lunes, 27 de diciembre de 2010

Las Navidades también son tristes

La Sra. Margarita me mira y me besa como si fuera su propio hijo. Yo le sonrío agradecido por tanto cariño pero no recuerdo bien quién es. Me dice que siempre reza por mí, que tiene siempre presente los once de septiembre (mi cumpleaños), que le da gusto verme tan grande porque no me ve hace mucho, cuando aún era un niño. Yo no entiendo nada pero me siento conmovido. A Tacna regreso después de casi cuatro meses, y es que cada vez me da menos ganas de regresar. Mi madre está un poco más vieja; estrenando arrugas que no conocía. Su mirada siempre cansada se contrasta con la sonrisa que dibuja cada vez que me ve llegar; parece que le agradeciera a Dios el haberme cuidado todo este tiempo. Aunque no lo termine de entender, siempre es bueno regresar a casa y darme baños de humildad y cariño. La casa ya no luce como las navidades pasadas, ya no hay tantos regalos bajo el viejo árbol, ya no hay tantos niños corriendo, ya no se espera la cena navideña con tanta ilusión como antes. No han venido todos los miembros de la familia. Antes fácil y llegábamos a ser veinte personas; ahora apenas y pasamos las diez. A la hora de comer, los más chicos (entre los cuales estaba yo), nos servíamos la comida en la cocina, en la mesa más pequeña, donde podíamos jugar y reír sin que los adultos nos estuvieran llamando la atención o pidiéndonos que no retocemos en la mesa. Los grandes por su parte, y con una copa de champagne (nunca más de una botella), se ponen a conversar y soltar risotadas escandalosas en la mesa de la sala. Comemos rápido y conversamos poco. Ahora me toca sentarme en la mesa de los adultos y no es tan divertido. El pavo está un poco salado. El ají pica una barbaridad. Las ensaladas no han tenido tanta acogida. Tomamos un champagne un tanto dulce y yo se lo doy a la pequeña Sabrina, que es la perrita cocker que ahora se pasea por toda la casa. Ella toma como loca y me da risa que aquella perrita correlona y juguetona ahora sea una alcohólica floja y gorda. A la pobre Sabrina le tocan sus gotas para dormir y no tenga que soportar los cohetones de la media noche y tampoco el susto que éstos le otorgan. La perra no es tonta y siente que esas gotitas con agua que le están dando no es el dulce champagne que yo le ofrecía y llega a escupir considerable cantidad del recipiente. Mi sobrina está un poco triste porque su enamorado no la llama cuando años atrás estaba corriendo y jugando como loca esperando por sus regalos. Terminan de cenar y algunos se marchan con un abrazo discreto de Navidad, tienen que ir con sus familias. La perrita se empieza a dormir y camina como borracha no sé si soportando aquellas gotas o producto del champagne brindado. Faltan quince minutos para las doce y mi sobrina me llama con energías de antaño y me dice que suba al tercer piso para ver los juegos artificiales. Pone la cámara fotográfica sobre el cielo oscuro y despejado. Una lluvia de colores se muestra incandescente sobre mis ojos. Ráfagas multicolores se desprenden de todas las casas y tocan el cielo convirtiéndose en nubes matizadas. No hay duda en que la gente busca cualquier escusa para ser feliz y compartir su felicidad; por eso de todas las casas bombardean de felicidad esta noche siempre especial a pesar de viejas tristezas. Me emociona la idea de que todavía se disfruta la navidad y de que la gente no escatima en comprar un panetón, un champagne o un juego artificial para compartirlo con alguien que no necesariamente es su familia. Bajo presuroso a saludar a los que me faltan. Le doy un beso a mi tía Tere, a mi prima Mary, a Sandra, a la Sra. Margarita que con tanto amor me cuenta que reza por mí y a su esposo que también me saluda con cariño. Sabrina, la mascota, entra casi derrotada y da un par de ladridos antes de echarse sobre el tapete ya muy drogada o alcoholizada, parece que hubiera alcanzado a decir feliz navidad familia. Cada navidad es más triste que la anterior y todas me provocan llorar y agradecer por pasarla juntos, aunque ya no tan revueltos. Abren los regalos y a mí, como ya es costumbre, me tocan calzoncillos y medias, y ahora los recibo con otra sonrisa porque sé que en verdad me hacen falta, por lo menos el calzoncillo amarillo para fin de año. Mi madre me abraza con especial afecto y estoy feliz de ser su hijo y de estar allí con ella. La Sra. Margarita me cuenta que no pasa una navidad con su hija hace veintidós años y a pesar de esa tristeza se atreve a recitar un par de poemas preciosos. La perrita ladra por última vez antes de que sus ojos rojos sean cubierto por un par de parpados sometidos por el cansancio. La navidad siempre será la navidad, pase lo que pase, así se tienda a perder las costumbres. La navidad siempre despertará en nosotros un poco más de dulzura y caridad. La navidad siempre será un gran pretexto para abrazar, besar y decir te quiero. La navidad siempre será especial a pesar de que se muestre, año tras año, un poco más tristes y melancólicas. Cierro los ojos y rezo para que la próxima navidad, la Sra. Margarita, la pase con su hija.

