lunes, 27 de diciembre de 2010

Las Navidades también son tristes

La Sra. Margarita me mira y me besa como si fuera su propio hijo. Yo le sonrío agradecido por tanto cariño pero no recuerdo bien quién es. Me dice que siempre reza por mí, que tiene siempre presente los once de septiembre (mi cumpleaños), que le da gusto verme tan grande porque no me ve hace mucho, cuando aún era un niño. Yo no entiendo nada pero me siento conmovido. A Tacna regreso después de casi cuatro meses, y es que cada vez me da menos ganas de regresar. Mi madre está un poco más vieja; estrenando arrugas que no conocía. Su mirada siempre cansada se contrasta con la sonrisa que dibuja cada vez que me ve llegar; parece que le agradeciera a Dios el haberme cuidado todo este tiempo. Aunque no lo termine de entender, siempre es bueno regresar a casa y darme baños de humildad y cariño. La casa ya no luce como las navidades pasadas, ya no hay tantos regalos bajo el viejo árbol, ya no hay tantos niños corriendo, ya no se espera la cena navideña con tanta ilusión como antes. No han venido todos los miembros de la familia. Antes fácil y llegábamos a ser veinte personas; ahora apenas y pasamos las diez. A la hora de comer, los más chicos (entre los cuales estaba yo), nos servíamos la comida en la cocina, en la mesa más pequeña, donde podíamos jugar y reír sin que los adultos nos estuvieran llamando la atención o pidiéndonos que no retocemos en la mesa. Los grandes por su parte, y con una copa de champagne (nunca más de una botella), se ponen a conversar y soltar risotadas escandalosas en la mesa de la sala. Comemos rápido y conversamos poco. Ahora me toca sentarme en la mesa de los adultos y no es tan divertido. El pavo está un poco salado. El ají pica una barbaridad. Las ensaladas no han tenido tanta acogida. Tomamos un champagne un tanto dulce y yo se lo doy a la pequeña Sabrina, que es la perrita cocker que ahora se pasea por toda la casa. Ella toma como loca y me da risa que aquella perrita correlona y juguetona ahora sea una alcohólica floja y gorda. A la pobre Sabrina le tocan sus gotas para dormir y no tenga que soportar los cohetones de la media noche y tampoco el susto que éstos le otorgan. La perra no es tonta y siente que esas gotitas con agua que le están dando no es el dulce champagne que yo le ofrecía y llega a escupir considerable cantidad del recipiente. Mi sobrina está un poco triste porque su enamorado no la llama cuando años atrás estaba corriendo y jugando como loca esperando por sus regalos. Terminan de cenar y algunos se marchan con un abrazo discreto de Navidad, tienen que ir con sus familias. La perrita se empieza a dormir y camina como borracha no sé si soportando aquellas gotas o producto del champagne brindado. Faltan quince minutos para las doce y mi sobrina me llama con energías de antaño y me dice que suba al tercer piso para ver los juegos artificiales. Pone la cámara fotográfica sobre el cielo oscuro y despejado. Una lluvia de colores se muestra incandescente sobre mis ojos. Ráfagas multicolores se desprenden de todas las casas y tocan el cielo convirtiéndose en nubes matizadas. No hay duda en que la gente busca cualquier escusa para ser feliz y compartir su felicidad; por eso de todas las casas bombardean de felicidad esta noche siempre especial a pesar de viejas tristezas. Me emociona la idea de que todavía se disfruta la navidad y de que la gente no escatima en comprar un panetón, un champagne o un juego artificial para compartirlo con alguien que no necesariamente es su familia. Bajo presuroso a saludar a los que me faltan. Le doy un beso a mi tía Tere, a mi prima Mary, a Sandra, a la Sra. Margarita que con tanto amor me cuenta que reza por mí y a su esposo que también me saluda con cariño. Sabrina, la mascota, entra casi derrotada y da un par de ladridos antes de echarse sobre el tapete ya muy drogada o alcoholizada, parece que hubiera alcanzado a decir feliz navidad familia. Cada navidad es más triste que la anterior y todas me provocan llorar y agradecer por pasarla juntos, aunque ya no tan revueltos. Abren los regalos y a mí, como ya es costumbre, me tocan calzoncillos y medias, y ahora los recibo con otra sonrisa porque sé que en verdad me hacen falta, por lo menos el calzoncillo amarillo para fin de año. Mi madre me abraza con especial afecto y estoy feliz de ser su hijo y de estar allí con ella. La Sra. Margarita me cuenta que no pasa una navidad con su hija hace veintidós años y a pesar de esa tristeza se atreve a recitar un par de poemas preciosos. La perrita ladra por última vez antes de que sus ojos rojos sean cubierto por un par de parpados sometidos por el cansancio. La navidad siempre será la navidad, pase lo que pase, así se tienda a perder las costumbres. La navidad siempre despertará en nosotros un poco más de dulzura y caridad. La navidad siempre será un gran pretexto para abrazar, besar y decir te quiero. La navidad siempre será especial a pesar de que se muestre, año tras año, un poco más tristes y melancólicas. Cierro los ojos y rezo para que la próxima navidad, la Sra. Margarita, la pase con su hija.

martes, 21 de diciembre de 2010

Algo ocultas

Dice que no la miraba a los ojos las pocas veces que le hablaba; que al resto de las chicas sí. Ella pensaba que me aburre, que prefiero andar con otras personas que en verdad me entretienen y me hacen reír. No la veo a los ojos y por lo tanto, algo le oculto, algún secreto o pensamiento misterioso guardo celoso dentro de mí. Estamos obligados a convivir casi un mes juntos y hay que tener cuidado de todo el mundo porque nadie conoce a nadie de verdad. Por eso, no podemos permitir dejar de observar a las personas e intentar sacar un perfil de ellas improvisando en sus gestos, palabras y movimientos. La capacitación del Banco ha reunido a gente de todo el Perú y los ha encerrado en el hotel Melodía (donde la noche se hace día). Todos entre mezclados, jóvenes, con cuartos que se prestan para descubrir sus bajos instintos, todos (o la mayoría) con las hormonas revueltas o por lo menos con ganas de romper las reglas y portarse mal. No la miro a los ojos y por lo tanto me muestro peligroso, lacerante. Laura me llamó la atención desde un principio porque se mostraba delicada y dulce, porque presenta un aire que inspira algo de curiosidad. No le hice conversación desde un principio porque conozco mis torpezas y por miedo a no caerle del todo bien, pues yo soy un poco loco y atolondrado, de comentarios inapropiados y de chistes nada chistosos. Las pocas veces que me aproximé a ella lo hice con cierta timidez, con cierto temor a fallar. Ella, con mucha naturalidad, me conversaba mientras yo, y dándome cuenta después de que me lo comentó, bajaba la mirada. Definitivamente algo le ocultaba, y no sabía bien qué era. Me enteré por conversaciones fugaces que tenía enamorado, cosa que complicaba mi situación de acercarme a ella sin el temor de que crea que soy un pillín desenfrenado y que me las doy de galán de circo. Rompió mis moldes el primer fin de semana en que todas las chicas de Trujillo (incluyéndola), se pusieron unas minifaldas que dejaban boquiabiertos a los más avezados (que no eran pocos). Laura cuenta con armas de temer debajo de ese vestido negro que le queda estupendo y con el cual, bailó como descocida toda la noche, incluso conmigo. Laura no sólo es metódica y aplicada en los curso, (la he visto concentrarse al leer sus textos con plausible seriedad) no sólo es un chica dulce y delicada; también es un bailarina de temer que con un par de pasitos coquetos provocaba reñidas disputas por sacarla a bailar. La pequeña Laura (y es que lo bueno viene en frasco pequeño), empezó a provocar comentarios desafiantes entre los varones de aquella capacitación putanesca. Al siguiente fin salió con un vestido color coral que también dejaba en manifiesto ese par de piernas gloriosas. Su carita de niña, su cuerpo de señorita y sus movimientos de mujer otra vez me encandilaron. Esa noche bailamos un par de salsas: yo la apretaba a mi pecho de gato, ella ponía su manito junto a la mía a la altura de mi hombro izquierdo. Yo intentaba mirarla, buscaba su mirada para ver si podía encontrar en alguna distracción suya un beso. La miraba a los ojos y quería mostrarle eso que en verdad ocultaba, ese pequeño (como ella) gustito que me provocaba y que me hacía ser torpe al hablar pero desafiante al bailar. Laura no me miraba a los ojos cuando bailábamos y yo pensaba que ocultaba algo; quizá y ocultaba las ganas de ir a sentarse y dejarme paradito allí, en medio de la pista de baile. Quizá y no se animaba a mandarme una cachetada por vivo dado a su educación. Quizá y pensaba en su enamorado y sentía un poco de culpa al bailar con un flaco atrevido y desconocido. Laura fue siempre muy señorita y bailó conmigo lo que tenía que bailar y siempre me dejó con ganas de bailar un poquito más, porque se dejaba llevar en la sala como mi escoba cuando bailo solo en mi cuarto; delicioso bailar con esa chata linda. Al siguiente fin y también en falda, se emborrachó (o la emborracharon) y se dejó llevar por la emoción del momento. Nunca faltan esos buitres maldadosos que aprovechan de esas oportunidades y seguro se pasaron de vivos con ella y quizá le robaron más de un beso y me da rabia saber que no pude hacer nada por sacarla de ahí y cuidarla como le prometí que lo haría. Aquel fin de semana dejé de verla con inmaculada dulzura. En el transcurso de las clases éramos dos seres extraños uno del otro y no cruzábamos ni una palabra concreta, quizá conversaciones esporádicas referidas a un curso o una broma casual producto de las circunstancias dadas. Todo cambió cuando fuimos su amiga, mi amigo, ella y yo al karaoke. Aquella noche canté como nunca he cantado y mi locura me dominó un poco y bailé y la vi linda como siempre y más todavía. La escuché cantar el millón de canciones que pidió y también revolcarse con su amiga por quitarle la cámara con la que nos habían tomado una foto besándonos. Nos besamos y fue uno de los besos más dulces que recuerdo en muy buen tiempo. Nos besamos y acariciamos como recién enamorados y la quise inmensamente esos momentos en que sentí me regaló su dulzura. Aquella noche fuimos al séptimo piso e hicimos en su brevedad un poco de travesuras, las hicimos hasta que sentí los pasos de uno de los botones y decidí que era hora de escapar cuando quizá debí ser menos cobarde y mejor amante. Días después volvimos a intimar y quizá también la decepcioné como hombre. Dormimos juntos los dos últimos días de aquella capacitación poco pueril. Ella cerquita mío, yo cerquita suyo. Ella durmiendo apenas su cabeza tocaba la almohada, yo amaneciéndome haciéndole cariños. Ella tapadita con las frazadas, yo congelándome de frio. Ella inconsciente de la noche, yo consiente de que no me quedaban muchas noches más. El tiempo pasó rápidamente. Los últimos días fueron arena entre mis manos y la vi partir de repente, cuando parecía que se quedaría una noche más conmigo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Gracias

