martes, 31 de agosto de 2010

La Fiesta y Mollendo

Estoy de copiloto en el carro de Javier. Siempre que viajo, así dure dos horas el recorrido, creo que voy a morir, que voy a perecer y de esta manera, dejar mi cuerpo regado en las carreteras, desmembrado. Primera vez que viajo de copiloto en un auto particular. Ignoraba que se debía tener un mínimo de conocimiento para de esta manera, socorrer o advertir al chofer de algunas cosas. Entonces mi temor se extiende y comprendo que he comprometido a los demás pasajero. Llegamos temprano y sin problemas. Hemos viajado al Hotel de Bruno, mi querido Bruno. Su papá nos ha invitado ahora en invierno porque en verano no quiere que nos asomemos sin pagar (bueno, eso creo). Hemos salido de Arequipa huyendo del tedio del día a día, del trabajo agobiante y duro, de la rutina esclavizante que nos somete. Hemos partido el mismo grupo de siempre: Bruno (¡Larga vida al Rey!), Mónica (mi única amiga), Lalo (quien me pidió que no lo mencionara y al cual le mentí), Javier (que sale poco con nosotros porque como buen pelotero, sale con vedettes) y yo (que soy un tonto). No venimos solos: Gerardo, mi gerente, ha manejado el otro vehículo y ha traído unos choricitos espectaculares; Buba, el gran Buba; Victoria (mi Supervisora) y su esposo, el popular “Gato” también están con nosotros. Mollendo en invierno no es lo mismo; no hay tanta alegría, tantos forasteros, tanta diversión violenta. Entonces paseamos como desubicados y todos nos miran. Las niñas advierten que hay gente nueva y empezamos a caminar como modelos. Me acerco a unas chicas (aprovechando el impacto) y les pregunto en dónde mis amigos y yo podemos beber y bailar. Ellas me miran coquetas y me señalan una esquina: - En la fiesta – me dicen ahora tímidas. – ¿Y de quién es la fiesta? – les pregunto (porque no me gusta entrar de advenedizo a ningún lugar). - De nadie - me responden – así se llama el local: “La Fiesta”-. Me rio avergonzado y me retiro. Nos acercamos a aquel lugar y miramos de reojo y son muchos púberes borrachos frotándose unos a otros al ritmo de un perreo. Nosotros no estamos para esos trotes y nos acomodamos en otro local que parece para adultos. Comemos canchita picante, tomamos una cervecita helada, todo mientras vemos King Kong en el plasma. Conversamos de una u otra cosa, una lluvia de fotografías. La música mejora un poco. King Kong muere. Las cervecitas empiezan a hacer efecto. Me escapo, quiero bailar y me voy a la Fiesta sin saber de quién es. Pago cinco soles y entro con Buba, el buen Buba, quien me ha animado a acompañarlo. No tarda mucho para que unas niñas nos hagan ojitos. Me llaman, me dicen que me acerque donde están ellas. Me preguntan mi nombre. Una de ellas me dice que a su amiga, a una gordita alegre, le gusto. – Abrázala – me pide. Yo la abrazo con cuidado no llegando a cubrir su cintura. Ella avergonzada se ríe y me pide disculpas por el estado etílico de su compañera. – No hay problema – le respondo esbozando una sonrisa conciliadora. Me llevan de aquí para allá y me hacen bailar. Me preguntan cómo me llamo: - Pepito – respondo lo más convincente posible. Entonces Pepito para todos. – Diecisiete se cumple una vez nada más - me repite la más ebria mientras grita y baila un reguetón malcriado cerquita mío. Es suficiente. Salgo lento, con pana y elegancia. Salgo pensando que si algún día tengo una hija, no va a conocer Mollendo. En el otro local de adultos la fiesta se puso buena. Bailamos salsa con todos. No interesa si es de otra mesa, si sabe bailar o si quiera, si tiene ganas. Hacemos lo que queremos y nadie se queja. Mi cabeza está en otro lado, pienso en aquella chica que me ha intoxicado y no me deja ser el conato de puto que todos creen que soy. Llegamos al hotel solos y me siento bien por eso, no quiero ir a la cárcel porque “diecisiete años se cumplen una sola vez”. Al día siguiente salimos a pasear. Me pongo mi sombrero preferido con una camisita veraniega que en invierno no se ve tan mal. Paseamos por las playas. Me encanta caminar por la orilla del mar, sintiendo la arena entre los dedos de mis pies. Recogemos dos chicas de la noche anterior y las llevamos con nosotros. Una