jueves, 5 de diciembre de 2013

Vacaciones

La familia “Supo- Tasso Grande” ha viajado de vacaciones al norte, ha contratado un paquete turístico  que ha dejado en rojo sus arcas en los diferentes bancos. Abraham Supo-Tasso, el padre de familia, a regañadientes ha cumplido con la promesa que le ha hecho su esposa Reyna Grande de Supo-Tasso, a la cual le encanta su apellido de casada. Producto de su amor han concebido a sus dos hijos: Ricco Supo-Tasso Grande; un joven de dieciocho años, de pinta de galán, de ojos azules y de un cuerpo bien entrenado en el gimnasio.  Never Supo- Tasso Grande es un púber de catorce años, al cual en un principio quisieron llamarlo Heber pero fallaron en la escritura y se quedó así. El niño con esa premisa de vida siempre ha sido de perfil bajo y de preferencias discretas, todo lo contrario a su hermano Ricco. Se han hospedado en un hotel exclusivo de Tumbes, el Resort “D’Camaleón”, que se presenta como la mejor opción para aventurase a sus primera vacaciones familiares en mucho años. El primer día el sol los acompaña, el mar se presenta limpio y generoso, no hay grandes olas, casi ni las hay. Don Abraham se sienta en el bar y beneficiado por una pulsera que incluye un consumo ilimitado de comidas y alcohol, se entrega a la bebida. Él quiere recuperar toda la plata invertida en el viaje y va unas siete cervezas y cuatro pisco sour que le han permitido contar historias inventadas y chistes sin gracia que ahuyentan a los demás bebedores que se ríen por compromiso. Doña Reyna siempre ha sido una mujer de playa, recuerda sus tiempo aquellos, cuando practicaba el surfing y era pretendida por los chicos más guapos de esos tiempos. Se ha puesto un traje de baño enterizo que acomoda los rezagos de un cuerpo bien cuidado. Doña Reyna para su edad, todavía conserva algunos encantos indiscutibles a la vista de cualquier caballero. Conserva por ejemplo, un par de piernas bien esculpidas por sus visitas al gimnasio y un trasero descomunal que acomodan bien en sus pantalones apretados. Ricco ha cogido su tabla, se ha echado un bronceador especial y se ha colocado unos lentes de marca que le vendieron a precio módico, los cuales resultaron ser una copia que fácilmente hubiera encontrado a menos de la mitad del precio que pagó. Ha corrido luciendo su cuerpecito escultural y ha llamado la atención de un grupo de señoritas que están en su viaje de promoción. Never se encuentra cubierto con bloqueador, tiene la cara blanca por el ungüento.  Se ha protegido bajo la sombrilla y ha empezado a leer el nuevo libro de Jaime Bayly, el cual pretende terminar en el breve viaje. Don Abraham ya borracho se siente envalentonado y se acerca a la sombrilla donde se encuentra su familia, se ha quitado el polo mostrando una barriga desproporcionada producto de los embutidos y la cerveza. Doña Reyna le acerca el bloqueador para que se proteja, él lo mira con desdén y se arroja descubierto, despreocupado en una toalla, se avienta boca arriba y sin más se duerme. Doña Reyna un mes antes del viaje se entregó a una dieta draconiana que la tuvo al borde de la inanición, pero logró sacar fuerzas de la juventud y bajó algunos kilitos que ahora luce con orgullo. También beneficiada por la pulsera de todo incluido, se ha acercado con curiosidad a un bufete diverso y dadivoso que está disponible de nueve de la mañana a cinco de la tarde, muy aparte de los restaurantes para los desayunos y almuerzos. Se ha permitido comer después de tiempo una hamburguesita con papitas fritas. Ricco quiere hacer honor a su nombre y tiene poses de modelo disforzado que lo dejan muy mal. Intenta hacer gestos y hablar con un tono “bacán”, siempre en voz alta para ser escuchado. Se ha dado cuenta que ha robado miradas en un grupito de escolares alborotadas y lo quiere aprovechar. Never se ríe sólo, como loco. Su libro le encanta y no percibe lo que pasa a su alrededor, él está en el cuarto de su casa leyendo a su autor preferido, no en una playa del norte del país. Don Abraham babea mientras duerme. Doña Reyna con una empanadita de pollo en la boca y dos en su bolsa de playa remolca a su esposo y lo pone boca abajo. Rico se acerca a las chicas y dice imitando la voz de Elvis: “Hola, mi nombre es Ricco Supo-Tasso Grande (aclarando que es un apellido compuesto), y se da una vuelta poco discreta para enseñar su culo. Las chicas se dan cuenta que es un galán monse y pierden interés, todas menos una. Never se sonroja con lo que lee y siente una ligera erección que intenta disimular. Se hizo de noche y Don Abraham es un camarón extraterrestre. Está más que insolado y no puede moverse. Sigue algo ebrio y no se ha percatado de su problema. Grita de dolor mientras se mira al espejo y piensa que cuando asiente el bronceado estará delicioso. Doña Reyna se ha escapado al bufete y va por el tercer plato, ya ha merendado comida italiana, española y ahora quiere probar la francesa. Ricco intentó conquistar a la niña rubia que se ha escapado con sus amigas aduciendo sueño, él la mira bailar desde la barra, donde toma un whisky con guaraná, siempre bien vestido, sin salir de su personaje de príncipe playero. En su cuarto, Never se ha encerrado en el baño y se entrega al auto toqueteo. Don Abraham brilla en el balcón de su cuarto, donde espera la brisa del mar calme sus ardencias. Está enojado porque ha pedido unos cigarros al cuarto, cigarros que compra a dos soles y ahora le han costado seis dólares. “¡Es un robo carajo!” piensa sin poder moverse por la insolación. Doña Reyna ahora asalta la zona de parrillas y no puede parar de comer. Se ha soltado el botón de su short playero. Tambalea sus caderas de un lado al otro y se presenta con sus apellidos completos: “Buenas noches, mi nombre es Reyna Grande de Supo-Tasso” y se mete un pan a la boca mordiéndolo como un tiburón hambriento y sensual. Ricco no sabe beber y sin la atención de la rubia escolar, ha seducido de manera chapucera a una dama de grueso calibre, una gordita coqueta que ya vendió todos sus boletos al galán trucho para entregar su flor. Never está tirado sobre su cama desnudo, viendo un canal para adultos y preocupado porque sus fluidos han sorprendido a su libro y sus hojas se encuentran todas pegadas. Don Abraham llora en su balcón porque no puede quitarse el short, le duele todo. Doña Reyna se pelea con algunos mozos porque ya se terminó la hora de la comida y proceden al guardado de los potajes, por lo que ella se escandaliza, dice que tiene hambre y que su pulsera le permite morir de un cólico estomacal si le da la gana. La gordita amiga de Ricco lo ha llevado hasta su cuarto, él está borracho. Ha rebuscado entre sus bolsillos la llave del cuarto que comparte con su hermano menor. En la búsqueda ha encontrado otros bultos. Never ha escuchado la puerta y desnudo, con el libro pegajoso se ha metido bajo la cama, todavía lo acompaña una erección. Don Abraham se ha bebido una botella de vodka para seguir borracho y olvidar su insolación. Ha encontrado el canal porno que también mira su hijo menor y se ha puesto como toro. Doña Reyna ha sido retirada con educación de la cocina y la han invitado a descansar a su cuarto. Al entrar a su habitación, todavía con algo de hambre, ha encontrado a su esposo, muriendo de dolor por la insolación, boca arriba, con una erección que hace años no procuraba y acompañados sólo por la luz de un televisor con imágenes indecentes que a ella también la han puesto a burbujear,  se ha lanzado encima de su adolorido esposo intentando zacear su apetito. La gordita lo ha desvestido todo, él piensa que es la rubiecita. Su cuerpo bien bronceado se desluce por su culo blanco que no ha visto el sol.  Parece el pabellón nacional. Ella, gordita y necesitada, se ha quitado la ropa y también lo monta gimiendo sin reparos. Never bajo el colchón sigue leyendo su libro acompañado por la erección más pronunciada de su vida. Don Abraham grita al ser montado, pero grita de dolor, quiere morir. Doña Reyna tiene los ojos cerrados, está a punto de llegar. Mientras monta a su marido grita “Estás rico” recordando el ceviche de mariscos que comió como aperitivo. La gordita no siente nada, está decepcionada. Ahora lo ha puesto a él encima suyo porque se ha percatado que sus amigas desde el cuarto de al frente la observan y está segura que su popularidad va a subir. Never ha salido de su escondite y se ha parado frente a la joven pareja amante. Todavía desnudo se ha imaginado un capítulo de su libro y observa callado. Don Abraham ha mandado a su esposa a conseguir tomates para que le refresque el cuerpo, se ha metido a la ducha para refrescarse mientas llora de dolor. Doña Reyna está feliz, ha tenido un orgasmo después de tiempo y no piensa llevarle las rodajas de tomate a su esposo, se las va a comer con aceite y pimienta. Ricco ya tiene un video en “You Tube“ y todos comentan su culo blanco, por fin se hizo famoso. Never se cansó de mirar y se acercó  a la gordita sin aspavientos, le besó tímidamente la espalda y la hizo suya pensando en una personaje de su libro. Ambos se entregaron su flor esa noche. El primer día en el Resort “D’Camaleón” dejará que Don Abraham cuente en su trabajo, que fue el alma de la fiesta con sus diversos chistes y comentarios. Que se tomó toda la barra y que coqueteo con dos piuranas que le han dejado sus teléfonos. Doña Reyna regresará feliz por todas las cositas ricas que se ha comido, entre ellas a su esposo. Ricco prepara la historia de su vida donde hizo una orgía con cinco chicas de una promoción de Lima. Que tiene un video en “You Tube” que puede avalar sus raíces sementales. Never ya no quiere excitarse leyendo un libro, ahora que ha descubierto el sexo y tiene novia, jura tocarse menos.

