miércoles, 2 de diciembre de 2009

También los queremos

Vivimos en el mismo vecindario. Somos países hermanos pero aún no hermanados. Los chilenos son algo chismosos y es por eso que han contratado los servicios de un peruano de poca moral cívica, de un patriotismo ligero que tiene como bandera un dólar americano. Este pobre hombre recopila información de los aviones peruanos, que son de temer, pero para los pobres pilotos peruanos que los manejan, porque no saben en qué momento irán a dar contra suelo patrio, o quizá contra un suelo chileno; y si se diera el caso de esta guerra imaginaria que acompaña a los peruanos y chilenos perturbados, podría lastimar a alguien. Este peruano pillarejo amarra en la pata de un cóndor (también felón) información sobre los tanques peruanos que traen como factor sorpresa y por detrás, un batallón de soldaditos mal alimentados pero entrenados medianamente (los cuales empujan dicha máquina inservible) y están prestos para un ataque, para saltar como fieras encima del enemigo que seguro está mucho mejor alimentado y armado. El peruanito chismoso y amigo de un supuesto enemigo, mete en una botella un documento de contenido sospechoso y lo arroja al mar, con destino Santiago de Chile. Este documento lleva información sobre los buques y acorazados peruanos que más parecen submarinos, porque es seguro que terminarán en el fondo del mar. La buena Michelle Bachelet ha ordenado fisgonear al vecino no por las armas que podamos ocultar, no por una supuesta preparación bélica secreta, no por la futura guerra que se avecina con fecha indeterminada que podría caer un treinta de febrero. ¡No! la Sra. Presidenta lo que quiere es descubrir el secreto de nuestro mandatario, de nuestro líder político, quiere saber el truco invaluable para obtener ese par de tetas divinas que a todo el público femenino inquieta, y no menos a la lideresa chilena. – Eso no es normal - se preguntará. - No hay motivo para quedarse con esta inquietud malhechora ¡caray! Hay que contratar un cholo artero que me pase el dato y en la brevedad posible, lucir un juego nuevo de teteras que por casa no se verían nada mal – sigue pensando la honorable Presidenta. Entonces este pobre hombre empieza tan indigno trabajo y bueno… no lo hace tan bien para variar, y se crea este hermetismo eterno entre peruanos y chilenos. Para colmo de ironías, compartimos un océano denominado Pacífico, que de pacífico no tiene ni los veranos. Dejémonos de tonteras y que ambos presidentes compartan sus mejores secretos y hagan una dieta rigurosa exentas de antojos a favor de los pobladores de respectivos países, y si no creen en este pedido popular, hagan un referéndum relámpago para darse cuenta de este deseo unánime. Los peruanos nos sentimos ofendidos y temerosos de una posible invasión que se da de menos a más y por la vía comercial. Los chilenos se comen las uñas porque saben que podemos hacerles daño, podemos intentar raptar a Bielsa y traerlo como rehén, condicionado con una clasificación rojiblanca al mundial. Somos vecinos, somos compadres, compartimos si bien no una cultura, una historia, podemos compartir un buen pisco peruano, un rico suspiro a la limeña, un buen ceviche; y también por supuesto, sus comidas típicas que por ahí escondidas las deben tener. Que el Perú y Chile dejen de ser hermanos de leche y se hermanen de verdad, y que este océano que nos une como siameses, hagan honor a su nombre.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Un domingo en familia

Estoy cansado. No he dormido bien, tengo sueños acumulados. Halloween se ha mostrado violento y divertido y ha esquilmado mis energías y me ha vuelto más pusilánime aún. Pero me apuro; el conato de peinado que siempre presento, las gafas oscuras y grandes que me hacen parecer un búho triste, la ropa desaliñada sin planchar. Salgo al almuerzo familiar en honor al onomástico de mi tío Héctor. El es todo un hombre, hecho y derecho; que a sus ya sesenta y siete años, conserva el coraje, empuje y energías de un tipo de treinta y cinco. Ha llegado su hija de Moquegua con sus hijas, nietas de este abuelo vigoroso. Entro abstraído al restaurante y paso al lado de su mesa sin percatarme en la familia. Se ríen y me pasan la voz con aspavientos. Este búho triste no sólo es triste, sino también, tonto. Saludo a todos con el cariño que me inspiran. Saludo a mi tío con respeto, cariño y admiración. Estamos en una cevichería respetable, conocida por sus potajes marinos. Sara, mi prima, no come pescado y pide un pollo a la plancha. Todos disfrutamos del pescado, de los mariscos, del pollo intruso en aquel lugar. Mi tío es un toro macerado que nunca sufre los avatares del alcohol. Se muestra impávido y gallardo ante cualquier bebida, sin pretextos ni peros. A pesar de su tertulia nocturna, víspera de su santo, donde poco alcohol no hubo, conversa, se desenvuelve como si nada hubiera pasado anoche. Se encuentra firme, sobrio, más que yo. La menor de sus nietas, mi sobrinita, me tiene miedo; no deja que la cargue, que me acerque, que la mire siquiera. Cualquier intento mío por caerle en gracia trae como respuesta un llanto poderoso, que deja en claro lo sano de sus pulmones y lo ingrato que puedo llegar a ser. Llegamos a casa, a descansar, a tomar un par de cervecitas que no tardaran en ser cajas y cajas. Yo huyo, no quiero beber más. Acompaño a mi sobrina mayor, Lady D, Lady Dianita. La acompaño a hacer sus tareas; las hace rápido y con despreocupación; porque ella está preocupada en jugar, en encontrar a alguien que la lleve al parque de enfrente; está preocupada por quién va a comprar cervezas a la tienda para acompañarlo y regresarse así con un par de golosinas. Yo voy a comprar. Le compro las golosinas que ella quiere, lo hago fingiendo que cuestan carísimos para que no pida más. Ella es demasiado pilla, sabe el costo de sus dulces y también sabe, que en la próxima visita, pedirá unas galletas. Yo la llevo al parque, a los columpios y juntos retozamos. Nos columpiamos, ella con más habilidad que yo, sintiendo el sol morir cerquita de nosotros. Veo los árboles viejos y enseñoreados que han de ser testigo de miles de tardes parecidas a ésta, acogedoras y llenas de paz. Veo a mi sobrina reír feliz y divertirse como una ardillita en aquel pequeño parque. Veo a los niños jugando juegos de antaño y soy feliz, porque las computadoras y el play station, los vuelven unos mongos con sobrepeso. Me veo como padre y me ilusiono, no creo que fuera a ser tan malo, como esposo no sé; luego reacciono y siento el temor que siempre he sentido al entrar en esos temas. La vida es más linda desde este columpio, mirando los árboles casi inmortales y sintiendo ese calorcito de un sol que se despide poco a poco. Hace frío. Entramos a casa y la jarana recién empieza. Llegan muchos con mucho trago. Mi tío a pesar de la rudeza de su expresión, a pesar de la educación militar que ha recibido, es un hombre de una sensibilidad que roza la dulzura, de un amor por su familia y sus amigos único. Agradece a los presentes, dice que son lo necesarios, que no esperaba a nadie más, que son los más importantes; él siempre tan diplomático. Yo lo observo más emocionado que él, agradeciéndole ser un tío tan cojonudo. Todo pasa mientras Lady D me jala de la mano avisándome que la cerveza se va a acabar y que debemos ir presurosos a la tienda, las galletas se pueden acabar, piensa.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El hipo del pecho frío