de ellas tiene una colita linda y la otra está hasta la colita. Uso mi short guerrero, el que me acompaña desde hace ya más de seis años. Entre las rocas encuentro cangrejos y voy a molestarlos. Levanto mi pierna derecha para subir unas rocas y el short se abre a la altura de los cojones. Nadie se ha dado cuenta. Regreso con una abertura pronunciada en la entrepierna y se ríen y les digo que un cangrejo me atacó pero nadie me cree. Terminamos el paseo ya entrada la noche. Acudimos a un local de comida italiana y yo muestro mis carnes pálidas de la entrepierna al público en general. Llegando al hotel lamento el final de mi short y termino de destrozarlo no sin tomarme fotos. Mónica está un poco mal, se le ha cerrado el pecho. Bruno está con dolor de cabeza porque no quiere que tomemos en su hotel y porque anoche durmió sin ropa. El buen Lalo es una locomotora y fuma un cigarrito más. Comemos como cerdos. Yo no puedo ir al baño porque sólo cago en casa. La chica del culito lindo quiere con Javier. Javier quiere que yo lo apoye con la que está hasta el culito. Siempre me toca bailar con las gorditas, y no tiene nada de malo, sólo quiero variar. Buba se ha ofrecido a acompañar a Javier en la salidita con las chicas culito. Yo quiero descansar. Me echo en la cama que tiene la ventana hacia la calle y la luz de la publicidad del hotel no me deja dormir. Mi jefe, Gerardo, que está en el cuarto contiguo ronca con más violencia que un senderista. El monaguillo de la iglesia de enfrente es empeñoso y sale a tocar las campanadas correspondientes a la media noche. Tengo pesadillas. Me enredo entre las sábanas y no puedo dormir. Las dos de la mañana y la luz me jode, el monaguillo no descansa y dale que dale a la campana. Javier llega sin haber cumplido su objetivo tan bien como la chica que está hasta el culito, quien no dejo de vigilar a su amiga (la del culito bonito) en ningún momento. Javier empieza a mandar mensajes de texto. Yo le mando uno: “Duerme mierda”, escucho su risa. El jefe no deja de roncar y yo quiero meterle la campana por el culo al monaguillo cabrón. Me despierto a las nueve de la mañana porque escucho unas campanadas y salgo por la ventana y le grito a ese pequeño mequetrefe. No tengo short para esa mañana. Es hora de regresar a Arequipa, de dejar en Mollendo lo que le pertenece a Mollendo. Subo al carro de Javier. Ponemos “Desnúdate” en una versión cantada por Huey Dumbar. Esta es la canción del viaje. En el camino agradezco la amistad de estos buenos chicos y pido llegar vivo y pronto para ir al baño. El aire golpea la tez de mi cara y me siento vivo.

martes, 24 de agosto de 2010

Tengo besos y abrazos

Recuerdo cuando con Rebeca (aquel fantasma dulce que me persigue) andábamos de la mano por las calles taciturnas de Tacna; con dieciséis o diecisiete años a cuestas, bromeando de todo, despreocupados de la vida, enamorados (presiento). Cuando me desesperaba por verla los fines de semana, esto si sus padres le permitían salir a la casa de su amiga, lugar de encuentro estratégico. Recuerdo los poemas que le escribía, que le mandaba con mi pequeña sobrina al colegio (ella, mi sobrina, siempre tan tierna y servicial), las miles de cartas que intercambiábamos, los besos más profundos que recuerdo, su sentido del humor tan dulce. Recuerdo la agonía que me acompañaba de lunes a viernes, casi mortal, que se disipaba por poco al extremo de inexistente cuando la veía asomarse y verme con esos ojitos verdes con los que aún sueño. Han pasado años desde entonces y todavía hay rezagos de todo ese sentimiento inmaculado que Rebeca, mi primer amor, me inspiró durante dos años. Sofía asomó una noche de verano, rebelde y alocada, arrasó conmigo y mis prospectos como un huracán. Ella con su infinito amor por mí me conquistó irremediablemente. Sus locuras me hicieron reír y llorar de verdad y me demostró lo difícil y divertido que es la convivencia, porque paraba con ella casi todo el día: íbamos de compras juntos, dormíamos y amanecíamos juntos, intimábamos como dos viejos amantes. Los días con Sofi pasaron llenos de emociones, pasaron como aquel verano en que nos conocimos y en el cual, sin más escusas, me