martes, 6 de julio de 2010

Carta de reconciliación

Siempre te doy las gracias, porque hay un momento en el día en que me doy cuenta de que no soy tan miserable como creo que soy; porque a pesar de que siento los golpes duros de la vida también soy conciente de que aún estoy en el ruedo y con las posibilidades intactas de dar aquel golpe de suerte, aquel golpe trascendental, aquel gran golpe esperado; y bajo esa espera, te agradezco de seguir aquí, en la lucha. Siempre te pido algo, porque es naturaleza humana hacerlo, porque también soy otro mortal que se acuerda de ti para pedir. Yo creo que eres un tipo que sabe perdonar, por ahí leí que ese era tu oficio; por lo tanto, a veces hablo con desparpajo sobre temas que te hacen referencia, con una soltura que otras personas no dudan en hacerme notar. Si me conoces bien sabes que soy un tipo de sonrisa fácil, con aires de divo pero humilde después de todo. Que tengo mis defectos pero ninguno mortal o que complique la vida a otra persona que no sea yo. Es un problema mayor pelearse contigo, o por lo menos discutir; porque hay cosas que la verdad no entiendo o no quiero entender, y creo que eso te molesta un poco. Puede ser que también te hayas dado cuenta que yo aprendo mejor por las malas y haces de las tuyas y me tienes en ascuas días enteros. Sabes que soy un tipo tolerante, de paciencia casi beata, que suelo ver el lado bueno de las cosas y trato de no desesperarme ni hacerme problemas. Mi madre, desde chiquito me ha llevado a misa y ha inculcado en mí, de una manera tan particular y disimulada, amor por ti. Yo siempre he sido renuente, chúcaro, díscolo para contigo. Desde pequeño me quedaba bien dormido en misa, casi desde que empezaba. He escapado de las responsabilidades religiosas con una facilidad casi demoniaca. He preferido los amigos, el fútbol y un sinfín de cosas antes que a ti, aunque nunca me haya olvidado por completo. Mamá me daba de beber agua bendita (y he escuchado por ahí que eso es pecado. Discúlpame a mí y a la loca de mi madre por favor), todo para purificar mi alma. Mi madre me ha presentado a sus curitas y padrecitos casi todos colombianos que me han hecho cariñito en la cabeza y me han dejado su bendición con una sonrisa en los labios, como diciendo “tu mamá te quiere meter al seminario”. Mi madre me ha enseñado a rezarte con los ojos cerrados y antes de dormir, todos los días y sin peros que valgan; tú sabes que hacía el intento pero era más fuerte el sueño. Siempre que algo andaba mal era falta de Dios para mi madre, y quizá haya tenido razón. Por lo tanto, toda mi vida he estado involucrado contigo, algunas veces con mayor fuerza que otras. Las amigas de mami todavía saben hacerme cariños en las mejillas recordaban cuando asistía a misa e incluso bailaba en las actuaciones parroquiales; las viejitas esas tienen una memoria prodigiosa. Cuando cerraba los ojos antes de dormir y te rezaba con flojera, en algún momento de mi inocente oración, sentía que volaba, que flotaba, que me despegaba de la cama; cuando se lo contaba a mamá juraba que era tu presencia, que era casi un milagro y que antes de ser cura iba a ser santo; la verdad que yo también sospechaba que eras tú. Ahora las cosas han cambiado un poco. Ya no voy a misa, la verdad que no lo creo necesario para estar cerca de ti. No rezo demasiado, y si lo hago es porque algo no me va bien y porque soy un convenido, así me siento. No me persigno cuando paso por una iglesia porque me parece que no es manera de recordarte, en una cruz clavado, aparte de mi apatía. A veces me siento un hereje, un falto de fe. Muchos de aquellos triunfos inesperados te los dediqué a ti, lo hacía por inercia, porque sabía que tú estabas detrás de todo eso. Ahora que me he llenado de pequeñas derrotas que me