lunes, 16 de julio de 2012

Escribir de amor

El amor no es una verdad absoluta, lo sé muy bien. Escribir de amor es  ser muy crudo e indicar que nos lleva a un estado de inconsciencia, a un lugar donde la razón se oculta como el sol, a asegurar que nos transforma en los idiotas más felices del mundo. Escribir de amor es ser muy cursi, es pensar que no necesitamos nada más, que por un beso daríamos la vida, que esa vida la podríamos dedicar a escribir cartas plasmadas de ilusiones, es caminar eternamente de la mano de un o una desconocida que ahora es indispensable y por demás irremplazable. Escribir del amor es meterse en un laberinto, es pelearse con uno mismo y también con los demás. Escribir de amor aportará más detractores que coincidencias. Hablar del amor es casi tan jodido como estar enamorado. ¿Alguna vez te enamoraste? Piensa bien antes de responderte, que el recuerdo es un mal asesor en cosas del corazón. He tenido pocas enamoradas, y no dudo de que a todas las haya querido; pero asalta a mi cabeza si he tenido esa afortunada mala idea de haberlas amado. Me encantaría asegurar que si, puesto que pienso que moriré pronto y no creo que conozca el amor en el tiempo que me queda. Uno cree estar enamorado cada vez que mantiene el valor de soportar una relación más de seis meses. Cuando se termina, el mundo también parece acabarse, todo se viene abajo y pocas personas tienen un plan medianamente inteligente para poder conllevar lo venidero. Cuando empiezas una nueva relación, que incluso no dista mucho de esa última que te llevó a pensar en el suicidio, crees desestimar los sentimientos pasados y ahora convencerte de los actuales; es decir, uno cree estar enamorado de la última relación y las de ayer sólo fueron producto de la ilusión, de lo que pasó. Entonces, si hablamos de que nos enamoramos de la última relación tenemos que aceptar que no pudimos mantener unas cuantas otras y nos arriesgamos a creer estar enamorados unas cuantas veces más. Si, muchos pensamos que no hemos nacido para eso, y como ya hemos arruinado más de una vez aquello que aparentemente condicionará tu felicidad a futuro, caemos en la desafortunada idea de no volver a intentarlo, claro, esto hasta que nos volvamos a distraer. El amor es algo tremendamente jodido, más jodido que la deuda externa o que el calentamiento global. Hay millones de personas en el mundo, miles te rodean, y es inaceptable que siquiera una de ellas te pueda satisfacer en el arte de los cariños, de los engreimientos, de hacer todo esto exclusividad tuya. La gente no muere de amor, muere de hambre, pero aceptémoslo, por amor podemos dejar de comer. Últimamente hay mucha gente que se casa, que adopta la idea de tener un hijo. Esa imagen de felicidad genera en los que creen ser desafortunados una confusión tal que les permite confundir amor con necesidad y cometer quizá errores irreparables que también los lleven a casarse y tener hijos. Sería genial tener un GPS que te permita ubicar entre tanto desconocido a esa persona que está llamada a complementarte, que pueda alegrar tu vida, que sepa entenderte y te obligue a entenderla. Sería genial esa idea pero qué aburrido. La gente busca amor habiendo algunas otras cosas más interesantes que hacer que produzcan menos traumas. La gente necesita amor, porque de alguna manera inexplicable, el mundo dejaría de girar. Cada vez que postergo el amor y doy por terminada una relación, llevo buen tiempo solo. Nunca lo hago por una cuestión de duelo o por terapia para entender los errores y no cometerlos nunca más. Llega un momento como este, donde intentas razonar y explicarte tú mismo qué es lo que necesitas, sin conocer en verdad qué es lo buscas. Buscamos el amor y corremos tras de él como el perro corre tras la rueda sin saber qué hacer si la alcanzamos. Puedo estar solo mucho tiempo, y repartir besos y compartir caricias y construir ilusiones; pero no puedo pretender que compartan mi situación y no intenten incluir sentimientos nobles que terminan arruinando todo, y cuando hablo de incluir, me incluyo. Afortunados los que no se equivocan y los que sepan del amor, yo sé poco. Afortunados los que están listos, los que tienen ese presentimiento celestial que advierte la presencia del enemigo y lo toman como rehén; yo no puedo. Afortunados los que tienen valor, valor para jugar sus cartas y apostar lo que no queremos perder, independencia. Hablando de amor, mi madre siempre me dijo que lo único que le pide a Dios es que me toque una mujer buena, aunque la coyuntura nos obligue a pedir que nos toque alguien, y en mi caso, si es mujer, mejor. Entonces ¿Qué es el amor? ¿Por qué lo buscamos? ¿Para qué nos sirve? El amor te hace renegar, preocuparte, entristecerte, a veces odiar; te hace reír, gozar, inspirarte, te hace feliz. El amor es una mezcla de tanta mierda que al final te hace vivir. El amor es un poco de tantas cosas en una sola, que nos vuelve adictos a ella. Quién transitó esto que llamamos vida y no conoció el amor, no vivió. Ahora, intentar retener a esa persona que viene a ser llamada tu otra mitad, es una chamba para la cual todavía no estoy capacitado. Y peor aún si no estás convencido de que sea esa la persona que has estado buscando. Tremendo dilema. Yo no la busco, la espero, sentado obvio.

