jueves, 15 de julio de 2021

Los huevos de Fabián

 

Ha pedido permiso en el colegio con anticipación y dejado a sus alumnos haciendo un resumen de la historia del Impero Inca. Ha solicitado que a cada Inca le creen un perfil de Facebook con sus datos y pasatiempos, tarea que por demás a emocionado a sus pupilos. Fabián no es muy asiduo a los hospitales y/o clínicas pero tiene una ecografía testicular pendiente que le inquieta mucho. Sentado en la combi, algo apretado, le preocupa más que le suden los huevos; que el doctor los encuentre pegados a su entrepierna y la muestra no sea de utilidad para un diagnóstico final. Está próximo a bajar y se apresura a la puerta para que la movilidad lo deje en el paradero solicitado. Una vez que desciende del vehículo estira las piernas para que sus partes se acomoden, para que sus criadillas vuelvan a un sitio apropiado y puedan llegar relajadas a su cita. El profesor Fabián está casado hace quince años y adora a sus cuatro hijos, los cuales son prueba fehaciente de que fue bendecido con unas glándulas sanas y prodigiosas. Antes de su compromiso nupcial, fue un bandido, un palomilla coqueto. Enamoró a casi todas sus compañeras de estudios, muchas de ellas colegas en la institución. Explotó su sexualidad y la de sus compañeras de manera muy ágil y juguetona, con aventuras colosales que hoy extraña con melancolía. Producto de ese pasado inquieto le atribuye los males que le aquejan y aquellos dolores repentinos que lo obligan a guardar reposo, a poner sus bolas en reposo. Mientras saborea aquellos recuerdos lejanos, espera sentado su turno y olvida la presentación de sus testículos ante el doctor. La puerta del consultorio se abre y un caballero de avanzada edad lo llamada por su apellido para que ingrese. Lo saluda de manera escueta y lo invita a que se baje el pantalón y trusa antes de subir a la camilla. Fabián observa que frente a él y dándole la espalda, mirando a la pared, se encuentra una señorita de delicadas facciones que aparentemente es su asistente. A pesar de no poder verle el rostro, sospecha que es guapa. Fabián obediente y ya sin pudor deja a la vista su colgajo y se echa boca arriba en aquella litera. El doctor se coloca los guantes mientras pregunta a qué se debe la visita. Fabián responde con cara de pena que le duelen los huevos. El doctor sin compartir su pesar pregunta su edad y si ha tenido algún tipo de accidente a lo que él responde que no. Mientras el doctor ausculta sus turmas encogidas recibe una llamada repentina que interrumpe el silencio de la sala. Inmediatamente el doctor suelta los testículos de Fabián y revisa con esos mismos guantes la llamada entrante. Sin pedir disculpas por la interrupción contesta alterado el teléfono vociferando que ya ha comentado que no lo molesten, que está trabajando, que está ocupado. Se produce un breve silencio y luego responde aún más airado que sí recuerda que tiene que comprar una plancha nueva, que la va a esperar en la tienda por departamento acordada a la hora del almuerzo. Mientras discute, se aleja del consultorio hasta incluso retirarse del ambiente para no ser escuchado. En la habitación solo están Fabián mostrando su pito arrugado y la señorita asistente dándole la espalda, mirando su computadora como única opción. El doctor no aparece y Fabián intenta pensar cualquier cosa mientras trascurre el incómodo momento. Hace mucho tiempo no comparte una habitación con otra mujer que no sea su esposa, menos exponiendo sus partes blandas. En esa reminiscencia, empieza a atisbar a sus ex compañeras de aventuras, en poco tiempo las remembranzas transcurren con detalles por lo que empieza a sentir al sur de su ser un despertar incómodo. Rápidamente intenta distraerse pensando en la directora del colegio, una señora de gruesas facciones desmesurada para el maquillaje y las bisuterías. Mientras tanto, el bulto casi con autonomía propia, se hace más notorio en sus partes bajas. En ese intentar mental de controlar la situación ingresa nuevamente el doctor disculpándose de manera superficial por la ausencia inoportuna. Retoma su trabajo y se encuentra con el obelisco de Buenos Aires en su zona de trabajo. Mira a Fabián con lástima, como dejando claro que no es el momento. Se da la vuelta para cambiarse de guantes mientras el monolito avergonzado disminuye su proporción. El doctor se hace el loco y unta un gel muy helado que apaga el incendio provocado. Es así que mientras ejecuta la ecografía, va dictando datos a su secretaria, datos que parecen coordenadas al interior de sus bolas. Fabián se da cuenta que tiene un huevo más grande que el otro debido a la diferencia de la información entre un testículo y el otro. El doctor termina, le arroja un papel higiénico que parece lija y Fabián se limpia con sumo cuidado, sabe que sus pelotas son delicadas y después de sus hijos, son lo más preciado que tiene. Se sube la trusa, el pantalón y le pregunta al doctor si ha visto algo que deba saber. El doctor lo mira con desdén. Luego solo le indica que los resultados serán enviados a su doctor tratante para que determine una receta, que aparentemente tiene la próstata crecida. Fabián se siente halagado. Rápidamente sale de la clínica de regreso a su institución. Cuando llega al aula del colegio “San Bergolio” ve en la puerta a Gerardo, su alumno de confianza quien le pregunta cómo le fue en el examen médico. – Hasta el huevo – responde Fabián sonriendo por el chascarrillo que solo él entiende. - ¿Uds. qué tal? – replica. – Estamos en la incertidumbre si fueron trece o catorce Incas – responde su alumno.

