lunes, 21 de septiembre de 2015

Las muestras

Ha pedido las llaves de la casa de playa, quiere que estén solos y enamorados. Verónica ama a Federico, lo ama con locura. Fede está loco por Vero, despierta en él sentimientos inigualables, extraordinarios, amor sin ningún tipo de duda. Ambos, a sus dieciséis años, están convencidos que son el uno para el otro, no hay vuelta que darle. Es su aniversario, cumplen dos largos años de felicidad. Verónica ha preparado un collage recopilatorio de todo este tiempo: fotos, imágenes, videos, palabras de amor decoradas. Ya quiere ver su cara de sorpresa, ha dispuesto todo como si fuera para ella misma. Federico ha comprado un anillo con el que quiere comprometerse, con el que quiere definir su futuro al lado de ella, por siempre, para siempre. Entonces el intercambio de regalos, ya por la noche, ocurre. Él al borde de las lágrimas la besa después de ver el video preparado, se siente afortunado. Ella emocionada se siente realizada, su sorpresa dio en el blanco.  Federico saca un vino, le sirve una copa. Él toma la suya con un poco de premura, agarra valor. La invita a ir a la orilla, a pocos metros de la casa de playa. Varias velas en forma de corazón los esperan en el silencio de la noche. Ella lleva sus manos a la boca sorprendida. Federico, azuzado por el vino, convencido de cada instante, se arrodilla, con los ojos llenitos de agua. Le toma la mano, mirándola fijamente, y en un momento sublime le pide que sea su esposa. –Sí – responde ella encantada. , convencida, emocionada. Se levanta y la besa, la besa apasionadamente. Ella también es víctima del alcohol y se rinde en las manos de Fede, que ha empezado a respirar de manera agitada. Ahora echados en la arena sus manos se deslizan por el delicado cuerpo de Vero. Ella, muy cortés, desabrocha el short de Fede, quien siempre ha sido un caballero en este tipo de ocasiones. La mano tibia de Verónica ahora viaja al sur y encuentra la virilidad de Federico en su mayor esplendor. Federico ha olvidado su promesa de respetar hasta el matrimonio a Vero y aloja sus manos dentro del pequeño vestido que la protege, y con miedo, la despoja de su ropa interior. Federico dudando, le pide la muestra de amor a Vero, le pide que lo acoja dentro de ella. Verónica que siempre se mostró como una dama, tiene vergüenza de responder tan pronto. Nuevamente tiene la oportunidad de demostrar que está enamorada, esta vez a Federico. – Se lo merece – se dice convencida.

Isabel es madre soltera, y a sus veinticuatro años se ha quedado sola con Sebastián de cuatro años de edad. Isabel vive en un pequeño departamento que paga a las justas. Su economía ha mermado mucho su calidad de vida pero tiene como motivación a Sebastián, su único motivo para no rendirse, para luchar. Carlos, el papá de Sebas, ha desaparecido. Desde que se enteró que iba a ser padre, y ha tan corta edad, decidió huir, escapar, hacerse humo. Desde entonces, y por orgullo propio, Isabel se vale por sus propios medios. Si algo ha aprendido Isabel del amor, es que se demuestra con hechos, no con palabras. Se encuentra en una reunión de trabajado, donde el jefe de su oficina está corriendo con los gastos de aquel platillo.  Las ha invitado a comer a una pollería muy concurrida. Aquel día Isabel no ha llevado nada a su boca, muere de hambre. Aduciendo un dolor estomacal ha pedido un embace para trasladar la comida favorita de Sebastián, hasta el departamento donde la espera. Se ha despedido de sus compañeros, sintiéndose culpable por comerse un par de papas fritas. – Dentro de dos días depositan – se menciona prometiéndose salir a comer delicioso con Sebastián. Hoy no le toca a ella. Recoge a su pequeño de la casa de su vecina, se durmió de tanto jugar. Lo lleva al depa y le dice que por ser un niño bueno le ha traído un regalo. Sebas se emociona. Isabel abre el embace y le entrega toda la merienda. Sebastián está feliz, no está acostumbrado a darse tremendo banquete. Devora el plato. Isabel tiene colmada de felicidad el alma, el estómago vacío.

A Bruno le va bien. Hace un año que por motivos de trabajo ha empezado a vivir solo. Ha dejado de ser un niño de mamá para transformarse en todo un hombre. En el trabajo se desenvuelve bien, se ha comprado un carro. Su apariencia ha mejorado notablemente debido a que puede darse el lujo de comprar de vez en cuando, ropa nueva. Sabe que su trabajo tiene prioridad ante todo, por eso se queda más de la cuenta en la oficina, priorizando sus tareas laborales, descuidando su alimentación. Bruno ya no tiene antojos, come lo que le da la gana y a la hora que le da la gana. Generalmente comidas grasientas o antojos que no contribuyen a una correcta alimentación. Por eso últimamente anda mareado, cansado. No visita el baño con la frecuencia acostumbrada. Como todo un caballero responsable decide de manera consciente, asistir al médico. Sus miedos a morir joven lo visitan, espera el peor de los diagnósticos. El doctor frente a la computadora anota todas las quejas que Bruno le cuenta. Sus dolores, sus malas costumbres, su presentimiento mortal. El doctor lo invita a realizar una serie de exámenes para descartar cualquier problema de salud. Con los exámenes de sangre no hay problema, ya tiene cierta experiencia; pero los exámenes de heces, jamás se los han solicitado. Le entregan una cajita con tres frascos, le indican que tiene que ser de los últimos tres días. Le prohíben que coma carnes, comida condimentada y cítricos. Bruno no escucha nada, sólo piensa en cómo va recolectar sus heces durante tres días y resguardarlas en aquellos frascos. No sabe qué cantidad es la necesaria, la forma en que lo hará. Bruno, con absoluta vergüenza de comentar la solicitud del doctor, se aventura a cumplir su misión. Intentado relajarse, muy por la mañana, se instala en el baño, se sienta y empieza su labor. Orgulloso de si, al tercer día, visita la clínica con las muestras solicitadas y las facilita al laboratorio. Grande es su sorpresa, cuando por la tarde, le piden que se aproxime de emergencia al hospital. La enfermera intentado guardar la calma le comenta que sus muestras arrojan tal cantidad de virus y bacterias, que es necesario atenderlo de emergencia. A pesar de sus miedos, Bruno escucha con calma a la enfermera. Su intención, muy avergonzado al darse cuenta del error, es la de no regresar nunca más a esa clínica. - Fue una mala idea recoger las muestras desde el interior del wáter -  se menciona. 

