes ser de esos que les convenga estar cerca para saber todo o de esos que se preocupan por los suyos para que de lo subjetivo a lo objetivo se cumplan las metas. Puedes ser un jefe con experiencia a los treinta y tres años. Uno incompetente con veinte años de servicio. Uno razonable sin ser psicólogo. Uno pésimo siendo el más premiado. Puedes tener la razón debido a la experiencia. Puedes tener razón porque crees tenerla. Puedes haber experimentado y no saber qué hacer. Puedes ser un hijo de puta pero no puteas a nadie. Puedes putear a todo el mundo y cagarlas de vez en cuando. Un jefe es el pináculo de la pirámide. Es el ejemplo a seguir y por ende (aunque no siempre sea el caso) el líder de aquel área o sector que se le haya asignado. No siempre un jefe es un buen líder. Dicen que los líderes se distinguen del resto porque tienen seguidores (esto puede ser una hipótesis equivocada). Dicen que los líderes son aquellos que mueven masas (todavía no basta). Yo creo que un líder de hecho es quien tiene el poder de llegar a la gente y hacerla pensar un poquito. Es aquel que puede convencer sin necesidad de obligar a nadie. Es aquel que contribuye con el grupo y trata de solucionar problemas que a veces ni le competen. Es aquel que enseña sin que le pidan el favor. Es el que compromete a su gente basándose en el cariño al trabajo y el respeto al compañero. Un líder es aquel que cree en lo que hace y en la gente que lo acompaña o sigue (según sea el caso) y se preocupa no sólo por cumplir las metas u objetivos , sino que también, comparte y departe algo más que indicaciones. Un jefe no necesariamente es un líder, y un líder no necesariamente es un buen líder. Las multitudes necesitan de un líder; alguien que les dé alternativas para pensar, para decidir, para equivocarse (como la gran mayoría de seguidores). Para ser un buen titular uno tuvo que ser un buen suplente. No puedes pretender ser un buen jefe siquiera si no te pones en el lugar de tus menores laboralmente. En la vida en general el altruismo es algo que nadie practica y por demás, no están esos que te dicen “hay que hacer esto o eso” sin decirte cómo. En el congreso hay personas que no saben ni leer ni escribir, y por lo tanto no saben expresarse correctamente y casi ni hablar el castellano, y así son padres de la patria (mejor nos declaramos huérfanos). No significa que discrimine a alguien; sólo que creo que hasta yo podría hacerlo un poco mejor. La culpa no es de ellos, es de los que lo escogieron. El hecho de sentirte jefe te hace importante. Como dice un relato: “Un ofertante quiere un pájaro para acompañarse en su vejez. El vendedor le enseña al demandante uno hermoso, blanco en su totalidad; habla tres idiomas y no ensucia nada. – Mil dólares –dice. El comprador duda. Entonces le enseña uno mejor aún, más bello; habla seis idiomas, no hace ruidos, vive cincuenta años y come poco. - Tres mil dólares – dice orgulloso. Como todavía no ve al comprador convencido le muestra a un tercero al que se le caen las plumas, casi y no habla, cojea de la pata izquierda y caga como loco. – Éste está diez mil dólares – dice convencido de la venta. - ¿Por qué tanto? – pregunta el comprador. – Fácil – responde el vendedor. – Porque los otros le dicen jefe.” Entonces algunos porque les dicen jefe se creen importantes. Un buen jefe no sería un buen jefe sin la gente que está detrás de él y lo avala. Yo no pretendo ser ni jefe ni me creo líder, pero si algún día el destino me guarda esa tarea, empezaré por comprometerme uno a uno con mis colaboradores. No basta con sonreírles, hay que intentar que rían contigo. Jefes cabrones los que creen que por joder van a ser mejor remunerados. Jefes mediocres los que no saben resolver problemas internos y buscan culpables eximiéndose de los fracasos. Jefes indeseables los que amenazan para coaccionar a sus también compañeros de trabajo haciendo alarde de su poder. La democracia es buena, pero las jerarquías joden esta democracia y los derechos de opinar y criticar, porque una crítica no es como muchos piensas para menoscabar o hacer daño. “El cerebro quiere la jefatura del cuerpo humano y dice que es quien mejor da órdenes. El corazón por ser el más noble pide el cargo. El estómago dice que él es el más importante. Y así todos los órganos dan su candidatura como la más óptima. Entonces la mierda se subleva y dice que él será el jefe porque si, y si alguien no vota por él se jode, porque no pretende salir del cuerpo hasta que no lo escojan. Entonces se ríen y descartan su candidatura. Van tres días sin deposiciones y el cerebro empieza a convulsionar, el corazón palpita con inconvenientes, el estómago revienta, y así todos los órganos. Es así que la mierda es elegida como jefe supremo y absoluto del cuerpo humano.” Es así que cualquier mierda puede ser jefe, así no sea un buen líder y no pretenda serlo. Yo no merezco ser jefe de nada ni postulo a serlo. Con paciencia y buen humor uno puede conseguir logros importantes. Cuando estos tardan, uno llega a confundir la paciencia con la mediocridad. Así pasen diez años, el optimismo y respeto que debe de haber en cualquier centro de trabajo, será mi objetivo primordial. “Motiva y no castigarás” será el lema. La vida te pone en un millón de sitios, en otro millón de situaciones, rodeándote de tanta gente diferente. Para ser por lo menos un buen líder, debes de saber lidiar con eso y aprender de las cosas buenas y malas que encuentres en el camino. La experiencia no está basada en el tiempo, sino en las cosas que te han pasado y sobre todo en los errores que cometimos así sean todos en un día. Yo no busco ser jefe de nadie y lo de líder es algo nato que yo no me atribuyo, pero eso sí, si llego a serlo, no seré una mierda caprichosa.