martes, 31 de enero de 2012

Las cosas inusuales

Me apesta el trabajo, de hecho, estoy decidido a ganarme algún juego de lotería y dejar de sufrir pensando en el futuro (porque nuestro futuro depende al parecer, estrictamente de lo económico). El banco es frío como un iceberg, y entiendo que la ambición de las entidades bancarias provoca eso. Hay cosas que cambian para mal, que entran en una monotonía tediosa y acumulan un estrés que va deteriorándonos silenciosamente. Pero siempre, y gracias a esas cosas que no entendemos ni queremos entender, hay cosas inusuales:
El cliente se queja, no entiende, le han retirado dinero de su cuenta y ha venido a reclamar. No quiere hablar con cualquier persona, quiere hablar con la supervisora. Ella lo recibe, le pide que tome asiento. Él habla enfurecido, con cierto aspaviento, sabe que el banco está cerrando y no hay mucha gente: - Srta. es inexplicable cómo esas máquinas le pagan a cualquier persona, ¿no se da cuenta que nos soy yo quien está retirando el dinero? – reclama airado. – Señor, pero para que retiren el dinero como lo han retirado necesitan su clave e incluso su D.N.I ¿conoce a la persona que ha retirado el dinero? – responde calmada la supervisora. – Ese no es el asunto Srta. me indigna que un Banco tan prestigioso como el suyo haya pagado mi dinero a alguien que no soy yo. – Pero señor, ¿Ud. ha tenido que brindar su clave a esa persona? – pregunta la supervisora inmaculada. – Sí pues, sí. ¡Esa mujer me robó! ¡Esa mujer me engañó! ¡Esa mujer era mi amante! ¡Esa ratera es mi amante! ¡Quiero mi dinero carajo! ¿Esa máquina estúpida no distingue a un hombre de una mujer? ¿Un macho de una hembra? ¡Si los hombres tenemos pito! ¿No pudo distinguir mi pito? ¡Esa máquina está coludida con esa ratera! ¡Este banco está coludido con esa ratera! ¡Me llega al pito este banco! ¡Quiero mi plata! ¡Quiero mi plata! ¡Esa mujer era mi amante! ¡Y puedo jurar que no tenía pito!

Me pide que le indique si su mamá tiene alguna cuenta en el banco, si puede iniciar algún trámite para poder hacerse del dinero de su mamá. La señora es de edad, entiendo que su mamá falleció a una edad muy avanzada. Le indico que no puedo ayudarla, que sólo puedo brindar información a titulares (aunque estos estén indispuestos a acercarse al banco). Sé que para ese simple dato debe de traer unos documentos que le significaran un gasto no menor, por eso y contra las normas me apiado y reviso sólo para indicarle si hay o no hay cuentas. No encuentro nada. Entonces saca unos papeles doblados y maltrechos y empieza a dictarme otros números de documentos para que revise, indicando que son vecinos, amigos, tíos, y demás personajes. Ahora si le indico que no puedo ayudarla. Vuelve al tema de su mamá, me pide que revise bien. Mientras hago el ademán de complacerla, ella empieza una conversación misteriosa en voz baja; pensando que se refiere a mi persona le pregunto qué me dijo, que no llegué a entenderle. Me responde que no habla conmigo, está hablando con su mamá, dice que tiene doscientos soles en su cuenta, que por favor busque con paciencia, que revise bien, que no tiene apuros.

Le termino de explicar con paciencia las bondades de la cuenta de ahorros que he aperturado, al parecer todo está claro. Entonces me agradece, me indica que ahora desea hacer una “deposición” en su tarjeta. Le digo que no es necesario, que es de mal gusto. Ella sólo me mira. Entiendo que la gente no tiene complejos en comunicar que se caga en el banco.

Ha regresado por séptima vez, después de que atinamos a anotarle la clave en un papelito. Ahora no se ha olvidado la clave, se ha olvidado el papel en algún lugar, justo en el minuto que lo dejamos de ver. Quiere otro cambio de tarjeta.