viernes, 11 de septiembre de 2015

Sentirme vivo (12:57 a.m.)

A cuestas veintinueve años, recién  por cumplirse. Once de setiembre, once de la mañana. Así me lo ha relatado un par de veces mamá. Una vela más a la torta y un esfuerzo adicional para soplarlas todas sin dejar ninguna pendiente. La verdad, siento que hubiera vivido unos cien años. Estoy cansado, muy cansado. De pronto, abrir los ojos, verme al espejo y saberme adulto creo que no lo he superado. Los intentos desesperados por abrazar a ese pequeño que fui alguna vez ya no alcanzan. Las ganas por hacer lo que me gusta han disminuido sin dar oportunidad a réplica. Tengo miedo de lo que venga, y de cómo me encuentre. Todo suena a queja, todo suena mal. Tiene que ser una fecha de esas, donde el día de cierta manera se manipula a favor tuyo y las cosas se sucedan amigables. Play al aparatito ese y el CD empieza a girar. - Es tu cumpleaños pues hombre – me reprimo. Entiendo que hay gente que me quiere, aunque me rompo la cabeza pensando el porqué. Empiezan a aparecer en la pantalla de la TV fotos mías, de mis años más tiernos. Empiezo a descubrir  muchas de ellas, fotos que no he visto jamás o no recuerdo. Veo a ese pequeño rubiecito de tez blanca y ojos claros y lo extraño, por Dios que lo extraño. - ¿Cómo pasa el tiempo carajo? - Me pregunto sin encontrar respuesta. Las fotos sorpresa han terminado y empiezan a sucederse videos de personas a las que quiero mucho, y aunque trato de estar a la altura de la sorpresa, veo a mi “sobrilinda“ (ya con veinte años encima) a la que vi crecer  y tan sólo la reconozco y caigo rendido, empiezo a llorar. Desde Colombia me ha grabado un caluroso saludo que conmueve todo mi ser. Mi madre con mis primas también se han dado la molestia. – Eres mi tesoro – le dice mi mami a la cámara pensando en mí.  Mi tía que no está acostumbrada a estas cosas, hizo el esfuerzo con todo el cariño del mundo. Mis amigos, hermanos del alma. Desde Europa, una Miss a la que quiero mucho, con acento a mamá me pide que me divierta sin excesos. Las chicas del “Cora”, todas guapas. Mi gente. - “Nunca cambies” -  me piden. Lo intentaré muchachos, lo intentaré. Aunque arrastre la idea de que ya soy otro, aunque sepa que de vez en cuando yo también me busco, lo intentaré. Parezco esos viejitos ariscos que reniega cuando lo engríen pero se siente peor cuando no le hacen caso. Me he vuelto un viejito de verdad. Hace muchos años atrás le perdí el miedo a la muerte y entendí que todo tiene su final, incluso mi historia. Uno sin miedo a la muerte es más osado,  va por la vida guapeando  los obstáculos hasta que otro miedo te visita y se apodera de la situación. Ahora tengo miedo al tiempo, a verme envejecer. A perder vigencia y convertirme en mi propia sombra. Uno empieza por aceptar sus defectos, sus miedos y problemas para solucionarlos. Pues acepto en todo caso, que el tiempo me va debilitando con cada movimiento de la aguja de reloj.  Soy un miserable con mucha suerte. Siempre he dicho que mi fortuna son Uds. Dios a algunos los hace sumamente guapos, a otros muy inteligentes. A algunos con menos suerte les da mucho dinero. El don de cantar, de bailar, de escribir. La bendición que Dios me ha concedido, la medición de mi fortuna, el don que no sabré explicar, son todos Uds. Los que pasaron y ya no están y los que por alguna razón decidieron quedarse. Y dedico especialmente estás últimas líneas al ángel de la guarda de turno, la que quiere toditas las horas extras, la que ha estudiado mis defectos al dedillo y ha tenido un entrenamiento riguroso en algún campo de batalla del medio oriente porque sabe soportar mis arremetidas caprichosas y chapuceras. Me sorprendiste, como siempre. (¡De corazón muchas gracias!) No sé dónde ni cómo me encuentre de acá algunos años. Si haya encontrado el antídoto a esta locura lacerante. Lo que me alivia es saber que están Uds. Y si están Uds. nada puede salir mal. Ah, me olvidada: A ti pequeño rubiecito, donde quiera que estés… Feliz Cumpleaños  