martes, 12 de noviembre de 2013

Luz artificial


Es uno de los mejores en la región, sus metas están casi cumplidas y con un poco de esfuerzo, puede duplicar las aspiraciones que le han puesto. Sus número lo avalan y sus jefes lo quieren. Esta campaña es tan placentera como un pajazo sideral. Trabaja medio tiempo y con un par de ventas bien colocadas acumula puntos en un timming generoso para él. El hombre no se despeina no sólo porque tiene poco cabello. Pero la felicidad no es completa. Por la poca afluencia de clientes en su oficina, sus ingresos han mermado, han decrecido. Su sueldo ya no le alcanza para pagar las deudas que el propio banco en el que trabaja le ha merecido, y sus expectativas de vida son nulas. Su calidad de vida en un par de meses lo ha llevado a la categoría de divo misio. Escatima en cualquier gasto pero igual gasta. El dinero se le esfuma de las manos mucho antes de recibir su próximo sueldo y por eso ya no vive tranquilo. Se ha inscrito en el gimnasio para alimentar su vanidad, quiere un par de músculos que lo hagan ver más varonil y eliminar la monumental barriga que se ha formado en su vientre. Es una soga con nudo doble y mal hecho. Nunca va al gimnasio porque muere de sueño, de flojera, de desidia por su propia vanidad. La casa donde vive, en una zona privilegiada, con comodidades de acuerdo a sus expectativas, no es suya. Por lo tanto tiene que renegociar un alquiler que ha sido bondadoso con él los últimos meses. Se ha acostumbrado a la vista desde ese cuarto piso. A  las luces que se prenden solas al subir las gradas, generando un muy buena primera impresión. Se ha encariñado con el closet enorme donde guarda la misma ropa que usa año tras año. Se ha aplicado al camino de su cama al baño y viceversa. Ha intentado negociar con el dueño, un tipo de modales afeminados que juega al abogado y goza cual niño intentando cerrar un negocio a favor. Siente que puede convencer a ese hombrecito delicado con su verborrea truculenta pero no cuenta con el asesoramiento a distancia de su señora que al parecer lleva los pantalones y dispone de sugerencias algo más agresivas y desfavorables. Aparentemente vivirá un par de meses más por ahí antes de que sea desalojado a la fuerza y arrojado a una zona marginal. Sus tarjetas de crédito han quedado nuevamente inútiles para cualquier asaltante furtivo puesto que sus líneas de crédito no muestran ningún tipo de atractivo (al igual que el dueño) quedando de esta manera comprometido con más de una institución bancaria que por el momento lo adora por los activos que produce y por una puntualidad aún respetable para un moroso en potencia. Es prófugo de la justicia por lo que conduce con un brevete cancelado producto de una indisciplina y la mala suerte acompañándolo de copiloto. Ya ha tramitado los cargos en su contra pero no ha procedido con el levantamiento de dicho castigo por flojera y ahora falta de dinero. Él maneja igual intentando no encontrarse con ningún policía para no empeorar su situación de delincuente fugitivo. Siempre intenta manejar también, el sencillo correspondiente para una eventual coima salvadora, coima que se reduce a un par de monedas y unas súplicas mal entrenadas. La mujer que más ama en la vida ya tiene sus años y es víctima de los avatares del tiempo. Ya no sólo reconoce en ellas algunas arruguitas en la piel, sino que también, ha descubierto que su salud ha mermado un poco y teme que pueda complicarse. Él sabe que tiene esa responsabilidad encomiable de velar por aquella dama de años copiosos e intentar prodigar su felicidad como ella misma hizo con él años atrás. Por eso, intentando remediar su descuido, la ha afiliado a un sistema de atención médica igual de bueno que el suyo, para lo cual irónicamente, paga una prima mensual considerable ahora que su economía ha mermado. Igual lo hace con todo el cariño del mundo. Como es un tipo inconsciente, ha decidido huir de todas estas preocupaciones y ha contratado un paquete turístico para fugar (aún más) a las playas del norte del país. A un lugar donde sólo pueda echarse en la arena, lucir su barriga descomunal, pedir toda la comida y alcohol que se le antoje (porque todo está incluido), emborracharse para olvidar las preocupaciones de adulto y dormir en la arena mientras cae el sol. Este joven del ayer ya no lee ni escribe con pasión, qué pena. Ya no sonríe con la misma facilidad de antes debido a un abandono por las cosas simples pero necesarias para ser feliz. Ya no se toca con denuedo por las noches antes de sus oraciones ni frecuenta algún bar bohemio vestido como le daba la gana que lo hacía sentir importante. Este año se ha presentado como una especie de bisagra inesperada hacia el camino de la madurez (supuestamente) y ha tocado fibras desconocidas. De pronto un apagón lo sorprendió en medio de la calle y en vez de mirar el cielo y contemplar las estrellas, intentó buscar luz artificial.  

jueves, 24 de octubre de 2013

El zapato en tu cabeza

Han decidido escapar de la rutina y enrumbar camino lejos de casa y la monotonía. Ellos siempre han sabido aprovechar su tiempo juntos y han planificado de esta manera, los viajes que sean necesarios para sentirse uno más cerca del otro. Él trabaja lejos, encerrado en la mitad de la selva. Ella se encierra pero en su kindergarten, en aquel mundo que ha creado para niños menores a cinco años y para ella, para consolar los días lejos de él. Sólo tienen un par de semanas al año juntos, y es así hace buen tiempo. Llegan al hotel cansados, escogen una habitación matrimonial y sienten que así será su vida de casados. Ella es delicada, de modales suaves y considerados. Él se siente un hombre rudimentario, azuzado por su barba frondosa y sus costumbres masculinas. Quieren aprovechar su estancia en aquella ciudad donde saben pasarla bien. Deciden caminar por ahí, comer algo que les guste. Pretenden visitar un bar, tomarse un traguito. Quizá y se animen a entrar a una discoteca y bailar juntos, pegaditos. Dejan las maletas regadas en el camino, no hay apuro por ordenar las cosas. Él se deja caer en la cama con un bulto cansado. Ella se sienta y lanza un ligero suspiro. Pasan un rato así, hablando lo necesario para no agitarse más, intentan recuperase del viaje. Él ha cargado con todas la maletas de ella, algunas un tanto innecesarias para tan breve viaje. Ella ha puesto un par de botas de más entre sus cosas; de hecho por la indecisión de qué ponerse, ha llevado prendas para escoger en el momento. También ha cargado con su maquillaje, su máquina de laceado, sus accesorios de belleza y alguno que otro material que la haga sentir cómoda al salir. Ha entrado al baño con la intensión de bañarse, con el deseo de que el agua tibia pasee por su cuerpo relajándola antes de encontrarse con la noche. Él ya vio que entró a la ducha, se ha acomodado en la cama porque sabe que ella demorará. No quiere molestarla y aprovecha para descansar. Ella después de un buen rato sale envuelta en la toalla y nota que él se ha quedado dormido. Se acerca despacito y le encaja un beso dulce. Él más que el beso siente la humedad de su piel y se despierta algo desubicado, mira a todos lados antes de reaccionar. Agradece a Dios el momento y la compañía. Mira el reloj que abraza su muñeca y se percata que ha pasado casi una hora desde que ella entró a bañarse y comenta que se les va hacer un poco tarde. Le pide a su amada que no se demore mucho cambiándose, pues conoce la paciencia infinita que ella goza. Ella lo mira de reojo y dice que está lista mientras la toalla se le resbala. Él la corrige con todo el amor del mundo y le recuerda que no se ha cambiado, recalca que no se demore. Ella lo mira con ternura y le dice que no se demora nada mientras elige en qué cama sentarse. Él hace remembranza a algunas oportunidades donde ha tenido que esperar más de la cuenta para salir. Ella se defiende en voz baja, aduciendo que casi nunca es así. Él con una sonrisa juguetona le menciona que a veces se demora sólo alistándose para ir a la tienda enfrente de su casa. Ella con una sonrisa sarcástica niega tal argumento y propone una apuesta. Él interesado en aquella propuesta acepta sin saber de qué se trata. Ella le asegura que está lista antes que él, que será ella quien tendrá que esperar. Él se ríe y a sabiendas de que ella ya se ha bañado e implica una ventaja considerable, acepta el reto. Entonces acuerdan que el que pierda pagará las bebidas de la noche, todas las que se consuman sin poner un tope. Ella lo ve entrar algo presuroso a la ducha mientras que escoge qué ponerse. Él abre un cojín de champú el cual no usa completo y arroja sin reparos por ahí. Encuentra un jaboncillo pequeño y abandonado el cual pasa raudo por su cuerpo, tratando de hacer toda la espuma que sea posible.  Ella ya escogió lo que va a ponerse, aunque no está  tan segura. Él está enjabonado de los pies a la cabeza y procede a enjuagarse con vehemencia. Ella ha terminado de secarse el cuerpo y empieza con el secado de su cabello. Él se lava los dientes mientras repasa mentalmente lo que va  a ponerse y avizora en qué parte de su maletín se encuentra fundido. Ella ha notado que ya cerró la ducha por lo que imagina que ha acabado de bañarse y piensa que no lo ha hecho correctamente. Él asienta con la cabeza la decisión de ponerse la camisa como está, sin plancharla si es que se encuentra muy arrugada puesto a que se pondrá el saco encima. Mientras se lacea el cabello calcula que demorará todavía unos veinte minutos para terminar. Sabe que con ese tiempo concedido es segura su derrota. Necesita más tiempo, y sabe cómo conseguirlo. Él ha dejado sus zapatos listos al pie de su cama, no ha llevado otro par así que fijo se los pone. Ella lo sabe y ha raptado uno de sus calzados y lo ha escondido cerca de ella. Él sale sacudiéndose el cabello y la ve sentada frente al espejo con una paciencia escalofriante, sabe que ganará. Ella lo mira por el espejo y disimuladamente apresura el paso. Él encuentra su camisa, se la pone después de haberse aplicado el desodorante en aerosol. Se ha puesto el pantalón y unas medias percudidas que no ha sabido lavar bien. Ella terminó con el laceado y recién busca su maquillaje. Él se siente un ganador y se pone con una lentitud burlona su reloj, collares y pulseras. Ella está muy pegadita al espejo pintándose los ojos. A él sólo le faltan los zapatos para ganar la apuesta. Se acerca al pie de su cama y sólo encuentra uno. Se inclina a buscarlo debajo del mueble sin saber qué está pasando. No encuentra nada. Ella casi termina de maquillarse. Él se desespera y busca en su maleta, hace recuerdo si llegó a empacarlos. Ella no puede con la treta realizada y se lanza a reír. Él voltea a verla y entiende inmediatamente que ha sido víctima de la viveza de su novia. Se acerca a ella y la somete a un interrogatorio fugaz que es acompañado de un forcejeo coqueto. Ella se ve atrapada y saca el zapato de su guarida y lo arroja por una pequeña ventana que da al primer piso. Él abre sus ojos y no puede creer que sea tan tramposa. A ella sólo le falta pintarse lo labios y ponerse el saco para estar lista. Él corre presuroso por el pasadizo del hotel mientras los pantalones se le caen porque no se los ha abrochado. Ella en vez de terminar su competencia revienta en carcajadas mientras lo observa con nervios acercarse al zapato. Aquel calzado se encuentra a punto de caer al primer piso, justo al borde de las gradas. Él ya lo ubicó con la mirada y está pronto a cogerlo. Ella sale a velocidad y tiene como plan darle una patada y mandarlo lo más lejos posible. Él voltea y con la mano derecha la sujeta de la cara para que no se acerque. Ella logra conectar con el zapato el cual cae unas gradas abajo. Él como venganza trata de limpiar el maquillaje con su mano, lo logra. Él es un loco con el pantalón cayéndose, mostrando una media con hueco y persiguiendo el zapato que se le perdió. Ella es una loca con la cara pintada, con un ataque de risa que no encuentra control. Ambos ahora corren rumbo a la habitación para declararse ganador pero la puerta se cierra con la llave adentro. Por el portazo los vecinos de las habitaciones contiguas salen y observan como ella intenta meterse por la ventana mientras él corre con el zapato en la mano y una media con hueco donde el conserje para que les dé la llave de repuesto. Ella no se da cuenta que se ha equivocado de ventana y se encuentra con dos amantes a punto de entregarse a la pasión. Él se olvida de su pantalón a media rodilla y se cae aparatosamente mientras el zapato vuela. Ella está avergonzada por lo que ha visto y se ha despeinado. Él se sube los pantalones raudo mientras observa como su zapato cae en un balde con agua. Ella encuentra la ventana correcta y entra a la habitación. Él toma su zapato mojado y corre con aspecto de loco hacia su cuarto. Ella le ha abierto la puerta. Él ha entrado presuroso. Los vecinos se ríen y algunos aplauden. Ella usa nuevamente su laceadora todavía con su ataque de risa. El usa la secadora con su zapato esperando a que seque para lanzárselo a la cabeza. La pelea terminó en risas, nunca salieron de su cuarto.