Me levanto de madrugada, a eso de las ocho de la mañana. Con el pijama puesto me meto a la ducha y jabono mis partecitas no con tanto entusiasmo, lanzando respingo al sentir el agua fría de Arequipa. A estas horas de la mañana, la terma solar no es muy eficaz. Me causa curiosidad el funcionamiento de estos aparatos; supuestamente uno necesita agua caliente precisamente cuando no hay sol, cuando el frío predomina, cuando el calor brilla por su ausencia, cuando tememos contraer un resfriado. Muy por el contrario, cuando el sol sale poderoso, cuando el calor es consecuente, cuando sudamos y apestamos un poquito, es cuando necesitamos un baño de agua fría, para apaciguar y refrenar esos calores estultos. Entonces la terma solar es una creación, un invento inversamente proporcional, añadiendo que esta última mención, no la entiendo bien. Con estas dudas existenciales salgo de la ducha, aún con pijama y con ganas de retomar mi romance con mi colchón, el cual sí considero un buen invento, quizá el mejor que se haya hecho; porque ahí si se ejercen las actividades más placenteras, como son: dormir y… retozar. Ingreso a mi habitación sin apuros, sabiendo que llego tarde a las clases de inglés, donde me acabo de inscribir. Cojo mi ropa, trato de hacer algún tipo de peinado que igual será incomprendido, tomo mi mochila vieja y empiezo mi lánguido caminar. Llego tarde. Saludo a Miss Carlota, que está perdiendo dinero como profesora de inglés, puesto que es chistosísima y debería estar en “El Especial del Humor “, o en el congreso, donde también pasan cosas elocuentes. Mientras Miss Carlota nos hace reír y repetir mil veces “one - two - three”, tomo asiento y en pleno reinado de mi torpeza, golpeo a mi compañera de carpeta, quien es una chiquilla dulce y educada. Me mira con asombro posterior al golpe propinado. Me excuso, le digo que es producto del sueño, el cual me pone violento y agresivo. La clase de inglés ha terminado y nos hemos reído mucho, pronunciamos one - two – three sin leer y nos despedimos felices. Chana me sorprende, me espera a la salida de mis clases. Se ha escapado de su trabajo, del estudio jurídico donde labora jugando a ser abogada. Me trae una pulsera de “El Señor de los Milagros” y yo estoy contrariado con su presencia. Ella me quiere mucho y yo también; ella se preocupa por mí con un cariño altruista y me hace reír tanto como Miss Carlota. Me gustaría tenerlas juntas y alcoholizadas, hablando de la vida para morir a carcajadas. Me pongo la pulsera y presiento me quemaré la muñeca, porque el pecado gobierna dentro mío. Llego a casa y tomo una taza de café para despertar, a eso de las once de la mañana. De repente aparece, de sorpresa, sin avisar, de una forma desmesurada y convulsiva: ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! Un hipo inhumano, agresivo, me domina totalmente. Me domina mientras almuerzo, mientras me cambio para ir a trabajar, mientras subo al transporte público, mientras la gente en aquel bus se ríe, mientras llego a mi agencia, mientras mis compañeros se burlan, mientras ingreso a ventanilla. Pero sin darme cuenta, y ya en el ejercicio de mi trabajo, desaparece. Acabo la jornada laboral y dispuesto a jugar una pichanguita de fútbol, el hipo regresa igual de chapucero, tan procaz como apareció la primera vez. Todos ríen y gozan con mis respingos y aquel sonido particular que ejecuto. Juego dos horas de fútbol, el hipo desaparece sorpresivamente. Meto muchos goles, sudo y apesto lo que tengo que sudar y apestar. Un tipo me dice: “Gringo pecho frío”, en alusión a mi poco recorrido y desgaste. Me duele, me hiere que me llame así; porque un tipo de poco desgaste y recorrido no suda ni apesta como yo. A pesar de todo no le digo nada, porque él es grande y fuerte y me puede enfriar de verdad si desea. Llego a casa de noche, con ganas de tomar un baño caliente, pero no hay sol. Tomo una taza de café para calentarme, sobre todo mi pecho frío. Pienso que ha sido un día particular. Quiero dormir, combatir contra el insomnio. Es la una de la mañana y me convenzo de dormir: - A la one, a la two, a la one, two, three – me digo; y cuando me siento listo… un ¡Hip! me hace saltar y se jodió todo.

martes, 20 de octubre de 2009

No le eches la culpa a Bayly

Te gusto el libro, incluso más que a mí, y eso que tú sabes que no es una tarea fácil, ya que sigo de una manera particular las noticias sobre él; leyendo sus libros y esperando puntualito los domingos por la noche. Tú no quieres saber de mí porque soy un tonto, porque soy un tipo sincero e incomprendido, porque dudo en cada paso que doy fingiendo seguridad; sobre todo, porque crees que no te quiero, por lo menos no como quieres tú. Te fuiste de mi habitación aquella noche ingrata y vi mi espacio agigantado, descomunal a comparación de cómo lo sentía a tu lado, lo vi inmenso o quizá empequeñecido ante tu ausencia. Te fuiste de mi habitación que casi, casi; también es tuya. Antes de irte dejaste regadas muchas frases y conclusiones, muchas palabras contenidas; dijiste que por lo menos habías terminado de leer el libro de Bayly que te presté, que no querías nada mío en tu casa, nada que devolver ni restituir, no querías deberme nada aunque tú si tengas mucho que reclamar y yo mucho que reponer. Por lo tanto no quieres que te preste otro libro, no quieres nada mío cerca de ti; no quieres otro libro de Bayly aunque este último lo hayas devorado, quedándote hasta las tres de la mañana y levantándote tempranito para ir a trabajar. Tú sabes que duermes por lo menos diez horas al día, pero por aquel libro, de aquel autor al que ahora no quieres leer, te estigmatizaste y trasnochaste sin mayores quejas. Bayly no tiene la culpa, tampoco tú que eres y serás siempre tan linda y particular. Si el culpable existe debo de ser yo, que soy un loco que nunca puede estar tranquilo y lastima a todos los que se acercan a él de buen manera, incluso a ti. Yo no me considero un negado para el amor, más sí, un negado para compartir ese sentimiento, para mantener una relación, para ser una buena pareja, mezquino y díscolo para amar. Mis destino es morir sin hijos y sin mujer que diga ya era hora. Tú también crees que tu destino es estar sola, quedar soltera; aunque tu sueño, a diferencia mía, si sea el casarte y tener hijos, los suficientes para formar un equipo de fulbito. Entonces yo te invito a compartir nuestra soledad, todo igual, tú y yo durmiendo hasta tarde, comiendo lo que se nos antoje, discutiendo entre tu fe y mi anarquismo, leyendo libros tontos que nos hacen menos interesantes. Todo igual sólo que sin besos ni abrazos, ni nada que nos comprometa y te lastime. Tú no quieres saber de mí, no por ahora; y me apagas el celular y te aíslas en tu mundo al cual muchas veces me invitaste pero nunca atine a visitar. Siempre más inteligente que yo, me comprendiste, perdonaste y quisiste con sabiduría. Incluso tomaste esto de la mejor manera sorprendiéndome una vez más. Punto y aparte, así lo crees tú y así también me gusta a mí. Lamento no haber sido tu príncipe azul ni el loquito alegre que tú, gringa loca y mágica, buscas con esperanza. Espero que tu ausencia no se prolongue mucho, que logres digerir mis excentricidades y me sigas brindando esa inspiración que me hace tanto bien. No he llorado porque eso me haría más cobarde y porque no gano nada con eso. Trato de tomar todo de la mejor manera aunque no distinga bien cual es. La soledad siempre me ha asentado bien, es algo inevitable creo, un fin anunciado. Las despedidas siempre son tristes, por lo menos para una de las partes. Yo he cogido mi maleta y en ella llevo un poquito de ti, como contrabando, sin tu consentimiento. Ya sabes, Bayly no tiene la culpa; tampoco Fito Paez ni cualquier otro personaje que a mi me gustara. Saliste cerrando la puerta, sin querer que te acompañara a tomar el taxi. Hiciste lo que quisiste como siempre, como a ti y a mí me gusta. Todo sigue intacto, imborrable y precioso, menos tú que comprendo, has decido invernar hasta que la primera del amor te encuentre. El tiempo pasa y cura todo. La verdad que he sufrido embates de arrepentimiento y te extrañado con dulzura y melancolía. Todo igual loca. Aunque tú, distante y lejana.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Espíritu de Equipo