martes, 18 de agosto de 2015

La cura de todo mal

Hoy llamé a mi madre, muy preocupado, rascándome todo. Mi mami enloquece cuando la llamo, cuando escucha mi voz.  Ella cuenta los días que no hablamos, y cuando ya no puede más, cuando vence su miedo a interrumpirme o molestarme, pega la llamada y en un tono de niña resentida comienza la llamada con un triste: “¿ya te olvidaste de tu madre no?” Hoy la sorprendí, caí en la  dulce sensación de ser su pequeño pollito otra vez, tenía que consultar algo que solo ella registra en su memoria llena de amor hacia mí.  – Clari (por Clara) ¿recuerdas si ya me dio viruela, sarampión o varicela? – Ella muy calma, en un tono pausado el cual desconozco, me pregunta si me siento mal. Le cuento que una compañera de trabajo es víctima de una de esas enfermedades eruptivas y que caía en resumidas cuentas, que yo también era portador del virus. – Mi madre, con su infinita dulzura y su irreverente forma de ser me dice: - “Ay papito, mira, hasta más ratito no va a morir. Te llamo en la noche porque ahorita estoy un poquitito ocupada. Besos.” – y me dejó agonizando, rascándome las piernas, la cabeza, como perro pulgoso. Es una venganza sublime la de mi madre, la de colgarme cuando más la necesito. Y es que aunque ella no me auxilie como esperaba, me ilumina. Cuánto me cuesta escribir hoy por hoy. Cuánto me he alejado de las letras y el romanticismo de sentirme un escritor. Y hurgo en mis recuerdos intentando reciclar una historia que encaje en aquellas memorias  colgadas en  un rincón virtual que ya nadie lee. Pero hay una sequía intelectual que solo personajes mágicos, únicos como Clarita, saben descubrir. Ya por la noche, y sin ningún tipo de interrupción que la distraiga, Clarita me devuelve la llamada y me comenta que efectivamente he sido víctima de la viruela y varicela. Y es que tengo en mi memoria algunos flashbacks  que me ubican en mi cama, atado de manos por las pantis viejas de mi madre, antes de dormir, en pijama. Amordazado, mártir de las ocurrencias de esa señora loca, que intenta cuidar mi rostro de cualquier intento de contacto, evitando que me rasque y que marque mi rostro lozano. ¡Sí! Mi madre me raptaba, amarrado de manera profesional, bajo las sábanas y frazadas de mi cama, víctima de la varicela, dela viruela, víctima del amor de mi madre. Según tengo entendido, la varicela (enfermedad que aqueja a mi compañera), no te puede dar dos veces. Por tanto, me debo encontrar fuera de peligro, pienso mientras me sigo rascando. Mi madre, aprovechando la llamada, también me cuenta que hace algunas noches soñó conmigo. En su sueño recibía la trágica noticia de que había muerto, a lo que ella se deshacía en llanto. Despertó en la madrugada con esa dura sensación e inclusive despierta, en la oscuridad de su habitación, siguió llorando mi muerte. Y así, nuevamente volvió a dormir, con la consigna de advertirme muy temprano, de rescatarme de cualquier suceso inicuo. Recién lo ha recordado, un par de días después, y me invita a que me cuide. Si algún ser celestial mediante ese sueño, hubiera presagiado mi triste final, mi madre no me hubiera salvado. Y eso me hace feliz, saber que ella es como es, y que sus oraciones me tienen bajo buen resguardo, no sus sueños, sus oraciones. Ya no me interesa ni el sarampión ni la viruela, ni la varicela ni el ébola. El amor de mamá lo cura todo.

