miércoles, 20 de mayo de 2015

III.- La última hoja del libro




El olor de sus cabellos. La primavera entera envolviendo el ambiente. El aroma a flores impregnado en su piel. Se sitúa en el centro de todo, en el ombligo de tan hermoso paisaje. Indeciso: - ¿el sur o el norte? – se pregunta. El albo tapiz, de aroma a  Jazmín lo invita a caminar con la yema de sus dedos, los cuales se desplazan descalzos, de puntitas. Por el norte, firmes y erguidos, dos copos de nieve adornados por cerezas carmesí, como banderas dulces en lo más alto de aquellos montes delicados, firmes. El saborea despacio y con placer sinuoso la miel de aquellas frutas prohibidas hasta hoy. Lame el dulce encanto materno con los ojos abiertos, apreciando el paisaje, registrando en su memoria su primera visita al par de nevados más tibios y acogedores en los que haya tenido el placer de reposar. Sus manos han tomado el camino contrario, han decidido visitar el lado sur de aquel cuerpo invadido. Se han encontrado con prontitud en una curva de peligroso acceso. Sus manos temblorosas han bordeado con cuidado el abismo que puede hacerlo caer en la perdición. Han sorteado con éxito las parábolas encendidas y han llegado al valle sagrado, donde el tesoro más valioso se ha visto descubierto. Kevin está extraviado y sin intenciones de encontrar una salida razonable en el cuerpo de Fabiola. Está totalmente perdido, anonadado por tan hermoso paisaje. Lo observa todo, como sintiéndose el descubridor de un nuevo continente. Ella, blanca como la nieve, se presta para el precioso contraste entre su piel y las sábanas moradas de su habitación. Echada, retorciéndose de placer, cruzando las piernas, se toma los pechos, todo con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior entre movimiento y movimiento. Kevin con el torso desnudo y apurando en minimizar el rigor de su correa, intenta no arruinar el momento, intenta encontrar la nota siguiente en la sinfonía del momento. Todo comenzó con la tan ansiada salida a solas, siempre acompañados de una copa de vino que él ha sacado solapadamente del bar de su papá y que ella no está acostumbrada a tomar. Un Malbec, una casta de uva originaria del sudoeste de Francia que ha invadido los dos cuerpos por igual. La conversación se puso amena y empezaron con las risas, los juegos, las confesiones más indiscretas. Los roces involuntarios, las miradas cómplices. Solos en la casa de Fabiola, azuzados por el vino, con una evidente atracción del uno por el otro. Las luces bajas acompañando el momento, la música pasando desapercibida. Ella se ha sentido tocada por la sepa francesa y él, un caballero la ha llevado hasta su habitación para que repose. Ella, en un acto de inconciencia pura se ha despojado de sus prendas, quedando en aquel diminuto juego de ropa interior rosado. Él no tuvo tiempo de reaccionar, solo fue testigo del despojo de sus prendas. Y entonces, enfundó su espada, se armó de valor y ejecutó la  orden de invasión. Adiós diminutas prendas rosadas. Ella tendida sobre sus sábanas. Él observando al enemigo rendido, a punto de coronarse rey. Nada puede salir mal. Sólo que él la quiere, y la culpa lo invade más rápido de lo que el vino los invadió a ellos. Fabiola está dormida, acurrucada desnuda en los calores de sus sábanas; indefensa, delicada, expuesta. Kevin ha comprendido que no es la mejor manera de dejar huella. Se ha levantado, y sin decir adiós ha tomado la gallarda decisión de partir. No quiere ser un visitante más, no quiere ser inquilino momentáneo en el cuerpo de Fabiola. Él ha escogido marcarla de otra manera. Fabiola se ha despertado antes del amanecer, sometida por el frio de la madrugada. Se ha encontrado desnuda en su habitación, sin mayores referencias de lo que haya podido suceder. No quiere pensar en la escena más evidente. Ha caído en las redes de aquel muchachito resabido. Ha sido víctima de la astucia de Kevin. Siente el vendaval de culpas en medio del silencio de la noche. No va a poder dormir. En su cabeza está la idea de alejarse, de dejar todo ahí y no lastimar a nadie, en especial a ella. Ha decidido de manera irrefutable voltear la página, cerrar el libro. No quiere hacerse la víctima, ha cooperado con lo sucedido. Fabiola no sabe con exactitud lo que ha pasado, pero se imagina todo. Y si de algo está segura, es que sabe respetar sus decisiones, y acaba de tomar una: - Esta es la última hoja del libro – se ha jurado.