martes, 23 de febrero de 2010

Huevos azules

Entonces les cuento que me dolían los testículos después de visitarla, después de toquetearnos, besarnos desenfrenadamente jugueteando con nuestras lengüitas locas y traviesas; que me dolían los testículos después de que ella se montaba encima mío como un jinete diestro y despiadado, luego de que nos entregáramos al placer de una manera siempre contenida, limitada, circunscrita; ya que en esas situaciones, con los padres de ella cerca, sin la necesaria privacidad, no podíamos consumar algo más. La conclusión era que me dejaba los huevos revueltos y no podía caminar, no podía dar un par de pasos certeros estando muy cerca de mi casa, teniendo que acudir en la mayoría de los casos a un taxi artero que me cobraba una barbaridad por tres o cuatro cuadras. Llegaba a casa y así como el azar determinara mí caída en la cama, así amanecía al día siguiente, sin moverme un centímetro. – Te dejaba los huevos azules – me reveló con su sabiduría en éstas cosas, el buen Jose (y no José con esa tilde popular y plebeya que no concuerda con el linaje al que pertenece tan ilustre amigo, el buen Jose, ¡y no José caray!) Yo no sé si me dejaba los huevos azules porque no me los revisé nunca, porque si los revisaba tenía que tocarlos, y si los tocaba, me moría allí mismo con una contusión al huevo. - ¡Huevos azules! – Ellas se ríen y se ven tan sorprendidas como yo, porque tampoco conocían esta expresión, porque tampoco sabían de este fenómeno masculino y del dolor post toqueteo ricotón. (Del que gozamos hombres y mujeres eh… no se hagan las locas) – Es un muy buen dato – nos dicen y nos juran dejar de hoy en adelante un millón de huevos azules. Comento que alguna vez, en algún devaneo cariñoso que tuve con una señorita amable y cariñosa, ésta me propuso de una manera dulce y romántica, que visitara su cuerpo delicioso por la puerta trasera, pues ya había sido aperturada y visitada algunas veces. Yo reaccioné con una risa tonta y nada más, porque esa no es mi ruta, esa combi no me lleva a casa y por lo tanto, no me embarco. Me acerco a una de ellas y agazapado, conociéndola como una aventurera, le pregunto en secreto si alguna vez ha recibido el cariño de un hombre por la retaguardia. Ella no es mujer de titubeos y titubeó; con lo que respondió en silencio. Luego me dijo que era delicioso, más que lo tradicional. Otra amiga comenta que no hace uso de su cuerpo en estos avatares hace casi dos años, nadie se ríe pero más de uno le quiere hacer el favor. Las mujeres no ven en el sexo una necesidad a comparación de los hombres, pero lo disfrutan mucho más. Alguien recorre mi pierna por debajo de la mesa y siento que la charla está amena. Pregunto si alguna de ellas se masturba y salta una mano acompañada de una frase: “Es recontra jodido.” Otra vez nadie se ríe y ella no entiende nada; entonces yo pregunto de nuevo rompiendo el silencio: - ¿Te masturbas? ¡Felicitaciones! - A lo que ella, después de un respingo, responde: - Yo escuche si alguien se rasura, ¡lo juro! – y todos reímos extasiados, sobre todo ella. Ellas cuentan que fingen, nosotros que somos infieles. Ellas cuentan que a veces miran el bulto bajo el ombligo, nosotros que miramos un buen culo y un buen escote. Ellas dicen que les gustan o muy dulces, o muy pendejos, pero no a media tinta; nosotros afirmamos que nos gustan también las chicas dulces, pero mientras descubrimos esa dulzura miramos el culo y los senos esperando que les pertenezca a una señorita pizpireta. Ellas dicen que no les importa el tamaño, nosotros no les creemos. Nosotros les decimos que mide diecinueve centímetros, ellas no nos creen. La mano amiga sigue subiendo y yo me engrío. La conversación continúa y se hace tarde. Es hora de partir luego de una charla juguetona e ilustrativa. El sexo ya no es una tabú, muy por el contrario, es un muy buen tema de conversación que repele a los hipócritas. Tomo un taxi con premura. Sonrío a todos, me despido y no puedo moverme. – Tengo que saber de quién es esa mano – me pregunto con curiosidad, mientras trato de ver si en verdad están azules