viernes, 17 de julio de 2015

El secreto del Brujo

¡No puedo creerlo! Mi madre parece una burrier profesional. Me transporta de manera tan sigilosa, agazapada entre las sombras, intentando no levantar sospecha entre los transeúntes. Yo, la vil mercancía. La zona que recorremos en aquel taxi me es totalmente desconocida, muy lejos de lo acostumbrado. Sábado, cuatro de la tarde aproximadamente, el destino final es aquella casa sin estucar. No entiendo nada. Mi madre toca la puerta con delicadeza, la misma se abre lentamente e intercambian breves palabras. Al parecer mi madre ha dado una contraseña secreta, la clave para ingresar a tan misterioso lugar. Entramos, nada del otro mundo. Una banca larga se acomoda pegada a la pared, en ella dos personas en silencio. Mi madre me toma de la mano, me lleva hasta la banca, parece que quiere decirme algo: - Le preguntas todo lo que quieras, con confianza. El señor es un tipo especial, tú me entiendes – me dice. – Yo también soy un tipo especial mamita -  le responde sin entenderle un carajo. – No seas huevón pues – como intentando corregirme. - Él tiene un don, una sensibilidad diferente -  Yo no respondo nada, creo que ya enloqueció, que puede ser agresiva. Una de las personas sentadas se para he ingresa a aquella habitación, otra sale. - ¿A dónde me has traído mamá? -  le pregunto con total seriedad. – Este señor va absolver las dudas que tengas. En verdad me da miedo qué va ser de ti. Paras todo el día con esa chica que sabes bien no me gusta nada. Ahora que tu cuerpo conoció el pecado y se encierran como conejos en su casa, cualquier día de estos vienes con la sorpresita y yo me muero. Ese pequeño no conocerá a su abuela. – Mamá no sé de qué hablas -  le respondo evitando dar detalles de mi vida íntima. Mi madre odia a Valeska, y la odia porque desde que estoy con ella llego muy tarde a casa, me pierdo todo el día. Sobre todo porque planchando uno de mis pantalones, halló un barbitúrico que regalan en las postas.  La persona que estaba en la habitación sale, otra entra. – Mamá, yo me voy, esto no le debe gustar nada a Dios – le digo como llamándole la atención. - No metas a Dios en esto, ¡todo lo que una madre tiene que hacer por su hijo! -  me responde convencida de que es la única solución. Mi relación con Valeska es de lo más normal para cualquier chico de veinte años. Nos agarramos de la manito, nos tocamos como enfermos y aprovechamos cualquier oportunidad que tenemos para demostrar nuestro vigor, nuestro entusiasmo, nuestro cariño tórrido y apasionado. Es nuestro turno, la persona atendida abandona el cuarto misterioso y entramos. Es una habitación aparentemente normal. Una cama, un velador. Mil estampitas de diversos santos, velas, rosarios. Él es una persona de edad, delgada, espigada, canosa. Su cara arrugada denota cansancio. Me pregunta cómo me llamo. Quise romper el hielo pidiéndole que adivine para tantear qué tan bueno era, pero no entré en confianza. Me reí en secreto con mi comentario. - Mi nombre es Leonardo - le dije con mi vocecita de niño bueno. Me pidió la mano. Yo miré a mamá y le dije para ella que no me quería casar con él, que no acepte su pedida. Ella me respondió con un codazo que por reflejo terminó accediendo al pedido del señor brujo. Revisando la palma de mi mano amiga, la de tantas batallas, estoy seguro que lo primero en que se percató fue de mi espíritu autocomplaciente. El adivino canoso rápidamente me advirtió que mi futuro era incierto (no hay que ser brujo para saber eso, pensé) que no me veía en un lugar específico, que no podía asegurar ni descartar mi futuro profesional. Me aconsejó que me rodee de gente mayor, con experiencia. Que dejara en un segundo plano la gente de mi edad, porque solo me iba a incitar a la noche, la música y el alcohol. Me advirtió sobre mi futura paternidad, cuatro descendientes de dos mujeres diferentes. (Yo ya sabía que mi lapicito no pintaba, pero me entusiasmé con su premonición) Me advirtió que una de las mujeres me iba a hacer sufrir mucho, iba a llorar por ella. Me dijo que no necesariamente tenía que ser mi pareja, podía ser una de mis hijas, no me dijo el por qué. También me relato que una fémina me iba a inducir a las drogas, que tuviera cuidado (¡Saludos negra!) y que a los treinta y tres años iba a sufrir de artritis, que tomara mis precauciones. Mamá me miraba consternada, como queriendo remediar todo antes de que pasara. Le preguntó por Valeska, si me iba a casar con ella. El brujo rápidamente dio la negativa y mi madre respiró. El nigromante me hablo de algunas otras cosas, cartas que tenía guardadas, situaciones del momento que fácilmente por un tema de sugestión pude relacionar. Ya entrando un poco en confianza me contó que el cobija el don de ver y oír cosas desde los trece años. Que no puede salir a la calle o ir a reuniones porque puede percibir el morbo del lugar, sabe quiénes se acostó con quién, los secretos oscuros. Siente las malas vibras, las envidias del lugar. Qué es insoportable. Yo, con lo curioso que soy estaría feliz con el don. Mi madre quiere hacer un par de preguntas pero el de manera muy amable la interrumpe y le dice que el tiempo se ha acabado. Yo ya entré en confianza, perdí el miedo. Quiero preguntarle sobre los números de la lotería el fin de semana. Antes de poder hacerlo el vidente, en secreto se me acerca y me confiesa que debe decirme algo importante, una cosa muy grave  me va a pasar pero no quiere que mi madre escuche, no quiere preocuparla. Ella (mi madre) vuelve a arrastrarme como paquete y dándole un billetito al brujo flaco, se despide. Yo intenté ser lo más escéptico posible, no creer en nada que no sea Dios. Pero sus últimas palabras fueron incisivas. ¡Agorero miserable, dime!: ¿qué será de mí?   

martes, 30 de junio de 2015

El amante maldito

He de confesar que estoy triste; amarte a ti nunca fue fácil. Hoy soñé despierto, nunca tan lejano de la esperanza ni tan cercano de la convicción. A pesar de haber sufrido tantas veces por nuestros tropiezos, y de haber ganado tanta experiencia por esas cosas que siempre fortalecen, hoy una penita insidiosa, punzante, sincera, me invade en medio de la tranquilidad de la noche. Decoré mi casa con tus colores y me adorné yo también,  convencido de todas las alegrías, con todos los boletos comprados para vernos felices. Pero no pudo ser, esta vez no fuiste tú, no fui yo; esta vez aunque suene mil veces trillado, fue el destino que sigue llenándonos de experiencias poco agradables para terminar de hacernos fuertes, para pulir expectativas.  Pero como dice la canción: amores que matan, nunca mueren. Yo he decido no morir de amor, porque de otra no me queda. Porque cuando el amor no tiene cura, no queda más que seguir amando, aunque en ello, se nos vaya la vida. Entonces, cada vez que te vea, vestiré los mismos colores. Cada vez que se entonen tus notas mi mano encontrará mi pecho. Cada vez que te caigas, nos levantaremos juntos. Y cada vez que nuestro amor entre en penumbras, y las dudas de siempre vuelvan a asomar, y los mal intencionados encuentren un motivo para lastimarte, nos agazaparemos en el tiempo para buscar una  nueva oportunidad de ser felices, juntos, siempre juntos. Soy el amante maldito que aún cree en nuestro amor tórrido y tormentoso. Soy todavía el esclavo de tus caprichos, pendiente de tus momentos. El enamorado eterno, sin arrepentimientos, sin excusas tontas, que hoy sufre orgulloso de su dolor, de nuestro dolor. Los amantes malditos, como yo, como muchos otros que andan detrás de Ud., he de sufrir de amor. Nos volveremos a ver, y será como la primera vez. Dormiré con mi tristeza, pero orgulloso de mi amor por ti. Hasta que mi corazón se canse de latir, y quizá un poco más de aquella posibilidad: Te Amo Perú...   