Sentarse frente a un papel y escribir sin pensar. Tratar de mantener en la mente la situación particular que acaba de ocurrir para después publicarla. Imaginar momentos hilarantes e inusuales con una locura misteriosa. Descargar mis cosas con total honestidad y furia y convertir traumas, alegría, tristezas y experiencias en relatos que estoy seguro volveré a leer en algún momento de mi vida. Quién diría. Esta es la Memoria número CIEN y en verdad, aquel cinco de agosto del dos mil siete, aquel domingo sin nada en particular, no imaginé que escribiría semana tras semana historias y pensamientos; que lo haría por más de dos años a la fecha, que llegaría a más de diez mil visitas (de las cuales no más de dos mil son mías), que recibiría comentarios de diferentes personas, que alguien en algún momento se diera la molestia de entrar en mi humilde espacio y hurgar entre mis Memorias. Comencé con “Ellas dicen que soy un Putito”, escribí mil tonteras, sobre amigos, amantes, familiares, enemigos (si es que los tengo); sobre momentos alegres, tristes, puntos de vista, burlándome de mí, de la vida; relaté secretos de otras personas, días malos, días buenos, días normales; escribí sobre mis ideales, mis desgracias, mis penas, miedos, la muerte. Algunos escritos son graciositos, otros tontos, la mayoría pésimos. Si hay algo que intento hacer bien es escribir. Todos los días pienso en la muerte y me da miedo no haber aprovechado bien la vida y no me gustaría morir sin saber que dejé algo por lo cual me recuerden siquiera. Quién sabe y quizá este blog sea en unos años Las Memorias de un Desmemoriado que ya no está. Si no logro terminar el libro que estoy escribiendo con la velocidad de una tortuga coja, quiero saber que este espacio logró marcar el recuerdo de las personas que de algún modo me conocieron e intentaron leer mis escritos. Gracias a mis fuentes de inspiración (pidiendo infinitas disculpas por el paupérrimo resultado), gracias a las visitas recibidas aunque hayan sido por curiosidad, pena, o para hacer escarnio de mi prosa miserable. Gracias a los que se atrevieron a dejar un comentario (es algo que me gustaría que hicieran más seguido) y el doble de gracias si este comentario fue sincero. Gracias a la vida por permitirme haber gozado de días buenos y malos y por haberme otorgado la peculiar osadía de escribirlos para compartir de esta forma, un poquito de mí. He sido muchas veces un tonto al escribir sobre personas que en verdad no les hubiera gustado pasar por mi blog. A ellos quiero decirles que no lo lamento y que si en algún otro momento vuelo a escribir sobre ellos, no crean que serán cosas bonitas. Si fui áspero y quizá me sobrepasé en comentarios o pensamientos, lo lamento (sólo un poquito). Este blog se ha convertido sin darme cuenta en parte importante de mis días. Me debo de alguna forma a esas pocas personas que se toman el tiempo en algún momento de su vida para pasar por aquí y leer con o sin interés mis Memorias. He intentado hacer de este blog un reflejo de mi persona; desde el fondo negro con letras blancas, hasta las imágenes y frases que acompañan mi espacio. Me he animado incluso a publicar algunos poemas en la parte inferior con las iniciales L.D. He perdido todo tipo de vergüenza y he aprendido a verle el lado bueno a todas la cosas, incluso hasta las que nos hacen llorar. Yo no me creo un escritor, ni un tipo con seguidores, ni un hombre dotado para las letras; simplemente encuentro la terapia perfecta para deshacer mi locura y tristeza en el hecho de escribir sobre eso que me hizo pensar o sentir. Incluso animo a las personas a intentar hacerlo y de publicarlo, no me pasen la dirección de su blog porque no ingresaré a leer nada. Sin duda alguna Dios sabe lo que hace y cuándo lo hace. Todas esas personas con las que me crucé o con las cuales compartí un pequeño momento o anécdota, sin duda alguna, fueron puestas por ese Dios misterioso y muchas veces incomprendido. En estas líneas sólo quiero manifestar de manera sincera que agradezco infinitamente las visitas realizadas y no prometo escribir diferente o mejor, sólo prometo no dejar de escribir nunca aunque deje de publicarlo. Memorias de un Desmemoriado se ha convertido sin querer en El Diario de un Miserable que busca o intenta ver el otro lado de la moneda. Mañana será otro día, y si abro los ojos y la fuerza me acompaña para acercarme a la computadora o tan siquiera a un pedazo de papel, intentaré escribir. Gracias por dejarme relatarles mis cosas, por leerlas y por estar ahí. Lejos de toda cursilería, GRACIAS TOTALES.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Me voy a morir solo

Yo he nacido sólo para joder, no para caerle bien a nadie y ni si quiera intentarlo. No me gusta mentir, menos a mí, por eso digo lo que digo, porque tengo una especie de promesa y tampoco me gusta faltar a mis promesas. Tengo muy pocos amigos, podría contarlos con los dedos de una mano, y tengo también pocas personas a las cuales quiero y no me avergüenza admitirlo. Pero son precisamente estos seres queridos, estas personas que me han conquistado con alguna cualidad o virtud, a las que más recelo les tengo y las que mayor cuidado me procuran. Creo no tener mucho enemigos, en verdad no me viene ninguno importante a la cabeza (los demás no deben existir). No tengo ningún cargo que resulte peligroso para otra persona ni tampoco creo ser una piedra en el camino de nadie. El hecho de encontrar este expediente de enconos y rencores en blanco, no es suficiente para permitirme estar tranquilo, pues es claro para mí que son aquellos pocos seres queridos los más peligros y a los que más cuidado les debo tener. De un enemigo puedo esperar que quiera hacerme daño, que quiera verme destruido o menoscabado. De aquellos tipos que me tienen envidia porque estoy en medio de su camino y no les permito alcanzar su propósito no espero nada más que ataques y amenazas. Pero son precisamente estos miserables, los que menos me preocupan porque al saberlos mis enemigos entiendo que debo de estar atento, preparado, en constante alerta por si su veneno mordaz intenta hacerme algún tipo de daño. De estos tipos malhechores y rastreros no espero más que odios y envidias, miradas frías y palabras virulentas. No me asusta ver su mano empuñada y en su cabeza la firme convicción de querer darme un golpe bajo. Aquellos que quieran ser mis enemigos sólo me procuran días de entretenimiento y de emoción constante. Sin embargo, los seres que en verdad me procuran miedos, los que en verdad me hacen sentir inferior, los que en verdad me hacen ver vulnerable, son aquellos a los que más quiero y pretendo hacerlos felices. Estos seres increíbles tienen la facultad de lastimarme con una palabra, de envenenarme con una mirada indiferente, de hacerme sangrar con una caricia hipócrita. Los seres a los que quiero representan para mí en verdad una amenaza en potencia porque ante ellos tengo mis defensas descubiertas. Mi madre, la mujer que más amo y sin duda el ser humano que más me importa ver feliz, es sin duda un arma letal y aunque me aferro a la idea de que no me hará daño y si lo hace será inconscientemente, representa para mi una paradoja. Yo quiero comprarle un castillo y tratarla como la reina que es. Llevarla a dónde se le antoje y comprarle lo que me pida, todo esto a parte de lo afectivo obviamente (besos y abrazos), pero no me pasa por la cabeza la idea de irme a vivir con ella a aquel palacio que le compré ni tampoco llevarla a vivir conmigo al departamento que quiero comprarme. Pretendo tenerla cerca y bien cuidada pero no conmigo y cuidándome. No concibo la idea de compartir mi espacio sagrado con otra persona, así sea mi madre. Por eso la idea de casarme la veo más lejano que Plutón. Puedo compartir una tarde de películas o una caminata agarrados de la mano pero tengo que dormir solo, en mi cama, con mi propia televisión y música. No pretendo que nadie me gobierne ni me diga lo que tengo que hacer (aunque acepto concejos de buena manera). No me imagino tener un perro al cual tenga que alimentar y bañar de vez en cuando como la más sagrada de las obligaciones. Pretendo ser el mejor papá del mundo pero siento que mis hijos imaginarios me van a querer más mientras menos me vean. Aquellos a los que considero mis amigos (que repito, son pocos), los quiero de una manera mucho más sospechosa. Para con ellos no tengo ninguna obligación de quererlos o tan siquiera tratarlos con cariño. No hay ningún apellido o lazo sanguíneo que me ate u obligue a soportarlos y tenerlos en consideración. Supongo que ese sentimiento es recíproco, por lo tanto, no tardarán en aburrirse de mí y dejar que el tiempo empolve sus nobles sentimientos para conmigo y dejarme al olvido. No tardará para que mis torpes maneras de querer los espanten y los obliguen a abandonarme por su propio bienestar. Alguna frase tonta, producto de este sentido del humor ácido e inapropiado, alguna actitud díscola que me caracteriza, alguna desavenencia propiciada por mis excéntricos hábitos, los harán recapacitar sobre la idea de tenerme cerca y los obligaran a dar marcha atrás. Por mi parte, el temor de verlos como potenciales súper enemigos me convierte en un ser tímido y aunque trato, no puedo desconfiar de ellos ni tampoco negarles todo lo que a mi alcance esté. Quiero vivir solo todo el tiempo que sea posible. Quiero charlas prolongadas y amenas que me hagan sentir vivo. Quiero fiestas y tertulias divertidas. Quiero viajes para conocer más gente y más lugares. Quiero un seguro que por lo menos me dé la seguridad de recibir una santa sepultura en un lugar digno (aunque prefiero que me cremen). Que evite los apuros de conseguir una buena funeraria para la persona que en ese momento tenga que velar por los restos que deje, que no procure gastos económicos innecesarios en post de mi comodidad mortuoria. Quiero querer todo lo que pueda en su momento a las personas que me encandilen con una actitud, virtud o sonrisa. Quiero ser un enemigo que esté a la altura de las circunstancias. Me voy a morir solo: por haragán y egoísta, por díscolo e imprudente. Me voy a morir solo una noche en que no quiera compartir mi cama con nadie y así moriré en la ley.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cambios y despedidas