Lo hago firmar, le indico que también tiene que acompañar la rúbrica de su señora, quien ha escuchado paciente la venta y pretende colaborar. Ella firma, está convencida de que es un buen trato. Tengo los papeles listos, se los llevo a mi supervisora para que pueda aprobar aquel préstamo, el último de la tarde. Revisa bien, la cónyuge que aparece en el sistema no es la misma que acaba de firmar. Llamo al Sr., intento no ser evidente y no provocar un escándalo en el banco. Lo sentamos en el escritorio de la supervisora, en el banquillo de los acusados. Le consultamos sobre el incidente, le comunicamos que difiere la cónyuge con la Sra. que lo acompaña. Indica que es la nueva. Lo hacemos escribir una carta con su puño y letra donde indica que ha cambiado de pareja, que la anterior duró un par de años, que mantiene una nueva relación, y que en un futuro próximo, no sabe con quién andará.

Le pregunto su profesión o actividad económica. Indica con orgullo: ¡Mantenido!

Ha regresado preocupado, me indica que la maquina le pidió que ingrese su D.N.I y ahora no se lo quiere devolver.

Podría decir que muestra felicidad, algarabía. Viene con el documento en la mano, indica que quiere cobrar el dinero, que falleció ayer y que quiere cobrar el dinero. Me enseña el documento donde figura el nombre del difunto. Le indico que él era uno de sus beneficiarios, que el que debió morir era él y no el que ahora descansa quizá y en paz. - Lo lamento - le digo. - No se preocupe - me responde, el que lo lamenta soy yo.

-Señor, por qué no se anima, es un buen seguro de vida- le digo. - A qué se debe que no acepte tan buen sistema de protección en caso falleciera - No gracias, no pienso morir por estas fechas - me responde con total seguridad.

Está indignado, no quiere hablar conmigo, quiere hablar con alguien de jerarquía en el banco. Él no es cualquier cliente, eso alega, quiere hablar con el representante, con alguien que identifique al banco. Me pide que baje el “Cuy Mágico”. – Está de vacaciones - le indico. - Entonces regreso - me dice y se retira.