martes, 23 de junio de 2015

Coral

Rarísimo. Que estemos tú y yo en mi habitación, en tan cálido ambiente, solos. Tu presencia femenina ha caído de mil maravillas en la casa y yo he empezado a cogerte un cariño desinteresado, sin maldad, inusual: rarísimo.  Si he de aprovecharme de algo en esta, nuestra soledad casera, es de tu confianza y nada más. – Te pido las disculpas del caso, por si es que ya has tenido la desafortunada experiencia, de verme rascándome los genitales en la casa, y no por encima del pantalón de turno, sino metiendo mis delicadas manos en la entrepierna, de manera tan desagradable e intuitiva. No sé qué me pasa, ni en qué momento adopté manía tan impropia, pero me he sorprendido varias veces, con personas ajenas al departamento, en tan incómodo ejercicio, disculpa, en serio. Si me ves en tal situación avísame con toda la confianza del mundo, recuérdame que no está bien y que si lo hago, me lave las manos, por favor, te lo agradeceré. Cuando dormimos juntos, ¿ronco? Yo creo que no, pero no puedo afirmar eso, ¿es ilógico verdad?, ¡estoy durmiendo! Ya pues, dime. O quizá peor, me muero de la vergüenza. Quizá y tiendo a lanzar flatulencias, eso si no tiene perdón. Es que no sé qué me pasa, ando rejodido con los gases. Me hincho como globo y el pantalón me empieza a apretar y siento estallar. Despierto guardo compostura y me despojo del mal con discretas ventosidades, obvio que en absoluta soledad. Pero supongo que en la noche, en estado de inconciencia total, despojo literalmente, lo peor de mí. Si fuera el caso, y recurriendo a la confianza que empezamos a tener y a tu sinceridad, despiértame. Yo abro la ventana, recurro a cualquier aromatizante y asisto a un lugar adecuado  para aliviar mi pesadez. A pesar de esos impases que espero corregir te veo bien. Con las pocas semanas que tienes por acá, veo que has tomado de manera natural posesión de la casa. Estoy feliz de que sea así. Más bien, déjame felicitarte. He visto pocas veces alguien tan limpia como tú. Todo en su lugar. Tu delicadeza me tiene encantado. Otra pregunta: ¿me ves viejo? ¿Qué edad me echas? Mejor no me respondas porque sé que por educación no me vas a decir la verdad. Yo me veo fatal. Compré y armé esa mueble para hacer deporte por gusto, ¿si recuerdas no?, yo en el piso haciendo mi mejor esfuerzo y tú dando vueltas, viendo con curiosidad. ¡Por gusto! Me resigno a ver como mi barriga gana terreno, se agiganta con el tiempo. Me veo desnudo en el espejo y me deprimo. Mi cabello también está fatal. Suerte que no nos conocíamos hace un par de meses, cuando una venezolana confianzuda arruinó mis expectativas y me cortó como cualquiera de esos peloteros confundidos: bien pegadito a los costados y en el medio, una mata de cabellos extravagante. Te hubieras matado de la risa. Yo me quería morir, matar a alguien. Como te comentaba, me veo gordo, cada vez menos cabello, y encima pedorriento. Cruel mi destino, no te parece. Estoy cediendo al tiempo. Ahora tomo energizantes para el trajín del día y relajantes para dormir. Yo que no tomaba ni pastillas cuando estaba enfermo. Otro síntoma de vejez prematura. En cambio a ti te veo saltando y corriendo, te veo bien. Aprovecha tu juventud, en verdad es un tesoro divino. Pero cuéntame algo: ¿Todo bien? ¿Qué te parece el vecindario? ¿Sientes frio en las noches? ¿Te molesta algo? ¿Soy muy espeso, no?  Nada. Ya no te fastidio con mis cosas. A veces es bueno conversar y tú tienes ese don que pocos tienen, el don de escuchar.  – Le confieso, le cuento mientras ella me mira, siempre reposando sobre mi cama. Sus ojos grandes, atentos a cualquier movimiento, con sus ojos preciosos cerrándose de rato en rato pero escuchándome. Siento incluso que lo haces con cariño. Gracias por tu compañía Coral.