Recuerdo la imagen de mi madre llorando con un pequeño pañuelito en mano, agitándolo como bandera y despidiéndose de su hijito el cual parte de casa a vivir solo en otra ciudad. Recuerdo que miraba por la ventana del bus a esa pequeña señora repartiendo lágrimas de tristeza y resignación. Las despedidas sin duda alguna no son bonitas, las despedidas sin duda alguna afloran sentimientos de nostalgia y quizá hasta hacen valorar lo que estamos perdiendo. Y es que decir adiós es desprenderse, dejar de tener o ver partir, ceder un pedacito de algo que pudo haber sido tuyo. Un adiós está sujeto a un cambio y un cambio también muchas veces no es bien recibido, por algo el dicho “más vale diablo conocido que por conocer”; y es que en verdad las cosas nuevas suelen asustar. Estás últimas semanas han estado sujetas a cambios vertiginosos y también abyectos para este niño sentimental y exagerado. De un día para el otro me dijeron que me pasaba al turno de la mañana, sin más ni más. Por las tardes si bien el trabajo es un poco más arduo por lo que va supuestamente más gente al banco y porque está de por medio el cuadre al final de la noche donde tenemos que esperar por lo menos una hora y media para poder salir, también estaba la satisfacción de departir una buena charla con los chicos, y así, ponernos al día en los chismes. Yo tenía la labor de guardar los sellos hace casi dos años, debido a una pequeña discusión que tuve con mi supervisora la cual me juró que sería mi tarea hasta el último día de mi vida (mi supervisora no miente). Hace un par de días antes había recibido la buena noticia de que había accedido a un ascenso previa entrevista. Este ascenso lo estuve buscando hace un par de meses sin éxito debido a mi poca antigüedad laboral. El hecho de pasar a las mañanas podía significar entonces, que ya me estaban preparando para la partida. Pasé a las mañanas y no sólo me libraron de la tarea inmortal de guardar los sellos, también me condenaron a levantarme a las seis de la mañana porque mi conciencia cochina no me deja dormir más. Yo, el chico vago que duerme hasta el medio día, de un día para el otro, es el que espera ver salir el sol por su ventana ya no con insomnio, sino con temor de despertarse tarde. Ya al segundo día era una especie de zombi alegre que se apagaba a las dos de la tarde. En la agencia hay una ventanilla especial para gente especial que se dedica a contar monedas. Yo jamás había permanecido más de un día en esa ventanilla y si bien mis compañeros me odiaban por eso, todavía no me habían designado; no comprendían que los príncipes no están destinados a esas cosas. Con el cambio de turno me vi afectado a sentarme a contar monedas y a ver a los demás sonreír con mi nueva labor. Una buena tarde, tres días después del cambio de turno, mi gerente me llama y me dice que mañana será mi último día en la agencia porque mi ascenso se agilizó y me pedían en la agencia principal. Si cambiar de turno me dejó un pequeño sin sabor, salir de la que había sido mi casa durante dos años me partió el corazón así sea por un ascenso y mejora salarial, jerárquica y demás. Me quedé pasmado, sonreí un poco y empecé a morir de pena. Mi lado gay afloraba y sentí que salía de casa como hace ya más de dos años, sólo que esta vez sin la misma convicción. Salí con mis gafas negras y redondas de búho triste, llorando discretamente. Los cambios me golpean con fuerza, en mi lado más débil; no me dejan reaccionar como me gusta y menos si son tan improvistos, si no me dieron tiempo para prepararme. Salir de La Merced (mi agencia desde un principio), implicaba dejar de cohabitar con toda esa gente que veo desde que llegué. Me quita el privilegio de seguir compartiendo con ellos días enteros de trabajo y risas. Con ellos pasé todos mis cumpleaños, navidades, años nuevos y demás momentos especiales que no necesariamente están en rojo en el calendario. Dejaba algo más que compañeros, dejaba toda esa nueva etapa que comenzó tras otro cambio y adiós, a mi nueva familia. Mi último día desde el punto de vista laboral no tuvo mayores sobresaltos, y tampoco hubo tiempo para abrazos prolongados y besos tristes ni despedidas dramáticas que yo ya había preparado. No me dieron tiempo ni siquiera para creerme la idea de mi partida. He cambiado de turno, recibido el ascenso esperado y agitado mi mano diciendo chaucito a mi querida Merced. Los cambios son así, te llenan de melancolía y miedos. El adiós siempre es doloroso, más si se quiere. Incluso ya extraño la ventanilla de monedas.

martes, 26 de octubre de 2010

El Príncipe de los pobres

Cuando niño pensaba que un buen día de mi adolescencia se me iba a acercar un buen tipo y me iba a confesar que provengo de una familia aristocrática y que por lo tanto pertenezco a alguna monarquía y que tenía que regresar con él a reinar de la mejor manera aquel pedazo de tierra aún desconocida. - “Ud. es el príncipe Leonardo” – tenía que decir su revelación. Con el pasar de los años y dejando un poco de lado la imaginación procaz de niño, saboreando con mayor frecuencia la aflicción de la vida real, me fui resignando a pertenecer al vulgo popular. Hoy paseaba por el Mercado San Camilo; recorría los puestos con mis lentes redondos de búho triste y con un par de monedas en el bolsillo. Paseaba entre los puestos buscando comprar algunas cosas que llenen mi alicaído frío bar que desde su adquisición hace un par de meses sólo perdura una mantequilla. – Un príncipe de verdad no disfruta como yo el hecho de pasearse por un mercado de barrio entre ladrones, putas y gente dedicada al comercio. – me dije para mí, recordando una canción de Fito Paez (“Fuera de Control”) de su último álbum (“Confía”). Entonces imagino que si me hubiera tocado ser príncipe de algún lado, en el mejor de los casos hubiera sido príncipe del Perú y hubiera reinado este país lleno de peculiaridades. Ser Príncipe del Perú no es una idea que seduzca mucho. Para poder obtener este distinguido cargo (y digo distinguido porque todavía no existe), tendría que descender de la mismísima prosapia de los Incas. Tendría que vivir supongo en las alturas de Cusco y coexistir rodeado de envidias y la ira de un pueblo que no siente como debería el tan mencionado crecimiento económico. Entonces, caminando por la sección de paltas del mercado, entendí que sólo así podría cumplir mi sueño ilustre de convertirme en parte de la realeza de algún lugar: Ser Príncipe del Perú. La verdad no veo tan agradable la idea de ser el Príncipe del Perú; pero suena cojonudo y entiendo que podría ceder ante dichas exigencias. Entonces ya está, soy Príncipe del Perú y de su pobreza, por lo tanto soy El Príncipe de los Pobres. - ¿Cuánto cuesta el kilo de palta? – pregunto antojado. – Siete soles caserito – me responde una señora regordeta que con aspavientos presiente una venta. – Deme medio kilo – le digo sabiendo que no puedo comprar mucho. La señora me pesa dos paltas y me cobra cinco soles y me agarra de tonto y no me deja tan si quiera ponerle mala cara. – Gracias caserito - me dice con algarabía pero mirando de reojo otra venta en potencia. Yo pienso dentro mío que esa gordita ya se jodió y que su muerte está próxima porque perecerá en la horca al amanecer por haberse metido con el Príncipe del Perú y aunque sin saber, haya sido tan descortés. Camino con cierto garbo entre mi pueblo y me acerco a comprar huevos y quiero llevarme un paquete de quince huevos para ahorrar dinero. Normalmente compro tres huevos por un sol. Compro muchos huevos porque me he propuesto comer dos huevos hervidos en mi desayuno a ver si engordo algo, muero por problemas con los triglicéridos o me vuelvo más huevón. - ¿Cuánto? – pregunto. - El paquete cinco soles – me responde y acepto sin pensar y precisamente por no pensar, no calculé que es el mismo precio por el cual yo compro dicho huevos a la vuelta de mi casa y en su defecto, más frescos. - Morirás decapitada plebeya – pienso después de reaccionar. Cada vez que he asistido al mercado me he sentido cómodo. Soy un adicto a los jugos mixtos o también llamados surtidos. He probado las papitas rellenas churreteras que venden y a las cuales del mismo modo les encuentro un sabor especial. Cada vez que camino entre los pasadizos siento la tentación de probar un poco de todo y por lo tanto, me veo como un Gastón Acurio en pleno programa de comida descubriendo los huequitos más criollos y deliciosos de nuestra gastronomía. Por un momento olvido que soy un Príncipe en encubierto y me acerco por el lado de los embutidos para ver cómo va la cosa. Observo las diferentes presentaciones de mortadela y jamonada. – Ya pe’ colorete, cómprame un par de pelis – escucho de un comerciante mitad vendedor, mitad ratero. – No buen hombre. Gracias – le respondo con mis alucinados aires de monarca. Él me mira perplejo y creo que está pensando en acuchillarme a pocas cuadras. Compro los embutidos para intentar llenar mi frío bar nuevo y salgo campante sin rumbo pero sabedor de mi linaje. Me siento muy cómodo con lo tradicional. Disfruto mucho el ir de compras al mercado y conversar con la señora que prepara los jugos. Me encanta probar las papas rellenas y empanadas que ofertan las señoras con mucha gracia. Me imagino las miles de cosas que puedo preparar con los filetes de carne que observo colgados. Las frutas me piden por favor me lleve una de cada una y haga una ensalada de ellas con yogurt. Mis aires de príncipe son parte de un sueño incumplido y totalmente irreal que me divierte de vez en cuando. No sé de dónde he adoptado esta idea absurda que me hace alucinar. Yo soy el más vulgar de los seres cuando me lo propongo. Un pacharaco reprimido que cual pato feo, desea ser cisne. La única escusa convincente y fehaciente de que yo pueda ser un príncipe de verdad, se haya en el irrefutable argumento, de que mi madre es una Reina.