martes, 24 de enero de 2012

Cómo ando

Antes andaba triste, pensando en la vida, en los pequeños problemas que a veces hacemos enormes. Andaba feliz, todo me causaba risa, la vida me sonreía. A veces andaba solo, metido debajo de mis sábanas todo el día. A veces paraba con la casa llena, en tertulias inmortales. Ahora ando igual, con días buenos y días malos, la única diferencia es que ahora, ando en carro. – Se llama Rolly – me dijo cuando acordamos la venta, me contó que sus hijos lo bautizaron así y prometí conservar el nombre. Al principio me sentí el malo de la película, puesto que me enteré que aquellos niños de imaginación mágica estaban tristes con la partida de algo que parecía alguien de la familia. Lo compré sin tener brevete (como muchos), y sin saber manejarlo (como pocos). Como todo niño, soñaba con el hecho de tener mi carro, de poder manejarlo con la ventana abierta escuchando una buena canción; al principio lo hice con el carro estacionado, porque todavía no soy hábil en el arte del manejo, estoy en el grado de “caña monse”; y ahora que lo hago a cuarenta kilómetros por hora, lo hago con cierto estrés. “Cuando conduces no sólo es tu vida la que manejas”, escuché alguna vez y ahora vivo con el trauma de hacerle daño a alguien, y más cuando he tenido algunos inoportunos choques. El primero fue estúpido, regresaba de dejar a una amiga sana y salva en su casa, orgulloso de sentirme un “shushumajer”. Como todavía no tengo noción de las calles y sus señales, intenté retomar el camino por donde vine; Mónica, que andaba obnubilada en conversaciones por el celular arremetió con un grito que me obligó a girar el carro cuando no venía ninguno del otro lado y fácilmente pude haber frenado y metido retro, pero no alcancé a pensar y despacito, de la manera más romántica y sutil, besé el poste aquel que se cruzó en el camino de Rolly, que terminó con una abolladura pequeña pero que todavía no me perdono. A veces creo que Rolly me odia, que del amor desmesurado que le tenía aquella familia que me vendió el carro, ahora tiene a un loco que no sabe manejar, que hace mal los cambios, que choca, que no lo lava muy seguido (porque ni eso sé bien), que al parecer lo tiene algo relegado. El choque fue estúpido pero fue. Llegué a casa después de manejar un rato, de manejar preocupado; llegué a casa y antes de intentar dormir, me eché un rezo y prometí no chocar con Rolly nunca más. A veces pienso que Dios tiene un sentido del humor un poco ácido conmigo, porque a la mañana siguiente, cuando me proponía darle un baño a Rolly, escuché el intercomunicador pidiendo que mueva el carro. Cuando me di cuenta no era mi carro el que tenía que mover, era el de mi compañero de departamento, que se encontraba de viaje. Entonces me propuse sacarlo de la cochera, un trámite tan sencillo como retrocederlo un poco y cuadrarlo hasta que salga el vecino. Lo hice bien, lo retrocedí despacito, y despacito me subí a la vereda del frente hasta encontrar reposo en una camioneta Hilux del año (y eso que el año llevaba tan solo veinte días) y desprenderla de la extensión del parachoques. Mi vecino partió como si fuera él el culpable. Llegué a guardar el carro de mi compañero y como un caballero avergonzado y lastimado en mi orgullo, fui a hacerme responsable de mis actos y a conversar con mi otro vecino, el que acababa de desgraciar. Estuvo algo enojado, como debe ser, pero alguna vez fue joven como me terminó contando por la noche cuando brindamos después de arreglar su camionetita. El chiste no me salió tan barato, pero lo asumí como debía ser, con responsabilidad y dolor. Ese día estuve terrible, y recordé la oración que elevé, conmemorando que fui explícito al decir que no quería volver a chocar a Rolly, no mencioné nada del carro de mi compañero, el cual no se hizo daño. Ya muy estresado, con la sensación de cuadrar mal el carro, con el presentimiento de chocarlo, de atropellar a alguien, de que explote por prenderlo mal, acudí (gracias a la amable invitación de David, un gran amigo) a la puerta de un cura para que bendiga a Rolly y si era necesario, me exorcice a mí. El cura hizo una misa antes de echarle agua bendita al carro y a los presentes. La pequeña liturgia me hizo recordar las palabras de mamá: “¡acércate a Dios!”. El padre fue claro al decirme que no estaba exento ni de choques, ni de que Rolly adolezca de algo, o de algún otro exabrupto. Me conmovió tanto que le di una propina algo elevada por lo que el padre no sólo debió baldear mi carro con agua bendita, sino que también pasarle un trapito y echarle un poco de cera; pero en ese momento pensé que a veces gasto el dinero en sonseras y que era mejor que aquel padrecito lo gaste quizá y en sonseras también por mí, total, Dios está de su lado. Rolly no prendió en llamas cuando le cayó el agua bendita, ni yo estoy libre de cualquier percance, sólo hay que tener cuidado. Ahora estoy esperando pulir no sólo el carro sino también algunas habilidades. Mi amigo Rolly se ha vuelto el primer carro creyente y reza para que lo trate bien. Si quieres saber como ando, pues igual que antes, sólo que ahora, ando en carro. (Si, teme)
Pd: Si tienes un carro del año y deseas conservarlo nuevo, aléjate de mí, tengo una fijación enfermiza y una envidia atroz.

