martes, 12 de noviembre de 2013

Luz artificial


Es uno de los mejores en la región, sus metas están casi cumplidas y con un poco de esfuerzo, puede duplicar las aspiraciones que le han puesto. Sus número lo avalan y sus jefes lo quieren. Esta campaña es tan placentera como un pajazo sideral. Trabaja medio tiempo y con un par de ventas bien colocadas acumula puntos en un timming generoso para él. El hombre no se despeina no sólo porque tiene poco cabello. Pero la felicidad no es completa. Por la poca afluencia de clientes en su oficina, sus ingresos han mermado, han decrecido. Su sueldo ya no le alcanza para pagar las deudas que el propio banco en el que trabaja le ha merecido, y sus expectativas de vida son nulas. Su calidad de vida en un par de meses lo ha llevado a la categoría de divo misio. Escatima en cualquier gasto pero igual gasta. El dinero se le esfuma de las manos mucho antes de recibir su próximo sueldo y por eso ya no vive tranquilo. Se ha inscrito en el gimnasio para alimentar su vanidad, quiere un par de músculos que lo hagan ver más varonil y eliminar la monumental barriga que se ha formado en su vientre. Es una soga con nudo doble y mal hecho. Nunca va al gimnasio porque muere de sueño, de flojera, de desidia por su propia vanidad. La casa donde vive, en una zona privilegiada, con comodidades de acuerdo a sus expectativas, no es suya. Por lo tanto tiene que renegociar un alquiler que ha sido bondadoso con él los últimos meses. Se ha acostumbrado a la vista desde ese cuarto piso. A  las luces que se prenden solas al subir las gradas, generando un muy buena primera impresión. Se ha encariñado con el closet enorme donde guarda la misma ropa que usa año tras año. Se ha aplicado al camino de su cama al baño y viceversa. Ha intentado negociar con el dueño, un tipo de modales afeminados que juega al abogado y goza cual niño intentando cerrar un negocio a favor. Siente que puede convencer a ese hombrecito delicado con su verborrea truculenta pero no cuenta con el asesoramiento a distancia de su señora que al parecer lleva los pantalones y dispone de sugerencias algo más agresivas y desfavorables. Aparentemente vivirá un par de meses más por ahí antes de que sea desalojado a la fuerza y arrojado a una zona marginal. Sus tarjetas de crédito han quedado nuevamente inútiles para cualquier asaltante furtivo puesto que sus líneas de crédito no muestran ningún tipo de atractivo (al igual que el dueño) quedando de esta manera comprometido con más de una institución bancaria que por el momento lo adora por los activos que produce y por una puntualidad aún respetable para un moroso en potencia. Es prófugo de la justicia por lo que conduce con un brevete cancelado producto de una indisciplina y la mala suerte acompañándolo de copiloto. Ya ha tramitado los cargos en su contra pero no ha procedido con el levantamiento de dicho castigo por flojera y ahora falta de dinero. Él maneja igual intentando no encontrarse con ningún policía para no empeorar su situación de delincuente fugitivo. Siempre intenta manejar también, el sencillo correspondiente para una eventual coima salvadora, coima que se reduce a un par de monedas y unas súplicas mal entrenadas. La mujer que más ama en la vida ya tiene sus años y es víctima de los avatares del tiempo. Ya no sólo reconoce en ellas algunas arruguitas en la piel, sino que también, ha descubierto que su salud ha mermado un poco y teme que pueda complicarse. Él sabe que tiene esa responsabilidad encomiable de velar por aquella dama de años copiosos e intentar prodigar su felicidad como ella misma hizo con él años atrás. Por eso, intentando remediar su descuido, la ha afiliado a un sistema de atención médica igual de bueno que el suyo, para lo cual irónicamente, paga una prima mensual considerable ahora que su economía ha mermado. Igual lo hace con todo el cariño del mundo. Como es un tipo inconsciente, ha decidido huir de todas estas preocupaciones y ha contratado un paquete turístico para fugar (aún más) a las playas del norte del país. A un lugar donde sólo pueda echarse en la arena, lucir su barriga descomunal, pedir toda la comida y alcohol que se le antoje (porque todo está incluido), emborracharse para olvidar las preocupaciones de adulto y dormir en la arena mientras cae el sol. Este joven del ayer ya no lee ni escribe con pasión, qué pena. Ya no sonríe con la misma facilidad de antes debido a un abandono por las cosas simples pero necesarias para ser feliz. Ya no se toca con denuedo por las noches antes de sus oraciones ni frecuenta algún bar bohemio vestido como le daba la gana que lo hacía sentir importante. Este año se ha presentado como una especie de bisagra inesperada hacia el camino de la madurez (supuestamente) y ha tocado fibras desconocidas. De pronto un apagón lo sorprendió en medio de la calle y en vez de mirar el cielo y contemplar las estrellas, intentó buscar luz artificial.