lunes, 18 de octubre de 2010

Poca vergüenza

La vez en que la chica más linda de la clase de matemática avanzada se me acercó, me habló, coqueteó, sonrió, pidió el ejercicio tres, me dio las gracias y después dijo que no me conocía. La vez en que me olvidé la poesía en medio auditorio frente a padres de familia, compañeros y profesores, en media actuación y todos me aplaudieron como lanzándome el salvavidas y me fui a llorar al baño de varones como niña. La vez en que me fallé un penal en un campeonato escolar importante y por suerte no perdimos. La vez en que me fallé un penal en el campeonato departamental y no pasamos al regional. La vez en que le leí una carta a Sofía preguntándole si se acordaba de la misiva amorosa y en la mitad del escrito decía Rebeca. La vez en que fui a comprar profilácticos a la farmacia y me atendió el papá de una enamorada. La vez en que le dije a un brabucón del colegio que no iba a pelear con él porque yo era gente y no iba a rebajarme a su nivel mientras me orinaba de miedo. La vez en que la chica por la que deliraba todos los días me dijo a solas que le sople su ojito porque tenía una basurita y le soplé el ojo media hora y se aburrió. La vez en que se me soltó el estomago en pleno viaje a la playa y solté el esfínter porque no aguantaba. La vez en que besé a la prima de un amigo porque estábamos bebidos y le dije si quería ser mi enamorada para que mi amigo no me pegue. La vez en que fui borracho a la vigilia de mi confirmación y regurgite como exorcizado en el baño de la iglesia. La vez en que se le quedó el condón adentro a una enamorada y el ginecólogo que la atendió era mi primo. La vez en que fui al súper a comprar champú y regresé con media tienda y reacondicionador. La vez en que la chica que vendía ropa interior y que me ofreció una trusa de elefante me aconsejó que le corte un poco la trompita. Las veces en que fui a quinceañeros con los ternos de mis primos o tíos que me quedaban enormes. Las veces en que salí a fiestas con cinco soles en mi bolsillo. La vez en que besé a una chica a la que le gustaba mucho y le dije otro nombre. La vez en que regurgité en el sillón de la sala de mi jefe. La vez en que me cambié el uniforme para que no lo rompieran el último día de clases y le ofrecí mi camisa a un amigo que andaba nudo por la plaza de armas y también se la rompieron. La vez en que dirigí la ceremonia de clausura en un desfile de la ciudad y me acerqué con micrófono inalámbrico a una autoridad y le cambié de nombre. La vez en que la mamá de una enamorada me agarró con las manos en los senos de su hija. La vez en que la hermana de otra enamorada me vio el culo blanco cuando su hermanita y yo jugábamos en la sala. La vez en que le recordé a mi amigo el día del padre en el velorio de su progenitor. La vez en que solté una flatulencia ruidosa en plena reunión familiar. La vez en que me olvidé las llaves de mi casa y entré por una ventana minúscula del baño. La vez en que le dije a la chica que me gusta “tú eres una pendeja”. La vez en que conté en mi blog que una amiga de mi enamorada tiene seis pezones. La vez en que le di un piquito a un buen amigo homosexual jugando a la botella borracha. La vez en que pagué treinta y tres mil soles y no tramité el cheque. La vez en que recogí una botella de pisco a la mitad en una discoteca pensando que la habían dejado olvidada y el tipo regresó y me quiso agredir. La vez en que grité un improperio en una exposición precisamente cuando todos se quedaron callados. La vez en que me mandé a una prima para que ninguno de mis amigos estuviera con ella y me dijo que no. La vez en que fui a cagar a la casa de un amigo y no había agua. La vez en que le metí el codo en el culo por casualidad a la chica de falda mientras sacaba mi billetera del bolsillo posterior para dar una limosna en plena misa. Las veces en que he cantado en un karaoke y no me volvieron a dar el micro. Las veces que no se me ha parado teniendo a una señorita desnuda listas para la batalla. La vez en que mi mamá planchando mi pantalón encontró un condón y se enteró que ya no era casto. La vez en que le compré una cartera a una amiga y la acompañé después a que la cambie. La vez en que le regalé a una amiga por su cumpleaños un desodorante sin querer. La vez en que fui a un grifo a inflar la pelota antes de una pichanga y reventé el balón. La vez en que manejé por primera vez un carro automático que estaba estacionado a tres metros de un poste y pisé el acelerador pensando que era el embriague (por suerte estaba con freno de manos). La vez en que se me rompió el short a la altura de las pelotas en la playa en pleno viaje frente a mis compañeras de trabajo. La vez en que borracho quería besar a la tía de una amigo frente al tonto de su marido. La vez en que cociné arroz chaufa por primera vez y le eché litros de sillao y lo botamos a la basura. La vez en que coquetee con una monja. Las veces en que hice llorar a mi mamá. Sólo me falta ser político.

domingo, 10 de octubre de 2010

Busco novia

Se busca señorita (de preferencia mujer) que se sea alegre y comprensiva. Físicamente que no sea ni tan flaca ni tan gordita (llenita está perfecto). Que no sea muy alta ni muy baja (entre metro cincuenta y metro sesenta y seis estaría perfecto). El color de los ojos es lo de menos, sólo que deslumbren al cruzar miradas (y que tenga dos por favor). Que tenga las manos lindas, bien cuidadas; con dedos delgados y delicados y que las uñas estén bien atendidas, de preferencia con manicure francesa. Que no sea de tez ni muy blanca ni tan oscura (que luzca un bronceadito coqueto para que muestre sus hombros, espalda y piernas sin problemas). Que no se maquille mucho pero que sorprenda de vez en cuando con un cambio de look. Que no sea despampanante ni tampoco plana. De preferencia que tenga el cabello algo largo (sin importar el color de cabello siempre y cuando no sea verde o azul o rojo). Si tuviera que escoger entre un atributo físico, me gustaría que tenga un par de piernas que dejen huellas al caminar. Su carita tiene que tener una mezcla de dulzura y picardía. Su perfume tiene que ser delicado y venenoso. Su voz, suave y melódica cuando me hable despacito (de preferencia que sea un poquito ronca). Su sonrisa contagiante y su carcajada estruendosa. Que tenga sus dientecitos parejitos y ni muy grandes ni muy chiquitos (de preferencia que tenga todos, para que cuando ría no haya vacios). Que se vea más linda cuando amanezca toda despeinada y sin maquillaje. Que sepa comer con delicadeza pero que tenga un apetito voraz, nada de remilgos. Que estornude arrugando su naricita. Que intente disimular que levanta el dedo meñique cuando toma un vaso con agua. Quiero que sea alegre, muy alegre. Que me contagie esa alegría y me haga escuchar su sonrisita cuando este solo. Que sea comprensiva: que sepa educarme y con cariño me enseñe a comportarme como ella se merece que me comporte. Me gustaría que sea loca loquita pero a base de una inteligencia misteriosa (nada de reacciones torpes ni escenas de engreimientos). Que no sea ni una niña mala ni una niña buena, pero que sea una niña de vez en cuando. Que sea coqueta como ella sola y que se preocupe por conquistarme todos los días. Que sea detallista (porque el detallista es detallista para dar como para recibir), pero que no sea fijona. Que tenga personalidad pero que no sea una rebelde sin causa. Que me entienda cuando caigo abatido por alguna penita. Que sea celosa pero no escandalosa. Que sepa disfrutar una caminata larga sin rumbo y de preferencia si llueve. Que me abrace fuerte sin que yo se lo pida y me haga saltar de susto cada vez que lo haga. Que se eche a mi lado un sábado por la tarde y se quede dormida juntito a mí. Que busque mis piececitos debajo de las sábanas cuando los suyos estén helados. Que guarde los poemas que le escribo en una cajita muy cerquita a su cama para que cuando me extrañe los tenga a la mano y me recuerde. Que me haga cariñitos en la cabeza con sus uñitas y me hable despacito de cualquier cosa. Que baile salsa delicioso y así podamos disfrutar de las fiestas. Que no sea juerguera ni aburrida. Que sea una loca encantadora y ágil. Que no me mienta mucho (porque las mujeres son unas artistas en el rubro de la mentira). Que se sienta su penita cuando me diga: hasta mañana. Que tenga la valentía de decirme: hoy no te quiero ver. Que no odie a mis amigos. Que no ame a mis enemigos. Que ande en ropa interior cuando estemos solos. Que no odie mis chalinas ni mis sombreros. Que no me diga que no escriba esto o el otro. Que sepa convencerme con una sonrisa. Que tenga la osadía de hacer planes a largo plazo sin temores. Que confíe en mí como yo confiaría en ella. Que sepa entender mi soledad y también la suya. Que me cuide como a un bebé. Que sea severa cuando tenga que serlo. Que sea una dama en reuniones, una loca mágica en la vida, una niña en el parque y una mujer en la cama. Que me quiera mucho a pesar de lo tonto que soy tantas veces. Que sepa curar mis heridas. Que sea inspiración de mis escritos y motivo de mis días. Que le guste ir al karaoke. Que me visite de sorpresa. Que no sea materialista. Que sueñe conmigo y junto a mí.
P.D: Las damas y no tan damas que lean esto pueden pensar que soy un tipo exigente y muy dentro de ellas habrán dicho yo soy así o no con mis exigencias (sin ánimos de postular a ser mi musa). Los caballeros y no tan caballeros que hayan llegado hasta estas líneas creerán que la mujer que me gustaría tener simplemente no existe (aparte de sospechar que soy gay). Los días pasan y el tiempo corre como atleta olímpico. Yo nunca me he aventurado ni apresurado a ir en busca de algo (esperar a veces suele ser mejor). Quizá y hoy sea un buen día para empezar.

