viernes, 17 de julio de 2015

El secreto del Brujo

¡No puedo creerlo! Mi madre parece una burrier profesional. Me transporta de manera tan sigilosa, agazapada entre las sombras, intentando no levantar sospecha entre los transeúntes. Yo, la vil mercancía. La zona que recorremos en aquel taxi me es totalmente desconocida, muy lejos de lo acostumbrado. Sábado, cuatro de la tarde aproximadamente, el destino final es aquella casa sin estucar. No entiendo nada. Mi madre toca la puerta con delicadeza, la misma se abre lentamente e intercambian breves palabras. Al parecer mi madre ha dado una contraseña secreta, la clave para ingresar a tan misterioso lugar. Entramos, nada del otro mundo. Una banca larga se acomoda pegada a la pared, en ella dos personas en silencio. Mi madre me toma de la mano, me lleva hasta la banca, parece que quiere decirme algo: - Le preguntas todo lo que quieras, con confianza. El señor es un tipo especial, tú me entiendes – me dice. – Yo también soy un tipo especial mamita -  le responde sin entenderle un carajo. – No seas huevón pues – como intentando corregirme. - Él tiene un don, una sensibilidad diferente -  Yo no respondo nada, creo que ya enloqueció, que puede ser agresiva. Una de las personas sentadas se para he ingresa a aquella habitación, otra sale. - ¿A dónde me has traído mamá? -  le pregunto con total seriedad. – Este señor va absolver las dudas que tengas. En verdad me da miedo qué va ser de ti. Paras todo el día con esa chica que sabes bien no me gusta nada. Ahora que tu cuerpo conoció el pecado y se encierran como conejos en su casa, cualquier día de estos vienes con la sorpresita y yo me muero. Ese pequeño no conocerá a su abuela. – Mamá no sé de qué hablas -  le respondo evitando dar detalles de mi vida íntima. Mi madre odia a Valeska, y la odia porque desde que estoy con ella llego muy tarde a casa, me pierdo todo el día. Sobre todo porque planchando uno de mis pantalones, halló un barbitúrico que regalan en las postas.  La persona que estaba en la habitación sale, otra entra. – Mamá, yo me voy, esto no le debe gustar nada a Dios – le digo como llamándole la atención. - No metas a Dios en esto, ¡todo lo que una madre tiene que hacer por su hijo! -  me responde convencida de que es la única solución. Mi relación con Valeska es de lo más normal para cualquier chico de veinte años. Nos agarramos de la manito, nos tocamos como enfermos y aprovechamos cualquier oportunidad que tenemos para demostrar nuestro vigor, nuestro entusiasmo, nuestro cariño tórrido y apasionado. Es nuestro turno, la persona atendida abandona el cuarto misterioso y entramos. Es una habitación aparentemente normal. Una cama, un velador. Mil estampitas de diversos santos, velas, rosarios. Él es una persona de edad, delgada, espigada, canosa. Su cara arrugada denota cansancio. Me pregunta cómo me llamo. Quise romper el hielo pidiéndole que adivine para tantear qué tan bueno era, pero no entré en confianza. Me reí en secreto con mi comentario. - Mi nombre es Leonardo - le dije con mi vocecita de niño bueno. Me pidió la mano. Yo miré a mamá y le dije para ella que no me quería casar con él, que no acepte su pedida. Ella me respondió con un codazo que por reflejo terminó accediendo al pedido del señor brujo. Revisando la palma de mi mano amiga, la de tantas batallas, estoy seguro que lo primero en que se percató fue de mi espíritu autocomplaciente. El adivino canoso rápidamente me advirtió que mi futuro era incierto (no hay que ser brujo para saber eso, pensé) que no me veía en un lugar específico, que no podía asegurar ni descartar mi futuro profesional. Me aconsejó que me rodee de gente mayor, con experiencia. Que dejara en un segundo plano la gente de mi edad, porque solo me iba a incitar a la noche, la música y el alcohol. Me advirtió sobre mi futura paternidad, cuatro descendientes de dos mujeres diferentes. (Yo ya sabía que mi lapicito no pintaba, pero me entusiasmé con su premonición) Me advirtió que una de las mujeres me iba a hacer sufrir mucho, iba a llorar por ella. Me dijo que no necesariamente tenía que ser mi pareja, podía ser una de mis hijas, no me dijo el por qué. También me relato que una fémina me iba a inducir a las drogas, que tuviera cuidado (¡Saludos negra!) y que a los treinta y tres años iba a sufrir de artritis, que tomara mis precauciones. Mamá me miraba consternada, como queriendo remediar todo antes de que pasara. Le preguntó por Valeska, si me iba a casar con ella. El brujo rápidamente dio la negativa y mi madre respiró. El nigromante me hablo de algunas otras cosas, cartas que tenía guardadas, situaciones del momento que fácilmente por un tema de sugestión pude relacionar. Ya entrando un poco en confianza me contó que el cobija el don de ver y oír cosas desde los trece años. Que no puede salir a la calle o ir a reuniones porque puede percibir el morbo del lugar, sabe quiénes se acostó con quién, los secretos oscuros. Siente las malas vibras, las envidias del lugar. Qué es insoportable. Yo, con lo curioso que soy estaría feliz con el don. Mi madre quiere hacer un par de preguntas pero el de manera muy amable la interrumpe y le dice que el tiempo se ha acabado. Yo ya entré en confianza, perdí el miedo. Quiero preguntarle sobre los números de la lotería el fin de semana. Antes de poder hacerlo el vidente, en secreto se me acerca y me confiesa que debe decirme algo importante, una cosa muy grave  me va a pasar pero no quiere que mi madre escuche, no quiere preocuparla. Ella (mi madre) vuelve a arrastrarme como paquete y dándole un billetito al brujo flaco, se despide. Yo intenté ser lo más escéptico posible, no creer en nada que no sea Dios. Pero sus últimas palabras fueron incisivas. ¡Agorero miserable, dime!: ¿qué será de mí?