martes, 18 de agosto de 2015

La cura de todo mal

Hoy llamé a mi madre, muy preocupado, rascándome todo. Mi mami enloquece cuando la llamo, cuando escucha mi voz.  Ella cuenta los días que no hablamos, y cuando ya no puede más, cuando vence su miedo a interrumpirme o molestarme, pega la llamada y en un tono de niña resentida comienza la llamada con un triste: “¿ya te olvidaste de tu madre no?” Hoy la sorprendí, caí en la  dulce sensación de ser su pequeño pollito otra vez, tenía que consultar algo que solo ella registra en su memoria llena de amor hacia mí.  – Clari (por Clara) ¿recuerdas si ya me dio viruela, sarampión o varicela? – Ella muy calma, en un tono pausado el cual desconozco, me pregunta si me siento mal. Le cuento que una compañera de trabajo es víctima de una de esas enfermedades eruptivas y que caía en resumidas cuentas, que yo también era portador del virus. – Mi madre, con su infinita dulzura y su irreverente forma de ser me dice: - “Ay papito, mira, hasta más ratito no va a morir. Te llamo en la noche porque ahorita estoy un poquitito ocupada. Besos.” – y me dejó agonizando, rascándome las piernas, la cabeza, como perro pulgoso. Es una venganza sublime la de mi madre, la de colgarme cuando más la necesito. Y es que aunque ella no me auxilie como esperaba, me ilumina. Cuánto me cuesta escribir hoy por hoy. Cuánto me he alejado de las letras y el romanticismo de sentirme un escritor. Y hurgo en mis recuerdos intentando reciclar una historia que encaje en aquellas memorias  colgadas en  un rincón virtual que ya nadie lee. Pero hay una sequía intelectual que solo personajes mágicos, únicos como Clarita, saben descubrir. Ya por la noche, y sin ningún tipo de interrupción que la distraiga, Clarita me devuelve la llamada y me comenta que efectivamente he sido víctima de la viruela y varicela. Y es que tengo en mi memoria algunos flashbacks  que me ubican en mi cama, atado de manos por las pantis viejas de mi madre, antes de dormir, en pijama. Amordazado, mártir de las ocurrencias de esa señora loca, que intenta cuidar mi rostro de cualquier intento de contacto, evitando que me rasque y que marque mi rostro lozano. ¡Sí! Mi madre me raptaba, amarrado de manera profesional, bajo las sábanas y frazadas de mi cama, víctima de la varicela, dela viruela, víctima del amor de mi madre. Según tengo entendido, la varicela (enfermedad que aqueja a mi compañera), no te puede dar dos veces. Por tanto, me debo encontrar fuera de peligro, pienso mientras me sigo rascando. Mi madre, aprovechando la llamada, también me cuenta que hace algunas noches soñó conmigo. En su sueño recibía la trágica noticia de que había muerto, a lo que ella se deshacía en llanto. Despertó en la madrugada con esa dura sensación e inclusive despierta, en la oscuridad de su habitación, siguió llorando mi muerte. Y así, nuevamente volvió a dormir, con la consigna de advertirme muy temprano, de rescatarme de cualquier suceso inicuo. Recién lo ha recordado, un par de días después, y me invita a que me cuide. Si algún ser celestial mediante ese sueño, hubiera presagiado mi triste final, mi madre no me hubiera salvado. Y eso me hace feliz, saber que ella es como es, y que sus oraciones me tienen bajo buen resguardo, no sus sueños, sus oraciones. Ya no me interesa ni el sarampión ni la viruela, ni la varicela ni el ébola. El amor de mamá lo cura todo.