lunes, 17 de diciembre de 2018

El misterio de la soledad

Llego a casa a cuestas: abatido, cansino. Arrastro mi cuerpo hasta la puerta del segundo piso, arrastro también una caja con víveres navideños que la empresa nos regala cada año con menos espíritu navideño. La puerta se abre despacito, como pidiendo permiso, y luego de doce horas de ausencia, como un golpe de energía, encuentro tus ojos mirando los míos, tu mirada iluminándome. Corres hacia mí abrazando mi pierna, dándole sentido a todo un largo día. Cumples con regalarme una dosis de purito amor y rápidamente abordas la caja misteriosa que he traído. Últimamente todos los momentos son futuros recuerdos, éste me lleva muchos años adelante, cuando tu memoria invoque las navidades en que papi llegaba con regalos a casa. Descubrimos el misterio que guarda ese cartón y tu emoción me embarga, me conmueve, tanta felicidad también me salpica. Es increíble como hace unos años atrás abría la puerta del departamento y encontraba oscuridad y silencio, donde sospechosamente era feliz, entre tanta ausencia, escuchando el eco de mis pensamientos; extrañando a nadie, esperando que me toquen la puerta para salir despojado de mi cama, donde pasaba el mayor tiempo del día. Lo mágico de administrar tu soledad era saber que escogías el momento preciso para estar acompañado, para llenar por antojo vacíos que de vez en cuando te aburrían. Luego de fumar ese porrito de compañía, de escuchar nuevas historias, de acompasar ritmos de poca costumbre regresaba como un oso en invierno a su cueva, a ese espacio personal donde recargaba pilas y me encontraba a mí mismo, me regocijaba. Hoy soy consumidor de otro tipo de soledad, de la soledad que no se escoge, de la que te rodea como la oscuridad rodea la noche. Es un problema de la humanidad siempre querer lo que no se tiene, añorar lo que parece imposible. Últimamente soy una ensalada de sentimientos que avizora cuatro paredes abrazándome. No sé si la adolescencia tenga una segunda etapa a los treinta y dos años, pero vuelvo a ser aquel chico de dieciocho que no sabe qué será de su vida de acá a diez años. En el silencio, en el abandono, uno siempre encuentra un momento de claridad. He revisado libros y escuchado historias que relatan que el optimismo no tiene caducidad, que los sueños llegan a cumplirse en menor o mayor escala y que sólo existe un tipo de cementerio. Son largas mis conversaciones internas, pero son pocas las respuestas en el soliloquio interminable de saber a dónde voy. La soledad no sabe de modas y se viste como le da la gana: a veces con los colores de la primavera, a veces con grises fríos invocando el invierno. Ezio ha encontrado entre las latas y sobres el paquete de papitas y su mirada es elocuente, es un pirata que ha descubierto el tesoro escondido. Nuevamente cable a tierra, regreso de mis cavilaciones y complazco tu deseo de invadir aquel botín. Soy tan feliz viéndote feliz que a veces creo que no hay más que vivir, que viviré para complacerte. Eres esa velita que ilumina el camino y aunque reconozco nuevamente que no sé hacia donde voy, tú eres el motivo por el cual sigo avanzando. Temo despertar una mañana y no tenerte cerca, no complacer mis expectativas de acompañarte. No sé si sabes que soy tu papá, porque a veces yo lo olvido. Yo te siento y me siento como ese mejor amigo, ese que escogiste tú, ese que escogí yo. Soy preso de la soledad y la dicha a la que tanto amor me ha sentenciado. Soy tu guardián solitario Ezio, aquel que es pagado con tu sonrisa, con una gracia tuya, de esa forma soy millonario. Amo estos momentos, en los que inexplicablemente me siento yo mismo. Los que me invitan a sentarme y escribir lo que una voz misteriosa me dicta, una voz que suena a mí. Debe ser la navidad que tiene la costumbre de atrofiar mis sentimientos, o el vino syrah que saboreo una y otra vez mojando mis labios, envenenando recuerdos. O quizá solo sea la soledad que abraza, que envuelve; la soledad celosa. He dedicado muchas noches a indagarte, a descubrirte: quizá solo seas tú otra vez, quizá solo sea tu misterio, soledad.