martes, 20 de mayo de 2008

Todas Putas

Algunas quieren llegar vírgenes al matrimonio; creen en el amor y en la magia que encierra estar enamorada. Otras quieren casarse para tener sexo todos los días sin remordimientos y no tan sólo los fines de semana. Todas las mujeres son unas putas apasionadas, algunas más valientes que otras. Las mujeres son tan sexualmente dependientes como cualquier hombre, la diferencia se halla en la manera de aceptar y razonar el hecho; son tan humanos e iguales a la ahora de sentirlo. Hay mujeres que desean casarse para entregarle su tesoro (que ciertamente a futuro será saqueado con un alto grado de ambición) a un solo hombre, al que designan como el amor de su vida, el único, el primero y último. Desean someter su cuerpo a la lamentable idea de ser poseída por un tipo que si bien siente amor, en algún momento determinado, dejará de sentirlo. El amor en cierta forma complementa al sexo, facilita su entendimiento y le da un sabor más dulce a la hora de aceptarlo (sobre todo a las mujeres). Evita futuros arrepentimientos o prejuicios inútiles que no hacen más que someter al hombre a la ignorancia. “El amor se siente, no se hace.” El amor puede ser un estimulante que acelere el clímax de una relación, pero no es el clímax, es sólo un método. No cabe duda que el órgano sexual más poderoso del ser humano es el cerebro; sino el porqué de aquellos sueños libidinosos tan impactantes y las reacciones tan reales que generan. Es desmesurado querer casarte con alguien a quien no conoces, en especial en el aspecto coito – sentimental. Mujeres fatuas las que creen que llegando vírgenes al matrimonio van a darle más valor a su relación marital. Sólo llegan vírgenes las soñadoras y las feas. Porqué la idea de guardar su flor para el hombre indicado si tienen un jardín entero para muchos hombres indicados (porque no todos son los indicados). Por eso no pretendo casarme, porque no sería un buen esposo, un buen marido; porque eso por ahora me interesa poco. Yo deseo ser un buen amante. Es más fácil que el sexo se convierta en amor a que el amor en sexo; porque el sexo enamora y el amor, termina por decepcionarte. Todas son unas putas, por eso soy un varón heterosexual. Si hubiera sido mujer, sería la más puta de todas.

jueves, 1 de mayo de 2008

Amantes ocasionales

Ella le miente, le dice que nunca a besado a su amigo, que nunca han compartido un ósculo apasionado, que el hecho de ser vecinos, de ser jóvenes dispuestos a aventurar no ha influido en ninguno de sus actos. Él la mira sonreír con ternura, con una sensación bienhechora en el pecho. Es la tercera vez que se encuentran juntos en su cuarto, en aquella cama vigilada por un poster de Alejandro Sanz desde lo alto. Ella trata de explicar el por qué de sus actos, de aquellos celos disparatados que encuentran sustento poderoso desde su posición. Ella lo besa con una pasión indescriptible, con fiereza, desenfreno y también con cariño; un cariño que el siente sin necesidad de tocarla. Él corresponde a los besos con más besos. Sus manos traviesas se deslizan sobre aquel cuerpecito compacto, aquel cuerpo que se retuerce al contacto ajeno, buscando refugio en sus propias manos que con rapidez, salen al rescate de su integridad. Él se aloja en su cuello, lo huele, lo lame, lo engríe con caricias y le recita palabras tontas pero sinceras. Le dice que la desea, lo dice varias veces; le afirma que en ese momento, él se desvive por ella. Ella no le cree, sin conocerlo mucho hace uso de su instinto femenino y desconfía. Él intenta quitarle aquella prenda superior innecesaria en momentos como ese. Ella le recuerda la promesa hecha, la de que no va a pasar nada, de que no habrá sexo, de que es virgen y quiere llegar así al matrimonio. Él lo toma con sentido del humor. Le causa admiración la seguridad con que afirma lo que piensa. Sabe que también miente a veces, que ella también desea que pase, pero no debe. Logra convencerla, le quita con astucia aquella prenda superior entrometida y le arrebata aquel brasier negro que se interpone entre los dos. Han prometido que estos besos serán los últimos, que aquel momento se convertirá en el final al amanecer, que esa será la última noche como amantes ocasionales. Sabiendo que la promesa hecha es inalterable, entre beso y beso se desprende efluvios de melancolía, de tristeza. Los torsos desnudos son parte de aquellos abrazos poderosos, inquebrantable, que parecen haber sido compartidos desde hace mucho. Él siente un cariño sospechoso, fatuo, sibilino. Él no quiere que amanezca, no quiere irse de aquella habitación convertida algunas noches, en un jardín. Ella lo abraza, lo besa, lo ataca con esa pasión asombrosa, devoradora, majestuosa. Él ahora la toca contagiado por esa pasión idílica, los dos cuerpos convulsionan, manteniendo sus prendas inferiores, pero pareciera no ser así. Ella quiere que pase, pero no debe. Él sabe que ella quiere, no la obliga; trata de convencerla con poco éxito. Terminan discutiendo, él diciéndole cobarde, ella contestándole que es igual a los demás. Termina durmiendo alejados uno del otro. Él se va temprano, al amanecer. Está convencido que no es el final deseado, pero que es el mejor. Se entristece al afirmar que nunca más compartirá la pasión de aquella amante ocasional, lamenta que sea así.