viernes, 25 de junio de 2021

Las manos de Estela

He depositado mis carnes crudas en una silla de playa desde donde veo encantado el hermoso mar caribeño. Como recién llegado al cielo, entendiendo que he muerto, que ya no importa nada; que me he portado tan bien en vida que me he ganado el derecho de dorarme suavecito a orillas del océano atlántico arrullado por las olas cálidas e inofensivas del mar caribe. Entiendo también que he sido un tipo bueno y ahora toca el premio a mis actos bienaventurados. Ya me unté bloqueador y bronceador rapidito por si advierten algún error y me despachan para el infierno, lo hago en un minuto para no perder tiempo y entregarme a la sensación del descaso eterno. Parecía que nada podía estar mejor pero Dios guardaba más para mí, para su hijo pródigo. Una morena de robusto aspecto se acerca con la paz del espíritu santo y me dice: Hola chico. Me ofrece cautelosa unos masajes que describe como celestiales, lo que confirma mi teoría de haber muerto. Posa sus divinas manos sobre mí recitando que me va a dar una breve demostración gratuita de sus bondades. Al momento de invadir este cuerpo maltratado, de palpar mis crudas carnes, yo volví a morir y pasé a la zona VIP de los seres de luz. Intenté oponer resistencia pero desde que la yema de sus dedos hizo contacto con mi espalda fui suyo. Aquella morena bendita me sobó la espalda tan rico que me rendí, me entregué, me despojé de mí mismo. Me conversaba tan delicioso con ese dejo pegajoso, sabroso, rítmico, que me perdí. Rápidamente me indicó que si deseaba podía brindarme un servicio de cuerpo completo el cual costaba sesenta dólares nada más. Yo en un trance total le dije que no cargaba efectivo. Ella contrarrestó ofreciendo por treinta dólares un trabajo especial en mi delicada espalda. Yo embobado cogí mi lánguida billetera y le demostré (siempre en trance) que solo contaba con 26 tristes dólares que llevaban juntos algunos días en ese espacio oscuro de mi billetera.  Ella, un ángel caribeño, se quedó con veinticinco dólares y prosiguió con sus servicios. Le pregunté cómo se llamaba, a lo que respondió de manera escueta: Estela. Intenté hacer algo más de conversación para escuchar su melodioso dejo pero me respondió que por veinticinco dólares no correspondía conversación. Mientras me vertía su ungüento de coco, otro ángel moreno que brindaba los mismos placeres que Estela aterrizó a mi lado y preguntó si no venía acompañado para también hacerles masajes a mis allegados. Antes de que yo responda, Estela muy oportuna le contestó brevemente que solo tenía un dólar, humillándome elegantemente y alejando rápidamente cualquier otro tipo de compañía. No solo hacía masajes deliciosos, también poseía algo de maldad, lo que me encantaba aún más. Rompiendo su silencio por lo pagado me preguntó si trabajaba mucho. Debido a que ya me había desairado en mi primer intento de conversación y en la respuesta a su compañera por mi falta de dinero, respondí - Como negro – a la pregunta deslizada. Ella presionó con mayor fuerza mis lonjas. Pero Estela no era rencorosa, como el  ángel que es, focaliza su intensidad e intenta deshacer los nudos de mi espalda, producto del estrés, con un movimiento especial. Estela, Estela, eres como mi primer amor de la escuela, le recito. Estela, Estelita, deslízate suavecito por mi espaldita, le exclamo. Estela, Estela bonita, gracias por sobarme  mi piel crudita, balbuceo. Perdido en mis delirios y sospechando que a Estela le hace gracia mis rimas improvisadas, veo interrumpido aquel momento mágico por una flatulencia coqueta producto de mi relajo. El estruendo hace que ella rápidamente se levante con cara de desagrado y me mire con ligero desprecio a pesar de mis poemas. Le ofrezco el dólar que me queda como propina y ya no sé qué me avergüenza más. Estela lo recibe disimulando su fastidio y se aleja sin despedirse. Relajarse mucho tampoco está bueno, pienso mientras quedo huérfano de sus manos, ya extrañándola. El caribe no es lo mismo sin Estela.