Me han escogido como “Espíritu de Equipo”. Lo han hecho previas votaciones sospechosas en las cuales salí airoso sólo por un voto de diferencia. No sé porqué gané, qué es lo que hice para ganar ni qué es lo que tendré que hacer en adelante. Me imagino con una banda atravesando mi pecho, rodeando mi torso; una corona revistiendo mi cabellitos castaños, unos ojos llorosos, una sonrisa incrédula y mi mano meneándose, saludando y agradeciendo a todos mientras confieso mi admiración por el Papa (aunque no sepa su labor en la iglesia ni en la sociedad) y pidiendo la paz mundial (mientras pienso en Hitler). Soy “Espíritu de Equipo” y supongo lo conseguí por mi contextura delgada y tenue, casi fantasmal. Debo de parecer un alma al caminar, un alma en pena; y supongo que en mi trabajo distinguen eso. Luego de resolver lo de “Espíritu”, intento resolver lo de equipo. Qué equipo podríamos formar ellos (mis compañeros) y yo. En lo deportivo no somos propiamente un equipo; dormimos mucho, comemos un montón, la flojera predomina, odiamos correr y tenemos unas barrigas prominentes; equipo deportivo, no somos. Somos chicos poco sanos y poco vigorosos, con perversión al suicidio; por lo tanto, equipo de rescate, tampoco somos. No somos un equipo de nada, no lo intentamos y estamos felices así. Vivimos casi en el hampa y tomamos cualquier trago, indistintamente, hasta quedar ebrios. No somos un equipo, somos una pandilla genial y pervertida; por lo que intentaré cambiar lo de “Espíritu de Equipo” por “Almita buena honda de la pandilla”; aclarando que lo de buena honda es una agregado personal que va ha ser harto discutido. Ser el “Almita buena honda de la pandilla” parece bueno, sólo tengo que cuidarme de no engordar y que sigamos siendo una pandilla. No sé que tipo de poderes o privilegios me otorguen por eso, pero seguro los aprovecharé y hasta abusaré de ellos mientras me duren. Me explican que lo de “Espíritu de Equipo” (por ahora) es porque contagio compañerismo y apoyo en el trabajo. Entonces me preocupo y pienso que esta pandilla no sólo toma cualquier tipo de trago indistintamente, sino que también, se drogan ferozmente y aún no me han dado a probar (chicos, un vicio a la vez). Pienso en el contexto de esta mención, y es algo así, como el premio al más sobón, al más pelmazo, al más gandul. Me preocupo al pensar que en vez de generar privilegios, exija responsabilidades. De ser así entonces me jodí y se jodió todo y no quiero ninguna distinción. Lo cierto es que hace tiempo no me distinguen por nada, y aunque sea esta una mención no tan honrosa (por lo de sobón) ser tan franelero no es fácil. Soy Miss Almita de una pandilla increíble y pretendo asumir ese cargo con todo el garbo y brío que no poseo, sobando y aludiendo a mis artimañas para seducir el agrado de todos; trayéndoles chocolatitos y melcochas; comprándoles regalitos y sellando sus bolsas de trabajo; compartiendo sus deberes y satisfaciendo sus necesidades sexuales si así fuera necesario. No sé si me quieren, pero despiertan en mí no sólo una fascinación abyecta por el trago, sino también un cariño profundo y poco interesado. Gané sólo por un voto, y aunque éste sea el mío, seré una almita realmente buena honda.

martes, 6 de octubre de 2009

Soy una cebolla

Soy una cebolla, una cebolla de olores fuertes, de aromas acuosos, de chúcaro carácter. Ellas me quieren y yo las hago llorar. Soy un culpable sin culpas. No me siento un dichoso ni para el amor ni para el sano flirteo, pero tampoco soy un desastre. Les converso con tranquilidad, les cuento todo con sosiego, como quien le cuenta un secreto a un amigo y ellas echan a llorar porque soy un cretino tonto y porque ellas no son mis amigas. Ellas quieren que las abrace, que les diga que todo está bien. No las abrazo porque temo partirlas, lastimarlas en verdad, y les digo que las cosas son así porque no puedo mentirles y ellas lloran más y tengo que buscar un flotador. Todas lloran conmigo pero ninguna se va, no me abandonan, no me desechan, no me largan de sus vidas. Soy una cebolla que es necesaria para condimentar, sazonar bien no sé qué cosa. Lloran con desesperación y no me llegan a desesperar. Soy un ser por demás insensible. Quiero que se desahoguen porque no es bueno cargar con penas ni exceso de sal. Quiero que se desahoguen aunque yo termine ahogado en sus lágrimas. Entonces entiendo que aquellas lágrimas son una forma desesperada de decir algo, quizá: “Te Quiero… escúchame”, y yo no llego a entender, porque creo que es mejor decirlo con una sonrisa. Todas lloran, lo hacen frente a mí y con diestra habilidad. Yo no me sé aquel canalla, aquel cobarde lastimero e intento frenar esta situación incomoda, intento liberarlas de mí, del dolor que produzco y cuando así se los hago saber, lloran más aun, encarnizadamente, y yo no atino siquiera a abrazarlas. Entonces les digo que no las dejaré, que pondré de mi parte para que dure lo que tenga que durar y… vuelven a caer en un mar de lágrimas, sollozos y moqueos. Entonces miento y les digo que esto nunca se acabará, que será eterno y maravilloso; y ahora lloran diciéndome mentiroso. Las abrazo y me apartan. Me aparto y me exigen compañía mirándome con rencor. Les regalo un beso probando la sal de sus mejillas y me miran con asco. Les digo si quieren descansar y me odian con vitalidad. Les ofrezco agua o algo de comer y presiento sólo desean un arma efectiva y valor para desaparecerme por estúpido. Entonces tengo ganas de llorar con ellas sin saber por qué, como por antojo o solidaridad. Ellas dejan de llorar, me miran con sorpresa y cariño; como teniéndome pena, algo satisfechas pero confundidas. Lloro desconsolado y abatido; derramando sal y alegría al saber que dejaron de llorar. Lloro de alegría mientras me deshidrato. Ellas me dicen que no debo de llorar, que nadie debe de llorar, que lo que hago es un berrinche, que las confundo, las inquieto. Se preocupan y no saben que hacer para reanimarme, para robarme una sonrisa o parar mi llanto. Yo no doy chance y sigo dándole al llanto, al sollozo. Así llego a la conclusión de que las lágrimas son dulces para el llorón.

lunes, 31 de agosto de 2009

Remembranzas y novedades

He regresado a Tacna, la ciudad que me vio nacer, y los días pasan lentos. He regresado a la ciudad donde viví toda mi vida, la que un día de enero decidí dejar y partir. Las cosas a pesar del tiempo han cambiado un poco pero en esencia sigue siendo todo igual. Mi tía Tere cocina como siempre: delicioso; en especial aquellos porotitos que hoy por hoy son los mejores que he probado. A partir de las seis de la tarde se corta el agua y no hay más que hacer. Por esas horas los porotos magníficos de mi tía hacen efecto y por descuido (por el detalle del agua) ya no puedo entrar a evacuar los alimentos por la noche, por lo que duermo acalorado, amortizando las flatulencias e incómodo. El baño del pasadizo sigue sin un buen foco que lo alumbre por las noches. Al momento de hacer aguas menores, todo se hace una travesía; desde apuntar al inodoro hasta el hecho de subirse el cierre; un error puede ser fatal y doloroso. Las calles todas susurran en secreto y con nostalgia tiempos aquellos: traen vestigios de risas, bromas, festejos, amistades y amores; curiosamente ningún tipo de tristeza mayor al hecho de recordarlas y saber que no volverán. En Tacna la gente ha cambiado, hay caras nuevas, fragancias nuevas, paisajes nuevos. Las chicas están lindas y aun más con sus pantalones Jean de contrabando que realzan aquellos derrieres a veces alicaídos, los realzan como el bromato al panetón. Los chicos muestran sus brazos trabajados y ejercitados con esmero en el gimnasio, así como su prominente barriga que delatan las noches de juerga y cerveza concebidas también con esmero. Salir a pasear es un hola, una mirada, un hasta pronto, un recuerdo. Tacna es una ciudad chica que para bien o para mal te obliga a cruzarte con cientos de personas que conoces o has visto alguna vez; es una tierra de conocidos. Todos se sorprenden de verme cuando llevo ausente casi dos años. Todos me saludan con cariño sin más palabras que: “Qué ha sido de tu vida”. Todos me piden el número de mi celular para salir a divertirnos cuando éste (el número de celular) siempre ha sido el mismo y nunca llamarán, por eso se los doy. Mi casa se ha convertido en un zoológico, tenemos: gallinas, conejos un perro y harto popo de animal; los primeros tres mimados a más no poder por Mary, mi prima, quien adora a los animales; por eso me engríe tanto. Las gallinas ponen huevos sigilosamente para poder comérselos; lo hacen o como protesta por el poco alimento o como acto de rebeldía y maldad. Hace un frío espantoso que no recuerdo y que favorece a mi madre, pues me azuza a no salir por las noches, a dormir temprano y despertar muy tarde. Las empandas de ex - Lira siguen siendo buenas, al igual que los tamalitos y juguitos del mercado, aunque hay que reconocer que no tanto como antes. Las fiestas de Tacna me han conmovido y enorgullecido de esta tierra tan heroica que hoy por hoy es más contrabandera. Mi querida Tacna me enamora de una manera misteriosa, me obliga a huir de ella y recordarla con cariño. He pensado en regresar pero sé qué causaría: sólo retroceder. Lejos de las delicias culinarias, de los Jean con bromato, de la ropa linda, barata y de contrabando; lejos de mi madre que aún me obliga a ir a misa sin éxito, lejos de las amistades y recuerdos yo te pienso más cada día; y de lejos, y con visitas muy esporádicas, Tacna querida, te quiero un poco más.