conquistó. Tacna me regaló estas dos historias lindas y hoy melancólicas que recuerdo con cariño. Llegué a Arequipa huyendo de una ciudad que no tenía más que ofrecerme, intentando hacerme hombre con todo lo que esto implica. Mi búsqueda de la felicidad esta totalmente relacionada a ese amor con el cual creo, sólo he coqueteado. Mi búsqueda de la felicidad y mi proyecto de vida (que es mediocre y cursi, lo admito) no ataña el acumular riquezas y tener un millón de dólares en el banco, ni carros, ni casas, ni acumular riquezas que me hagan menos humano. Quiero el dinero necesario para vivir tranquilo yo y los míos, que en verdad no serán muchos. Han pasado años desde entonces, y el tiempo ha sabido poner en mi camino chicas lindas que han cuidado de mí con esmero. Chana y Cristina, dos chicas grandiosas con las cuales, con un poco más de voluntad, hubiera podido vivir una relación encantadora. Ambas despertaron interés en mí, pero por esta abyecta manía de temerle al compromiso, no les brindé lo que se merecían. Desde que llegué a la “Blanca Ciudad”, no me esmerado por conquistar a nadie o por cumplir por lo menos medianamente, aquel proyecto de vida ligero pero añorado. Mis relaciones en Arequipa han durado poco porque yo no fui el que las escogió, porque yo no fui quien planeo un flirteo delicado y romántico, como más o menos me gusta. No me he esmerado mucho por sorprenderlas si es que a ellas las sorprendí (Chana y Cristina). Entonces, ese vacío, esa retención de besos y abrazos, esas ganas de escribir cartas de media noche a puño y letra, esos poemas que todavía no son por falta de escusa me están consumiendo y acumulándose es este pecho lampiño que casi casi, quiere explotar. Camila apareció, y como siempre, no me llamó la atención a primera vista, no me flechó con la primera mirada ni me conquistó con su sonrisa. Las cosas se dieron naturales y convirtieron el día a día del trabajo en miraditas y sonrisas cómplices y risueñas. Cami se muestra como una chica comprometida con sus ideales religiosos, los cuales respeto y hasta incluso creo plausibles por su coraje. Camila se refugia en teorías espirituales y pone barreras entre los dos. Camila y sus conceptos tienen un enamorado, un enamorado noble y pacífico que ha intentado cuidar de ellas como todo un caballero. No sé en qué momento pasó esta intención mía de un capricho a una realidad que por gallardía no puedo negar. No sé en qué momento me convencí de lo que quiero y a pesar de saber que está mal (creo), no pretendo retroceder mis tropas del terreno ganado. No sé desde cuándo pienso en Camila en algo más que una compañera de trabajo o un capricho innoble. He sido ya, sin compartir una relación con ella, un canalla que por sincero, imprudente; y cómo pocas veces, arrepentido de haber dicho y hasta incluso escrito en su contra y en contra de su enamorado que a diferencia mía, es un caballero sin despeinarse. No sé lo que pretendo, si está bien o mal que me inmiscuya en una relación que goza de dos años de compromiso, un compromiso que poco a poco viene a menos y prefiero acabe por el desgaste que por intromisiones mías. A Camila la veo frecuentemente por cuestiones laborales y sé que es difícil hacerse el loco o desprenderme de mis intenciones que no son malas, sólo impertinentes. Tengo besos y abrazos acumulados que han visto en Camila un buen puerto. Camila es una buena chica que admira a su enamorado, que se siente protegida, pero intuyo (y lo digo con humildad y el mayor de los respetos), no es la pareja que le ofrece esa relación natural y fluida que la haga enamorarse de verdad y le permita ser ella misma. Presiento que Camila se aferra como naufrago a la orilla con más resignación que empeño. Hace tiempo no me acerco a alguien, la miro a los ojos, le tomo las manos, y con nervios por doquier, le digo: “Me acompañas a estar solo” o en otras palabras “Quieres estar conmigo”. Ya me olvidé como es eso de conquistar a alguien. El altruismo dice que no debería meterme, porque sé que no me gustaría que un tercero aparezca y se lleve a mi chica (aceptando la derrota y sabiendo que ella decidió y dentro de la democracia que yo busco es válido y por demás