lunes, 4 de octubre de 2010

Buenos muchachos

La ley seca nos importa un carajo y hemos comprado Guaraná a un precio demasiado alto, casi más caro que el whisky que nos espera en mi casa. Bruno y yo estamos decididos a pasar un buen rato entre puro calzoncillo (que es diferente a pasarla sólo en calzoncillos). Pero nosotros no estamos completos sin la presencia del buen Lalo. Entonces llamamos a Lalo para que venga a mi casa y nos acompañe a emborracharnos como los buenos varones saben hacer. Lalo dice que llegará en una hora aproximadamente. Le digo a Bruno que compremos una película para hacer hora y esperar a Lalo y empezar a libar los tres juntos. Entonces la compramos, la ponemos y Bruno parece un niño porque le encantan los efectos especiales y yo lamento no poder acompañarlo porque me quedo dormido casi toda la película. Lalo llega cuando quedan pocos minutos para que ésta acabe. Yo me despierto y a pesar de que quiero seguir durmiendo ya no puedo. Lalo pregunta de qué trata la peli y Bruno emocionadísimo empieza a contársela con detalles. Yo escucho la narración conmovedora de Bruno y empiezo a hacer preguntas para indagar más. La película parece interesante y propongo verla desde el principio cuando está por llegar al final y Bruno quiere meterme el control remoto por el culo y dice enfáticamente que no lo joda. Lalo no se preocupa mucho porque sabe que puede verla otro día y empieza a mirar el whiskycito con deseo y yo lo advierto y empezamos los preparativos para la tertulia. Bruno empieza a tomar la gaseosa pura mientras Lalo abre la botella de whisky con facilidad. Que rico es el whisky con Guaraná una tarde de octubre en plena ley seca. - “Normita está para violarla” – digo y Bruno tarda unos segundos en entender y se ríe mucho y se conecta en su face y la coloca sin pensarlo tanto. He decidido no viajar a Tacna a votar porque no sé quién carajo postula y porque me sale más barato pagar la multa. Ahora más que nunca creo que parte de la democracia debería ser elegir si uno quiere votar o no. Lalo prende el primer cigarro. A Bruno lo conocí una tarde cualquiera poco después de que yo entrara al banco. Lo vi sentado al lado de Javier husmeando la pantalla. Su aspecto enorme y la cara de aburrido que pone parece cara de enojado. Me hizo presagiar que estábamos bajo supervisión de auditoría. Bruno desde el principio dio la impresión de ser un tipo de sonrisa difícil. Error de percepción. Es uno de los tipos más gracioso y chispeantes que he tenido la suerte de conocer. Un ser humano con un corazón de acorde con su cuerpo: gigantesco. Bruno de la nada se hizo amigo mío y empezamos a frecuentar discotecas y bares juntos. Me presentó a todo su grupo de amigos ajenos al banco. Entre tanto loco divertido que me presentó conocí a Lalo. Lo conocí en una fiesta de halloween víspera de su cumpleaños. Si Bruno tenía a primera impresión cara de hombre poco risueño, Lalo tenía la pinta de ser un tipo serio y parco. Festejamos esa fiesta juntos sin saber que nos íbamos a convertir en una versión de los tres chiflados rosa. En los tres mosqueteros sin remilgos franceses. En las chicas súper poderosas con vello en pierna. Desde entonces hemos planeado y coincidido en diversos viajes, reuniones y juergas. Hemos departido conversaciones interesantes, hilarantes y ridículas. Nos hemos visto borrachos unos a otros y hemos cantado y bailado abrazados. La jarrita de whisky se consume rápido y Bruno no tarda en preparar más mientras Lalo enciende otro cigarrito. Mi cuarto se ha vuelto una especie de guarida para estos pobres hombres que ven lo maravilloso de la vida en una simple conversación medios borrachos. Lalo canta con sentimiento “Y cómo es Él” en la versión de Marc Anthony. Bruno canta “El Che y los Rolling Stone” con ferocidad. Yo los observo y sé que no quiero emborracharme y me sirvo mucho menos que ellos. Hablamos de la necesidad imperiosa de algunos (incluyéndome) por romper la racha negativa de abstinencia. Otro desea ponerle frenos a su actividad sexual y pide aumento de sueldo para poder seguir comprando los condones que compra. Hablamos de nuestros futuros inciertos y de nuestros posibles matrimonios. Hablamos de la vida y lo frágil que ésta es. Hablamos de lo ingrato que es el tiempo con las amistades y como esta variable termina por enterrar recuerdos y afectos sinceros. Estamos en la parte más gay de la conversación y Bruno se pone un poco triste con la idea de que yo en algún momento decida regresar a Tacna y me aleje de ellos (cosa que no va a suceder porque a Tacna sólo voy para Navidad). Lalo pide disculpas por se tan malo como amigo y alega el hecho ingrato de no llamarnos con más frecuencia. - “No me gusta llamar” – nos dice y lo quiero un poco más porque a mí tampoco. Les cuento sobre el libro que estoy escribiendo. Bruno nos confiesa su deseo de viajar. Lalo prende otro cigarro y con aquel aire meditabundo piensa en comprarse una moto, una moto donde ciertamente no entraremos los tres pero de todas maneras intentaremos acomodarnos. Bruno con su chispa inigualable lanza carcajadas y no hace reír. Lalo con su simpatía misteriosa ameniza la conversación con comentarios precisos, como siempre. Yo me sigo sirviendo poco whisky y no tardo en decirles que los quiero como si fueran mi propia familia. El club del orgullo gay se acaba de fundar. La sociedad de lo buenos borrachos está haciendo una ceremonia risible en la guarida de Leo. Los buenos muchachos no son muchos pero son buenos. Hemos dejado pendientes muchas promesas de ir al cine una vez al mes y muchas otras de ir a tomar un par de buenos pisco sour. Hemos dejado de vernos un par de fines de semana pero sabemos que no vamos a tardar en rencontrarnos (como Magneto) y la pasaremos tan bien como siempre. Sabemos que la vida es frágil y el tiempo cruel. Por eso cuando estamos juntos, sólo reímos, cantamos y nos emborrachamos. Son unos buenos muchachos, amigos míos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Los ojos que me miran

Estoy sentadito, tranquilo. Nunca llego temprano a esa Comunidad a la que asisto sin mucha simpatía; aunque admito que rescato algunas cosas importantes que me hacen pensar. Lo importante en todo caso es que piense, porque no lo hago con mucha frecuencia. Él está ahí: taciturno, meditabundo; con un terno que lo hace ver importante. Se encuentra con otro grupo de muchachos que están también enternados, parecen los hombres de negro en una versión distorsionada y vulgar. Están en una esquina, en la parte delantera de esa especie de auditorio. Conversan disimuladamente mirándome de soslayo. Advierto que mi presencia lo ha alertado y me siento un advenedizo. Entonces lo descubro observándome con detenimiento. Mi camisa color ladrillo, mi jean viejo, mis zapatitos beach de príncipe (porque he descubierto que no soy un Rey, prefiero ser un príncipe. Los reyes están gordos, viejos y acabados; los príncipes por su parte, son jóvenes y tienen mayor grado de simpatía). Entonces en media charla me siento amenazado. No sé de qué hablan y por ahora no me interesa. He sido descubierto y empiezo a ver las vías de evacuación. Algún instrumento como una escoba o silla que pueda utilizar para defenderme mientras intento escapar. Él ha mandado a sus amigos que también están enternados para que me espíen sin complejos. Ellos se acercan sin levantar polvo y me miran de reojo y me huelen y presiento que no tardarán en lamerme. Yo no me inmuto y disimulo la tranquilidad de un buda bajo el árbol. Entonces de repente se acaba la charla dominical y todos se retiran. Intento confundirme entre la gente para despistarlo. Entro al servicio higiénico he intento cambiarme de peinado. Me pongo los lentes y salgo con pana y elegancia. Estoy caminando por la calle y volteó para cerciorarme. Veo que el viento flamea una corbata detrás de un poste y entiendo que es él y me está siguiendo; no quiere perderme de vista. He entrado a un restaurante chino y he pedido lo más barato: nada de arroz chaufa, quiero arroz blanco sin ningún tipo de carne y un vaso de agua, si es posible agua cruda. Entonces siento una risa sospechosa y es él que está en la mesa de al lado burlándose y se tapa rápidamente con un periódico que tiene dos agujeros; uno para cada ojo. Entonces anulo el pedido y salgo corriendo e intento sortearlo entre los vericuetos. Estoy jadeando en una esquina y me acerco a un heladero de carrito amarillo. Pido un Donito porque no tengo plata para comprarme uno más caro. El tipo me dice que son cincuenta céntimos. Antes de sacar la moneda advierto que debajo de su polo amarillo se encuentra una corbata fucsia con puntitos verdes. - ¡Maldición! – llego a exclamar antes de correr despavorido con el helado de lúcuma en la mano que no he pagado. Tomo una combi que me lleve a casa o por lo menos cerca mientras le doy lamidas desesperadas a mi heladito. Miro al cobrador para ver si no tiene algo sospechoso. Gracias a Dios no tiene ni terno ni tampoco luce una corbata fucsia con puntitos verdes. De pronto sube al vehículo un tipo que se para enfrente de todos, algo incómodo por el poco espacio ofrecido y empieza a decir: “Buenas tardes joven, señorita, señor, señora, amigo, amiga. Lamento fastidiarlos quitándoles unos minutos de su valioso tiempo, pero la desesperación me obliga a subir a este vehículo en particular para ofrecerles estos caramelitos de menta en forma de corbata. Tenemos una nueva presentación de deliciosos sabores y colores. Les recomiendo estos fucsias que son de fruta fresca y exótica con puntitos verdes que vendrían a ser como menta. Estuve en la cárcel hace años por matar a un joven entrometido que flirteaba con mi enamorada y no me colaboró con un caramelito. No quiero cometer el mismo crimen y por eso necesito su colaboración y su comprensión. Sólo cuestan veinte céntimos y espero su generosidad y alegría al momento de contribuirme. Gracias por su tiempo. A continuación voy a pasar por sus sitios y por favor… espérenme con sencillo”. Yo no interrumpí su breve reseña, por el contrario, mientras él hablaba terminé mi helado impagado y saqué precisamente aquellos cincuenta céntimos que me sobraban y se los di esbozando una sonrisa. Sólo le dije: - “¿Tres por cincuenta?” - y sentí de inmediato su mirada venenosa y logré escapar de la muerte saltando por la ventana de aquel vehículo sin pagar el pasaje y con tres caramelos en la mano. Estoy a unas cuadras de mi casa y apuro el paso, sé que él está cerca. No puedo entender la actitud de ese pobre muchacho. Sé que se siente amenazado por mi presencia pero no es necesario que muestre tanta aspereza cuando me advierte cerca de él o de su chica. De pronto un mendigo me pide una colaboración y yo le entrego los tres caramelitos que no pienso comer y le digo: - que Dios te cuide -. Él me da las gracias y me responde con un tono de voz rígido: - “Que te cuide a ti hijo de la grandísima -”. Yo ingenuo respondo “Amén” antes de advertirlo, luego corro nuevamente. Estoy en casa, con el pijama puesto y apunto de dormir. Me siento tranquilo y apago la luz. Antes de dormir doy una oración pidiendo por la paz espiritual de ese chico y por que guarde por mi seguridad. – Amén – escucho y estoy casi seguro de que no fui yo. Entonces duermo. En la madrugada siento unas ganas incontenibles de miccionar. Debe de ser por la ventana que está abierta y por el frío que ésta origina. Cierro la ventana y voy al baño. Él me observa debajo de la cama y cuenta cuantas veces sacudo al mono jojoy y apunta todo en un cuadernito que atesora. En el cuadernito ese tiene también horarios que yo manejo: “Doce del medio día, se levanta; almuerza en el mismo local. Se va a trabajar por la tarde y coquetea descaradamente con mi futura esposa. A la hora de salida intenta convencerla de salir a dar una vuelta. Como no consigue nada se va a su casa. Compra un sol de pan. Lo come con lo que puede. Se tira un buen pajazo (después de entrar en el internet y de que nadie le hable ni por Messenger ni por el Facebook y antes de dormir). También cuenta con un blog. Pienso dejarle un comentario” Yo regreso despreocupado después de sacudir al mono jojoy y vuelvo a acostarme en la misma posición. Me tiro una flatulencia criminal; me quedo dormido nuevamente. Él sale debajo de mi cama, se sacude el terno y se acomoda la corbata que casi casi brilla en la obscuridad. Se sienta a mi lado tratando de no despertarme. Me hace cariñitos en la cabeza y dice en voz bajita: - “Ni cagando me bajas a mi flaquita.”- mientras me mira dormir. Yo duermo sin saber el peligro que corro. Me muevo lentamente dándole la espalda a mi vigía nocturno y lanzo otra flatulencia mortal. - Amén - digo entre sueños.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El día de mi muerte