martes, 25 de agosto de 2009

Niña vieja

Está inmensa, grandota, una señorita buena moza y guapetona. Asiste a todos los quinceañeros (que ocurrentemente llama quinos) que hay en esta agitada ciudad. Asiste a concursos de belleza en calidad de público por ahora, porque a futuro y según sus predicciones no muy desfachatadas, ella será la reina de belleza en los próximos años librándonos de las últimas candidatas que no están a la altura del concurso. Me enseña sus invitaciones para las fiestas; los pases, las parafernalias de los cumpleaños a los que asistió. Todas las tarjetas de invitación que tiene son novedosas, creativas, lindas; no como las de mis épocas que parecían de bautizo: plateadas y con escarcha. Usa un cerquillo medio “punk”. Flaca, patilarga, con aires de princesa. Habla hasta por los codos, repitiendo palabras inusuales e irreverentes; con aspavientos energéticos y novedosos. Chatea sigilosamente, a la defensiva, no queriendo que se inmiscuyan en sus conversaciones de púber rebelde. Tiene catorce años y una vida social envidiable. Mi princesita ha crecido como las flores en primavera y a una velocidad incontenible; es una señorita remilgosa y guapetona. No le interesa reprobar matemática ni biología a pesar de que su mamá enseñé ese curso en otro colegio; a ella le interesa estar lista en la próxima temporada de verano para bajar a la playa con un millón de kilos de pintura, betún, harina y cualquier menjunje que garantice humillar al enemigo. No tiene bandera, ni partido político, ni le interesa; se junta con chicos y chicas de otros colegios, de otras promociones, haciendo de las rivalidades tontas un buen grupo de amigos. Viste lindo, me habla del tecktónic y electropop (bailes de moda), sonriendo sin complejos ni problemas. Tiene su cuarto desordenado pero las ideas claras. Cuenta sus anécdotas con una chispa única mientras pienso que el tiempo es cruel y ya estoy viejo. Quiere pintar la puerta de su habitación de blanco para rayarla toda. Quiere un iphone a como dé lugar y no sabe que haría con él. No usa tacos porque los chicos le llegarían al cuello y no pretende incomodar a nadie, menos a ella. Juega fútbol en su colegio y es arquera por protestar contra la anterior que no paraba ni un taxi. No para en la casa y cuando lo hace, todo el mundo se da cuenta. Es alegre, callejera y loca como antes yo lo había sido, aunque no tan loca. De bebé me decía maestro. Mi princesa a crecido y yo gozo viéndola fresca y feliz; gozo como su tío, como su compinche, como su súbdito. Mi princesa ya es una reina y su reinado es eterno.

miércoles, 29 de julio de 2009

Las muertes que vivo

“Estas ganas de suicidarme me están matando”. Y aunque esto no es una tentativa seria, pasa por mi cabeza la idea sorpresiva de ir al más allá, a un mundo desconocido y quizá inexistente; de cruzar la gran puerta, seguir la voz y darle fin a este círculo vicioso llamado vida. Si me quito la vida no sería por cobardía, no sería por temores, depresiones, mal de amores. La razón que me empuja a realizar tan cuestionada acción, tiene un pretexto menos honroso y más cercano a mi realidad: flojera. Aún soy joven, aún tengo un futuro por delante, miles de oportunidades regadas por mi camino incierto y peligroso. Y es por eso, por no recorrerlo, porque soy joven y aún no he tomado ninguna decisión que afecte el destino de otras vidas, porque no he pensado nada que tenga que terminar obligatoriamente, es que pretendo terminar con mi historia. No me he casado, no tengo hijos, no hay nada que interfiera mi inquietante idea de ponerle fin a todo. No hay nada más que ideas moralistas y costumbristas con las cuales nunca me he identificado. Ahora vivo solo, podría tomarme el tiempo, las molestias necesarias para borrarme del mapa y terminar con mi vida. El problema es encontrar la manera adecuada, la forma más romántica, literaria, trascendental de dejar mis restos, mi cuerpo inerte. El problema de desaparecer es cómo. Intentaría ahorcarme, flotar en el centro de mi habitación, con una soga rodeando mi cuellito delgado, dejando el cuerpo colgando, balanceándose, vestido de gala, con un vodka derramado por ahí y una nota que diga: - “Perú nunca llegará al mundial. Así no vale la pena vivir. Gracias Burga.”- y así no sólo dejar un cuerpo miserable sino también, un culpable aun más miserable. Debería pero no hay de donde colgarme en mi habitación y temo no funcionaría. Podría agenciarme una pistola, mejor un revolver, uno plateado; meterlo en mi boquita y apretar el gatillo, dejando así que la sangre inunde mi alcoba y en medio mis restos. A diferencia de la primera forma de morir, encontrarían mis restos en minutos por el ruido del proyectil y además perforaría mi cuerpo y pretendo lo encuentren no mas dañado de lo que está. Este lo dejaría con una nota que diga: - “Me faltaron tres números para ganar la lotería.” -. Podría conducir ebrio y estrellarme con un poste, el problema no sería tanto dañar mi físico, sino también el hecho de que no sé conducir, no tengo carro y que no encontrarían la nota que diría: - “Mi jefe me dijo que no servía para nada, que era un cachorro, que era un inútil; tiene razón” -. Podría intentar cortarme las venas, pero no soy diestro con los cuchillos, y podría hacerme daño; ni tampoco hábil cortando cosas, por otro lado, esperar la muerte desangrando debe ser bien aburrido. Lo haría dejando un escrito que diga: - “No sirvo para el sexo, no complazco a nadie, no se me para” -. La forma más tentativa es de hecho, con una sobredosis de pastilla, un ataque cardiaco fugaz, un envenenamiento eficaz y poderoso, que no tarde más de cinco minutos y me someta a la muerte sin aspavientos. La nota diría: - “Lo hice por amor…a mí, quien nunca me correspondió” -. Cual fuera la forma, el método, la circunstancia; dejaría mis papeles regados, mis poemas perdidos, mis frases poco célebres, mis memorias. Dejaría un cuerpo consumido por el desgano. Dejaría en el aire un montón de sueños incumplidos, pero no necesarios; besos pendientes y palabras que no pude decir a tiempo. Un testamento ligero que consignara claro y preciso: - “Dejo mi amor eterno a mi madre; mi cariño sincero a mis amigos; mi gratitud a las mujeres que amé y me amaron; mis deudas (que no son pocas) a mi padre, que presiento me adeuda mucho más que eso.” -. Mi entierro debe ser rápido y sencillo, con mucha música de Fito Páez y Queen, sin arreglos florales y con todos los presentes (que no deben de ser muchos) vestidos de blanco y con lentes oscuros. No lágrimas, no lamentos, no penas. En mi epitafio debe decir: - “Aquí sigue descansando el buen Leo, que no escogió su destino pero si su final.” –Y en vez de imágenes de angeles y querubines, los Simpson. Me imagino muriendo por diferentes métodos, intentando huir de todo. Me imagino lo arduo que debe ser todo, lo cansado que terminaría. Entonces me da flojera, y decido vivir.