correcto). Por otro lado una propaganda de desodorante me dice que deje de ser amigo (sólo tengo una amiga) y empiece a ser hombre. Esta única amiga me dice que en el amor y la guerra se vale todo; yo, un poco más protocolar, intento no ser uno de esos tantos robanovias de los cuales hasta yo me he quejado. Yo no voy con maldad, ni con la pierna arriba intentando hacer daño a alguien. Mis intenciones son buenas, aunque muchas me vean como un chico malo. Camila cree que yo estoy enamoradito de ella y me ve con una pena que me hace sentir subestimado. Camila cree que es mejor tratarme como amigo y alejarse con discreción, lamentablemente sólo lo cree mas no lo quiere ni lo siente, lo presiento. Yo no me muero por nadie ni pretendo morirme por nadie nunca, soy radical y egoísta conmigo mismo si me lo propongo (el arte de ser autodestructivo y tenerme como principal enemigo me permite hacer esto con cierta facilidad). En conclusión, tengo besos y abrazos contenidos, presos por falta de recepcionista y la duda de ser o no ser aquel galán mezquino (con la relación de Cami) que arriesga su orgullo. Pd: Si tú, amable y despistado lector, estás carente de cariño y buscas un besito dulce y un abrazo cálido para calmar la carencia de cariño, con confianza, comunícate conmigo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Mi primera amiga

Jamás he tenido una amiga de verdad, porque todas terminan huyendo despavoridas de este hombre descontrolado y confundido. Nunca he salido una tarde entera a caminar, a almorzar, a ver películas los dos solos y hasta dormir compartiendo la misma cama sin que por mi cabeza corrupta pase la idea de un toqueteo o el cleptómana pensamiento de robar un beso. Las amigas de mis enamoradas eran una tentación. Las amigas de mis amigos (que por suerte tengo sin querer besarlos) también contaminan mis entrañas y me someten a malos pensamientos. Las amigas de muchos desconocidos no son mis amigas ni podrían serlo. Tengo un problema psicológico que no intento remediar pero que debe preocuparme. No logro entablar una amistad sana y bien intencionada con señoritas, no puedo estar en un mismo ambiente con una dama por mucho tiempo, porque basta que hable bonito para que yo, maniático del flirteo, intente hacer algo. Pero un día llegó Mónica, un lunes cualquiera, y creo que cambio algo en mí. No sé en que momento se robó mi confianza y me conquistó de esa manera tan dulce. No sé si no la conocía antes y quizá me olvidé de ella como de otras tantas personas. No sé por que con ella siento un cariño sincero y en verdad desprendido de maldades. Mónica es una limeña desquiciada que ilumina los días en la agencia bancaria donde trabajo. Llegó producto de un ascenso bien merecido que la obliga a someterse a arduos días de trabajo. Pero ella y su fuerza infinita logran contrarrestar no sólo los días ajetreados, sino también, los malos días de mis jefes estresados y mal pagados. Ella vive sola igual que yo. Goza de la libertad de la soledad, esa soledad que a veces juega malas pasadas y nos hace sentir menos importantes. Mónica goza de una colita bien dotada, que he mirado sin maldad pero si con asombro. Goza de una sonrisa contagiosa y mágica que en verdad, alegra mis tardes, haciéndolas menos tortuosas. Mónica piensa como hombre, porque a vivido rodeada de salseros y peloteros, sabe cada reacción que podemos tener, las cosas que pasan por nuestra cabeza; es un hombrecito sin miembro viril y a veces creo que ni yo pienso tan claro como varón como ella. Lamentablemente siente como mujer, y también pasa por la decepción de saberse frágil de vez en cuando. Ella nos va a ver jugar fútbol, nos acompaña a comer comida chatarra, a tomar unos traguitos bonachones que desaten conversaciones interesantes, donde Mónica, siempre la tiene clara. Mónica no escatima en tirarse al suelo si es necesario, nada de remilgos y poses de niñita no me ensucio. Mis domingos, aquellos domingos aburridos, ahora son de ella quien organiza tardes llenas de películas o largas caminatas para conversar de la vida y sus defectos. Mónica es un mujer que da la impresión de seguridad en cada paso, pero es una niña que juega a ser adulta con un