miércoles, 16 de octubre de 2013

El colchón en el suelo

Me sentaba en el colchón que estaba en el suelo, muy cercano al piso helado de cemento. Me había robado una vieja radio que reproducía aquellos cd’s que había quemado con cuidado, con canciones escogidas, como las fotos que se escogen para atesorarlas en un álbum familiar. En esas épocas soñaba con tropezar con los libros que dejaba regados por ahí, desordenado estratégicamente, luego de haberlos devorados todos con paciencia y denuedo, intentando hacerles el amor, sintiendo placer. Prendía un cigarro en aquella pequeña habitación y soñaba con que el cuadernito al lado del colchón se convirtiera en el libro que pague el peaje al más allá, hacia el recuerdo inmortal que anhelaba. Repasaba los poemas de Neruda una y otra vez antes de dormir, como el más correcto de los religiosos con su biblia. Andaba en bivirí y con un sombrero que me dictaba despacito y al oído, las líneas disparejas de unos textos extraviados en el tiempo; a punto de contraer una pulmonía fulminante pero aparentemente inspirado. Se escuchaba música trova, o alguna canción poco popular que nunca sonaban en las radios. Un cigarro mal fumado y una taza de café que acompañaban aquellos desvelos literarios que nunca prosperaron. Aquella era la cueva de un hombre soñador, de un joven melancólico de sonrisa fácil. Recuerdo que llegué a aquella habitación un catorce de febrero, muy de noche. Llegué con un par de bolsas, aquel colchón recién comprado que no encontró la compañía de una cama y muchos libros que todavía me acompañan. Llegué con un montón de ganas de estar solo, de compartir con mi soledad y nadie más. Aquel catorce de febrero a pesar de algunas llamadas misericordiosas que me invitaban a la tertulia, me quedé en aquel cuartito acomodando las pocas cosas que tenía y me eché a dormir custodiado por un olor a pintura que todavía puedo sentir al recordar. Ya tenía un espacio en la web donde publicaba mis escritos, y antes de llevarlos a navegar los varaba en un cuaderno viejo.  Era feliz con lo poco que tenía, con lo que leía y escribía en mis momentos alucinados de escritor, de promesa literaria. Era mi desorden (nunca fui desordenado), era mi espacio (muy reducido), era el olor a cigarro y pintura el que me envolvía en una soledad que no me volverá a visitar porque fue la primera que conocí, y como todo primer amor, guarda un sabor distinto. Llevaba gente de vez en cuando, de preferencia señoritas que hablen poco. La dueña de la casa, una mujer de ojos grandes y verdes, callaba mis deslices. Fue un año viviendo en aquel cuartito que hoy recordé con melancolía por ser el primer lugar donde anduve solo físicamente. Lo que no recuerdo es cómo sobreviví compartiendo un baño ni cómo concilié el hecho de hacer mis deposiciones con gente alrededor cuando soy muy nimio para esas cosas. No recuerdo tampoco cómo hacía para ver el fútbol (no tenía TV), para andar al día con las noticias básicas, cómo subía mis escritos a la web ni como hacías cuando llegaba tomado y sin pleno conocimiento de la realidad. Luego de ese año, pasé a un ambiente un poco más cómodo. Con un baño propio para cagar románticamente, como me gusta. Me compré una cama de segunda donde seguro velaron a alguien. Recuerdo que al momento de comprar ese armazón que sostenía mi colchón, no encontraron las tablas que le correspondían por lo que me facilitaron unas que habían por ahí. Odiaba cuando dichas tablas se caían, claro, no tanto como la chica del piso de abajo que me odiaba más cuando se caían de madrugada. Me compré una TV (no de segunda) emocionadísimo, sin saber que se pondrían de moda a los dos meses los LCD. Compré también de segunda, de una de esas cabinas de internet que no prosperó, una computadora llenecita de virus y problemas técnicos que me permitía acceder a internet a las justas. Me compré el perchero donde descansan los gorros y boinas que todavía me acompañan. Compré un frio bar el cual imaginé lleno de cervezas. Un microondas que facilitaría mi don culinario llevado a menos. Compré tantas cositas que aquel nuevo ambiente donde realicé fiestas y donde bebí bien acompañado, parecía el lugar perfecto. Fui feliz, muy feliz. Pero siempre es poco. Entonces, por haber almacenado recuerdos que ya no me hacían tan feliz, decidí partir, huir una vez más. Ese instinto megalómano que nos visita, me sacó de aquel cuarto y me llevó a un departamento con áreas adecuadas para desenvolverse. Adquirí una cochera para mi primer carrito, el que todavía me acompaña a pesar de sus años. Compré algunos muebles (siempre de segunda) para llenar los nuevos espacios. Regalé muchos otros utensilios que ya no correspondían. Regalé aquella vieja cama que se caía de madrugada, el estante que acogía mis libros piratas y una mesa que se quedó conmigo porque el dueño huyó para no pagar la renta. Regalé la vieja computadora con todititos los virus y así, poco a poco me fui despojando de un pasado que a veces me persigue jalándome hacia atrás. Regalé muchos enseres de valor afectivo, incluso me compré un colchón de esos que te desesteran, te acomodan la columna y te aseguran el sueño más placido del mundo. Lo que se quedó conmigo por casualidad, y aunque no lo uso, es el colchón acomodado en el suelo, al lado de los libros mal leídos y mis sueños de ser escritor. Cómo ha pasado el tiempo…

miércoles, 2 de octubre de 2013

Yo también me quiero casar

No. Nuca me vi entrando a una iglesia, vestido de terno, acompañado por alguna canción solemne que me conmueva. No tenía conocimiento sobre firmar algún documento que me comprometa a compartir algo más que mis próximos días. Yo nunca soñé con el matrimonio y esas cosas. A pesar de mi sentimentalismo y mis conceptos de familia, no recuerdo haber planeado eso. Hoy, a mis recientes veintisiete años, me siento amenazado por esa idea. Esto debido a que supuestamente en el proyecto de vida o por temas de presión referidos al reloj biológico, ya debería contemplar esta posibilidad. Pero si en el peor de los casos tanteara esta peripecia, y quisiera idealizar mi idea del amor bajo estos términos, creo que sería justo que me permitieran hacerlo. No me imagino que alguien me diga no te puedes casar porque estás viejo, eres cabezón, eres cholo o negro. Porque tu condición social no lo permite o porque no calificas para este tipo de trámites. Sin llegar a casarme; no aceptaría que me prohíban declinar a la idea de compartir más allá de mis fluidos y proyectos, mis deseos de compartir los frutos tangibles e intangibles de mi unión conyugal. Me encantaría poder despertar al lado de la persona que amo, y con la que decidí “hacer patria”, sin vergüenzas inefables ni miedos legales que no me permitan disfrutar por mis decisiones. No solo los solteros deberían hacer lo que quieren, los casados también. No se trata de un tema religioso o moralista, creo que es un tema legítimamente legal que un ciudadano pueda escoger a quién heredarle sus bienes o beneficios. Si he decidido compartir algún orifico mío, creo que es justo que también comparta los frutos de mi trabajo o mis buenas decisiones. Si declino a la idea de amar a una mujer, y encuentro a bien refugiarme en los brazos de un varón, me encantaría poder compartir todo lo que sea posible con el ser amado: años de buena compañía, sueños, el seguro social, y todos los bienes que logremos adquirir. ¿Alguien que no ha tenido la sabiduría de ahorrar o asegurarse no tiene el derecho de ser protegido por otra persona? ¡Pamplinas! Me sentiría más que feliz al poder brindarle mis beneficios a mi pareja. Que pueda hacer uso de mi seguro privado, que acceda al club del que soy socio, que en caso de fallecer intempestivamente reciba por ley  el derecho a mis propiedades. Que pueda hacer uso de mis ahorros de la AFP los cuales estoy seguro no llegaré a disfrutar. Legalmente, y a pesar de cualquier herencia que podamos dejar en vida, si uno se muere y deja familiares o indefensos o codiciosos, por ley les corresponde dos terceras partes como mínimo, al declararlo así un código civil obsoleto, “herederos forzosos” les dicen. Es difícil poder aceptar que hace algunos años atrás las mujeres no podían votar por un presidente. Que las mujeres no podían trabajar u ocupar un cargo público. Que alguien pueda terminar el colegio antes de los quince o que los padres arreglen los matrimonios por dotes cuando los futuros novios tienen cinco años. No podría imaginar que mis padres me obliguen a seguir una carrera que no quiero o a ir a una guerra o al cuartel porque sí. Eso pasó, y ante el cambio seguro muchos se opusieron. Ahora intentamos detener o frenar momentáneamente algo que pasará porque es lo más justo e inteligente. ¿Democracia? Apliquémosla. Y en verdad para no herir susceptibilidades mediocres, me parece inteligente que no lo denominen matrimonio sino unión civil. Dios pidió que nos amemos, y el amor no sólo son besos y abrazos. Tenemos el derecho y obligación celestial de amar a todos los que podamos, ¿por qué no dejan formalizar un tipo de amor? El Papa lo ha dicho; muchos países primer mundistas ya lo han aceptado. Somos unos cavernícolas románticos si creemos que esto en nuestro país no se dará. Saludo al congresista Carlos Bruce por presentar un Proyecto de Ley que se caía de evidente por ser justo. He escuchado a muchos decir que no quieren que sus hijos en las calles vean a dos personas del mismo sexo besándose y agarradas de la mano (sin hacer de esto un escándalo obviamente), sin tener la seguridad de que quizá, esta ley necesaria, beneficie a sus  descendientes. Nosotros quedaremos a la larga en el olvido, dejaremos producto de nuestros actos un mundo mejor o peor para quienes vengan. Las decisiones que tomemos van a repercutir en el tiempo y no estaremos para pedir disculpas. Todos tienen su mariconcito en el fondo, y es justo que pueda ser feliz.  