martes, 21 de julio de 2009

Imprudencia

“Entre la sinceridad y la imprudencia hay una línea bien delgada”, casi invisible diría yo. Esta frase nació en mi cabeza, salió de estos labios que aún no aprenden a encajar un buen beso y se impregnó en este blog entre las cosas que llegué a pensar. Yo soy todavía víctima de esta frase, de ser inoportuno, de comentarios ligeros y desatinados, valentías para decir lo que nadie quiere decir, sentirme bien por ello, pero mal visto por las personas que la verdad, o la sinceridad hecha imprudencia, no les gusta escuchar. El filo de un cuchillo daña la piel, deja cicatrices que con un tratamiento moderno se reducirán hasta desaparecer. Un golpe deja un hematoma que será anécdota en poco tiempo. La palabra, cuando es acompañada de la verdad y un pequeño grado de destreza para describirla deja una herida, una llaga que quedará imborrable por ser sincera. Odio el poder, ni si quiera gozo de él, pero cuando hablo, cuando abro esta boquita dulce y peligrosa, cuando mis labios crean espontáneamente la comisura delicada y venenosa que da origen a mi palabra, a mi voz intranquila y ansiosa, a la verdad a la que aspiro, siento en mi, el más grande de los poderes, el más poderoso de los dones, la manera más sublime de asesinar y brindar esperanzas. No hay cargo de conciencia luego de una verborrea incontenida, luego de una locuaz manera de afrontar la situación, y atormentar al enemigo, y amenazar contra una tranquilidad urdida en la mentira, en la felonía, en hipocresía que tanto aborrezco. He nacido para joder, para joder a la gente sin distinción, para decir las cosas que los demás no dicen por miedo, por temor, azuzados por un poder inferior a la verdad. Yo digo lo que tengo que decir, hiera quien hiera, moleste a quien moleste; siendo sincero, o quizá imprudente.

jueves, 14 de mayo de 2009

Soy una nena

¿Por qué es tan difícil robar un beso? Definitivamente hay gente que nace con un don, con la facilidad de lograr algunas cosas sin pensarlo. Ser galán no es lo mío, ser un ganador con las mujeres es para mí como dominar la química. Me pregunto en qué puedo ser bueno. Hasta hace un par de semanas atrás pensé que lo mío es definitivamente el ocio, el dormir todo el día, en ganarme la vida probando colchones, ser un crítico del sueño. Eso pensé hasta que me atacó un insomnio criminal que aún no me deja dormir. Paso noches enteras escuchando música, pensando en nada, mirando la oscuridad. – No sirvo ni para dormir – pienso en aquel auto donde voy de copiloto, donde me siento una nena porque es Chana quien maneja. Cuando llegué a casa la vi ahí, esperándome apoyada siempre regia, con su cabellito rubio con olor a niña buena, con ese look tan particular; la vi apoyada en su carrito antiguo imaginando que debo de ser yo quien tome esas poses y la pase a buscar. Maneja muy segura de sí misma, olvidando por un momento que es la mujer más distraída del mundo. Ella toma el papel de galán y me lleva a un mirador alejado de la ciudad, con vista a un área verde maravillosa, a un río esplendido que fluye sin complejos. Estamos solos y yo cumplo el papel de nena a cabalidad: me emociono, se lo hago saber y ella, aprovechando las circunstancias, pasa su brazo por encima de mi hombro con la seguridad de saberse ganadora. Aquel atardecer, en aquel lugar de paisaje sublime me empieza a asustar. Me saltan ideas terribles: la veo acercándose dulcemente, sigilosa, esperando un descuido mío para clavarme la primera puñalada, y así, una tras otra sin piedad, acompañadas todas de una risa maliciosa, enfermiza, que también acompaña el momento en que me entierra a orillas de aquel río cómplice de sus atrocidades, aquel río que observé maravillado hace unos minutos. Me entierra junto a los demás cuerpos, los cuales ha coleccionado con el pasar del tiempo. Todo pasa por mi cabeza rápidamente mientras la veo acercarse. – Tengo frío, mejor nos vamos – le digo nervioso mientras ella ríe suspicaz. Ahora me lleva a su casa, me trata como una reina. Deja el auto bien estacionado en su casa, para que su papá no sospeche nada. Salimos. Vamos a comer por ahí, a conversar, a coquetear descaradamente; siempre ella como cazadora y yo como víctima; ella como el galán conocedor de los métodos, palabras y miradas que invitan al delirio pasional; yo me siento un conejito, una virgen acosada deseosa de ceder al pecado. Regresamos a su casa en la parte posterior de un taxi pequeño e incómodo; mi cabeza apoyada en su hombro, como una chica enamorada. Le digo: - soy una nena – Ella sonríe y me pasa el brazo por encima del hombro nuevamente. ¿Por qué es tan difícil robar un beso incluso cuando se sabe que será correspondido? Yo no soy el galán que quisiera ser, no lo soy ni en sueños porque no puedo dormir. Soy una nena que entre los brazos delgados de Chana se siente seguro, querido y misteriosamente feliz.

miércoles, 22 de abril de 2009

Cantante frustrado

Bailamos como locos, como idos de la realidad. Bailamos aquellas cumbias populares que tanto detesto. Bailamos sin vergüenza a la vista de un grupo de señoras casadas que también bailaban despreocupadas de todo, quizá y sabiendo de que sus esposos nunca sabrán de aquella escapadita aquel día de semana. Chana, Julio y yo nos divertíamos como tontos. Chana es siempre la recatada: no fuma, no toma y no baila pegadito; pero a pesar de eso, exhibía sus mejores pasos, demostrando la flexibilidad de su cuerpo delgado y celestial. Julio con aquel ritmo tan sincronizado y coqueto, mostrando aquellos pasitos tan elocuentes y divertidos. Yo hacía lo que podía, como siempre; pero me divertía tanto o más que ellos. Luego de exponer aquellos movimientos incomprensibles y ya cansados de aquellos ritmos cumbiamberos, nos sentamos y esperamos ansiosos el bendito micrófono que nunca llegaba, pues Chana posee una voz harto respetable, Julio un entusiasmo bárbaro y yo, una conchudez olímpica. Chana cantó estupendo una canción de Gloria Trevi, lo hizo con una potencia asombrosa, con una energía típica de ella, con un esfuerzo notable puesto que aquella pantalla artera, no mostraba como se debe las letras de las canciones; hacia todo más complejo y difícil. Chana cantó lindo y ahora era mi turno. Siempre canto una canción de Gian Marco, ya que su voz no es tan exquisita. Yo no soy un maestro en el canto pero sé defenderme con bríos. Aquella noche no fue así y brinde, sinvergüenza, unos gallos atroces, unas desentonaciones peligrosas, un instinto asesino por malograr los temas del buen Gian Marco, que de haber estado presente, no sólo lloraba, sino que también, se ponía violento y arremetía contra mí. Julio no defraudó. Cantó dignamentey me dejó aun más en ridículo. Nos reimos, brindamos, hablamos de tonteras. Entendí que tengo la suerte de cruzarme con buenos muchachos como ellos. Todo salió bien a pesar de que no dejaron que catemos más, no pretendieron que nos quedemos, no se despidieron cuando salimos. Nunca más nos recibirán en aquel lugar a donde hemos prometido regresar disfrazados. Julito se fue cojeando debido a una mala pisada; Chana preocupada debido a las treinta y dos llamadas perdidas de su papá y a la altísima hora de llegada aquel martes de bulla y desorden. Yo, sin dolores físicos, sin nadie que me espere, regresé cantando desentonadísimo las canciones de Gian Marco, desafortunado y contento, atormentando al taxista que aceleraba como loco para dejarme rápido