Todas las mañanas despierto con la misma sensación con la que la noche anterior dormí: “Me voy a morir pronto”. Y es que tengo un presentimiento ponzoñoso que me azuza a pensar de esta manera. A las doce de la noche, este último 11 de septiembre, en vísperas de mi cumpleaños, un dolor agudo se posó en mi debilitado corazón. Sentí unas punzadas virulentas y entendí que nada bueno podía ser. Terminé por convencerme de que eran gases y así me fui a dormir. El último domingo que fui a comer a casa de mi tía querida (Alicia), quien siempre me espera los domingos con delicias preparadas; empecé a padecer nuevamente de mareos y un dolor en la cabeza que me preocupa por ser un tanto desconocido. Comí delicioso un asado de carne con ensalada y un ajicito picante como mi tía sabe que me gusta. Me quedé sentado conversando con mi tío Vicente, quien es un amante de la familia único; y sentí unos mareos arrasadores que me llevaron lentamente a la cama de una de mis primas donde dormí casi noqueado. Desperté a las cuatro y media de la tarde y me despedí apenas y llegué a mi cuarto lentito, como llega la fortuna a la vida de un miserable. Me cambié apenas y me eché a seguir durmiendo. El lunes fui a trabajar muy mareado, contorneándome al caminar, zigzagueante. En el trabajo estuve hecho un torpe y por suerte cuadré con bríos. Esto de vivir pensando en la muerte es una filosofía que practico hace años. Por eso mi andar risueño (y ahora tambaleante), mi paciencia casi beata. No pretendo pelearme o discutir con nadie porque presiento que moriré antes de pedir disculpas o conversar y tan sólo esa idea me aterra: el hecho de irme con algo pendiente y sobre todo, si es con alguien a quien aprecio de verdad me preocupa más que mi propia muerte. Por eso me levanto sin prisas. Cruzo la pista mirando a ambos lados; siempre respetando el semáforo. Mastico lentito para no atorarme. Trato de estar adecuadamente hidratado. Consumo leche y frutas con frecuencia para mantener la mayor cantidad de vitaminas en mi cuerpo (de la “A” a la “Z”) y trato de cagar todos los días (aunque a veces no cumplo). He tratado de disminuir con éxito mi consumo de Coca – Cola (mi mayor vicio), y no fumo casi nada. A pesar de los últimos deslices con el alcohol, tampoco lo consumo con frecuencia ni en cantidades que puedan lacerar mi organismo. En el Banco siento que van a entrar unos matones y dispararán a quema ropa y una de esas balas perdidas se alojará en mi cuerpecito de príncipe y moriré en el acto. Que un tumor maligno e irreversible se aloja en mi cerebro o estómago. Que un terremoto fulminante dejará caer el techo en mi cabeza antes de cualquier reacción. Por lo tanto, me halle donde me halle, me encuentro en constante peligro. Debido a esta sensación mortuoria, me veo en la obligación no sólo de andar con cuidado, sino también, de desenvolverme con alegría; de respirar todo el aire que pueda cada vez que inhalo, de demostrar con un poco más de frecuencia mi cariño, de sonreír con cualquier escusa. Ahora, estos síntomas inusuales que presento se pueden deber a muchas cosas: mala alimentación, algún golpe dado tiempo atrás, a el descuido de mi persona, a un caso terrible de hipocondría o, lo que más me preocupa: a falta de sexo. La muerte es el fin más democrático y equitativo que se pudo dar. Mueren los ricos, los pobres, los altos, los chatos, las mujeres, los hombres, los buenos, los malos y yo también. Mueren todos a pesar de las diversas diferencias que podamos tener. Mueren todos se bañen o no se bañen. Por eso dejo siempre dicho que mis poemas están en mi cajón derecho, la mitad en el cuaderno rojo grande y la otra mitad en el verde chiquito; que por favor publiquen un par. Que me gustaría que todos aquellos que asistan a la despedida de este armazón de carne y hueso, lo hagan en lo posible de blanco, no de negro. Que me perdonen si es que les procuré algún dolor o desavenencia. Que sonrían cuando se acuerden de este niño viejo que no supo quererlos como se merecían. Por otro lado, siento que debo aguantar con valentía estos embates de la vida y no morir sin antes escribir aquel libro que está en camino con una velocidad no mayor a la de una tortuga con diarrea corriendo al servicio higiénico. Tengo que dejar algo antes de partir y espero sea aquel libro planeado y discretamente ejecutado, el mejor recuerdo que pueda dejar. Por ahora soy un sobreviviente que no planea nada a futuro porque presiente no llegará muy lejos. Soy un gitano que no ve en aquella línea larga de su mano muchos años de vida. Soy un bohemio soberbio y alucinado. Le he escrito poemas a la muerte e incluso, el pensar tanto en ella me ha hecho verla sin miedos. La muerte es el final más justo y quizá, el paso más próximo.

martes, 14 de septiembre de 2010

Bitácora de un borracho

Viernes 10 de septiembre, 11:30 de la noche; es víspera de mi cumpleaños. Tengo unas ganas bárbaras de tomar, de libar y entregarme a los efectos del alcohol. Los chicos no me han dado bola, todos saben que el sábado tenemos que trabajar y prefieren guardarse para la noche siguiente y nadie quiere salir conmigo. Estoy en casa y tengo ansiedad. Quiero llamar a todo el mundo pero no sé qué decirles. Entonces me quedo triste y ansioso en mi cuarto; en la computadora revisando nada. 11:58 de la noche y entra la primera llamada: es Bruno, me pide le converse de cualquier cosa hasta las doce. Segundos después llama Mónica y sé que están haciendo una apuesta para ver quién me saluda primero. Con Bruno aguardo hasta las doce que es cuando me saluda y me dice muchas cosas que sólo un buen amigo puede decir. Luego con su celular nuevo pone la opción conferencia y conversamos con Mónica quien se enoja por haber sido la segunda en saludarme. Ella también me baña con su aprecio y me llena de bendiciones y cariños. Mientras converso con ellos me empieza a doler el corazón de una manera inesperada y virulenta, pienso que ha llegado mi hora al cumplir los veinticuatro años y que este conato de ataque cardiaco acabará conmigo y me desaparecerá de la faz de la tierra aún joven. Gracias a Dios sobrevivo y me repongo después de descubrir que al parecer, eran gases. Sábado 11 de septiembre, 1.30 de la madrugada: Me llega un mensaje que dice: “Un día como hoy se cayeron las Torres Gemelas y también, un día como hoy nació un gringo hasta las huevas. Feliz cumpleaños cholito, de parte de tu amigo, hermano, primo, amante, marido y compañero.” Nadie firmaba ese mensaje que llegó de un número desconocido. No sé quién me mandó esa breve misiva que primero me dice “gringo hasta las huevas” y después me dice “cholito” a secas; no sé si es un primo, uno de mis amigos, algún hermano desconocido o uno de esos amantes despechados e insatisfechos. 8:30 de la mañana; ya en el banco. Entro y todos me saludan con un cariño que creo sincero. Algunos otros me dan la mano como todos los sábados y no pasó nada. Antes de iniciar la atención, todos se reúnen y hacen el intento de decirme cosas bonitas porque ha quién no le gusta que le digan cosas bonitas y lo saluden en su santo. Una breve oración dedicada a este gringo hasta las huevas y a trabajar. Algunos clientes me saludan con una sonrisa amiguera y yo doy las gracias. La señorita de limpieza me dice: “Joven Leonardo ¿Cómo es en la noche?”, y yo no sé qué responder porque no he planeado nada. 2:00 de la tarde; terminamos de atender. Traen una torta de algarrobina que está buenísima y no tarda en desaparecer. Más saludos, cariños y frases amables. 2:30; salgo de la agencia. Estoy en la casa de Bruno y le he llevado la torta a su mamá quien me invita a almorzar a mí y a Mónica. Mi jefe me llama y me dice que me invita un par de cervecitas y comienza el espectáculo. Conversamos de todo un poco y paso un buen momento. Gerardo, mi jefe, se porta bien conmigo y demuestra que es un buen tipo y que nos tiene cariño. 7:00 de la noche; en mi casa. Empiezo a limpiar todo por si viene alguien. Desempolvo las cosas, lavo cubiertos, barro disimuladamente. 8:00 de la noche; prendo la tele. Como nadie llega prendo la Tv y está jugando la “U”; me quedo dormido. 9:16 de la noche; Bruno me llama. Me despierto de repente y me dice que está afuera con Mónica y Samanta. En mi cabeza ya he unido cabos. Bruno me había pedido con torpeza que le devuelva una tabla de madera que me había regalado hace unos meses para poner fotos. Me dice: “Leo. Necesito la tabla que te regalé porque… porque… porque se ha roto una puerta en… mi casa y necesito algo como… tu tabla para tapar ese hueco feo que ha quedado”. Bruno es un tipo perspicaz cuando se lo propone. Entonces yo bajo a abrirles enseñando mi mejor cara de sorpresa precisamente para la sorpresa. Abro la puerta de la calle para recibirlos y… sólo están los tres. Me quedo de verdad asombrado y me acompañan a mi cuarto y me dicen que me he vestido horrible y me cambian en unos minutos mientras el celular de Bruno revienta. Entiendo que la gente está cerca y hago el que no sé qué ponerme sólo para joder. Bruno me apura gritándome y diciéndome: “¡Eres un indeciso de mierda!, nunca sabes que quieres”. Me pongo cualquier cosa y salimos a recoger a una amiga que está cerca. Cada esquina que doblamos creo encontrar a mis amigos listos para festejar pero nada. Entonces creo que Bruno no ha planeado nada y simplemente está de verdad enojado con mi indecisión y predispuesto a acompañarme en mi soledad. 9:39; regresamos a mi cuarto. Es la última de las posibilidades, que se encuentren en mi cuarto esperándome. Subo, abro la puerta y soy víctima del aprecio de las personas más geniales que hayan podido pisar mi cuarto. Han decorado mi cuarto con serpentinas y globos y condones, y han traído bocaditos y mucho alcohol. Han preparado gelishot que me hacen consumir como el más avezado de los drogadictos y han preparado aquella tabla que han decorado con las mejores fotos que puedo tener porque en la mayoría salgo con ellos y me siento querido y apreciado. La presencia de mi jefe me sorprende y puedo deducir que en el trabajo estoy haciendo las cosas bien. Están todos los que tienen que estar, los indispensables y los precisos. Entonces doy una palabras y digo lo mucho que los quiero y los aprecio y que si bien estoy lejos de muchos familiares, ellos menoscaban esas ausencias y me hacen sentir en familia. 10:18 de la noche; empezamos a beber. Saco un vino de chacra que he guardado con premura para la situación y lo tomo como agua. Gelishot una y otra vez. Me dan de beber el vodka que tanto me gusta. Tomo contigo y contigo. Con él y con ella. No quiero que nadie deje de tomar y quiero emborracharlos a todos. ¡Toma conmigo! Y empiezo a caer en mi propia trampa como suicida confeso. Me acerco a Samanta y le doy un beso en los labios, todos me observan. Algunos amigos míos son homosexuales y los quiero más por eso, por esa sinceridad con la que viven y me quieren. Meto a mi tocayo que es homosexual al baño y también le doy un piquito. Estoy muy borracho, no sé lo que hago. He ingresado a la etapa de la inconsciencia y empiezo a llamar a Camila y le digo muchas tonteras que no pensé que pensaba y Samanta me quita mi celular y me prohíbe llamar. 11:47 de la noche; no sé ni cómo me llamo. Pienso que he perdido mi celular porque me lo han quitado pero yo no lo recuerdo y empiezo a pedir una colecta para comprarme uno nuevo. Salimos de mi casa y vamos a la casa de Javier quien cumple años el 12 de septiembre. Llegamos a su casa y no recuerdo más. Regurgito como manguera loca y caigo en un profundo sueño. Hecho un bulto, Samanta me cuida y me hace cariños en la cabeza como consolando mi desgracia. Bruno y Mónica (que también está tomada) me llevan a mi casa y me cambian la ropa, me acuestan y me ven dormir. He pasado vergüenzas gigantescas en la casa de Javier y he perdido la conciencia y me he portado mal. Domingo 12 de septiembre; 6:41 de la mañana. Me despierto con frio e incómodo. Giro mi cabeza para ver sobre mi hombro y Mónica duerme junto a mi lado. Mi celular está en la cabecera de mi cama y no recuerdo como he llegado. Me reviso rápidamente y estoy completo y aún tal como salí. Nadie me ha robado ni violado ni lastimado. 6:43 de la mañana; ya consciente. Agradezco la calidad de amigos que me rodean y prometo otra vez nunca más emborracharme igual; por lo menos no hasta que cumpla veinticinco. Este gringo hasta las huevas está feliz por los amigos que tiene.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Un jefe no siempre es un líder