miércoles, 11 de septiembre de 2013

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Me comentaron hace bastantes años atrás que hay un acontecer que lo realizan lo vivos, lo muertos, las cosas, los animales, lo tangible y lo intangible. Hay un evento que no se puede evitar a pesar de denodados esfuerzos, aportes tecnológicos, brujería y mitos ancestrales. Casi a modo de adivinanza me empeñé en dar una respuesta original, y a pesar de mi imaginación decadente, concentré mis energías en absolver con inteligencia esa duda. No logré convencerme con alguna de mis respuestas, todas distantes de la verdad. Eso que no se puede detener, que no podemos frenar, eso que no podemos impedir es envejecer. Envejecemos los vivos, los muertos (temas de descomposición), las cosas animales etc., etc., etc. (hace tiempo no usaba el “etc.”, lo siento más viejo) Entonces el tiempo al transcurrir sin poder ser frenado, arrastra consigo los avatares renuentes. Arrastra sin poder impedirlo en su totalidad una serie de acaecimientos inesperados. La gente con el tiempo cambia, y generalmente no cambia para bien. A mis veintisiete años recién cumpliditos, he concluido que soy un tipo insoportable, y esto con lo que me queda de vida, empeorará. Hace muchos años, allá cuando era un niño despreocupado, recuerdo la figura de un primo político muy bonachón. Siempre con un chascarrillo o un gesto amable. Siempre con disposición a enseñare algo de fútbol o a compartir una sonrisa. Supongo que él estaría transitando los inicios de la base tres. Cuando de pronto, una tarde cualquiera, el tiempo cambió su alegría proba por el silencio. La última imagen que guardo de aquel hombre de sonrisa fácil, es aquella donde se encuentra sentado en un sofá de la sala, mirando el vacío, con la cabeza apoyada en su mano derecha y con la alegría extraviada. Aquella tarde me quedé confundido. Hoy, a mis veintisiete años (acabados de cumplir), entiendo algunas cosas. Es evidente que somos culpables de nuestros actos y que son esos actos los que nos trazaron los caminos seguidos. Esos caminos marcaron con sus experiencias nuestras costumbres, ideales o sensaciones y nos transformaron (a la gran mayoría) en lo que somos ahora. Mucha gente que me ha acompañado en el camino andado se pregunta qué fue del rubiecito alegre de comentarios tontos. A dónde se fue su alegría. Y yo, que conozco mejor que nadie al susodicho al que se refieren, me hago la misma pregunta. ¿Qué será de ese rubiecito gil? Tener veintisiete años en la teoría más lógica es encontrarse en la plenitud de una vida, entrando de lleno al tema de la madurez y la realización. Hay cosas que en definitiva se van marcando; pero lamento informar que muchas otras cosas importantes, quedan en el camino por exceso de equipaje. La idea de ser adulto no me seduce del todo, se sacrifica mucho. Frente a mí, a espaldas del ordenador en donde escribo, un cuadro en blanco y negro del famoso “Piolín” con dos recordatorios de amigos que el tiempo ha sabido conservar, me mira sospechoso y recuerdo que fue justamente, un regalo de onomástico. Y es que en aquellas épocas, se valoraban más estas cosas hasta convertirlas como ahora, en tesoros preciados. A mis ya trajinados veintisiete años, me declaro sin temor a equivocarme: Insoportable. Por ende comprendo que mi destino inefable es conciliarme conmigo mismo y aceptar la soledad celosa que siempre me atisbó con la seguridad de que era suyo. Todavía hay camino por andar. Todavía queda tiempo para recibir un abrazo, regalar un beso, escribir una memoria. Todavía queda alguna oportunidad para demostrar cariño, para decir te quiero, para pedir disculpas. Entiendo que el parabrisas es mucho más grande que el retrovisor porque debemos preocuparnos siempre por mirar hacia adelante, hacia el frente. Y esa es la misión a cumplir, la tarea encargada. El tiempo me volverá por inercia aún más renegón e impaciente de lo que me siento. Agigantará mi vientre y hará de esta barriguita coqueta una barriga prominente. El cabello seguirá deslizándose entere mis hombros hasta encontrar el suelo. Las arrugas se harán inquilinas de mi rostro y los dolores invadirán terrenos desprotegidos de mi cuerpo.  He vivido, y agradezco esa oportunidad bendita que se me brindó. No sé cuánto tiempo más me quede, no lo sé. Espero tener la decencia de vivirlos bien y sonreír con frecuencia y sencillez, ya que quiero que sea esta la imagen que deje a pesar de los años. A todos los que acompañaron mi camino y aún se encuentran en mi andar: ¡Gracias!

jueves, 22 de agosto de 2013

Los tres de los 90’s



Vivir sin música es morir sin alegría. Y es que escuchando una buena canción se puede hacer la limpieza de un mes sin darse cuenta o hasta con cierto gusto. Lo he dicho mil veces. A pesar de mi pasión por el fútbol, mis aires de escritor o cualquier otra actividad tentativa para vivir, si hubiera tenido la oportunidad de ser bueno en algo, si hubiera podido escoger la carrera a seguir producto de alguna cualidad, virtud o don; sin pensarlo dos veces hubiera escogido ser músico. Y como es algo que me apasiona he intentado tomar clases de piano, donde he fracasado por falta de actitud. Con los pocos acordes que llegué a manejar también procedí a intentar escribir canciones, y hasta allí llegó el intento de ser músico. Ahí hice mi concierto de despedida y pase a la historia sin gloria ni pena. Cuando voy al karaoke intento matar esta pena. Tomo el micro y canto un par de canciones a veces degenerando los temas.  A veces no me va mal. Son aquellos días en que estás inspirado y la canción simplemente fluye. Generalmente tiendo a cantar canciones que me gusten o que estén a tono con mi timbre de voz, y sacando conclusiones rápidas, siempre están en mi repertorio una de Pedrito Suárez Vértiz o de Gianmarco. He comprado el libro “YO, PEDRO”; recopilación de anécdotas he historias de un hombre que ha vivido cobijado desde muy tierna edad en la música. Es difícil creer que a tan temible guerrero se le haya quitado su arma de batalla, su talento innato que lo ha llevado con inteligencia (como explica en el libro) a alejarse de los medios y del mundo social que antes lo rodeaba. Pero como es obvio, no ha podido alejarlo de ese lado artístico que ahora sabe interpretar de otra forma, más pegado a las letras. Estos últimos días he escuchado con terca insistencia una canción de antaño del gran Pedro: “No llores más”, la cual me parece el reflejo preciso de este excelente músico peruano, de este rockero que ya extrañamos.   Desde el principio de la canción, con una intro en órgano o piano, hasta el mismo tono que le da, la canción guarda una añeja sensación. Y es que Pedrito antes de obtener el reconocimiento individual, lo compartió con una banda que también dejó huella en la música nacional. “ARENA HASH”, un grupo juvenil que nació en el año de 1986, tuvo como integrantes aparte de Pedro (voz y guitarra) a su hermano Patricio Suárez Vértiz (bajo) Arturo Pomar Jr. (batería) y Alex Kornhuber (guitarra). Este último, quien se aparta del grupo, da cabida a Christian Meier (piano), con el cual se consolidaría el cuarteto con todos sus éxitos. Precisamente este último, a pesar de no tener todo el reconocimiento que se merece, aportaría muchísimo a la música nacional por los muy buenos arreglos de sus discos y dejando de ser mezquinos, con los buenos temas que propuso. Christian Meier hereda al rock peruano canciones que van más allá de “Carreteras Mojadas”, y sería bueno que se den la molestia de escuchar otros temas de uno de sus tres discos, siendo el último “Once noches” el más trabajado. El tercer peruano que en los noventa salió a la luz, es hijo de dos grandes artistas por lo que no decepcionó a la familia. Un hombre que siempre regresa a “La Estación de Barranco” donde se hizo de un lugar. Gian Marco Zignago, más conocido como el ”pelao”, es sin duda uno de los cantautores peruanos más reconocidos de todos los tiempos. Desde muy corta edad, al lado de su padre, el recordado Joe Danova; empezó su romance con la música. A los doce años ya cantaba en Buenos Aires y un año después por Venezuela. Gian Marco no sólo sorprende por su calidad como cantante sino también, por su sutileza al momento de componer. Es precisamente como compositor que inicia su carrera en el extranjero, compartiendo sus temas con artistas reconocidos, de talla internacional. En el Perú, ya había conquistado corazones con canciones que en la actualidad ya son himnos nacionales. En uno de sus últimos discos, “20 años” hace recopilación de estos temas con algunos arreglos diferentes. Personalmente, es el disco que más veces he escuchado, ambos CD’s son para cantarlos desde la primera canción. Entonces, leyendo el libro de Pedrito, regresando a sus inicios, visitando a Christian Meier y encontrando videos de ambos con Gian Marco cantando muy jóvenes. Siempre he sido admirador del Rock argentino, pero nosotros también tenemos lo nuestro, con cantantes que ya son reconocidos por su trayectoria. Estos tres descritos nacieron como solistas en los 90’s y estamos orgullosos y agradecidos con ellos. Esperemos que aparezcan más, por el bien de nuestra música y todos aquellos que la sabemos disfrutar.

“Cuando recuerdes mi piel, cuando recuerdes mis ojos,
cuando te atrape el enojo al ver que de apoco no me quieres hablar.
Nunca vayas a pensar que yo deseo olvidarte,
aunque de mi te apartes las cosas mi vida no van a cambiar.   
No llores más, no llores más, no llores más
que así me arrinconas en la oscuridad”

viernes, 9 de agosto de 2013

Otra forma de morir


“Hay que vivir con intensidad y leer con frecuencia para escribir con pasión”. Y es como si hubiera matado a alguien y hubiera ocultado su cuerpo en el patio de mi casa. Es como si ese pedazo de tierra donde yace un difundo inquieto palpitara intentando que lo hallen. Me siento culpable, cochino. Siento un cargo de conciencia que corroe mi mente, mi alma, me mantiene en vilo. Me siento culpable de un crimen que he cometido sin escrúpulos, sin aspavientos. Tengo una sangre fría para enfriar otras cosas, otras personas. Siento que no lo he matado bien, que he dejado muchas huellas, muchas evidencias tontas que me van a delatar, que van declararme como culpable. Y es que tengo enterrado, en el patio de mi casa, decorado con mayólicas blancas, a un joven con aspiraciones a escritor. Este muchacho de prosa moderada ha sido víctima del desdén, del olvido.   Y él, como terco y aguerrido joven de sueños renuentes, se resistió al anonimato y prefirió  encontrar la muerte que vivir en el olvido. El criminal, con su poca experiencia ha intentado eliminar al aspirante a escritor con un golpe en la cabeza, con un mazazo en el cráneo. El golpe no fue tan violento como lo había imaginado, pero bastó para desplomar al adversario y liquidar sus aspiraciones. Por su falta de experiencia, no ha sabido distinguir si aún sigue con vida o no, no sabe si está respirando o liberando algunos gases propios de los muertos. Como esas dudas no lo matan a él, ha decidido enterrarlo así como está, muerto o dormido. Ha cavado un hueco no tan hondo (las fuerzas no le alcanzan). Lo ha arrastrado hasta el lugar que lo acogerá por la eternidad y ha intentado acomodarlo en aquella tumba improvisada. Ha demorado bastante en ingresar su cuerpo en ese hoyo mal hecho. Está ubicado de una forma poco ortodoxa pero al fin y al cabo ubicado dentro de su guarida. Ha intentado devolver toda la tierra que sacó para abrigar de esta manera el cadáver incómodo de un joven soñador. Ha emparejado el llano de su patio y ha revestido de manera chúcara con mayólicas escogidas con muy bien gusto todo el contorno de su víctima. A penas terminada su labor, ha ofrecido una pequeña oración con los ojos cerrados, los cuales cada fin de estrofa abría para revisar que todo siguiera en su sitio. El muerto por su parte, ha dejado un par de memorias escritas, las cuales se encuentran extraviadas en papeles, en la web, en el tiempo. Y es precisamente, por la falta de memorias, que ha sido sorprendido por la muerte, aquella a la que le dedicó algunas líneas. Entonces lo ha dejado, ha dejado al el cadáver en el hoyo y se ha ido. Lo ha olvidado con premura, intentando ocultar también su condición de sicario. El joven agraviado ha despertado de su letargo y ha salido con cierta facilidad de aquel cementerio improvisado y se ha encontrado con la cocina en su camino. Ha cogido una fruta y se la ha llevado a la boca. Como todavía es de noche, y él no sabe qué hora es, sale con delicadeza de aquella casa que lo ha acogido temporalmente. Ha llegado a su casa, no se ha bañado. Hace tiempo no le pasaba algo tan jocoso. Se ha tomado el tiempo para servirse un café. Ha encontrado su vieja computadora y se ha puesto a escribir. Lo hace como antes, con un cariño misterioso, sin saber por qué. No ha muerto, pero siente como si hubiera resucitado, revivido. Como si hubiera regresado del más allá.  – Hay otras maneras de morir – piensa mientras le da otro sorbo al café que ya está frio. Yo, el criminal sin sueldo, el asesino mediocre, he decidido enterarme de la verdad de las cosas mediante este relato, arrepentido de mis actos pecaminosos y avergonzado por ser tan ineficiente. Felizmente el escritor aparentemente no es tan rencoroso, y a la fecha no ha denunciado el intento nefasto de acabar con él. Su única venganza ha sido relatarlo, minimizando el acto y burlándose de torpeza.