miércoles, 15 de abril de 2009

Amores que no son

Sara tuvo algo con Patricio, pero a él le gusta Noelia, quien fu enamorada de Pancho, amigo íntimo de Patricio. Sara, Noelia y Patricio trabajan junto conmigo en el banco. Sara no olvida a Patricio, lo quiere de una forma abnegada y algo caprichosa. Noelia es linda, de un humor fresco, dulce; es amiga de Sara, por eso no pretende nada con Patricio. Patricio me habla de Noelia, me pregunta si va a ir a la tertulia pactada. Patricio bromea con Noelia con sutileza, con confianza, no azuzando nada, tratando de no ser obvio. Noelia me atrae, me llama poderosamente la atención; parece ser una enamorada formidable. No pretendo nada con ella porque considero a Patricio mi amigo y porque Pancho puede arroyarme con su carrito bien a la moda; porque en aquel trío un cuarto no es bienvenido. Chana se parece a mí, es una chica despistada y divertidísima con quien me río a carcajadas. Chana y Jonás han sido enamorados un breve tiempo, en un lapsus que Chana sufrió dos veces, porque ella es una señorita como pocas, que merece un compañero sentimental mucho más digno que Jonás. Chana y yo bromeamos mucho, paramos muy juntos y a Jonás le molesta. Chana y yo podríamos hacer una buena pareja si Jonás no estuviera y si no trabajáramos los tres juntos. Miguel besó a Meli, quien es prima de Chana; la besó antes que yo, porque yo también quería besarla aquel fin de semana en la playa. Meli es una tentación prohibida para mí y para Miguel por tener enamorado, quien gracias a Dios no trabaja con Miguel y conmigo en el banco. Intento no acercarme mucho a Noelia ni a Chana, tampoco a Sara porque termino abrazándola entre juego y juego y temo volverme adicto a esos juegos en demasía placenteros para mí. Sara toma su distancia con Noelia, lo hace con la sutileza propia de una mujer, de una mujer despechada y orgullosa. Chana jura que no quiere nada con Jonás, por eso no se despega de mí y yo no me despego de ella, así soy feliz. Jonás me trata con aspereza cada vez que estoy cerca de su ex chica, cada vez que me ve, cada vez que hablo, cada vez que nos cruzamos. Miguel pregunta por Meli siempre, queriéndola besar nuevamente, como yo, que aún no la ha besado. Le propongo a Chana y a Noelia ir al cine, ellas aceptan encantadas. Llamo a Meli, le digo que vamos a ir al cine, que vaya con nosotros. Me responde que sí. Ahora llamo a Miguel y Patricio, les digo que convencí a Noelia y Meli, que lo hice por ellos, porque son mis amigos. Ellos me consideran su héroe y yo el mayor de los mentirosos. Jonás no quiere ir al igual que Sara, por razones que todos conocemos y celebramos. En el cine no sé dónde voy a sentarme: si al lado de Noelia, de Chana o de Meli, porque con las tres pretendo flirtear descaradamente. Creo que iré a ver una película distinta, a otra sala, para no tomar una decisión equivocada.

martes, 24 de marzo de 2009

La sorpresa que no di

Llenaste el cuarto de globos gordo pillo. Un acto de amor que me conmovió incluso a mí. Es que tu gorda llegaba de España, de la Madre Patria, donde seguro se permitió algunas travesuras. Y es que yo hace tiempo no hago una tontera tan linda, hace tiempo nadie me remueve el corazón y me inspira si quiera a algo parecido. Usaste mi cartel, un acto pícaro y lúcido que provoca el amor y mucho más cuando está asociado a la distancia, que es cuando se pronuncia en su mayor expresión; aquel cartel que dice aún “Cásate Conmigo”; dedicado a mi ex gerente de banco: Ceci, a quien aún recuerdo con mucho cariño y seguro ella también a mí por mis improperios y bromas alusivas. Compraste aquel globo inmenso en forma de corazón y llenaste el cuarto de cientos de globos más pequeños, que pegaste hasta en las paredes. Envidié aquel gesto de amor porque fue en verdad una gran idea, por que fue tu idea gordo perezoso; que por tu gorda, estabas dispuesto a quedarte hasta tarde acomodando todo, y levantarte al día siguiente bien temprano para recibirla con un ramo de flores. No sabes las ganas que tenía de reventarlos todos, no por la envidia sana que pudiste provocar, sino por que me encanta arruinarte todo, mi querido gordo. Pero reconozco el cariño con el que lo hacías y tampoco soy tan canalla, creo que no. Me hubiera encantado ver la cara de tu gorda, su expresión: - ¡Coño! – habrá dicho verdad. Yo te abandoné temprano porque tenía una tertulia. Fui un traidor, un egoísta. Pero valgan verdades gordito, también tenías que inflar algunos globitos pues, que la sorpresa era tuya. Todo salió regio gordo, salió fenomenal estoy seguro, y felicito tan estupenda idea, la saludo y seguramente la copiaré con descaro algún día. ¿Te puedo recomendar una nueva sorpresa? Para la próxima vez que la recibas, bájate unos diez kilitos y anda un mes al gimnasio, conmigo obviamente, porque también lo necesito. Te apuesto que así la haces llorar a tu gordita adorada y nunca más te deja, si es que te dejó alguna vez. ¡Gordo cabrón! Mi gran amigo, supiste hacerla, sólo te falto pensar que hacer con tantos globos después, que pasaron muchos días mendigando en tu cuarto. Lamento que tu gorda se haya ido tan pronto, sus papás podían sospechar su ausencia y eso no les conviene a ninguno. Tu amor algo mezquino, incomprendido y hasta reprochado por mí es tan inmenso como tu barriga, como tú mismo. Tu manera a veces torpe de defender ese cariño es admirable, y créeme que no pienso intentar cambiar en lo absoluto este método efectivo que llevas. Te envidié gordo, y eso no pasa con frecuencia. Que tú y tu gorda sean felices por siempre, o hasta que dure. Yo seré feliz viéndolos así: gorditos y enamorados.

martes, 17 de marzo de 2009

Sólo travieso

Ser puto no es malo, lo malo es ser imprudente. El amor es una excelente excusa para ser más bueno o más malo; y también, el límite marcado para diferenciar el beso que pude ofrecer. No soy malo, soy travieso. No soy un animal en busca de sexo, no soy el poeta en busca del amor, no soy el bohemio en busca de aventura, no soy el hombre apático en busca de soledad. Soy un ser humano con carencias y virtudes. Soy un hombre que cree en el amor pero no sale a buscarlo a la calle. Soy un hombre que se equivoca muchas veces pero intenta no cometer el mismo error. Soy un tipo que sabe compartir, disfrutar del momento; entrar en tu habitación, desordenar todo: tus labios tu piel, tu vida; decir te quiero y salir despacito, sin hacerte daño, cerrar la puerta y no despertarte cuando te halles dormida. No soy tu amigo, no soy tu ángel, tu amante; soy tu cómplice, tu mentira, tu verdad. Como dice la letra de una canción: “Prefiero un final inmediato y misericordioso antes que amistades largas y mal intencionadas” Como dice Coelho: “Cuando alguien parte es porque otro alguien va a llegar; encontraré otra vez el amor” Como dice Leonardo Dosantos: “La vida es una puta caprichosa” y sabes… tú también princesa anónima, que espero pero no busco. Y se llama Soledad, el nombre de mujer que hace que me enamore de ti, de la nada, de nadie que conozca pero extraño mucho. Y se llama Soledad la que hace que te lleve a la cama, que te robe un beso, que te mienta en un instante de sinceridad. No regalo besos, los comparto con personas que me inspiran confianza y luego, salen huyendo de miedo. No soy el cazador; soy la presa coqueta que mueve el rabo y sale corriendo. Soy el perro que persigue la rueda del auto y no sabe que hará cuando la alcance. El amor no tiene idioma, quizá por eso no me entiendan. No tiene límites, por eso habrá tantas guerras. Si hablas del amor, ama. Si lees esto y te convence, estás equivocada. Fácil es hablar, no tan difícil escribir; el problema es vivir y entender que a veces, la verdad duele, y más aun cuando estás equivocada. Prefiero morir de amor que vivir mil años con algún rencor en el corazón, con alguna envidia en la cabeza, con mucho dinero en los bolsillos o una mentira como inspiración. Si tú dices que soy malo, demuéstrame que tú eres buena y corrige mis errores que estoy dispuesto a aprender. Ser sincero e incluso imprudente quizá y sea mi mayor virtud, mi mayor defecto; lo que mejor hago pero lo que peor tengo. Tú dices ser mujer, yo soy un puto romántico. Tú dices querer amor, casualidad, yo también. ¿Tú sabes lo que es eso? Casualidad, yo tampoco. Soy el guerrero que te va a proteger pero sólo tengo como armas infalibles un papel y un lapicero. Soy tu guerrero cobarde pero tuyo. Mujer anónima, princesa etérea; yo también voy al baño, no soy distinto a los demás hombres. También me mojo cuando llueve y me gusta. Hoy te llamo Soledad y te veo en todas las mujeres; si eso es ser puto, soy reputo. No se vive de amor pero si se muere por él. No te pido que me creas, que pienses igual que yo, te pido que me entiendas y me aceptes. Mañana será el entierro del día de hoy y tal vez no piense igual. No soy malo; ser puto no es maldad, es confusión. Mi error es ser sincero, llegar a ser imprudente. Amo a las mujeres porque mi madre también lo es. Si te incomoda lo que escribo, discúlpame; porque también he aprendido a pedir disculpas después de un improperio impensado. Ni tan puto, ni malo; travieso. Si eres la mujer sin nombre, la princesa etérea, dame una señal, que últimamente ando distraído, confundido.