hacen sentir un gran fracasado, también te culpo un poco y reniego, reniego contra ti y te pongo en duda. No me confieso hace años porque me parece hipócrita decir lamento haber hecho esto y saliendo del confesionario volver hacerlo, porque a esos padrecitos les apesta la boca y no hay santa crema dental que nos salve de aquel infierno bucal, además de que desconfío de la confidencialidad que los padres pregonan, son una sarta de chismosos esos curitas violadores (y entiendo que no todos y a estos comentarios me refiero cuando hablo de soltura verbal). Mi madre cada vez que me despacha, cada vez que la visito, me pone estampitas y oraciones que tengo acumuladas y aunque respeto mucho, les doy poca importancia. La religión para mí es la mutilación de tu persona, la desmembración de la fe y de tu amor. Por lo tanto no tengo religión y no debo de cumplir ningún mandamiento o petición que algún grupo de mortales como yo ven necesarias para estar en paz contigo. Yo creo en ti y a mi modo intento no dañar a nadie ni provocarte alguna molestia. Soy un pecador pasivo, pero pecador al fin. La cuestión es que es jodido pelearse contigo porque no tengo chances de ganar, ni siquiera de sacarte un empate para definirlo por penales donde cualquiera puede fallar (ya sé, ya sé, tú no). Pelearse contigo no es conveniente ni sano, por lo tanto, intentaré cambiar en algunas cosas que te pueden hacer enfurecer y para eso, necesito un poco de ayuda, ayuda tuya obviamente. Trataré de no blasfemar, de no renegar contra ti, de orar con más frecuencia, de ser más servil al prójimo, de renegar menos, de intentar ser otra vez tolerante, de regresar al camino dónde te conocí, de cumplir todo lo antes prometido (y sabes que no me gusta prometer cosas que no voy a cumplir). Tu justicia es rara, la verdad no la entiendo y no voy a intentar hacerlo. Te sigo agradeciendo todo, te sigo pidiendo algunas cosas (y sabrás comprender las necesidades. Ya sé, ya sé, la lotería no es una necesidad). Y ahora, también he aprendido a pedir disculpas, a darme cuenta de algunos errores que cometo no sólo con frecuencia sino que también con facilidad. Lo único que quiero es que mantengas a esa madre loca y enamorada de ti a salvo, bajo tu brazo; que la cuides y perdones por sus errores, que le des la oportunidad de ser feliz y me uses de instrumento a mí para que lo sea. El hecho de que Benedicto no me inspire confianza e incluso me caiga un poco pesado no significa nada personal contra ti, es una humilde opinión y nada más. Cuando me tiré aquella primera borrachera y asistí a la vigilia de confirmación (iglesia) en aquel estado poco presentable, y me refugié en el baño del segundo piso de la parroquia para que el padre no me viera ni me expulse, y vomité todo lo que pude y dormí abrazando el inodoro, no fue un acto de protesta. Mi madre me llevó donde un cura chileno, el único cura que respeto y al cual le tengo un cariño especial. Aquel padre no dramatizó nada, me propuso tomar un vinito de la sacristía y darme algunos consejitos para que el trago no me llegue tan rápido, aquel padre que me dijo que el único pecado cometido aquella noche fue no haber comido nada antes de libar alcohol, aquel padre que creía en ti y predicaba tu amor con amor. Ojalá y promuevan más padrecitos como aquel y después de promoverlos no los estén sancionando (también como a él). Aquel padre me dio la fórmula para dejar de combatir contigo sin salir herido, me hizo una pregunta que absolvía cualquier tipo de deuda hacia ti, me pregunto mirándome a los ojos: ¿Crees en Dios? Yo ya tenía pensamiento subversivos en mi cabeza pero no dudaba de ti. Respondí: - Si - muy seguro y también mirándolo a los ojo. – Entonces estás jodido – me respondió, y respondió a algo más que a esa pregunta.