miércoles, 4 de julio de 2012

La Ciudad del Recuerdo

Regresar a Tacna es volver al pasado. Me convencí aquella mañana y por la noche regresé en el tiempo a la ciudad que me envuelve en melancolía. Fueron un par de horas en el túnel del tiempo las que me llevaron a una ciudad a la que siempre dudo en regresar y de la que nunca me quiero ir. Hay calles que reproducen escenas de años pasados, donde yo era parte de una película inspirada en la buena costumbre de sonreír sin preocuparme. Hay aromas que todavía se encuentran flotando en el aire y despiertan la curiosa sensación de algo conocido. Hay voces, palabras que rozan el ayer con simpatía. Llegar a casa es ser recibido por una familia que con el tiempo ha sabido darme amor. La casa está igualita, al parecer sus miembros también. Son años los que han pasado desde que decidí partir, pero parece todo intacto. Los personajes son los mismos (gracias a Dios están completos), la sazón sigue teniendo ese secretito culinario que hace que todo sea delicioso (cariño), la perrita sigue gorda, dueña y ama de la casa. Por el día duermo, por las noches desaparezco. No soy el mejor integrante de esa familia pero quizá si uno de los más orgullos de pertenecer a ella. Mis amigos, aquellos pocos individuos que siempre estuvieron conmigo, siguen ahí. Algunos más gordos, con menos cabello, algo acabados; pero con el mismo sentido del humor que supo acompañar nuestra adolescencia cuando las cosas eran algo diferentes. Caminar por la ciudad del recuerdo es encontrar a alguien en cada esquina, mirar de reojo y dudar por que crees conocerlo pero no estás seguro. Es respirar el aire que alguna vez ya visitó tus pulmones. El mismo lugar (ahora convertido en hostal porque estaba perdiendo dinero por servicios prestados), la casa de un buen amigo, nos acoge en la misma ventana, mirando las calles que visité con frecuencia. Las tertulias, copia de aquellas que disfrutamos hace tiempo y parecen ser las mismas. Las calles siguen transitables, fáciles de recorrer. Siempre me pareció reconfortante saber que todavía se puede caminar para llegar a destino. Encontrarse con compañeros de promoción que ahora tientan la posibilidad de ser alguien. Pararme en aquella vieja esquina del Paseo Cívico donde esperé mil veces a que pase el tiempo entre risas y comentarios antes de ir a una fiesta. No somos los de ayer, pero parecemos. La ciudad del recuerdo atesora todavía los mejores años de mi vida, los amores más profundos, las sonrisas más sinceras. He dejado pasar el tiempo y he creído olvidar los pasos que di por esta ciudad, ahora que regreso veo las huellas frescas y entiendo que esta es mi tierra, de la que me enamoré un día y hoy extraño melancólico. Hay cosas que no supe ver en su debido momento y hoy no sólo las revelo, también me sorprenden. En poco días recorrí muchos lugares por donde no anduve hace años, en estos pocos días regrese años atrás y congelé el tiempo. En estos pocos días suspiré enamorado de lo que un día supe amar. Vi gente que estimo mucho, que no veía hace  tiempo y que no quiero dejar de ver. Recibí el cariño que sólo se recibe en casa. Desempolvé el cajón donde guardo momentos que me hicieron lo que soy sin temor a decepcionar. Regresar a la ciudad donde aprendí a querer es tan inevitable como respirar. Regresar a la ciudad donde conocí el amor es tan necesario como el mismo amor que hoy disfruto. Grité goles en las calles, en las canchas, en los estadios. Compartí besos en mi casa, en las “doscientas”, en las fiestas. Compartí una travesura en el colegio, en las reuniones, en el centro. Recorrí día  a día lo que hoy llamo recuerdo. Debo de admitir que regresar del todo no está en mis planes; que he empezado a conquistar otros lugares que no guardan el mismo aroma pero que permiten respirar otros aires. No he pensado todavía en volver, pero creo que se dará en algún momento. Camino al sur puedo volver en el tiempo y respirar el aire que ya me acompañó una vez. Camino al sur he de refrescar la memoria y apretar play en mi cabeza para ver imágenes que guardo con cariño. Camino al sur encuentro estrechas calles que me llevan al lugar de donde quizá nunca me fui. Camino al sur están los seres que me enseñaron a querer y que ahora, después de mucho caminar, valoro con cariño. Camino al sur está mi vida, y veo huellas que no desaparecerán. Camino al sur está la Ciudad del Recuerdo, la ciudad que no sabré olvidar.