sábado, 7 de marzo de 2009

Anchos instintos

La lluvia coqueta y melancólica que acompaña la tarde espanta a los clientes, los intimida; permite que el banco, lugar en el que trabajo por las tardes, se transforme en un sitio de sosiego, de reposo, de armoniosa paz. Yo ando tranquilo, pensando en tonteras que no alteran ni afectan mis días. ¿Qué hago con mi cabello? ¿Ahora que vivo solo, podré ser todo lo puto que puedo ser? ¿Si nadie me ve en mi habitación, por qué todavía no me he hecho la paja? De pronto entra aquella gordita feliz, con un taper en la mano, muy enérgica, muy contenta. Miriam, como se llama aquella señorita rechonchoncita, acude con cierta frecuencia a la agencia. Por cosas del destino, me toca atenderla. Muy fresca se acerca, me saluda como si me conociera de toda la vida; se disculpa porque ha traído un depósito de dinero algo fuerte, porque ha traído mil soles en monedas de un sol y de cincuenta céntimos, se disculpa por todo menos por ser tan coqueta. Yo le digo que no hay problema, que ese es mi trabajo, pero miento, porque si hay problema, porque aquella señorita gordita y coqueta le gusta que yo la atienda, que cuente sus moneditas, que la escuche contarme sus cosas. Me da el dinero avergonzada: dos depósitos con billetes, los cuales cuento rapidito, casi sin revisar, sólo para terminar y que se retire, sin importarme que haya falsos. Me promete que me va a premiar, que me va a regalar un pisquito buenazo, para mi solito. Me ha visto la cara de borrachín, de borrachín misio para regalarme sabe Dios qué pisco venenoso. Me pregunta si me lo puede traer. - Si – respondo agradecido por el detalle, con mi mejor cara de borrachín afable y bonachón. – Me caería bien justo ahora que vivo solo – le digo sin ningún tipo de intensión y sin medir las consecuencias. - Perfecto – me responde de una manera peligrosa. – Mejor me pasas a buscar y nos vamos a tu casa – me dice aquella casquivana sin tapujos. Yo bajo la cabeza y cuento más rápido. – Toma mi tarjeta, con mis números, me llamas cuando salgas, yo trabajo acá cerquita – me comenta vigorosa. – Aguanta gordita mandada. No estoy tan desesperado para acceder a tus bajos y anchos instintos, ni hablar, de una sentadita me matas - me digo en aquel soliloquio endemoniado que ejerzo. Termino con los billetes, me entrega un cheque que no ha endosado; le pido que lo haga: su nombre, su documento de identidad y su rúbrica por favor. - ¿No quieres mi dirección? – me pregunta haciéndose la despistada. – No, no es necesario – respondo educadito y asustado contando las monedas, los mil soles en monedas que ella me pasa en torres de diez en diez a mi manito, forzando un roce de manos que trato de evitar. – A no gordita, no me vas a conquistar enseñándome todo ese dinero y menos haciéndome contarlo, ensuciando mis manitos que ya bastante sucias están. Yo no caigo ni a balas gordita, ni con diez cajas de ese pisco que me prometes, y menos cuando me traes monedas falsas gordita desgraciada, así menos. Olvídate de este flaquito que será medio puto pero conserva algo de buen gusto – pienso rápidamente. – Hay amiguito, eres una bala contando las monedas… ¡ufff! Me ganaste de lejos – me dice siempre con aspavientos. – La bala eres tú – pienso una vez más. – y de cañón gordita, y de cañón- Le entrego sus comprobantes. Promete volver con el sol que le presté por haberle encontrado una moneda falsa. - Gorda conchuda, nunca regresaste; me dejaste sin pisco, sin pasaje y con la sensación de haber sido ultrajado -. Nunca leí su tarjeta, no pienso llamarla ni buscarla. Espero que te atrevas a venir pronto para cobrarte la monedita que te presté y reclamar aquel pisco que ni pienso tomar, sólo te lo voy a pedir por joder. La lluvia se hizo más intensa, los pocos clientes que entraban lo hacían empapados, y yo, temía que aquella gordita, Miriam, osara retornar a mi ventanilla. P.D.: Gordita lanzada, tu pisco estaba rico. Gracias.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Los días contigo

Leonardo conoce a Lucía en una fiesta tonta del banco donde ambos trabajan. Lucía lo saca a bailar espoleada por el pisco sour que ha tomado en exceso. El no quiere aprovechar de la situación porque es una fiesta de trabajo y no desea quedar mal. Ella no sabe ni con quién baila, y tampoco le interesa. Lucía trabaja con Joaquín, el mejor amigo de Leonardo. Leonardo y Joaquín están comunicándose constantemente por celular. Ella le manda saludos, le dice a Joaquín que quiere estar con su amigo, que sólo él le interesa. Leonardo no piensa en nadie, no se acuerda de nada y ve el futuro amoroso como algo utópico. Han pasado meses. Empiezan a salir los tres: Leonardo, Lucía y Joaquín como pillo cupido algo subido de peso. Acuden a una discoteca, ella nuevamente ha bebido, ésta vez poco, nadie sabe si está embriagada, pero cambia, quiere ligar con alguien, quiere que veamos en acción sus encantos, cómo se levanta al chico de aquella orquesta. Leonardo festeja la travesura, aunque opina que el tipo es poco agraciado. Ella no se detiene, va, pregunta su nombre: se llama Gym, ni el nombre lo tiene bonito; se para frente a la orquesta, parece una fan enamorada, hace notar su presencia. Leonardo le dice a Joaquín que es mejor llevarla a casa, que no quiere sentirse culpable de nada. Ambos le conversan. Leonardo la toma del brazo, amigablemente. Lucía le encaja un beso fiero, inesperado. Joaquín mira anonadado a Leonardo, quien con los ojos abiertos, no sabe que hacer. Terminan en una cama que no es de nadie; él creyéndose ganador, ella demostrando su experiencia. Todo termina, ella está en el pecho poco varonil de Leonardo, acurrucada, sintiendo el cariño de un hombre desconocido. Salen un par de veces más; Lucía creyendo que él quiere estar con ella; él, que es un tonto aburrido. Un jueves por la noche, en uno de los tantos paseos que han tenido, el momento se hizo oportuno, el silencio cómplice, se dijeron mucho, pensaron poco, y sintieron el valor de empezar una relación seria. Leonardo tenía miedo, ella es algo pizpireta. Lucía piensa que Leonardo no la quiere, que es influenciado por Joaquín para que estén. Discuten mucho. Leonardo se ha molestado por un berrinche injustificado que ella le ha proporcionado. Lucía sabe que Leonardo va a terminar con ella, porque no le ha dado mucha importancia al berrinche que ella a hecho. Conversan: él le dice que es mejor aceptar las cosas tal como son; ella escucha. La deja en su casa, Lucía le pide que no se vaya, que no deben de terminar; él le hace caso, no sabe porqué la quiere de esa manera tan sibilina. Las cosas mejoran, salen, conversan, se quieren. Terminan en un hotel. Son las diez de la mañana, ella está asustada, la van a echar de casa. Él la quiere y está dispuesto a arriesgar por ella lo que sea necesario, mientras en su mente sigue la imagen de ella a contraluz, tan linda, con aquel cuerpo tan perfecto, con los hombros delicados que posee. Las cosas a Lucía no le salen bien. Es miércoles; ella lo cita, él acude infaltable. Lucía dice que tiene muchos problemas, que es mejor seguir siendo amigos, algo que nunca fueron. - No quiero lastimarte – le dice. Leonardo no entiende nada, sabe que la quiere, que parte de querer es desprenderse de cosas que quieres mucho. Catorce de febrero, un día para pensar, para intentar encontrar respuestas a algo tan tonto y común como terminar con alguien. Él la extraña, piensa en ella y quiere descifrar si la quiere de verdad. Ella está confundida, no sabe si ha hecho lo correcto, si vale la pena todo esto. Leonardo no la llama, no la busca, no intenta alterar la tranquilidad por la que ella ha optado. Lucía le pregunta a Joaquín por Leonardo, él le dice lo que no sabe y asegura lo que no ha visto o escuchado, sólo acierta en que Leonardo la quiere mucho. Los días pasan. Leonardo sólo piensa, no actúa. Lucía tiene problemas, no sabe por dónde comenzar. Los días pasan y Leonardo y Lucía no sabe si el cariño crece o desaparece, si todo fue parte del momento, el comienzo de algo que a ciencia cierta no sabrán, por lo menos, por ahora.

