miércoles, 29 de abril de 2015

II.-La amenaza de tu presencia


Le han tocado la puerta de la casa muy temprano, como todos los domingos. Kevin se ha levantado de un salto y se ha puesto las goleadoras para la pichanga de los domingos, con la gente de su barrio. Mientras camina a la canchita de fútbol a unas cuadras de su casa, lee una y otra vez el mensaje que Fabiola le envío la noche anterior: - “Me encanta como bailas” – dice de manera escueta. Pero Kevin lo lee varias veces, como intentando descifrar algo, como queriendo estirar aquel mensaje nocturno. Sus amigos lo saludan. Se arman los equipos, se pacta la apuesta, comienza el partido. Kevin ama el fútbol, corre por su sangre morena la ilusión de ser descubierto. Ahora no espera ese golpe de suerte, de ser visto por un caza talentos, de llegar a ser profesional. Lo que él desea con todo su corazón, es que Fabiola lo vea, dedicarle un gol, respirar nuevamente el aroma de sus cabellos rubios. Fabiola a esa hora se encuentra durmiendo en ropa interior, todavía con el ligero maquillaje que ha utilizado la noche anterior, envuelta en sus sábanas moradas, sin intenciones de salir de su cama. Se despierta por el ruido que provocan unos niños al costado de su casa, donde realizan recepciones y eventos sociales, los quiere matar uno por uno. Sabe que no podrá dormir nuevamente, que su sueño se ha visto interrumpido y debido a que no tomó mucho la noche anterior y no es víctima de la resaca, ha decidido ir al gym, hacer algo productivo por su vida. Se cambia rápidamente, sin bañarse, es domingo. Sube a su lindo carro rojo, el cual huele riquísimo. Pone primera y  arranca despacito. Prende la radio y suena la canción que bailó la noche anterior, una de la Charanga Habanera. Recuerda todo: a sus  amigas borrachas, Kevin y los peloteros, la pierna amiga entre sus piernas, su oreja siendo mordida por el chibolo picarón. Se ríe ruborizada mientras el semáforo la de tiene en rojo. – ¡Ay Fabiola, ay Fabiola! – se reprende. Juró no meterse con más gente de su trabajo, sobre todo de su oficina, sabe que es un gran problema. Ella siente que ya ha superado ese tipo de incidentes y si tiene algún tipo de affaire debe de ser con la absoluta discreción del caso, sin muertos ni heridos, cosa que no pasa en su  trabajo, donde todos bailan al son del chisme mal contado. Entonces él piensa en ella, desde la canchita de su barrio, donde se luce con su quimba y su regate. Entonces ella piensa en él, confundida, complicada; haciendo la misma rutina de siempre, conversar por teléfono, escuchando música, mientras los pocos chicos que se han levantado un domingo y han ido al gym, le miran el derriere. Kevin quiere responder el mensaje, preguntarle cómo amaneció. Fabiola quiere morirse, no quiere verlo el lunes en la oficina y sabe que lo mejor es hacerse la loca, como siempre, el tiempo olvida. Kevin está planeando decirle para ver una película, invitarle un roncito. -La gringa debe de ser polla – piensa. Fabiola llama una por una a las borrachas de sus amigas, intentando saber si están bien. Un par de ellas han amanecido en casas que no son las suyas. – Que pedacito de putas – dice en voz baja. Kevin la tiene clara, "la Fabiola" le gusta. Fabiola no entiende nada, ese mocoso está para el recreo, algo del momento, sin comentarios posteriores. Kevin por fin piensa en otra chica que no sea su ex enamorada, con la que pasó los últimos cuatro años sacándose la vuelta una y mil veces el uno al otro. Fabiola recibe una llamada de su ex enamorado, el que pudo ser sin duda el padre de su hija, esa que añora tanto su mamá, y no fue simplemente porque ella es así: se aburre, se asusta, se protege; no lo sabe bien, sólo regresa a su amada soledad. Kevin se siente ilusionado, con ganas de demostrar que puede ser un tipo interesante. Fabiola se siente algo borracha, amenazada, con dudas, con temor a su presencia y a lo que pueda ocurrir. Mañana será lunes, lunes otra vez, y se verán nuevamente las caras.