miércoles, 20 de mayo de 2015

III.- La última hoja del libro




El olor de sus cabellos. La primavera entera envolviendo el ambiente. El aroma a flores impregnado en su piel. Se sitúa en el centro de todo, en el ombligo de tan hermoso paisaje. Indeciso: - ¿el sur o el norte? – se pregunta. El albo tapiz, de aroma a  Jazmín lo invita a caminar con la yema de sus dedos, los cuales se desplazan descalzos, de puntitas. Por el norte, firmes y erguidos, dos copos de nieve adornados por cerezas carmesí, como banderas dulces en lo más alto de aquellos montes delicados, firmes. El saborea despacio y con placer sinuoso la miel de aquellas frutas prohibidas hasta hoy. Lame el dulce encanto materno con los ojos abiertos, apreciando el paisaje, registrando en su memoria su primera visita al par de nevados más tibios y acogedores en los que haya tenido el placer de reposar. Sus manos han tomado el camino contrario, han decidido visitar el lado sur de aquel cuerpo invadido. Se han encontrado con prontitud en una curva de peligroso acceso. Sus manos temblorosas han bordeado con cuidado el abismo que puede hacerlo caer en la perdición. Han sorteado con éxito las parábolas encendidas y han llegado al valle sagrado, donde el tesoro más valioso se ha visto descubierto. Kevin está extraviado y sin intenciones de encontrar una salida razonable en el cuerpo de Fabiola. Está totalmente perdido, anonadado por tan hermoso paisaje. Lo observa todo, como sintiéndose el descubridor de un nuevo continente. Ella, blanca como la nieve, se presta para el precioso contraste entre su piel y las sábanas moradas de su habitación. Echada, retorciéndose de placer, cruzando las piernas, se toma los pechos, todo con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior entre movimiento y movimiento. Kevin con el torso desnudo y apurando en minimizar el rigor de su correa, intenta no arruinar el momento, intenta encontrar la nota siguiente en la sinfonía del momento. Todo comenzó con la tan ansiada salida a solas, siempre acompañados de una copa de vino que él ha sacado solapadamente del bar de su papá y que ella no está acostumbrada a tomar. Un Malbec, una casta de uva originaria del sudoeste de Francia que ha invadido los dos cuerpos por igual. La conversación se puso amena y empezaron con las risas, los juegos, las confesiones más indiscretas. Los roces involuntarios, las miradas cómplices. Solos en la casa de Fabiola, azuzados por el vino, con una evidente atracción del uno por el otro. Las luces bajas acompañando el momento, la música pasando desapercibida. Ella se ha sentido tocada por la sepa francesa y él, un caballero la ha llevado hasta su habitación para que repose. Ella, en un acto de inconciencia pura se ha despojado de sus prendas, quedando en aquel diminuto juego de ropa interior rosado. Él no tuvo tiempo de reaccionar, solo fue testigo del despojo de sus prendas. Y entonces, enfundó su espada, se armó de valor y ejecutó la  orden de invasión. Adiós diminutas prendas rosadas. Ella tendida sobre sus sábanas. Él observando al enemigo rendido, a punto de coronarse rey. Nada puede salir mal. Sólo que él la quiere, y la culpa lo invade más rápido de lo que el vino los invadió a ellos. Fabiola está dormida, acurrucada desnuda en los calores de sus sábanas; indefensa, delicada, expuesta. Kevin ha comprendido que no es la mejor manera de dejar huella. Se ha levantado, y sin decir adiós ha tomado la gallarda decisión de partir. No quiere ser un visitante más, no quiere ser inquilino momentáneo en el cuerpo de Fabiola. Él ha escogido marcarla de otra manera. Fabiola se ha despertado antes del amanecer, sometida por el frio de la madrugada. Se ha encontrado desnuda en su habitación, sin mayores referencias de lo que haya podido suceder. No quiere pensar en la escena más evidente. Ha caído en las redes de aquel muchachito resabido. Ha sido víctima de la astucia de Kevin. Siente el vendaval de culpas en medio del silencio de la noche. No va a poder dormir. En su cabeza está la idea de alejarse, de dejar todo ahí y no lastimar a nadie, en especial a ella. Ha decidido de manera irrefutable voltear la página, cerrar el libro. No quiere hacerse la víctima, ha cooperado con lo sucedido. Fabiola no sabe con exactitud lo que ha pasado, pero se imagina todo. Y si de algo está segura, es que sabe respetar sus decisiones, y acaba de tomar una: - Esta es la última hoja del libro – se ha jurado.

miércoles, 29 de abril de 2015

II.-La amenaza de tu presencia


Le han tocado la puerta de la casa muy temprano, como todos los domingos. Kevin se ha levantado de un salto y se ha puesto las goleadoras para la pichanga de los domingos, con la gente de su barrio. Mientras camina a la canchita de fútbol a unas cuadras de su casa, lee una y otra vez el mensaje que Fabiola le envío la noche anterior: - “Me encanta como bailas” – dice de manera escueta. Pero Kevin lo lee varias veces, como intentando descifrar algo, como queriendo estirar aquel mensaje nocturno. Sus amigos lo saludan. Se arman los equipos, se pacta la apuesta, comienza el partido. Kevin ama el fútbol, corre por su sangre morena la ilusión de ser descubierto. Ahora no espera ese golpe de suerte, de ser visto por un caza talentos, de llegar a ser profesional. Lo que él desea con todo su corazón, es que Fabiola lo vea, dedicarle un gol, respirar nuevamente el aroma de sus cabellos rubios. Fabiola a esa hora se encuentra durmiendo en ropa interior, todavía con el ligero maquillaje que ha utilizado la noche anterior, envuelta en sus sábanas moradas, sin intenciones de salir de su cama. Se despierta por el ruido que provocan unos niños al costado de su casa, donde realizan recepciones y eventos sociales, los quiere matar uno por uno. Sabe que no podrá dormir nuevamente, que su sueño se ha visto interrumpido y debido a que no tomó mucho la noche anterior y no es víctima de la resaca, ha decidido ir al gym, hacer algo productivo por su vida. Se cambia rápidamente, sin bañarse, es domingo. Sube a su lindo carro rojo, el cual huele riquísimo. Pone primera y  arranca despacito. Prende la radio y suena la canción que bailó la noche anterior, una de la Charanga Habanera. Recuerda todo: a sus  amigas borrachas, Kevin y los peloteros, la pierna amiga entre sus piernas, su oreja siendo mordida por el chibolo picarón. Se ríe ruborizada mientras el semáforo la de tiene en rojo. – ¡Ay Fabiola, ay Fabiola! – se reprende. Juró no meterse con más gente de su trabajo, sobre todo de su oficina, sabe que es un gran problema. Ella siente que ya ha superado ese tipo de incidentes y si tiene algún tipo de affaire debe de ser con la absoluta discreción del caso, sin muertos ni heridos, cosa que no pasa en su  trabajo, donde todos bailan al son del chisme mal contado. Entonces él piensa en ella, desde la canchita de su barrio, donde se luce con su quimba y su regate. Entonces ella piensa en él, confundida, complicada; haciendo la misma rutina de siempre, conversar por teléfono, escuchando música, mientras los pocos chicos que se han levantado un domingo y han ido al gym, le miran el derriere. Kevin quiere responder el mensaje, preguntarle cómo amaneció. Fabiola quiere morirse, no quiere verlo el lunes en la oficina y sabe que lo mejor es hacerse la loca, como siempre, el tiempo olvida. Kevin está planeando decirle para ver una película, invitarle un roncito. -La gringa debe de ser polla – piensa. Fabiola llama una por una a las borrachas de sus amigas, intentando saber si están bien. Un par de ellas han amanecido en casas que no son las suyas. – Que pedacito de putas – dice en voz baja. Kevin la tiene clara, "la Fabiola" le gusta. Fabiola no entiende nada, ese mocoso está para el recreo, algo del momento, sin comentarios posteriores. Kevin por fin piensa en otra chica que no sea su ex enamorada, con la que pasó los últimos cuatro años sacándose la vuelta una y mil veces el uno al otro. Fabiola recibe una llamada de su ex enamorado, el que pudo ser sin duda el padre de su hija, esa que añora tanto su mamá, y no fue simplemente porque ella es así: se aburre, se asusta, se protege; no lo sabe bien, sólo regresa a su amada soledad. Kevin se siente ilusionado, con ganas de demostrar que puede ser un tipo interesante. Fabiola se siente algo borracha, amenazada, con dudas, con temor a su presencia y a lo que pueda ocurrir. Mañana será lunes, lunes otra vez, y se verán nuevamente las caras. 