martes, 10 de enero de 2012

2012

Moriremos, es inevitable y lo único que debemos saber; que se acerca el fin de nuestros días y que se acabará todo tipo de alegrías y tristezas. Y es que esa es la premisa que anuncia al 2012, que moriremos. La idea no me escandaliza, igual podemos morir cualquier año, y entiendo que el treinta y uno de diciembre de todos los años no sólo nos alborotamos por recibir un nuevo año, sino que también celebramos el hecho de haber sobrevivido un año más, el hecho de haberle ganado la partida un año más a la muerte. Si nuestros amigos los Mayas tuvieran la razón, y estos días fueran los últimos por vivir, no sería tan triste la idea y hay varios motivos para celebrar un posible fin del mundo. En primer lugar todos moriremos algún día, y la mayoría morirá sin saber la fecha, hora ni lugar; con este fin del mundo, no moriremos solos, moriremos todos juntos y si fuera verdad, sabemos que no nos queda mucho y tenemos la chance de planificar nuestros últimos días de vida, privilegio que no tienen otros muchos pecadores. Segundo: estos son días de caos y estrés entre los habitantes del planeta, hay mucha pugna por el poder, mucha confusión, mucha falta de amor y de identidad, porque la mayoría de la gente (y hablo específicamente por mí), no saben qué hacer, a dónde ir y muchos otros (sigo incluyéndome), no saben ni quiénes son; por tanto, este fin inevitable y absoluto, terminará con la incertidumbre de la gente confundida y desamorada y permitirá el descanso eterno a este tipo de interrogantes y a las molestias diarias que significan seguir viviendo. En mi caso en particular, me aliviará el hecho de no tener que ser mejor persona, de levantarme temprano, de pagar las miles de deudas financieramente que tengo (y sin cobrar ningún tipo de seguro de desgravamen porque tampoco será necesario) y por sobre todo, las deudas afectivas que todavía tengo pendientes y creo, donde los intereses son más altos. Tercero: a los que temen que será de su futuro o incluso el de sus hijos, les dará tranquilidad saber que no tendrán que preocuparse. A los que están cansados de ver tanta violencia, a los que reniegan de la vida, a los que les apesta el mundo, a los que creen que todo es injusticia y desigualdad, a los que celan el éxito del prójimo; a todos ellos les aliviará la idea de que encontraremos el mismo final e incluso con fecha y hora compartida (no hay nada más democrático que la muerte). Por otro lado, los optimistas de la vida, los que han hecho con responsabilidad un plan de vida e incluso se han preocupado por cumplir a cabalidad este cronograma vital, creo que también les aliviará saber que cumplirán al 100% lo trazado hasta donde les tocó avanzar; y si quieren morir satisfechos, pueden reestructurar esta hoja de ruta y hacer resumidas cuentas para los días que quedan, de esta manera cumplirán a cabalidad lo planeado y morirán con cierta satisfacción; pero igual morirán, lástima; aunque quizá eso no esté en sus planes. Siempre he despertado con la sensación de que esta sería la última mañana, los últimos pasos, que sería el último día; y a pesar de mi desgano y flojera, puedo asegurar que he vivido con cierta intensidad y que he disfrutado de estos años en los que he sabido llorar y reí; por tanto, ahora podemos llevar a la práctica el dicho popular que nos invita a vivir los días como si fueran los últimos que nos quedan. Este año (el último) intentaré reparar los errores cometidos, perdonar si hay que perdonar y pedir perdón si fuera el caso. Para los días que nos quedan, intentaré vivir con un poquito más de descaro y por ende con más alegría. Intentaré respirar todo lo que pueda, no dejar ningún pendiente, y sobre todo, y ahora con más razón que antes, intentaré sobrevivir hasta el diciembre próximo en que todo volverá a ser oscuridad. Sería una vergüenza terrible morir antes del fin de los días sabiendo que no falta mucho para esto, sería en verdad bochornoso no disfrutar de aquel espectáculo tremebundo, ser la última generación de la humanidad en dejar rastro. Si fuera verdad esto del fin del mundo, en cierta forma seríamos unos privilegiados y no pretendo perderme tal honor. Entonces, que esta fatídica premonición nos sirva para valorar lo poco que nos queda, para disfrutar sin complejos lo restante, para vivir aunque sea este par de meses a intensidad. La vida siempre fue y será una, habrá que disfrutarla. Ahora lo que en verdad nos debería preocupar, es saber que no se acabará el mundo este diciembre venidero, que se repetirá la secuencia cronológica de toda la vida, el terrible trajín cotidiano, la monotonía exigente de seguir viviendo; eso si me da escalofríos y produce en mí un temor considerable y una preocupación que podría llevarme al suicidio.