Uno llega a ser jefe no por pocas cosas: Puedes ser un tipo generoso, competente y contagiar el optimismo para hacer las cosas bien y ser productivos. Puedes ser simplemente constante y saber aprovechar las oportunidades. Puedes ser un chancón que sabe todo de memoria. Puedes ser un sobón chupa medias. Puedes ser un mediocre que está a la defensiva y pisa a todo el mundo para llegar a su objetivo. Ahora, una vez que cumpliste tu objetivo puedes ser un jefe que contagia la buena onda y que motiva a sus muchachos a hacer las cosas bien. Puedes ser uno de esos capataces que asusta a todo el mundo con amenazas poniendo en duda tu continuidad laboral. Puedes ser de esos que no les interesa como van mientras salga temprano y coma a sus horas. Puedes ser de esos que creen que incentivar es invitar una gaseosa. Puedes ser de esos que les convenga estar cerca para saber todo o de esos que se preocupan por los suyos para que de lo subjetivo a lo objetivo se cumplan las metas. Puedes ser un jefe con experiencia a los treinta y tres años. Uno incompetente con veinte años de servicio. Uno razonable sin ser psicólogo. Uno pésimo siendo el más premiado. Puedes tener la razón debido a la experiencia. Puedes tener razón porque crees tenerla. Puedes haber experimentado y no saber qué hacer. Puedes ser un hijo de puta pero no puteas a nadie. Puedes putear a todo el mundo y cagarlas de vez en cuando. Un jefe es el pináculo de la pirámide. Es el ejemplo a seguir y por ende (aunque no siempre sea el caso) el líder de aquel área o sector que se le haya asignado. No siempre un jefe es un buen líder. Dicen que los líderes se distinguen del resto porque tienen seguidores (esto puede ser una hipótesis equivocada). Dicen que los líderes son aquellos que mueven masas (todavía no basta). Yo creo que un líder de hecho es quien tiene el poder de llegar a la gente y hacerla pensar un poquito. Es aquel que puede convencer sin necesidad de obligar a nadie. Es aquel que contribuye con el grupo y trata de solucionar problemas que a veces ni le competen. Es aquel que enseña sin que le pidan el favor. Es el que compromete a su gente basándose en el cariño al trabajo y el respeto al compañero. Un líder es aquel que cree en lo que hace y en la gente que lo acompaña o sigue (según sea el caso) y se preocupa no sólo por cumplir las metas u objetivos , sino que también, comparte y departe algo más que indicaciones. Un jefe no necesariamente es un líder, y un líder no necesariamente es un buen líder. Las multitudes necesitan de un líder; alguien que les dé alternativas para pensar, para decidir, para equivocarse (como la gran mayoría de seguidores). Para ser un buen titular uno tuvo que ser un buen suplente. No puedes pretender ser un buen jefe siquiera si no te pones en el lugar de tus menores laboralmente. En la vida en general el altruismo es algo que nadie practica y por demás, no están esos que te dicen “hay que hacer esto o eso” sin decirte cómo. En el congreso hay personas que no saben ni leer ni escribir, y por lo tanto no saben expresarse correctamente y casi ni hablar el castellano, y así son padres de la patria (mejor nos declaramos huérfanos). No significa que discrimine a alguien; sólo que creo que hasta yo podría hacerlo un poco mejor. La culpa no es de ellos, es de los que lo escogieron. El hecho de sentirte jefe te hace importante. Como dice un relato: “Un ofertante quiere un pájaro para acompañarse en su vejez. El vendedor le enseña al demandante uno hermoso, blanco en su totalidad; habla tres idiomas y no ensucia nada. – Mil dólares –dice. El comprador duda. Entonces le enseña uno mejor aún, más bello; habla seis idiomas, no hace ruidos, vive cincuenta años y come poco. - Tres mil dólares – dice orgulloso. Como todavía no ve al comprador convencido le muestra a un tercero al que se le caen las plumas, casi y no habla, cojea de la pata izquierda y caga como loco. – Éste está diez mil dólares – dice convencido de la venta. - ¿Por qué tanto? – pregunta el comprador. – Fácil – responde el vendedor. – Porque los otros le dicen jefe.” Entonces algunos porque les dicen jefe se creen importantes. Un buen jefe no sería un buen jefe sin la gente que está detrás de él y lo avala. Yo no pretendo ser ni jefe ni me creo líder, pero si algún día el destino me guarda esa tarea, empezaré por comprometerme uno a uno con mis colaboradores. No basta con sonreírles, hay que intentar que rían contigo. Jefes cabrones los que creen que por joder van a ser mejor remunerados. Jefes mediocres los que no saben resolver problemas internos y buscan culpables eximiéndose de los fracasos. Jefes indeseables los que amenazan para coaccionar a sus también compañeros de trabajo haciendo alarde de su poder. La democracia es buena, pero las jerarquías joden esta democracia y los derechos de opinar y criticar, porque una crítica no es como muchos piensas para menoscabar o hacer daño. “El cerebro quiere la jefatura del cuerpo humano y dice que es quien mejor da órdenes. El corazón por ser el más noble pide el cargo. El estómago dice que él es el más importante. Y así todos los órganos dan su candidatura como la más óptima. Entonces la mierda se subleva y dice que él será el jefe porque si, y si alguien no vota por él se jode, porque no pretende salir del cuerpo hasta que no lo escojan. Entonces se ríen y descartan su candidatura. Van tres días sin deposiciones y el cerebro empieza a convulsionar, el corazón palpita con inconvenientes, el estómago revienta, y así todos los órganos. Es así que la mierda es elegida como jefe supremo y absoluto del cuerpo humano.” Es así que cualquier mierda puede ser jefe, así no sea un buen líder y no pretenda serlo. Yo no merezco ser jefe de nada ni postulo a serlo. Con paciencia y buen humor uno puede conseguir logros importantes. Cuando estos tardan, uno llega a confundir la paciencia con la mediocridad. Así pasen diez años, el optimismo y respeto que debe de haber en cualquier centro de trabajo, será mi objetivo primordial. “Motiva y no castigarás” será el lema. La vida te pone en un millón de sitios, en otro millón de situaciones, rodeándote de tanta gente diferente. Para ser por lo menos un buen líder, debes de saber lidiar con eso y aprender de las cosas buenas y malas que encuentres en el camino. La experiencia no está basada en el tiempo, sino en las cosas que te han pasado y sobre todo en los errores que cometimos así sean todos en un día. Yo no busco ser jefe de nadie y lo de líder es algo nato que yo no me atribuyo, pero eso sí, si llego a serlo, no seré una mierda caprichosa.