miércoles, 26 de junio de 2013

Cuando la sangre corre


¡Sangre! Sólo hay sangre por todos lados, en todo el piso de la cocina, algunas gotas en la pared, en los muebles. Entre las manchas rojas observo pisadas, las huellas de un pie pequeñito que espero no me lleven a la escena de un crimen. Pienso bien antes de moverme, no quiero dejar ningún tipo de huella que me sindique como sospechoso o cómplice de algún acto delictivo, no quiero ser culpable de nada que no haya hecho. Luego reacciono y entiendo que vivo en esa casa y toda entera está impregnada de mis huellas, de mi olor, de mi presencia. – La loca se nos fue, se nos murió – pienso mientras indago con la mirada todo el ambiente. Mónica vive o vivía conmigo. Su cuarto queda o quedaba al lado de la cocina, en lo que se conoce. Ella lo alquila a precio módico y lo ha sabido arreglar a su estilo. Me acerco sigiloso a su habitación, tratando de no ensuciarme con la sangre, de no pisar nada de lo que después me arrepienta. La puerta anuncia haber sido sometida con violencia, abierta a patadas. El marco, justo a la altura de la chapa está roto. Observo por encima del cuadro de madera que da figura a la puerta y también resalta el vidrio roto, también abatido por un acto virulento. No quiero empujar la puerta, no quiero encontrarme con el cuerpo sin vida de Mónica. No quiero saber lo que pasó hallando un occiso en mi casa. Pienso en lo que le diré a la policía, en lo que le diré a la mamá de Mónica que seguro busca y mata al asesino. Pienso en lo que van a pensar mis vecinos y el dueño del departamento. Mientras ando distraído en tanto pensamiento tonto, sin darme cuenta, empujo despacito la puerta y no encuentro a nadie. El vidrio roto descansa a la entrada. Sobre la cama veo una blusa llena de sangre. Pienso en Mónica desangrada, arrojada en el río. La veo metros de bajo de la tierra. No hay nadie, ni asesino ni víctima. La llamo, nadie contesta. La he llamado tres veces y al parecer se han olvidado de apagar el celular. Mi número quedará registrado en las llamadas perdidas. No sé qué hacer. Tengo que ir a trabajar y no me atrevo a limpiar nada, a mover nada; sólo pienso en las miles de cosas que pudieron haber pasado. Mi celular suena y me regresa al presente, es ella: - Leo, discúlpame. Estoy bien, estoy en la casa de Peter – me dice llorando. - ¿Qué ha pasado? – le pregunto con dureza pero intentando no mostrar nerviosismo. – Nada Leo, ya voy a la casa – responde entre sollozos. Me meto a la ducha y pienso: ¡Está loca! ¡Ahora qué le digo, cómo le hago entender que ya se pasó de la raya! He sido una de sus víctimas favoritas cuando se trata de sus elocuentes desavenencias. Me han querido botar de algún cuarto que alquilé cuando hice una reunión y ella, se pasó de copas he hizo una escena de celos a su enamorado, mi mejor amigo. Ha contribuido con mi detención y mi estadía toda una noche en una comisaría. Ha provocado escenas que le han merecido calificativos de los cuales no he podido defenderla por ser ciertamente verdad. El agua refresca mis pensamientos pero… de quién es esa sangre. Todavía puede haber un muerto de por medio. Su actual enamorado, Peter, es un hombre corpulento, de violentas facciones. Si esa sangre no es de Mónica por alguna agresión, debe ser de algún tercero. Me cambio sin darme cuenta y bajando, me cruzo con Mónica que llega y se lanza en mis brazos, siempre llorando. – ¿Estás bien? – le pregunto. – Si, eso creo – responde. Mientras ella me abraza observo que no tiene ninguna laceración contundente. Ningún pedazo de madera clavado en el pecho como pensé, o algún hematoma escandaloso que la haya marcado. -  ¿De quién es esa sangre? – le pregunto mirándola a los ojos. - Es de Lucas – dice, bajando la mirada. Ella llora, pero su llanto no me convence. - ¿Y él está bien? – Si – me responde riéndose un poco. – Tiene siete puntos y un par de días de descanso médico- argumenta delatando su locura. Entonces intuyo que el hombre ha sufrido una golpiza a manos de Peter. – Conversamos después – le digo y subo a mi auto rumbo el trabajo mientras ella sube las gradas rumbo al cuarto piso, escena del crimen. Escucho que contesta una llamada y llora, sigue llorando. He dejado que pasen las horas, los días. Por fin la encuentro en casa. Ha limpiado todo pero aún se observan algunas gotas de sangre en la pared y puerta. La interrumpo y conversamos. Trato de hablarle bonito, de preguntarle lo sucedido cuando yo ya sé lo que pasó. Peter ha sido gallardo y ha ido a visitarme a mi trabajo y me ha contado todo y me ha pedido las disculpas del caso. Mónica corrobora lo sucedido en un estado de sumisión que en unos segundos se transforma en una trinchera defensiva que ahora me dice que no me meta, que ella no puede ser perfecta como yo, que nunca me equivoco (evidentemente lo dice en tono sarcástico) y me repite un par de veces que ella no va a cambiar y que hasta los cincuenta años se equivocará. Me dolió su respuesta, me siento el desangrado. Me cuenta: Peter entró (con copias de las llaves que ella imprudentemente le había entregado). Se acercó hasta la habitación y al no encontrar respuesta iluminó la oscuridad del cuarto con su celular. La encontró acompañada y decidió romper el vidrio que se encuentra en la parte superior de la puerta. Un pedazo de ese vidrio afectado realizó un corte profundo en la mano del acompañante desdichado provocando el chorro de sangre que tiñó de rojo la cocina. Luego Peter, en un trance animal, pateó la puerta y rompió el marco. Ella salió presurosa y lo sacó de la casa antes de que mate a alguien. La víctima fue llevada al hospital y zurcida de emergencia. Una de las vecinas ha escuchado a Mónica llorar hablando con Peter, pidiéndole disculpas. La vecina sin saber lo sucedido me comenta que le aconseje que lo deje, que no vale la pena sufrir por ningún hombre. Le comento a Mónica que siempre queda como víctima, que la vecina así lo corrobora. Ella se preocupa, me dice que ha cambiado otra vez, que sabe de sus errores y no quiere cometerlos otra vez. Se preocupa por lo propensa que está al escándalo y porque teme que la vecina haya escuchado que también planea matar a su loro que no la deja dormir. Mónica sólo quiere cariño, que la quieran de una manera que quizá no conozco o comprendo. Peter quiere venganza. Lucas quiere a Mónica. Yo quiero paz. La vecina quiere a su loro.   

jueves, 13 de junio de 2013

Promesas

Le prometí que cuando tenga mi carro ella iba a sentarse de copiloto, a mi lado. Le prometí que la iba a sacar a pasear. Le he prometido tantas cosas que tengo que hacer un esfuerzo por recordar los pendientes e intentar cumplirlos. Lo último que le prometí fue viajar a Tacna, a visitarla. Se lo anuncié con semanas de anticipación. Ella, con todo el amor que la posee cuando se trata de mí, preparó algunos platos que engrían mi paladar. Como ya es costumbre, incumplí a la promesa y no viajé. Se quedó con los crespos hechos, con las ganas de verme. Se aguantó sus cariños, sus ganas de darme un beso. Se aguantó no verme una vez más y decidió, como pocas veces, venir a visitarme. Parada en la puerta de la empresa en que llegó, con dos maletas acompañándola antes que la recoja. Ella me espera como la más fiel de las novias y yo llegó tarde, con el desamor que últimamente me caracteriza llego tarde. Se sube como puede, se sienta a mi lado, de copiloto. Ella siempre recuerda la promesa de ser mi copiloto. – ¡Mira! – me dice mientras me muestra una sonrisa juguetona. Se ríe con dulzura. Me acaba de enseñar el trabajo final después de largas citas con el dentista, me muestra su nueva sonrisa y me obliga de la manera más sublime a sonreír también. Se queda poco tiempo, esta vez no quiere visitar a nadie que no sea yo. Ella ha venido sólo a traerme lo que no pude comer en Tacna. Me ha traído amor en forma de comida y no ha dudado ni un segundo en hacerme llegar su cariño. Una de sus dos maletas está cargada con potajes benditos, con aquellas cositas ricas que sabe bien que me gusta. Comemos. Hace un festival gastronómico en la casa y yo quiero comer un poco de todo. Me dice, una vez terminado el almuerzo, que no quiere salir, que no me preocupe por ella, que quiere dormir. Me echo a su lado, como en los viejos tiempos. No hay nadie en la casa, nos envuelve un silencio pleno que contribuye a que nos quedemos dormidos, juntos, como en los viejos tiempos, como en aquellos viejos tiempos. Dormimos mucho y he recuperado la felicidad que me invadía de niño, cuando dormía todas las tardes, cuando la tenía más cerquita. Me he olvidado sin querer de cualquier preocupación que me obliga a comportarme como adulto. Despertamos y la invito a pasear. Mientras manejo, mientras cumplo mi promesa al sentarla a mi lado, escribo mentalmente estas líneas. Me habla de todo, como si hubiera guardado sus historias para mí. A veces pierdo el hilo de la conversación y no sé exactamente de qué me está hablando. Me cuenta de las misas a las que acude, de los curas y sus anécdotas. Me cuenta de la familia, que todos están bien, pero más viejos. Cuando la recogí se demoró dos segundos en fiscalizarme y su conclusión es que estoy barrigón, con poco cabello y que me está saliendo barba, por fin me está saliendo barba. Ella no sabe dónde estamos, no sabe a dónde vamos pero es feliz porque yo, su único hijo, está a su lado. Mi mamá me ama sin dudas, sin complicaciones, sin quejarse. Nunca vi a nadie que ame con tanto desprendimiento. Mi madre me ama ciegamente. Es mi fan número uno, presidenta del club. No dudaría en dar la vida por este flaquito barrigón, con poco cabello. Mi mami sólo ha venido por dos días porque se antojó de verme y viajó a mi encuentro. Cada vez que la veo y me recuerda que fui alguna vez un bebé, su bebé, viajo en el tiempo. Recuerdo que de pequeño me enseñó entre muchas cosas, a apreciar la música, a escucharla. La primera canción que me hizo estudiar fue “Penélope”. Ahora, después de muchos años y sin que ella lo recuerde, me empieza a explicar nuevamente esa canción. La chica que se enamoró, el chico que se fue prometiendo volver. La angustia de la chica, una angustia que la llevó a la locura. El chico que vuelve después de mucho tiempo y ella que no lo reconoce. Yo soy la versión masculina de Penélope, el que inconscientemente  espera que vuelva, volver a verla. En su ausencia me olvido de muchas cosas, me gana la locura. Pero al verla recuerdo todo. Recuerdo las promesas pendientes, todo aquello que tengo que hacer para intentar devolverle el amor puro que sabe entregarme. Yo no hubiera conocido el amor si no fuera por ella. Yo no hubiera podido asegurar que fui amado después de morir si ella no fuera mi mamá. Me ha servido nuevamente comida, algo que ha traído para mí desde muy lejos. Termina de atenderme y se va a dormir, a descansar, a rezar por mí y dar las gracias por un día más de vida. A veces la vida no es justa, todos nos quejamos a favor nuestro. El peor de los hijos tiene a la mejor de las mamás. Soy feliz, cuando ella está a mi lado soy feliz. Yo amo a mi mami. Yo la amo porque ella, me enseñó a amar con el ejemplo. -“El amor de madre es el más cercano al amor de Dios”  - escuché alguna vez. Puedo dar fe de eso.