martes, 10 de febrero de 2009

Estrés

Estoy harto de que no me importe nada; estoy aburrido de escuchar, de quedarme callado mientras otro cuenta todo; estoy ahíto de tener tanta paciencia, tanto buen humor; estoy cansado de no hacer nada, de quedarme en el mismo sitio. Estoy triste porque me aburrí de reír tanto, porque no veo las cosas igual que antes; cautivo de la libertad que tanto luché por conseguir. No quiero hablar con nadie, no quiero que nadie se me acerque, no quiero estar solo y huyo de todos. Escribo por desesperación; vivo por adicción a algo que no sé que es, que no encuentro y siento los estragos. Tengo miedo, mucho miedo. Temor a despertar mañana, temor a dar el siguiente paso, terror a arriesgar. Quiero perderme y que no me encuentren, dormir y no despertar; dar un beso, un abrazo y vivir de ese recuerdo humilde que sólo yo recordaré. Quiero tener la solución para todos pero no solucionar lo mío. Me enveneno, creo morir, que la sensación de paz susurra a mis oídos. Ya no hay magia a mi alrededor, ya no hay suerte. Soy un viejo cansado de vivir, entregado a un final inevitable, esperando ansioso, como enamorado del destino inicuo. Soy un resignado al mañana, a la mediocridad que me domina. Soy l asombra de un tipo que pasó y dejó huella. Soy la canción que te hace llorar, el libro que no volverás a leer, soy l acostumbre del perdedor, el final que nadie esperaba, la despedida que todos desean evitar. Soy un hombre muerto que no descansa en paz. Soy un suspiro involuntario, la triste expresión de un tipo cansado. Soy la lluvia que no moja a nadie. Estoy parado, mirando todo; entendiendo nada, lamentando que sea así. Estoy peleando conmigo mismo y la derrota está cerca. Estoy naufrago en un iceberg, esperando la luz del sol. Hoy estoy pensado en resucitar, en reencarnar en el tipo que fui pero tengo flojera. Los problemas aburren pero te recuerdan de que aún estas vivo. Camino bajo la lluvia, abro los brazos, siento que mi alma se está limpiando, que mañana será otro día y lo más probable, es que amanezca con gripe.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Complicaciones

Te beso, te digo muchas cosas bonitas que en aquel momento confuso y misterioso siento; te veo a los ojos con sinceridad sin saber que miento; te digo que te quiero intentando que no te vayas pero sabiendo que al día siguiente no te querré ver. No me interesa saber tu nombre, no me inquieta tener tu número telefónico, no me muero por volverte a ver; sólo quiero que este momento, en el que te tengo semidesnuda a mi lado, sea mágico. No creo en los amores eternos, quizá ni en el amor como proyecto de vida; creo en el instante, en el breve momento en el que podamos compartir un beso, un abrazo y un adiós. Mi colchón es y pretendo siga siendo, un paraje turístico que visitado por las noches, una vez al mes, procure la amalgama perfecta entre la piel y un sentimiento fugaz y convincente. Yo no busco promesas, quiero hechos. Yo quiero pensar en alguien, extrañarla a muerte y olvidarla al día siguiente. Quiero ser un violador confeso sin intensión de hacer daño. Un poeta con laguna mental. Un hombre que no es macho ni es caballero. Quiero ser un puto romántico que cautive no por el sexo, sino por sincero y juguetón. No quiero ser la propiedad de nadie ni colonizar nada. Quiero enamorarme de todas, que todas se enamoran de mí y vivir de aquel amor divido y comprensivo. Quiero ser cómplice, amigo, amante. Quiero tratarlas en intimidad a todas como enamoradas y no tomarles la mano cuando salgamos a la calle. Quiero decirles que las extraño y no llamarlas por teléfono. Quiero sentirme necesitado, necesitarlas pero estar solo. Quiero ser el hombre más cariñoso y comprensivo pero no compartir mi cama al dormir. Quiero que mi cuarto sea tu escondite, que mi cama sea tu terapia y que nuestras travesuras, un secreto. Quiero quererte, pero sólo un ratito. Volver a vernos por casualidad, convencidos de nuestras posibilidades de enredarnos entre las sábanas sin desesperarnos por eso. Quiero saber que te tengo en mis brazos y equivocarme de nombre. Quiero que toquen a mi puerta y me digan: “Ingrato, qué es de tu vida.” Quiero recordar lo que hice anoche y reír. Porqué malograr todo y entregarme (como sé que lo hago) al amor que brinda más inseguridades que ventajas, que confunde más de lo que convence, que ilusiona más de lo que cumple. Porqué recibir una sola visita, acostumbrarte a la monotonía y olvidarme de lo dulce que es compartir un momento juntos, un sábado por la noche en el colchón, cansados, sudando, riendo y siendo en verdad felices por un instante. El amor no se planifica como los fines de semana. La mujer que busco está un poquito en todas las mujeres que me regalan un beso, un abrazo, un adiós una y otra noche.

martes, 20 de enero de 2009

Presagio

Comenzar el año cagando en la discoteca augura un año cagón. Desde ese primero de enero no recuerdo haber utilizado el servicio con tanta pasión, con tanta gallardía, con tanta… pujanza. No entro al toilette hace mucho y hasta he perdido referencias de lo que en ese lugar (ahora misterioso) se hace. No tengo ganas de escribir, no se me ocurre nada a pesar de las cosas cómicas que me siguen ocurriendo, no me visita la muza, no me llama mi madre, no se acuerdan de mí. La chica con la que flirteo esta reloca, posee un pasado tormentoso y lleno de inseguridades para un tipo lánguido y perezoso que por dar la contra a muchos estoy dispuesto a asumir. El cuarto que pretendía alquilar – comprando de esta manera una libertad que necesito –ya no está tan disponible como antes, la dueña dice que tengo cara de pillo, de borrachín, de hombre dedicado al hampa y a los placeres. – Este cuarto está destinado a señoritas. – me dijo. – No se preocupe, le prometo traer una diferente todos los fines de semana – le respondí y creo que ahí murió el amor. Soy un esclavo confeso de mi tarjeta de crédito, a la cual le debo hasta la vida, le debo lo que no tengo, lo que nunca podré pagar, le debo fidelidad. Me aburre la música que antes me divertía y me hacía cantar como enajenado; me hostiga la computadora con la cual nunca tuve química; no veo fútbol y hasta estoy rezando, cosa que no hacía mucho y ahora que lo hago no sólo me sorprende, sino también, me asusta. Estoy convencido de que voy a morir en mayo (un mes precioso para morir), que moriré a causa de una enfermedad que no traté a tiempo, que no pocos me llorarán, que no muchos sabrán de quién es el velatorio, que mis amigo (que no sé quiénes son) usarán de pretexto mi muerte para tomar como vikingos (ya sin la queja de que nunca voy a las reuniones de promo) y bromearán con la escena que yo protagonizaré en aquel cajón viejo. El libro que quería escribir parece lejano, tan lejano como mis esperanzas de cancelar mis deudas con la tarjeta Visa clásica o como usar el baño con frecuencia. Tengo pesadillas todas las noches: sueño que pierdo plata en el trabajo, que recibo monedas falsas, que una niña (la cual creo está muerta) me sujeta y no me deja huir, repite que le pague; que una tarjeta de crédito enorme me aplasta, que mi madre llora, que me caso. Las chicas de las cuales yo era amante ya no me llaman, me dicen que ya no más de juegos inmorales, que ya se aburrieron de mí y mi desgano. Los gatos de mi primo cagan lo que yo no puedo debajo de mi cama y no sólo tengo asco, también envidia. Me salen granitos que empeoran aún más la austera carita que tengo. La plata no me alcanza y voy en taxi. Los días son monótonos y no hago nada por cambiarlos. Enero se termina y yo espero con entusiasmo mayo.