miércoles, 27 de agosto de 2014

El vuelo del zángano

Me levanto antes de las ocho, en verdad minutos antes. Todo día en cierta forma empieza mal porque tengo que abandonar mi cama, mi lugar favorito. Me arrastro desnudo hasta el baño que queda a pocos pasos. En el trayecto, me espera un espejo de mi tamaño el cual no veo porque no quiero depresiones tan tempranas. Dejo caer el agua de la ducha y enciendo la terma eléctrica. La sensación de morir electrocutado está intacta. Jabono mis carnes todavía dormido y no demoro, no hay mucho que jabonar. La tos infernal me ataca y estoy seguro que es una alergia a algo, quizá a despertarme con sueño. Me pongo una bata que se ha encogido demasiado, es una vestidito putanesco con el que me veo bien coqueto. Me lavo los dientes todavía dormido y en el espejo del baño veo a un tipo mayor, al que creo conocer, pero no. Me peino en dos segundos (sólo con las manos) y salgo presuroso, siempre sin mirarme al espejo, no quiero ver mi cuerpecito endeble y mi vientre prominente. Son las ocho y nueve y me visto rápido mirando las noticias. Salgo presuroso a las ocho y trece, tengo que estar en el trabajo ocho y veinticinco. Saludo a Rolly quien me lleva al trabajo. Antes de llegar al banco, en la misma esquina, compro medio litro de maca, la necesito. Con mi desayuno camuflado ingreso al banco, no sé cómo, pero nunca llego tarde. Saludo a todos mis compañeros y compañeras, a todos con besito para no hacer distinciones. Mi cuerpo se arrastra hasta el módulo, enciendo la máquina mientras desayuno (siempre desayuno en la oficina). Ocho y cuarenta tenemos que reunirnos y dar alcance de lo realizado y lo prospectado. Todo un paseo a la bandera que la empresa nos obliga a realizar.  De vuelta al módulo y a atender un cliente tras otro. Los que no trabajan quieren créditos hipotecarios y los que trabajan ya están endeudados. Uno de mis clientes me llama y me dice que no ha podido pagar una de sus cuotas porque ha estado dos días en la carceleta por atropellar a un transeúnte . Otro me visita y me dice que quiere hacer una nueva “deposición” en su cuenta. Mientras atiendo a estos degenerados, busco de reojo a la Sra. María quien es la encargada de dejar la agencia un anís y la llamo con la mirada para que me compre la merienda de las once. Me trae el sándwich que le encargué y me encierro en el cuartito de al lado, el que hago creer a los clientes que es un almacén inmenso y les digo que demoraré trayendo algunos formularios pendientes. Espero las dos de la tarde y me retiro del trabajo. Voy ahora a un menú cercano donde me he acostumbrado a comer. Salgo y tengo tanto planeado por hacer, ir a todos lados y descartar pendientes. Llego a casa y duermo toda la tarde, adiós a lo planeado. Son las siete de la noche y tengo hambre otra vez, pero soy consciente de que he engordado y que mi abdomen gana terreno en mi cuerpecito adusto. Entro a la web y leo todos los periódicos que puedo, trato de no recaer en temas faranduleros que son casi todas las noticias publicadas. Me acerco al piano que acompaña a mi cama, justo a su lado. Terminamos peleando como siempre, nunca toca como yo quiero. De regreso a la computadora, veo algunos videos, escucho música en todas sus presentaciones y tengo tanto por escribir que me da flojera. El libro de Dan Brown sigue en el mismo sitio, en la misma página. Son las once de la noche y no tengo sueño. Busco nueva música para Rolly. Leo las noticias que no quise leer horas antes, ya ni ganas de tocarme. La media noche y no tengo sueño. Respondo los mensajes que no respondí todo el día, nadie me responde. Tengo ganas de bailar, cantar, barrer, cocinar, pero sé que no es la hora adecuada. Soy un zángano gordo y flojo. Mi cama, mi lugar favorito. Algún día se acabará mi vida de haraganería y flojeras. Rezo antes de dormir, rezo con toda mi fe, para que ese día no llegue nunca.