martes, 24 de marzo de 2009

La sorpresa que no di

Llenaste el cuarto de globos gordo pillo. Un acto de amor que me conmovió incluso a mí. Es que tu gorda llegaba de España, de la Madre Patria, donde seguro se permitió algunas travesuras. Y es que yo hace tiempo no hago una tontera tan linda, hace tiempo nadie me remueve el corazón y me inspira si quiera a algo parecido. Usaste mi cartel, un acto pícaro y lúcido que provoca el amor y mucho más cuando está asociado a la distancia, que es cuando se pronuncia en su mayor expresión; aquel cartel que dice aún “Cásate Conmigo”; dedicado a mi ex gerente de banco: Ceci, a quien aún recuerdo con mucho cariño y seguro ella también a mí por mis improperios y bromas alusivas. Compraste aquel globo inmenso en forma de corazón y llenaste el cuarto de cientos de globos más pequeños, que pegaste hasta en las paredes. Envidié aquel gesto de amor porque fue en verdad una gran idea, por que fue tu idea gordo perezoso; que por tu gorda, estabas dispuesto a quedarte hasta tarde acomodando todo, y levantarte al día siguiente bien temprano para recibirla con un ramo de flores. No sabes las ganas que tenía de reventarlos todos, no por la envidia sana que pudiste provocar, sino por que me encanta arruinarte todo, mi querido gordo. Pero reconozco el cariño con el que lo hacías y tampoco soy tan canalla, creo que no. Me hubiera encantado ver la cara de tu gorda, su expresión: - ¡Coño! – habrá dicho verdad. Yo te abandoné temprano porque tenía una tertulia. Fui un traidor, un egoísta. Pero valgan verdades gordito, también tenías que inflar algunos globitos pues, que la sorpresa era tuya. Todo salió regio gordo, salió fenomenal estoy seguro, y felicito tan estupenda idea, la saludo y seguramente la copiaré con descaro algún día. ¿Te puedo recomendar una nueva sorpresa? Para la próxima vez que la recibas, bájate unos diez kilitos y anda un mes al gimnasio, conmigo obviamente, porque también lo necesito. Te apuesto que así la haces llorar a tu gordita adorada y nunca más te deja, si es que te dejó alguna vez. ¡Gordo cabrón! Mi gran amigo, supiste hacerla, sólo te falto pensar que hacer con tantos globos después, que pasaron muchos días mendigando en tu cuarto. Lamento que tu gorda se haya ido tan pronto, sus papás podían sospechar su ausencia y eso no les conviene a ninguno. Tu amor algo mezquino, incomprendido y hasta reprochado por mí es tan inmenso como tu barriga, como tú mismo. Tu manera a veces torpe de defender ese cariño es admirable, y créeme que no pienso intentar cambiar en lo absoluto este método efectivo que llevas. Te envidié gordo, y eso no pasa con frecuencia. Que tú y tu gorda sean felices por siempre, o hasta que dure. Yo seré feliz viéndolos así: gorditos y enamorados.

martes, 17 de marzo de 2009

Sólo travieso

Ser puto no es malo, lo malo es ser imprudente. El amor es una excelente excusa para ser más bueno o más malo; y también, el límite marcado para diferenciar el beso que pude ofrecer. No soy malo, soy travieso. No soy un animal en busca de sexo, no soy el poeta en busca del amor, no soy el bohemio en busca de aventura, no soy el hombre apático en busca de soledad. Soy un ser humano con carencias y virtudes. Soy un hombre que cree en el amor pero no sale a buscarlo a la calle. Soy un hombre que se equivoca muchas veces pero intenta no cometer el mismo error. Soy un tipo que sabe compartir, disfrutar del momento; entrar en tu habitación, desordenar todo: tus labios tu piel, tu vida; decir te quiero y salir despacito, sin hacerte daño, cerrar la puerta y no despertarte cuando te halles dormida. No soy tu amigo, no soy tu ángel, tu amante; soy tu cómplice, tu mentira, tu verdad. Como dice la letra de una canción: “Prefiero un final inmediato y misericordioso antes que amistades largas y mal intencionadas” Como dice Coelho: “Cuando alguien parte es porque otro alguien va a llegar; encontraré otra vez el amor” Como dice Leonardo Dosantos: “La vida es una puta caprichosa” y sabes… tú también princesa anónima, que espero pero no busco. Y se llama Soledad, el nombre de mujer que hace que me enamore de ti, de la nada, de nadie que conozca pero extraño mucho. Y se llama Soledad la que hace que te lleve a la cama, que te robe un beso, que te mienta en un instante de sinceridad. No regalo besos, los comparto con personas que me inspiran confianza y luego, salen huyendo de miedo. No soy el cazador; soy la presa coqueta que mueve el rabo y sale corriendo. Soy el perro que persigue la rueda del auto y no sabe que hará cuando la alcance. El amor no tiene idioma, quizá por eso no me entiendan. No tiene límites, por eso habrá tantas guerras. Si hablas del amor, ama. Si lees esto y te convence, estás equivocada. Fácil es hablar, no tan difícil escribir; el problema es vivir y entender que a veces, la verdad duele, y más aun cuando estás equivocada. Prefiero morir de amor que vivir mil años con algún rencor en el corazón, con alguna envidia en la cabeza, con mucho dinero en los bolsillos o una mentira como inspiración. Si tú dices que soy malo, demuéstrame que tú eres buena y corrige mis errores que estoy dispuesto a aprender. Ser sincero e incluso imprudente quizá y sea mi mayor virtud, mi mayor defecto; lo que mejor hago pero lo que peor tengo. Tú dices ser mujer, yo soy un puto romántico. Tú dices querer amor, casualidad, yo también. ¿Tú sabes lo que es eso? Casualidad, yo tampoco. Soy el guerrero que te va a proteger pero sólo tengo como armas infalibles un papel y un lapicero. Soy tu guerrero cobarde pero tuyo. Mujer anónima, princesa etérea; yo también voy al baño, no soy distinto a los demás hombres. También me mojo cuando llueve y me gusta. Hoy te llamo Soledad y te veo en todas las mujeres; si eso es ser puto, soy reputo. No se vive de amor pero si se muere por él. No te pido que me creas, que pienses igual que yo, te pido que me entiendas y me aceptes. Mañana será el entierro del día de hoy y tal vez no piense igual. No soy malo; ser puto no es maldad, es confusión. Mi error es ser sincero, llegar a ser imprudente. Amo a las mujeres porque mi madre también lo es. Si te incomoda lo que escribo, discúlpame; porque también he aprendido a pedir disculpas después de un improperio impensado. Ni tan puto, ni malo; travieso. Si eres la mujer sin nombre, la princesa etérea, dame una señal, que últimamente ando distraído, confundido.