jueves, 6 de junio de 2013

El Insano

Primero voy al dentista. Hace mucho tiempo no visito una casa odontológica, puedo asegurar que son más de diez años que no reviso mi dentadura y la expongo a curaciones evidentemente necesarias. Abro la boca y empieza a introducir objetos en mi boca, empieza a indagar, a urdir entre mis dientes. Los dentistas tienen numerados nuestros dientes. Sólo dice el número de la dentadura y da un comentario, su asistente apunta. – La 36, hasta las huevas. La 38, jodida. La 28, hasta las patas. La 26, cagada. – Una por una empieza a menospreciarlas y creo que decidirá sacrificarme para que no sufra. Es así que hago el pago total del tratamiento, más de diez curaciones a realizar en mi boquita de caramelo. Recuerdo a un primo odontólogo, allá cuando tenía once años. Era de esos dentistas despiadados, de esos que te hacían ver a Judas calato (siempre me he preguntado por qué a Judas, por qué calato). Con unas herramientas lacerantes me hacía llorar del dolor. Luego me pedía que me enjuague la boca y yo escupía sangre. Supongo que por eso tengo recuerdos ingratos de los dentistas. Este es un doctor joven, en un centro odontológico decente. Me trata con sumo cuidado, siempre preguntándome si me molesta. Me coloca la anestesia que yo quiero para no sentir dolor. Yo le pido que no me coloque anestesia local, que quiero anestesia general para descansar. Ando muy fatigado, no sé qué me pasa. Mientras el odontólogo me interviene yo duermo, duermo con la boca abierta. Despierto con mis propios ronquidos y el doctor parece burlarse. Puedo dormirme en media maratón. He asistido como a cinco citas y mi boca casi está repuesta en su totalidad. El dentista muy amable me recuerda que me debo de lavar la boca seguido, que debo utilizar implementos que ayuden a conservar los huesos de mi cavidad bucal. Inmediatamente corro a medicina general. Tengo una tos matutina que me ataca con arcadas incluidas, que me hace lagrimear. El doctor me pide que abra la boca. Yo contento enseño mis dientes perfectos y obedezco.   Él es uno de esos doctores antiguos, de los que te revisan todo, de los que te toman el pulso con su reloj, de los que te revisa los oídos y te mete esa paletita de madera a la garganta para auscultarte. Me indica que tengo la garganta irritada, luego estornuda. Me río y le digo que debería asistir a un doctor por su tos, él no se ríe. Para cambiar de tema le comento que me duele mucho la espalda, que ya van varios días. Me revisa también la columna vertebral y me golpea de forma extraña, originando un sonido raro con mi cuerpo. Me indica que necesito muestras de los fluidos de mi garganta y que me haga una radiografía. Todas las muestras se toman a partir de las siete de la mañana. Al escuchar el horario de atención siento nuevamente que desfallezco y empiezo a sentir mareos. El doctor aplica técnicas de primeros auxilios para reanimarme.  En recepción me indican que para el cultivo con muestras de mi garganta debo de asistir sin lavarme la boca, y para la radiografía en mi columna debo de estar en ayunas y con el estómago limpio, es por eso que me aconsejan comprar un laxante para liberarme de residuos. Compro la pastilla, la tomo con temor. Yo no me medico así nomás, yo no ingiero pastillas muy a menudo; por eso tengo temor de los resultados, de lo que pueda ocasionar. Llego a mi casa, me lavo la boca como me indicó el odontólogo. Tomo esa pequeña pastillita y avizoro que me levantaré por la madrugada corriendo al baño. Me echo a dormir, dejo la puerta del servicio abierta para no encontrar obstáculos para cualquier evacuación inesperada. Son las seis y media de la mañana. Recuerdo que el doctor me pidió que no me lavara la boca. Recuerdo que le juré por mi mamita al odontólogo que me lavaría los dientes todas las mañanas. Estoy en un dilema, ambos doctores me comprometieron y a ambos les prometí que cumpliría. No me lavo, subo al carro con mi boca cochina para los análisis de escupe y manejo presuroso. Mientras conduzco se me cruza un taxi, me cierra la pasada y me da ganas de insultarlo, de arrojarle una grosería, total, no me he lavado los dientes por lo que cabe la mención de que soy un boca sucia. Llego al laboratorio, me atienden rápido. No me dijeron que me sacarían sangre, no me gusta que me saquen sangre. Pongo algo de resistencia pero cedo, siempre cedo al final.  Ahora abro mi boca y me meten un hisopo que me provoca vomitar pero no vomito, no tengo qué, no he tomado desayuno. Luego corro a que me saquen la radiografía. Me piden que me quede en paños menores y empiezan a tomar las muestras. Me toman especie de fotos en diferentes posiciones y algunas poses me gustan, espero que las suba al Facebook. Me visto. Presiento que algo se me olvida. Me voy a trabajar a penas salgo de la clínica. Mientras laboro hago remembranza de lo acontecido, de lo venido a menos que está mi salud. Ya estoy viejo. Paro cansado todo el día, con achaques múltiples que se han ensañado conmigo. Con pérdida de memoria, escalofríos.  Son las doce del mediodía y esa sensación de que algo se me olvida queda descubierta con una flatulencia inesperada. El laxante recién hizo efecto.
 

martes, 14 de mayo de 2013

Los que duermen




Siempre he tenido sueño, siempre tengo sueño. Cualquier época del año es buena para invernar. En épocas donde entendía que una buena manera de olvidar las cosas, curar enfermedades y encontrarme a mí mismo era dormir, no despertaba antes de las once de la mañana. En esas épocas mozas donde vivía feliz no era tan difícil leer, escribir, sonreír y soñar (literalmente soñar). Esta semana, en que decidí olvidarme de todo, he vuelto a probar de aquel afecto por las almohadas, de aquella dependencia del colchón. He regresado a las buenas costumbres de entregarme a Morfeo sin mirar el reloj, sin ser esclavo de ninguna alarma ni cualquier preocupación que me obligue a levantarme de la cama y salir a las calles donde las cosas siempre son más peligrosas. En una semana recobré lo que no ejercitaba hace un muy buen tiempo. (Porque dormir para mí es un ejercicio por el cual pude haber destacado y ganado alguna olimpiada si se premia esta competencia). Por problemas existenciales que me obligan a trabajar es preciso levantarme a las siete y cincuenta de la mañana como máximo para asistir a mi centro laboral. Es preciso también estar lúcido después del baño por lo que tengo que conducir mi humilde vehículo. Es un trauma diario despojarme de las sábanas, abandonar mis almohadas recientemente babeadas y despreciar ese calorcito acumulado toda la noche anterior. Y desde que practico este mal hábito de evitar la felicidad plena, he mandado a un sueño profundo, eterno,  oscuro a algunos personajes que habitaban en mí. Está en estado de coma profundo aquel jovenzuelo que acostumbraba tomar por asalto uno que otro libro al mes y entregarse al buen arte de la lectura. Ha sucumbido al olvido el muchacho que producto de una buena lectura, veía a bien intentar escribir y subir sus impertinencias a un blog que es por ahora el cementerio de sus recuerdos. Se ha perdido sin dejar rastro el chico que jugaba fútbol, que gambeteaba algo más que oponentes para conseguir el objetivo del gol del triunfo. A quedado postrado el noctámbulo afiebrado que intentaba encontrar de noche todo aquello que de día había sido esquivo. Ha pasado a mejor vida el niño que soñaba, que soñaba sin necesidad de dormir. Estos y algunos otros que ya no recuerdo figuran en una lista resignada de personas desaparecidas, las cuales esperan un milagro o un programa televisivo que les permita retomar sus sueños y ser encontrados. Es importante mencionar que todos los personajes citados fueron vistos por última vez de noche, cerca de mi cama, con ropas ligeras y no dejaron huellas antes de partir. Corresponde reconocer que soy el testigo más importante si es que se iniciara algún tipo de investigación, por lo que guardo total compostura ante cualquier declaración porque podría ser usada en mi contra. A estos muchachos nadie los ha reclamado, por lo menos no con denuedo; pero cabe mencionar, que a pesar de sindicarme como autor intelectual de sus desapariciones, soy el que más los extraña. Esta semana han venido a mi cabeza uno por uno, con detalles importantes y cruciales si es que se intenta encontrar por lo menos sus cuerpos sin vida. Han venido a mí especies de epifanías con respecto a sus paraderos. He decidido adentrar en el bosque frondoso de mis sueños para buscarlos, para intentar rescatarlos; para darles descanso eterno si es que han fenecido. He decido aumentar las horas de búsqueda y dormir lo que sea necesario para dar fin a esta noble causa. Es preciso reconocer que los dones que han sido brindados por algún Dios misterioso, si han sido dominados, no se pierden del todo. Yo pude haber sido medalla de oro durmiendo, pude haber obtenido alguna distinción importante si es que se diera por esta competencia, arte sublime que significa babear abrazado a una almohada, en estilo fetito acurrucado en 5 metros de frazadas, sin obstáculos. Alguna vez fui feliz plenamente junto a los muchachos que hoy intentaré rescatar del olvido. Alguna vez fui una mejor persona cobijado por sábanas redentoras a las que hoy convoco. Alguna vez soñé delicioso de noche para poder soñar también delicioso de día. Soy un mejor tipo cuando duermo, lo he descubierto. Estoy pronto a rescatar de un sótano oscuro y desolado a unos muchachos que han sido secuestrados por el tiempo y aunque muchos dan por fallecidos, todavía hay gente que los espera: yo. Es momento de dormir…      
 