martes, 21 de diciembre de 2010

Algo ocultas

Dice que no la miraba a los ojos las pocas veces que le hablaba; que al resto de las chicas sí. Ella pensaba que me aburre, que prefiero andar con otras personas que en verdad me entretienen y me hacen reír. No la veo a los ojos y por lo tanto, algo le oculto, algún secreto o pensamiento misterioso guardo celoso dentro de mí. Estamos obligados a convivir casi un mes juntos y hay que tener cuidado de todo el mundo porque nadie conoce a nadie de verdad. Por eso, no podemos permitir dejar de observar a las personas e intentar sacar un perfil de ellas improvisando en sus gestos, palabras y movimientos. La capacitación del Banco ha reunido a gente de todo el Perú y los ha encerrado en el hotel Melodía (donde la noche se hace día). Todos entre mezclados, jóvenes, con cuartos que se prestan para descubrir sus bajos instintos, todos (o la mayoría) con las hormonas revueltas o por lo menos con ganas de romper las reglas y portarse mal. No la miro a los ojos y por lo tanto me muestro peligroso, lacerante. Laura me llamó la atención desde un principio porque se mostraba delicada y dulce, porque presenta un aire que inspira algo de curiosidad. No le hice conversación desde un principio porque conozco mis torpezas y por miedo a no caerle del todo bien, pues yo soy un poco loco y atolondrado, de comentarios inapropiados y de chistes nada chistosos. Las pocas veces que me aproximé a ella lo hice con cierta timidez, con cierto temor a fallar. Ella, con mucha naturalidad, me conversaba mientras yo, y dándome cuenta después de que me lo comentó, bajaba la mirada. Definitivamente algo le ocultaba, y no sabía bien qué era. Me enteré por conversaciones fugaces que tenía enamorado, cosa que complicaba mi situación de acercarme a ella sin el temor de que crea que soy un pillín desenfrenado y que me las doy de galán de circo. Rompió mis moldes el primer fin de semana en que todas las chicas de Trujillo (incluyéndola), se pusieron unas minifaldas que dejaban boquiabiertos a los más avezados (que no eran pocos). Laura cuenta con armas de temer debajo de ese vestido negro que le queda estupendo y con el cual, bailó como descocida toda la noche, incluso conmigo. Laura no sólo es metódica y aplicada en los curso, (la he visto concentrarse al leer sus textos con plausible seriedad) no sólo es un chica dulce y delicada; también es un bailarina de temer que con un par de pasitos coquetos provocaba reñidas disputas por sacarla a bailar. La pequeña Laura (y es que lo bueno viene en frasco pequeño), empezó a provocar comentarios desafiantes entre los varones de aquella capacitación putanesca. Al siguiente fin salió con un vestido color coral que también dejaba en manifiesto ese par de piernas gloriosas. Su carita de niña, su cuerpo de señorita y sus movimientos de mujer otra vez me encandilaron. Esa noche bailamos un par de salsas: yo la apretaba a mi pecho de gato, ella ponía su manito junto a la mía a la altura de mi hombro izquierdo. Yo intentaba mirarla, buscaba su mirada para ver si podía encontrar en alguna distracción suya un beso. La miraba a los ojos y quería mostrarle eso que en verdad ocultaba, ese pequeño (como ella) gustito que me provocaba y que me hacía ser torpe al hablar pero desafiante al bailar. Laura no me miraba a los ojos cuando bailábamos y yo pensaba que ocultaba algo; quizá y ocultaba las ganas de ir a sentarse y dejarme paradito allí, en medio de la pista de baile. Quizá y no se animaba a mandarme una cachetada por vivo dado a su educación. Quizá y pensaba en su enamorado y sentía un poco de culpa al bailar con un flaco atrevido y desconocido. Laura fue siempre muy señorita y bailó conmigo lo que tenía que bailar y siempre me dejó con ganas de bailar un poquito más, porque se dejaba llevar en la sala como mi escoba cuando bailo solo en mi cuarto; delicioso bailar con esa chata linda. Al siguiente fin y también en falda, se emborrachó (o la emborracharon) y se dejó llevar por la emoción del momento. Nunca faltan esos buitres maldadosos que aprovechan de esas oportunidades y seguro se pasaron de vivos con ella y quizá le robaron más de un beso y me da rabia saber que no pude hacer nada por sacarla de ahí y cuidarla como le prometí que lo haría. Aquel fin de semana dejé de verla con inmaculada dulzura. En el transcurso de las clases éramos dos seres extraños uno del otro y no cruzábamos ni una palabra concreta, quizá conversaciones esporádicas referidas a un curso o una broma casual producto de las circunstancias dadas. Todo cambió cuando fuimos su amiga, mi amigo, ella y yo al karaoke. Aquella noche canté como nunca he cantado y mi locura me dominó un poco y bailé y la vi linda como siempre y más todavía. La escuché cantar el millón de canciones que pidió y también revolcarse con su amiga por quitarle la cámara con la que nos habían tomado una foto besándonos. Nos besamos y fue uno de los besos más dulces que recuerdo en muy buen tiempo. Nos besamos y acariciamos como recién enamorados y la quise inmensamente esos momentos en que sentí me regaló su dulzura. Aquella noche fuimos al séptimo piso e hicimos en su brevedad un poco de travesuras, las hicimos hasta que sentí los pasos de uno de los botones y decidí que era hora de escapar cuando quizá debí ser menos cobarde y mejor amante. Días después volvimos a intimar y quizá también la decepcioné como hombre. Dormimos juntos los dos últimos días de aquella capacitación poco pueril. Ella cerquita mío, yo cerquita suyo. Ella durmiendo apenas su cabeza tocaba la almohada, yo amaneciéndome haciéndole cariños. Ella tapadita con las frazadas, yo congelándome de frio. Ella inconsciente de la noche, yo consiente de que no me quedaban muchas noches más. El tiempo pasó rápidamente. Los últimos días fueron arena entre mis manos y la vi partir de repente, cuando parecía que se quedaría una noche más conmigo.