lunes, 23 de marzo de 2015

I.- Me encanta como bailas

A mis treinta años siento que he vivido bien. Soy una mujer realizada, independiente. Trabajo en un banco donde he sabido resaltar no solo por mis piernas. Con más de nueve años laborando he encontrado cierto grado de estabilidad a pesar de las envidias. Jamás pretendí ser una santa. Me he tirado un par de canitas al aire, y algunos compañeros también. Pero siempre he tenido el buen tino de escoger a mis cómplices de momento, con los que comparto un buen vino, un buen rato y ya. Nunca he pensado en ser mamá o tener una familiar, quiero disfrutar un ratito más de los bueno de la vida. Mi madre, que reza incansable por mi bienestar, está pidiendo una nieta linda como yo. Lo que no sabe es que en mi plan de vida a corto plazo, busco algo que no sea nada corto ni delgado, quiero algo que me llene de verdad, busco vivir. Todo estaba bien hasta que llegó a la agencia en que trabajo Kevin, un chico de sonrisa fácil, coqueto él. Con toda esa pinta de peloterito de Alianza Lima, fue ganándose espacio en la agencia, destacando por sus ventas, por su buena onda. El mocoso ése con veinticinco primaveras reguetoneras se metió media oficina en el bolsillo a punta de buen humor. Desde el principio me di cuenta que con discreción me mirada el poto al pasar, que se acercaba con cualquier excusa a mi oficina sólo para conversar un ratito. Aquella noche en la discoteca, en una de esas reuniones laborales, el muy atrevido se animó a sacarme a bailar una salsita, quizá creyendo que no me iba a defender. Se llevó una gran sorpresa al ver que esta gringa sofisticada tira su rico dance, que trae el sabor en las venas. Ese fue el momento donde quedó prendado, donde se llevó el olor de mis cabellos rubicundos hasta su propia almohada donde empezó a soñar conmigo. Debo admitir que el chico bailó muy bien, y un chico que baila bien, para bien o para mal, siempre llama la atención. Ayudados por la rutina empezamos a conversar un poco más, a almorzar juntos en la oficina con los muchachos. Él siempre riéndose de mis chistes, prestándome una atención particular. Yo haciéndome la rica, arreglándome el cabello, metida en mi celular y en mis conversaciones triviales. El mocoso me empezó a llamar los fines de semana, preguntándome por los planes que tenía. El muy vivo sabía de mi independencia, de que vivía sola, había escuchado de algunas aventurillas que había tenido por ahí (claro, siempre sin confirmar) y se ofrecía de manera muy sutil a ser una de ellas. Yo siempre he tenido un as bajo la manga, algún amigo cariñoso que entiende mis códigos y se preste para romance sin compromiso. Un fin de semana cualquiera salí con las locas de mis amigas, todas regias y alborotadas nos fuimos a tomar unos piscos sours a un huequito que me encanta. Con dos vasos ya bailábamos bachata apretaditas. Nos fuimos al salsódromo del centro bien entonaditas. Él estaba ahí, y me vio a penas entre al local. Parado con unos amigos en la barra no me quitó los ojos de encima y se acercó algo dubitativo al rato, se aproximó con todo su equipo de fútbol. Me sacó a bailar, sentí su mano apretando mi cintura, su respiración en mi cuello. Me cantaba las canciones al oído el muy vivo, y yo cerraba los ojos. Su pierna entre mis piernas, como buen salsero, moviéndola con ritmo. Primera vez que sentí al muchacho como un hombre. Kevin aplicaba sus mejores pasos de baile, intentaba sorprenderme, como el chibolo que es. Me mordió la oreja, me dejé. Sentí un bulto elevarse entre paso y paso de baile. Nuestros cuerpos bailaban salsa, pero pedían reguetón. Mis amigas estaban aburridas, no eran hinchas de ese equipo de fútbol con los que había venido. Me llevaron al baño, querían ir al local de la esquina donde tocaban música electro y se horneaban gratis. Me fui con ellas, sin muchas ganas de irme. No me despedí de Kevin, sólo le mandé un whatsapp que decía: me encanta como bailas.