martes, 9 de abril de 2013

Fuiste tú


Está en su cuarto, escuchando canciones de Ricardo Arjona; le parece que no eran tan malas sus canciones. Mira el techo como esperando encontrar algo nuevo, algo que le va a sorprender en cualquier momento. Lee los libros que ha leído una par de veces antes, no se acuerda muy bien de lo que trataban, sabe que no retiene ni sus líquidos. Ha llamado a un par de amigos, todos ocupados. Ha llamado a un par de amigas, no le contestaron. Es libre, puede hacer lo que quiera. Se ha comprado una moto nueva la cual hace bulla al pasar. Es una moto negra, una moto que lo hace ver un chico malo, el chico malo que quiere ser. Se ha ido al súper mercado, ha comprado algunas cervezas en lata, las pone en el refrigerador pensando en tomarlas heladas por la noche, lo más probable es que acompañado. Ha jugado play station toda la tarde, no ha perdido ni un solo partido. Está cansado de dormir, pero se siente más cansado despierto. “Por qué es tan cruel el amor” – dice una canción de Arjona. La recuerda, se pregunta qué estará haciendo. Está echada en su cama, con la televisión prendida mientras chatea en la laptop. Después de mucho tiempo entra al Facebook y es ella quien busca conversar con otras personas. La mayoría de sus contactos le pregunta por él, cuándo se casan. Ella comenta que han terminado, que son cosas que pasan; que a pesar de que él es un estúpido, no guarda rencor y le desea lo mejor. No es mala persona – alega. Algunos chicos que antes la molestaban vuelven a la carga, nunca se dan por vencidos. Empiezan a hacerle conversación, siempre lamentando el hecho de que esté triste y dándole ánimos, recordándole que es una chica linda, que pronto llegará el chico indicado para ella. Llenan de halagos la conversación y dejan la puerta abierta para una salida de amigos si es que ella quiere conversar. Algunas chicas también se han enterado que él está solo; la mayoría de ellas chismosean entre sí y comentan que una infidelidad fue la causante de la distancia. Él se ha comprado ropa nueva y se ha inscrito en el gimnasio para matar el tiempo. Ahora es él quien organiza las pichangas e invita a todo el mundo a hacer una parrillada en su casa. Ella se ha encontrado con las amigas que no ve hace meses, se ponen al día con los chismes y por la premura del caso, planean una salida nocturna para emborracharse como en los viejos tiempos. Él se ha bañado dos veces, se ha jabonado muy bien sus partes íntimas porque sabe que algo va a caer esta noche; se ha echado su mejor perfume. Ella ha sacado del baúl de la soltería una minifalda negra que siente que ahora le queda muy apretada. – He engorado un montón – se dice mirándose al espejo mientras llama a su tía para que haga el comentario respectivo. Se ha acomodado el cabello mil veces, quiere que le quede bien parado, que no se mueva. No quiere maquillarse mucho, la minifalda la aprieta un poco. Siempre le gustó vestirse de negro, por eso ha escogido la camisa de ese color, se siente un vampiro. Siente caminar en sancos con los tacos nueve, el vértigo la preocupa. Ha llamado a todos, los quiere confirmar, esta noche es noche de solteros. Todo el mundo la ha llamado, todos dudan de que  vaya a salir, no quieren que se desanime. Él está preparado para todo. A ella le preocupa reventar su minifalda. Él ha dejado la moto bien estacionada, quiere meterse una bomba esta noche. Ella le dice a su mamá que llega temprano, le comenta que está algo cansada. Él toma su taxi, prende un cigarro para parecer más interesante. A ella lo recoge un auto deportivo, es el amigo de su amiga que se ha ofrecido. Se encuentra con sus amigos, se dan un abrazo y deciden hacer unos previos. Se encuentra con sus amigas, les da un beso mientras se baja un poquito la falda. Él se sirve lleno, es lo que tanto había esperado. Ella decide pasarse un par de rondas, no le gusta el pisco. Él esta picado, han demorado en decidir en entrar a la discoteca, querían seguir tomando. Han entrado gratis, el vigilante de la puerta conoce a una de ellas y las ha hecho entrar sin pagar. Se sienta en la barra, mira a todos lados esperando encontrar una chica que le llame la atención; es noche de casería. Ha rechazado a un par de chicos que han intentado invitarle una cerveza, ella quiere conversar con sus amigas. Él esta borracho, no sabe por qué no está tan contento. Ella ha sentido el impacto de los tequilas, sus risas son un poco más elocuentes. Él baila con una chica que le ha dicho que va un ratito al baño. Ella baila con sus amigas y no recordaba que sabía mover tan bien la cintura. Ellos le dicen que la chica de rojo está bien rica. Ellas le dicen que lo olvide, que todos son unos perros. Él se acuerda de ella y se convence de que debe estar en su cama durmiendo. Ella no se acuerda cuando fue la última vez que se rio tanto. Ha tomado valor, se acercó a la chica de rojo y la invitó a bailar, ella lo mira de pies a cabeza. Ella siente la mirada de un chico con una botella de cerveza en su mano. Él está tomado, ya no tiene conciencia de la vergüenza y le insiste con una sonrisa que da un poco de lástima. A ella el chico del polito apretado le ha convencido para salir a la pista de baile, aparentemente es muy chistoso. Él, mientras baila con la chica de rojo, piensa en llevársela a la cama. Ella mientras baila con el chico de polito apretado, mira la hora para bailar todo lo que pueda antes de irse. La chica de rojo le dice que ya es tarde, que tiene que marcharse. El chico de polito apretado la invita a ir a otro lugar, donde haya menos gente. Él le dice a la chica de rojo que no se preocupe, que bailen un par de canciones más y que él la acompaña a su casa. Ella no es tonta, sabe que el chico de polito apretado busca llegar a otra base pero no sabe si animarse. La chica de rojo le ha dicho que se va con sus amigas, que su mamá la espera despierta y tiene que regresar con ellas. El chico de polito apretado le ha dicho que vaya a la casa de uno de sus amigos, que tienen un whisky para seguirla. Él no le insiste, le pide el número mientras mira el escote que su vestido rojo otorga. Ella no acepta, dice que está cansada y que puede ser para otra oportunidad. La chica de rojo toma su saco y su cartera y se retira con sus amigas, se han ido a otra discoteca. El chico de polo apretado no le ha gustado la respuesta, apenas e insistió un poco más; se ha despedido con un beso lo más cercano a la boca posible antes de mirar a la próxima chica que sacará a bailar. Él está muy tomado, ya no quiere seguir bebiendo. Ella está preocupada por la hora, acepta obligada un par de copas de tequila. Él sale desorientado, no se ha despedido. Ella sale un poco mareada, se apoya en el brazo de una de sus amigas que está peor que ella. Se encuentran en la puerta, ella lo ve primero y se pone nerviosa. Él se voltea renegando porque el taxista no le acepta la rebaja y encuentra su mirada, no esperaba encontrarla. A ella le da pena que esté tan borracho. A él le da un poco de cólera que use esa minifalda. No se saludan, ahora son un par de desconocidos. Ella sube al taxi con sus amigas, quiere llamarlo pero se aguanta. Él sube solo al taxi, consiguió la rebaja que buscaba. Ella quiere olvidarlo, no sale de su cabeza. Él no entiende que pasa, recuerda a Arjona: “No te vayas amor que aunque duelas no quiero dejarte.”
 

martes, 5 de marzo de 2013

La playa

No me gustaba la playa, lo recuerdo muy bien. Prefería mil veces una casa en medio del campo, rodeado por árboles entre la caca de las vacas y los mosquitos insaciables. Cuando iba a la playa me olvidaba del mundo y corría como loco. A pesar de que me embadurnaban en bloqueador y usaba polos, terminaba rojo como un camarón (siempre usaron esa expresión). Ser blanco no te hace más importante, te hace débil, lo sé yo. Los únicos días que exponía mi piel a los rayos del astro rey, eran en épocas veraniegas. Mostraba sin pudor las venitas que sobresalían, mis tetillas empequeñecidas y mi ombligo saltarín. No me metía mucho al agua porque estaba helada y porque no sabía nadar (ahora tampoco). Miraba asombrado a avezados nadadores que se sumergían en las aguas como focas y nadaban hasta el fondo, hasta donde no se divisaban y rezaba por si acaso, por si no volvían. Pero nunca fui testigo de una desgracia, pues cual José Olaya, regresaban a la orilla victoriosos. A mí me revolcaban las olas más pequeñas y tragaba litros de agua salada que seguro alguno de esos valientes nadadores había meado. Mi madre siempre dijo que la playa era más limpia que la piscina, entiendo por qué. Después de haber sido libre como las mismas gaviotas, regresaba a casa por la noche a sufrir los estragos de ser albino. Mi madre me disfrazaba de ensalada y me ponía tomates por todo el cuerpo. Me untaban cremas que no ayudaban y me daban un baño que no sabía calmar el dolor de ser blanco. Luego del bronceado asesino al que sobrevivía porque no era mi hora, procedía a la muda de piel. Tardaba días de días en terminar de pelarme y regresar a mi color natural, color papel bon. Odiaba la playa. Yo quería que compren una casa en el campo y que veraneemos ahí, lejos del mar. Con el tiempo me resigné a la idea del tomate por la noche y empecé a cuidarme un poco más, a refugiarme discretamente en la sombrilla y mostrar mi piel con cuidado. Al adiestrarme en el arte de no quemarme, entré en el problema de no ostentar un cuerpo digno de la playa. Mi delgadez me confinó a usar prendas que disimulen la falta de músculos y a utilizar más ropa de la necesaria. Aprendí a nadar por necesidad. Me arrojé a la corriente marina persiguiendo a unas chicas que me hacían señales desde el fondo pidiéndome que las alcance. Llegaba a penas, peleando contra la marea, tragando mil de agua salada, pero llegaba. El regreso era más fácil, sólo me hacía el muertito y el mar sabio, se encargaba de devolverme. “No le tengas miedo al mar, pero sí mucho respeto” – me dijeron alguna vez. Hice las paces con la playa un verano a los doce años; un verano en que me quedé un mes confinado a escuchar las olas golpear por la madrugada sin poder dormir por temor a un maremoto. Juro que escuchaba a las olas acercarse y que sentía hasta los pies humedecer de miedo. Aquel mes entendí que lo mejor de la playa no se encuentra al medio día y bajo el sol; lo mejor de la playa está por las noches, a la luz de la luna. Caminaba un buen tramo hasta una canchita de fútbol donde se juntaban chicas lindas y chicos de mi edad. Si algo hice discretamente bien, fue jugar al fútbol. Eso hice, matar mis penas con una pelota, al compás de los gritos de aquellas niñas lindas y bien bronceadas, que sabían corresponder a mis jugadas peloteras. Terminaba el partidito y regresaba a casa, esperando que nunca amanezca o que se haga de noche rapidito para regresar a meter un gol. Aquellas noches duraron poco, puesto que las chicas se cansaron de ver a un pequeño rubiecito y decidieron ir a besarse al oscurito con sus chicos guapos. Yo regresé a la casa que alquilamos y me encerré a contemplar atardeceres apoyado en la ventana que daba al mar. Tengo que aceptar que ese verano descubrí los encantos del sol, el mar y la arena que siempre se metía en mis calzoncillos. Ya más crecidito y acudiendo a la playa para festejar año nuevo, empecé a disfrutar un poco más. La playa permitía ver a mis amigas en prendas menores que mostraban sus dotes de mujer. Acudir a la orilla ya no incurría en dolores por insolación. A pesar de desenvolverme un poco mejor bajo el astro rey, siempre vi con mejores ojos a la playa por la noche. Echado en la orilla, mirando un cielo llenecito de estrellas. Intentar pedir un deseo con las estrellas fugaces y sobre todo si el deseo aquel estaba echada al lado mío. A pesar de mis aventuras playeras, nunca tuve un amor de verano que sepa recordarme aquellas temporadas con melancolía. Nunca procuré un beso inolvidable próximo a la orilla. Hasta hace poco, escapándome un fin de semana de la rutina que implica trabajar, descubrí que podría vivir frente al mar. Me encantaría poder quedarme otro mes entero mirando las olas ir y venir una y otra vez. Echarme en la oscuridad de la noche mirando un cielo despejado e iluminado. Me encantaría quedarme un par de días corridos echado al atardecer, sin sombrillas, bronceando mi cuerpo poco a poco. Me gustaría veranear de verdad, y no un fin de semana. Caminar por la orilla remojando mis pies, mirando el sol morir en un mar infinito en el cual nunca podré perderme. Me gustaría que mis hijos tengan la oportunidad de hacer una sana costumbre todos los veranos y no sufran lo que yo sufrí. Que aprendan a correr olas y que se metan al mar sin que la primera ola los revuelque. Me gustaría casarme en alguna playa, al atardecer, con pocos invitados. Me gustaría alquilar una casa de playa todos los veranos, siempre en una playa distinta. Echarme en una perezosa, tomar una cerveza helada. Me gustaría que el mar lave el tiempo en mi piel, que el sol maquille las marcas de una vida que pasa rápido y dormir en la arena sin temor de ver un reloj. Caminar descalzo, con el torso descubierto. Mirar atardecer y por las noches, intentar pedir el deseo pendiente. Con el tiempo he descubierto que al niño viejo si le gusta la playa, y que incluso, a veces, se le antoja que lo disfracen de ensalada.  