sábado, 7 de marzo de 2009

Anchos instintos

La lluvia coqueta y melancólica que acompaña la tarde espanta a los clientes, los intimida; permite que el banco, lugar en el que trabajo por las tardes, se transforme en un sitio de sosiego, de reposo, de armoniosa paz. Yo ando tranquilo, pensando en tonteras que no alteran ni afectan mis días. ¿Qué hago con mi cabello? ¿Ahora que vivo solo, podré ser todo lo puto que puedo ser? ¿Si nadie me ve en mi habitación, por qué todavía no me he hecho la paja? De pronto entra aquella gordita feliz, con un taper en la mano, muy enérgica, muy contenta. Miriam, como se llama aquella señorita rechonchoncita, acude con cierta frecuencia a la agencia. Por cosas del destino, me toca atenderla. Muy fresca se acerca, me saluda como si me conociera de toda la vida; se disculpa porque ha traído un depósito de dinero algo fuerte, porque ha traído mil soles en monedas de un sol y de cincuenta céntimos, se disculpa por todo menos por ser tan coqueta. Yo le digo que no hay problema, que ese es mi trabajo, pero miento, porque si hay problema, porque aquella señorita gordita y coqueta le gusta que yo la atienda, que cuente sus moneditas, que la escuche contarme sus cosas. Me da el dinero avergonzada: dos depósitos con billetes, los cuales cuento rapidito, casi sin revisar, sólo para terminar y que se retire, sin importarme que haya falsos. Me promete que me va a premiar, que me va a regalar un pisquito buenazo, para mi solito. Me ha visto la cara de borrachín, de borrachín misio para regalarme sabe Dios qué pisco venenoso. Me pregunta si me lo puede traer. - Si – respondo agradecido por el detalle, con mi mejor cara de borrachín afable y bonachón. – Me caería bien justo ahora que vivo solo – le digo sin ningún tipo de intensión y sin medir las consecuencias. - Perfecto – me responde de una manera peligrosa. – Mejor me pasas a buscar y nos vamos a tu casa – me dice aquella casquivana sin tapujos. Yo bajo la cabeza y cuento más rápido. – Toma mi tarjeta, con mis números, me llamas cuando salgas, yo trabajo acá cerquita – me comenta vigorosa. – Aguanta gordita mandada. No estoy tan desesperado para acceder a tus bajos y anchos instintos, ni hablar, de una sentadita me matas - me digo en aquel soliloquio endemoniado que ejerzo. Termino con los billetes, me entrega un cheque que no ha endosado; le pido que lo haga: su nombre, su documento de identidad y su rúbrica por favor. - ¿No quieres mi dirección? – me pregunta haciéndose la despistada. – No, no es necesario – respondo educadito y asustado contando las monedas, los mil soles en monedas que ella me pasa en torres de diez en diez a mi manito, forzando un roce de manos que trato de evitar. – A no gordita, no me vas a conquistar enseñándome todo ese dinero y menos haciéndome contarlo, ensuciando mis manitos que ya bastante sucias están. Yo no caigo ni a balas gordita, ni con diez cajas de ese pisco que me prometes, y menos cuando me traes monedas falsas gordita desgraciada, así menos. Olvídate de este flaquito que será medio puto pero conserva algo de buen gusto – pienso rápidamente. – Hay amiguito, eres una bala contando las monedas… ¡ufff! Me ganaste de lejos – me dice siempre con aspavientos. – La bala eres tú – pienso una vez más. – y de cañón gordita, y de cañón- Le entrego sus comprobantes. Promete volver con el sol que le presté por haberle encontrado una moneda falsa. - Gorda conchuda, nunca regresaste; me dejaste sin pisco, sin pasaje y con la sensación de haber sido ultrajado -. Nunca leí su tarjeta, no pienso llamarla ni buscarla. Espero que te atrevas a venir pronto para cobrarte la monedita que te presté y reclamar aquel pisco que ni pienso tomar, sólo te lo voy a pedir por joder. La lluvia se hizo más intensa, los pocos clientes que entraban lo hacían empapados, y yo, temía que aquella gordita, Miriam, osara retornar a mi ventanilla. P.D.: Gordita lanzada, tu pisco estaba rico. Gracias.