alto grado de efectividad. Vamos al karaoke y cantamos como enfermos, sobre todo las canciones que obligan al corazón a regresar en el tiempo y recordar con melancolía a alguien; pero cantamos con más entusiasmo por las calles mientras salimos de aquel local, cantamos a todo pulmón canciones que no pudimos cantar con el micro en mano y así somos más felices. Mónica está loca y no se hace mayores problemas. Parece que la conociera hace años, casi desde siempre; y no es que no la vea como mujer, porque como mujer única y guapa, sólo es que, su compañía me es tan agradable, y sus manías tan contagiosas, que neutraliza a ese animal indefenso que llevo dentro. En el trabajo ya no encontraba mayor motivación, puesto que es monótono y estresante; pero desde que llegó Mónica, desde que llegó con esa sonrisa que se escucha desde lejos, ninguna tarde es la misma. Cada vez que le toca descansar (día del que yo no gozo), cada vez que se ausenta o se sienta lejos de mí, marchito. Si antes no tuve amigas (comprendiendo sus razones) y tenía que esperar por Mónica, esperaré hasta el triple de lo que ha pasado por gozar de la amiga que hoy (y sin temor a equivocarme) tengo a mi lado. Querida Mónica (como quisiste llamarte), te quiero tantísimo.

lunes, 2 de agosto de 2010

Contigo, no me caso

Es normal que después de un buen tiempo compartido con alguna pareja (llámese enamorada), uno empiece a enloquecer, desvariar, distorsionar las cosas. La idea de compartir con ella más tiempo, mezclado con otras hierbas, te lleva a planear un futuro por demás desgraciado e infeliz. Está comprobado que el alto índice de divorcios se debe a la tonta idea de casarse. Esa metáfora innecesaria del amor inventada por los hombres, hoy convertido en fracaso, se llama matrimonio. Yo he hablado de amor y matrimonio con enamoradas que hoy me han olvidado mucho más de lo que yo a ellas. Me han jurado un amor puro y desinteresado que hoy es recuerdo. He prometido años de mi vida junto a ellas y planeado un futuro próspero y alentador, con hijos cuyos nombres ya estaban acordados, con un perro labrador corriendo por nuestro futuro jardín, en nuestra futura casa familiar. Cuán lejos he llegado en mi imaginación, y quizá, al final incluso de mis sueños y expectativas, el divorcio avecinaba con una sonrisa insidiosa. Por lo tanto, veo en el matrimonio, una muerte anunciada y poco misteriosa. El hecho de tener un hijo requiere una responsabilidad mucho mayor que no se soluciona con una boda de esperanzas y necesidades. Por tener un hijo no significa que te sacrifiques entregando la mitad de tu libertad a una desconocida que puede aprovecharse de este recurso. Dichosos los que creen en el amor y en el matrimonio como puerto de llegada. Pues yo si creo en el amor y aunque desconfío a morir del matrimonio, no dudo que por amor, y como muestra máxima de este sentimiento traicionero, llegue a participar de una ceremonia por y para ella. Por lo tanto, el amor como ritual social para demostrar adhesión con tu pareja frente a una cantidad de personas que te permita el dinero o tu desparpajo, es una muestra noble, plausible, pero innecesaria de decir “quiero estar contigo el resto de mi vida”. Pero para llegar a este estado de locura y desesperación, hay que estar seguro de que sea así. Yo he propuesto dos veces matrimonio, ambas con poco éxito. La primera fue a mis ex – gerente (que desde luego es mujer). Cecilia es aún una mujer hermosa e inteligente, que con sus años encima, luce más regia que muchas veinteañeras. Le hice una pancarta chapucera que decía “Cásate conmigo”; detrás de mí estaban mis compañeros, como una especie de tribuna cómplice y testigo de mis devaneos. Toda esa tribuna bancaria no hizo más que hacer muestras de su desacuerdo a mi proposición, aunque contentos con mi desgracia. Cecilia vio la foto con cariño, incluso al extremo de robarle un par de lágrimas producto de su partida acelerada hacia otra agencia. Puesto que ya estaba casada denegó mi proposición y me rompió el corazón luego de su no. La verdad no hubiera funcionado, y mi cariño abundante me cegó y manipuló para llegar a tamaño desatino. Por otro lado, Cecilia tiene dos hijas buenas