 

 

martes, 26 de febrero de 2013

El camino que no elegí

Entré al banco que conduce un cuy en el año 2008, lamentablemente no tuve la oportunidad de ser entrevistado por él, de conocerlo personalmente y escuchar su particular manera de hablar. Recuerdo aquella mañana de verano en que dejé un par de papeles que acopiaban información dudosa sobre mí. También recuerdo que adjunté una foto tamaño carné que mostraba a un jovencito de mirada inocente y de peinado particular. Recuerdo el terno que nunca fue mío así como el cuerpo que sostenía mi cabeza, un cuerpo que también tomé prestado. Si la elección de aquella convocatoria se hubiera regido única y estrictamente por la foto, seguiría desempleado. Dejé todos aquellos papeles chapuceros, impresos de manera improvista y sin el menor optimismo. Los dejé sin imaginar que quizá aquella acción sería la que cambió mi vida con mayor intensidad, la que me obligó a tomar un camino que necesariamente no escogí pero del cual, todavía, no me arrepiento. Lo primero fue capacitarme. Me llevaron lejos de todos, en verdad muy lejos. Nos depositaron en un club enorme que nos alejaba de la civilización, que nos confinaba a fumar alrededor de la piscina en conversaciones que nos salven de la monotonía del día a día. Comenzábamos muy de madrugada, cuando el sol todavía no terminaba de alojarse en un cielo limeño donde el astro rey siempre se hace esperar. Desde el vamos se peleaba por ocupar una ducha, y se rezaba con una fe inusitada porque caiga agua caliente que suavice el frío capitalino. Se escogía la camisa y corbata que nos acompañaría por lo menos unas doce horas hasta regresar a esa cárcel con lujos limitados. Se corría al comedor a meterse algo a la boca, tratando de cumplir con la obligación de alimentar un cuerpo que no sabía ya de retozos dignos de un ser humano. Luego de engullir algo al azar, depositábamos nuestra humanidad en un bus austero que durante una hora de viaje, se convertía según sea el caso, en un hostal para los enamorados o en un hotel para los que buscaban sosiego. Era el lugar donde nos sentíamos más libres. Ese bus en su hora de recorrido servía de refugio para lo que el placer proponga. Esa capacitación reunía gente de todas partes del país y nos ilusionaba con la idea de haber ingresado al mejor trabajo del mundo. Nos indujeron a dibujar una sonrisa imborrable en nuestros rostros, sobre todo para cualquiera que se definiera como cliente. No adoctrinaron en el arte de la falsa educación y cultivaron sin reparo, el miedo a perder dinero que obviamente tendríamos que reponer; y a estar dispuestos a cualquier tipo de juerga improvisada que pudiera presentarse. Ingresamos incrédulos al que también llamaban “el banco del amor”. Quien no besó a alguien de su entorno laboral, simplemente no trabajó en el banco. Se entremezclaron unos contra otros en variadas oportunidades y ocasiones. Se inventaron amores y romances, roces y coqueteos. Todos los grillos metidos en una misma olla. Pasé dos años y medio contando un dinero que nunca fue mío. Conocí gente a la que hoy recuerdo con cariño, otros pocos me siguen acompañando incondicionalmente. Tuve la oportunidad de ascender y ser enviado nuevamente a una capacitación. Esta vez nos encerraron en un hotel putanesco que permitía besos, abrazos, roces, infidelidades y borracheras. Aquel hotel de nombre casquivano guarda secretos que prefiero no conocer pero sin embargo, imagino casi al detalle. El banco que rige un cuy adinerado, también me permitió iniciar un camino de independencia personal. Me compré todo lo que me hizo falta y me permitió conocer el valor del dinero en toda forma y sentido. Me abrió las puertas de una vida que planeé de manera discreta. Me permitió algún tipo de desarrollo y me sigue formando ambiciosamente en propósitos alejados de la humildad. El banco compró mi libertad y me volvió esclavo suyo. Con este trabajo del cual sigo aprendiendo mucho, perdí inocencia y alejé al niño que todavía vivía en mí. Adopté una posición de adulto responsable y castigué algunos sueños que todavía avizoran en la penumbra. Aquel banco de reputación ostentosa y de ambiciones descomunales, me permitió crecer. Estoy a punto de cumplir cinco años en un lugar que considero mi casa. He firmado un contrato que me reconoce miembro de ese hogar, y recuerdo, que la última familia a la que pertenecí, aquella que casualmente dejé en el año que me integré a ésta, en su momento me obligó a escapar, a huir despavorido. Todos los recuerdos en esta ciudad, las anécdotas más risibles, los peores momentos, las metidas de pata, los aciertos milagrosos, los amores y desamores, los bienes que poseo… se los debo todos al banco, y se los debo con una tasa de interés especial.  

martes, 15 de enero de 2013

El diablo en mi corazón



Mamá siempre que me veía triste o meditabundo me aclaraba las cosas: - Es falta de Dios –  decía y me hacía reír. Con Dios me comunico esporádicamente, así como lo hago con mami. A mi madre la llamo de vez en cuando, tomo el celular y le pregunto qué está haciendo  y la pongo al día con mis anécdotas. A Dios le converso muy poco, de cuando en vez. Antes de dormir me acuerdo que estoy con vida aún y creo que eso ya es un milagro y el único que hace milagros es Dios (a veces creo que también Messi). Agradezco por las cosas que me salen bien y mal y pido sabiduría, aquella que escasea en mis días y a veces me lleva a la autodestrucción. Desde pequeño he añorado con una sola cosa para ser feliz; con una crianza afeminada he creído siempre que lo único necesario para alcanzar la cúspide de la placidez y prosperidad es encontrar el amor. Tengo la certeza de que mamá a estas alturas de la vida y resignándose al hecho de que ya no le pertenezco, reza infatigablemente para que le pertenezca a una chica buena. Yo también quiero encontrar a esa chica que sepa acompañar a este tipo amante de la soledad y adicto a la melancolía. He dejado de ser el tipo que confía ciegamente en las personas y me veo atrincherado en el temor de ser lastimado. Soy una nena con pantalones que espera a su princesa azul. He pasado varias temporadas experimentando el miedo de no confiar en nadie y encontrándole el defecto a todas las que se me acercan con buenas y malas intenciones, rezagándolas a promesas incumplidas y a proposiciones pendientes. Todas han sido víctimas de mi desconsuelo y mi desdén. Ninguna mujer es digna de mi confianza debido a experiencias como protagonista y muchas otras como espectador. Pero todo pasa, y las cosas se adecúan de modo que uno termina por reconciliarse consigo mismo y con sus temores. La vida misma se encarga de ponernos a todos en nuestro lugar pero somos nosotros los que decidimos acomodarnos y quedarnos o partir inesperadamente. Hoy tengo una mano que toma de la mía y apuesta por acompañarme en aquel camino donde tantas veces tropecé. Tengo unos ojos que me miran antes de encajar un beso milagroso que sabe emocionar mi corazón. Tengo una chica linda que me hace sentir importante muy a menudo. Pero el diablo pasea cerca, me mira de reojo. Me hace gestos poco amables y me envenena. Revive fantasmas misteriosos que tocan la puerta de mi mente y reproducen imágenes que sólo yo puedo ver. Los fantasmas me recuerdan que todo aquel que tiene la llave maestra que abre las puertas de mi confianza, pueden intentar saquear lo poco que guardo con cariño. Que pueden robar los tesoros que conservo cual avaro. Busco escusas tontas para alejarme de la posibilidad de  hacer algo realmente importante, de cumplir el sueño que tantas veces en oraciones elevé a un Dios que sabe dar las cosas en su tiempo. El diablo azuza mis sentidos y toca fibras desconocidas llevándome por caminos inciertos. Soy un tipo con temores, el diablo lo sabe y los duendes tenebrosos que bailan alrededor de las higueras que han plantado en mi cabeza también. Son miles los demonios que ven con recelo al ángel que me acompaña, un ángel que aparentemente ha decido educarme nuevamente en el arte del amor. Los espectros malévolos toman figuras conocidas y con cometarios envenenados intentan lastimar aquello que anhelé. Tengo que aceptar que siempre he sido mi peor enemigo y el primero en poner en tela de juicio cada paso que doy. El diablo confabulando con mi lado oscuro, me conversa amablemente y con la sapiencia adquirida por los años, me confunde con facilidad. Soy tan mezquino conmigo mismo y con los demás que prefiero quedarme solo y morir en esa situación que fatigar a personas que ciertamente merecen algo mejor que este payaso ocasional que sabe un par de chistes y los cuenta repetidas veces, cada vez con menos gracia. Mamá sabía que este niño confundido estaba propenso a ser visitado por entes virulentos. Ella con su sabiduría divina ha entrenado de manera sigilosa y casi desapercibida a este su hijo, que ahora entiende cada frase mencionada. Cuando uno tiene algo que vale la pena se confunde, ignora que quizá merecía la oportunidad de experimentar algo diferente o quizá se vuelve ciego ante sus propios deseos. Ahora entiendo para lo que me preparaba mamá. Esto que me pasa… “es falta de Dios.





Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Corintios 13