lunes, 16 de marzo de 2015

El sueño de las letras

Alguna vez lidié con la loca idea de vivir de las letras, de vivir de mi imaginación perturbada, del ocioso arte de escribir. Desde muy pequeño, desde mis épocas más tiernas, me entregué a unos versos confundidos escondidos en un cuaderno rojo que todavía guardo con la inútil esperanza de que en un momento póstumo, sean más que recuerdo. Allá, en el lejano dos mil siete, cuando era flaco y en el amor creía; inicié la recapitulación de mis historias entreveradas, de la remembranza irónica y desordenada que almacenaba en mi cabeza. Mis aires de escritor se afianzaron cuando un años después, por el dos mil ocho, decidí escapar de casa y vivir solo, con la idea de dormir en un colchón alojado en el piso, de almohadas mis libros piratas, libros que todavía cobijan mis sueños extraviados entre sus párrafos. Caminaba muchas cuadras para cortar la peluca rubia que llevaba en la cabeza, tratando de dar forma a mi bisoñé bohemio, de izquierda a derecha, cubriendo mi frente, al mejor estilo de Bayly. Y es que leía todos sus libros, miraba todos sus programas. Me parecía genial la idea de ser como él. Sentarme dos horas, hablar de mí, siendo yo la noticia y teniendo mis propias exclusivas. Burlarme de todos, especialmente de uno. Decir un par de estupideces que diviertan a la gente y dormir hasta las tres de la tarde todos los días. Todo este círculo vicioso estaría mantenido por un sueldo nada despreciable que seguiría alimentando esta rutina fascinante. ¡Yo quería ser como Bayly! Y en innumerables ocasiones he recibido el comentario halagador de imitarlo muy bien. Entonces me dediqué a mal alimentar mis ganas de vivir fácil, de ser el centro de la atención y de vivir de mi propio escándalo. Escribí de manera afiebrada muchos años. Con el transcurrir del tiempo, este interés de ser escritor pasó a segundo plano y la terapia sanadora de contar mis cosas y burlarme de todo fue ganando terreno. Escribí sobre la rutina, lo cotidiano. Escribí sobre varias amantes furtivas que recapacitaron en su idea de compartir fluidos. Escribí sobre algunos amores que no prosperaron. Sobre el fútbol. Sobre Dios. Sobre mi Madre. Ahora, tras haber recorrido varios caminos que llevo en mi interior, he perdido el rastro de ese sueño infausto de ser escrito y dedicarme a las letras. He perdido en ese camino azaroso la pluma mágica del delirio y la brújula pícara de los recuerdos valiosos. Ya no seré como Bayly, estoy convencido. Pero algunos párrafos afortunados encontrarán asidero en el tiempo. Soy un muchacho frustrado por mil razones, una más será las ganas de escribir aquel libro soñado, leído, expuesto en alguna vitrina de cualquier librería en la sección de oferta por sus minúsculas ventas. Mi baúl de los recuerdos ha sido saqueado por el tiempo y todo está desperdigado. Hago honor a las memorias de un desmemoriado, ya sin ningún afán sádico de por medio. No sé si baste para complacer la vanidad encomiable que albergaba mi corazón por dejar algo antes de partir, pero me divertí mucho en el intento de ser importante a mi manera. Saldré a caminar más, me esforzaré por grabar momentos nuevos y me esforzaré el doble por recordar algunos otros. Compraré un boleto al mundo de las letras y ultrajaré algún libro inocente. Todo por ser ese personaje antojadizo que quise ser con poco éxito. Hoy empiezo la vigilia por encontrarme. Buscaré a Bayly en los libros y en la tele. Quizá me encuentre un poco a mí.

jueves, 12 de febrero de 2015

La ventana mojada

Como kamikazes golpean una y otra vez las gotas suicidas mi ventana, de rato en vez con furia denodada. El sol ha perdido protagonismo y se solapa tras nubes negras que han invadido el cielo de la ciudad. La tarde invita a refugiarnos en el calor hogareño de nuestras sábanas ya no tan blancas, y un café caliente sin ningún percance nos puede acompañar. Afuera todo está mojado, todo está gris y me gusta un poco. Recuerdo claramente mis primeros años en el departamento, desde el cuarto piso, observando todo sin moverme. Una estatua desde la ventana mirando llover sobre mojado, las calles hechas riachuelos y la gente apresurada buscando refugio. El frio también ha ganado terreno en este verano raro al que está acostumbrada esta ciudad orgullosa. Puedo dormir todo el día sin distinguir la mañana de la  noche. Si es que el clima influye verdaderamente en el ánimo de las personas, este tiempo lúgubre me invita a recaer en sanas viejas costumbres apegadas a las letras, a esa melancolía necesaria para ver la vida de otra manera, para revisar lo pendiente, para deprimirse un poco, para escribir. Afuera en el ambiente todo es gris, las nubes llegan cargadas de amenazas de aluvión. Pero no hay mal que por bien no venga. La naturaleza es sabia y toda esta ola de frio y lluvia pone el cielo gris pero al llano, por donde nos olvidamos que transitamos diariamente, las cosas mejoran, las plantas se empachan de energía y el verdor de los paisajes gana fuerza. Las represas de la ciudad se abastecen para los meses venideros. Mientras todo actúa de manera natural allá afuera, yo abrazo mi almohada, viendo todas las películas que encuentro. De rato en rato le pregunto a Dios qué pasa si no salgo de mi cuarto, si no voy a trabajar, si cumplo mi sueño ermitaño de guardarme en mis aposentos y vivir de mis propias costumbres. Le pido a Dios una razón que justifique mi asistencia al trabajo. Entonces, el viento sutilmente golpea mi ventana, traslada las nubes grises sobre mi casa. Un susurro lejano pero claro me responde: ¡porque eres pobre animal! Entonces me siento privilegiado de mi ausentismo de la sociedad, porque veo las cosas más claras, porque a este paso podré rozar la sabiduría negada en un par de semanas. La lluvia me invita a salir a caminar, como a mi me gusta. Bien abrigado, con un saco que me dé ese aire de escritor extraviado. Con una chalina que abrace mi cuello dándome aires de conocedor del mundo. Con aquellos lentes de descanso que nunca utilizo, ni cuando estoy cansado. Con un cigarro que seguro me mareará. Salgo con ganas de caminar sin rumbo, de mojarme un poco. Pero es imposible, las calles son ríos. Puedo morir ahogado en el intento y todo pasa por mi cabeza mientras me ubico frente a mi ventana, donde el tiempo no existe, donde me he perdido tantas veces. Desde donde mentalmente escribo todas estas palabras extraviadas. Todo transcurre mientras allá afuera, sigue lloviendo sobre mojado, como canta el buen Fito.