mozas con las cuales, un futuro no muy lejano, me puede haber guardado algún tipo de revancha. La segunda propuesta matrimonial la hice hace poco, en pleno partido de fútbol. Desgracié un polo mío, pintándolo con plumón indeleble. “Cásate conmigo Cami, (tu vas a lavar el polo)” decía en mi insigne pecho luego de meter un gol que poco sirvió porque igual perdimos. Pero mi derrota personal se produjo horas después del cotejo deportivo. Camilita, con cierta maldad en la mirada, denegó mi proposición aduciendo que a su novio no le iba hacer mucha gracia un sí. La verdad Camilita, tu novio es un gilipollas y ni cuenta se hubiera dado de que te casaste con otro e incluso, si estás embarazada. Tu negativa no fue tan sincera como la de Cecilia, estuvo maquillada de escusas y sometida bajo esa terquedad y doble personalidad que tú, mi querida Camilita esquizofrénica, gozas y rebalsas. Pero bueno, debido a cierta desagradable experiencia sufrida anteriormente, no me veo deprimido ni desahuciado. Ahora que hablo de ti Camilita de mi corazón, me parece terrible que seas víctima de esas ideas cuadradas que te enseñan en esa Comunidad Cristiana a donde acudes e incluso me invitaste. No te niego que algo bueno saqué de la charla a la que me sometiste, y de que quizá regrese porque estoy en un limbo espiritual. Pero la verdad es que no comparto muchas cosas de las que allí hacen referencia y ni de la manera en que a ti, mi dulce Cami, te lavan el cerebro. Espero que seas feliz en tu matrimonio con Kevin, tu novio impoluto que reza por ti mientras tú y yo bailábamos en una disco de dudosa reputación; lindo él. Por otro lado me parece cruel que pienses como piensas de los homosexuales, y veas con desagrado el hecho de que en la siempre revolucionaria Argentina, hayan aceptado que se casen y compartan sus derechos y obligaciones juntos. Creo que el amor de los homosexuales es un amor tan o más puro que de muchos heterosexuales hipócritas. También es cierto que creo que hubiera ahorrado muchas controversias si le hubieran puesto otro nombre en vez de “Matrimonio Gay”, ya que la palabra matrimonio tiene cierta connotación religiosa. Unión Gay o Alianza Homosexual, serían términos más adecuados; porque el tema es que ellos tengan los mismos derechos que un heterosexual, todo desde el punto de vista legal y social; la religión es un hueso más duro de roer y la verdad, no me interesa roerla. Por lo tanto el matrimonio es un gran problema producto de costumbres tradicionalistas y puritanas que no te permiten vivir tranquilo si no eres igual al resto de persona supuestamente de bien. Los homosexuales, seguro, también terminarán divorciándose a la larga y por las calles, tanto homosexuales como heterosexuales, andarán despechados. Con Cecilia, la siempre guapa Ceci, no hubo mayor decepción, está casada y con sus hijas puedo tener chance. Con Cami, la cosa es distinta, porque me enfurece saber que ella no es valiente y de que no es sincera ni con ella misma a pesar de creer que sí, y también me subleva, el hecho de tener cierta afinidad con chicas con defectos que la verdad, me alteran mucho. Yo no me caso contigo, ni con nadie he dicho, y si por ahí, el amor, traicionero sentimiento hace que me coma mis palabras, lo haré como un simbolismo personal ofrecido hacia esa chica perversa que me convenció de hacerlo, y lo haré con el mayor de los amores y será en la playa porque no pienso dejar que la gente se embriague y alimente con mi dinero producto de un capricho de aquella mujer que aún no conozco. Lo haré en una playa lejana y quizá nudista, para ver si van esos zánganos trepadores (como yo) que acuden a los matrimonios para burlarse y divertirse a cuestas de la desgracia de otros. Espero que el amor, y sus terribles destinos, no me obliguen a llegar a tal extremo. Que Dios me guarde una chica guapa y loca que sienta el amor y no intente materializarlo en ceremonias que la verdad, luego de la algarabía del momento, van a terminar decepcionándote. Si hay amor, que Dios lo bendiga con hijos sanos. Lamento informarles a los homosexuales, que por más que intenten o apelen en las cortes, no van a poder tener hijos biológicos, lo lamento.