martes, 31 de agosto de 2010

La Fiesta y Mollendo

Estoy de copiloto en el carro de Javier. Siempre que viajo, así dure dos horas el recorrido, creo que voy a morir, que voy a perecer y de esta manera, dejar mi cuerpo regado en las carreteras, desmembrado. Primera vez que viajo de copiloto en un auto particular. Ignoraba que se debía tener un mínimo de conocimiento para de esta manera, socorrer o advertir al chofer de algunas cosas. Entonces mi temor se extiende y comprendo que he comprometido a los demás pasajero. Llegamos temprano y sin problemas. Hemos viajado al Hotel de Bruno, mi querido Bruno. Su papá nos ha invitado ahora en invierno porque en verano no quiere que nos asomemos sin pagar (bueno, eso creo). Hemos salido de Arequipa huyendo del tedio del día a día, del trabajo agobiante y duro, de la rutina esclavizante que nos somete. Hemos partido el mismo grupo de siempre: Bruno (¡Larga vida al Rey!), Mónica (mi única amiga), Lalo (quien me pidió que no lo mencionara y al cual le mentí), Javier (que sale poco con nosotros porque como buen pelotero, sale con vedettes) y yo (que soy un tonto). No venimos solos: Gerardo, mi gerente, ha manejado el otro vehículo y ha traído unos choricitos espectaculares; Buba, el gran Buba; Victoria (mi Supervisora) y su esposo, el popular “Gato” también están con nosotros. Mollendo en invierno no es lo mismo; no hay tanta alegría, tantos forasteros, tanta diversión violenta. Entonces paseamos como desubicados y todos nos miran. Las niñas advierten que hay gente nueva y empezamos a caminar como modelos. Me acerco a unas chicas (aprovechando el impacto) y les pregunto en dónde mis amigos y yo podemos beber y bailar. Ellas me miran coquetas y me señalan una esquina: - En la fiesta – me dicen ahora tímidas. – ¿Y de quién es la fiesta? – les pregunto (porque no me gusta entrar de advenedizo a ningún lugar). - De nadie - me responden – así se llama el local: “La Fiesta”-. Me rio avergonzado y me retiro. Nos acercamos a aquel lugar y miramos de reojo y son muchos púberes borrachos frotándose unos a otros al ritmo de un perreo. Nosotros no estamos para esos trotes y nos acomodamos en otro local que parece para adultos. Comemos canchita picante, tomamos una cervecita helada, todo mientras vemos King Kong en el plasma. Conversamos de una u otra cosa, una lluvia de fotografías. La música mejora un poco. King Kong muere. Las cervecitas empiezan a hacer efecto. Me escapo, quiero bailar y me voy a la Fiesta sin saber de quién es. Pago cinco soles y entro con Buba, el buen Buba, quien me ha animado a acompañarlo. No tarda mucho para que unas niñas nos hagan ojitos. Me llaman, me dicen que me acerque donde están ellas. Me preguntan mi nombre. Una de ellas me dice que a su amiga, a una gordita alegre, le gusto. – Abrázala – me pide. Yo la abrazo con cuidado no llegando a cubrir su cintura. Ella avergonzada se ríe y me pide disculpas por el estado etílico de su compañera. – No hay problema – le respondo esbozando una sonrisa conciliadora. Me llevan de aquí para allá y me hacen bailar. Me preguntan cómo me llamo: - Pepito – respondo lo más convincente posible. Entonces Pepito para todos. – Diecisiete se cumple una vez nada más - me repite la más ebria mientras grita y baila un reguetón malcriado cerquita mío. Es suficiente. Salgo lento, con pana y elegancia. Salgo pensando que si algún día tengo una hija, no va a conocer Mollendo. En el otro local de adultos la fiesta se puso buena. Bailamos salsa con todos. No interesa si es de otra mesa, si sabe bailar o si quiera, si tiene ganas. Hacemos lo que queremos y nadie se queja. Mi cabeza está en otro lado, pienso en aquella chica que me ha intoxicado y no me deja ser el conato de puto que todos creen que soy. Llegamos al hotel solos y me siento bien por eso, no quiero ir a la cárcel porque “diecisiete años se cumplen una sola vez”. Al día siguiente salimos a pasear. Me pongo mi sombrero preferido con una camisita veraniega que en invierno no se ve tan mal. Paseamos por las playas. Me encanta caminar por la orilla del mar, sintiendo la arena entre los dedos de mis pies. Recogemos dos chicas de la noche anterior y las llevamos con nosotros. Una de ellas tiene una colita linda y la otra está hasta la colita. Uso mi short guerrero, el que me acompaña desde hace ya más de seis años. Entre las rocas encuentro cangrejos y voy a molestarlos. Levanto mi pierna derecha para subir unas rocas y el short se abre a la altura de los cojones. Nadie se ha dado cuenta. Regreso con una abertura pronunciada en la entrepierna y se ríen y les digo que un cangrejo me atacó pero nadie me cree. Terminamos el paseo ya entrada la noche. Acudimos a un local de comida italiana y yo muestro mis carnes pálidas de la entrepierna al público en general. Llegando al hotel lamento el final de mi short y termino de destrozarlo no sin tomarme fotos. Mónica está un poco mal, se le ha cerrado el pecho. Bruno está con dolor de cabeza porque no quiere que tomemos en su hotel y porque anoche durmió sin ropa. El buen Lalo es una locomotora y fuma un cigarrito más. Comemos como cerdos. Yo no puedo ir al baño porque sólo cago en casa. La chica del culito lindo quiere con Javier. Javier quiere que yo lo apoye con la que está hasta el culito. Siempre me toca bailar con las gorditas, y no tiene nada de malo, sólo quiero variar. Buba se ha ofrecido a acompañar a Javier en la salidita con las chicas culito. Yo quiero descansar. Me echo en la cama que tiene la ventana hacia la calle y la luz de la publicidad del hotel no me deja dormir. Mi jefe, Gerardo, que está en el cuarto contiguo ronca con más violencia que un senderista. El monaguillo de la iglesia de enfrente es empeñoso y sale a tocar las campanadas correspondientes a la media noche. Tengo pesadillas. Me enredo entre las sábanas y no puedo dormir. Las dos de la mañana y la luz me jode, el monaguillo no descansa y dale que dale a la campana. Javier llega sin haber cumplido su objetivo tan bien como la chica que está hasta el culito, quien no dejo de vigilar a su amiga (la del culito bonito) en ningún momento. Javier empieza a mandar mensajes de texto. Yo le mando uno: “Duerme mierda”, escucho su risa. El jefe no deja de roncar y yo quiero meterle la campana por el culo al monaguillo cabrón. Me despierto a las nueve de la mañana porque escucho unas campanadas y salgo por la ventana y le grito a ese pequeño mequetrefe. No tengo short para esa mañana. Es hora de regresar a Arequipa, de dejar en Mollendo lo que le pertenece a Mollendo. Subo al carro de Javier. Ponemos “Desnúdate” en una versión cantada por Huey Dumbar. Esta es la canción del viaje. En el camino agradezco la amistad de estos buenos chicos y pido llegar vivo y pronto para ir al baño. El aire golpea la tez de mi cara y me siento vivo.

martes, 24 de agosto de 2010

Tengo besos y abrazos

Recuerdo cuando con Rebeca (aquel fantasma dulce que me persigue) andábamos de la mano por las calles taciturnas de Tacna; con dieciséis o diecisiete años a cuestas, bromeando de todo, despreocupados de la vida, enamorados (presiento). Cuando me desesperaba por verla los fines de semana, esto si sus padres le permitían salir a la casa de su amiga, lugar de encuentro estratégico. Recuerdo los poemas que le escribía, que le mandaba con mi pequeña sobrina al colegio (ella, mi sobrina, siempre tan tierna y servicial), las miles de cartas que intercambiábamos, los besos más profundos que recuerdo, su sentido del humor tan dulce. Recuerdo la agonía que me acompañaba de lunes a viernes, casi mortal, que se disipaba por poco al extremo de inexistente cuando la veía asomarse y verme con esos ojitos verdes con los que aún sueño. Han pasado años desde entonces y todavía hay rezagos de todo ese sentimiento inmaculado que Rebeca, mi primer amor, me inspiró durante dos años. Sofía asomó una noche de verano, rebelde y alocada, arrasó conmigo y mis prospectos como un huracán. Ella con su infinito amor por mí me conquistó irremediablemente. Sus locuras me hicieron reír y llorar de verdad y me demostró lo difícil y divertido que es la convivencia, porque paraba con ella casi todo el día: íbamos de compras juntos, dormíamos y amanecíamos juntos, intimábamos como dos viejos amantes. Los días con Sofi pasaron llenos de emociones, pasaron como aquel verano en que nos conocimos y en el cual, sin más escusas, me conquistó. Tacna me regaló estas dos historias lindas y hoy melancólicas que recuerdo con cariño. Llegué a Arequipa huyendo de una ciudad que no tenía más que ofrecerme, intentando hacerme hombre con todo lo que esto implica. Mi búsqueda de la felicidad esta totalmente relacionada a ese amor con el cual creo, sólo he coqueteado. Mi búsqueda de la felicidad y mi proyecto de vida (que es mediocre y cursi, lo admito) no ataña el acumular riquezas y tener un millón de dólares en el banco, ni carros, ni casas, ni acumular riquezas que me hagan menos humano. Quiero el dinero necesario para vivir tranquilo yo y los míos, que en verdad no serán muchos. Han pasado años desde entonces, y el tiempo ha sabido poner en mi camino chicas lindas que han cuidado de mí con esmero. Chana y Cristina, dos chicas grandiosas con las cuales, con un poco más de voluntad, hubiera podido vivir una relación encantadora. Ambas despertaron interés en mí, pero por esta abyecta manía de temerle al compromiso, no les brindé lo que se merecían. Desde que llegué a la “Blanca Ciudad”, no me esmerado por conquistar a nadie o por cumplir por lo menos medianamente, aquel proyecto de vida ligero pero añorado. Mis relaciones en Arequipa han durado poco porque yo no fui el que las escogió, porque yo no fui quien planeo un flirteo delicado y romántico, como más o menos me gusta. No me he esmerado mucho por sorprenderlas si es que a ellas las sorprendí (Chana y Cristina). Entonces, ese vacío, esa retención de besos y abrazos, esas ganas de escribir cartas de media noche a puño y letra, esos poemas que todavía no son por falta de escusa me están consumiendo y acumulándose es este pecho lampiño que casi casi, quiere explotar. Camila apareció, y como siempre, no me llamó la atención a primera vista, no me flechó con la primera mirada ni me conquistó con su sonrisa. Las cosas se dieron naturales y convirtieron el día a día del trabajo en miraditas y sonrisas cómplices y risueñas. Cami se muestra como una chica comprometida con sus ideales religiosos, los cuales respeto y hasta incluso creo plausibles por su coraje. Camila se refugia en teorías espirituales y pone barreras entre los dos. Camila y sus conceptos tienen un enamorado, un enamorado noble y pacífico que ha intentado cuidar de ellas como todo un caballero. No sé en qué momento pasó esta intención mía de un capricho a una realidad que por gallardía no puedo negar. No sé en qué momento me convencí de lo que quiero y a pesar de saber que está mal (creo), no pretendo retroceder mis tropas del terreno ganado. No sé desde cuándo pienso en Camila en algo más que una compañera de trabajo o un capricho innoble. He sido ya, sin compartir una relación con ella, un canalla que por sincero, imprudente; y cómo pocas veces, arrepentido de haber dicho y hasta incluso escrito en su contra y en contra de su enamorado que a diferencia mía, es un caballero sin despeinarse. No sé lo que pretendo, si está bien o mal que me inmiscuya en una relación que goza de dos años de compromiso, un compromiso que poco a poco viene a menos y prefiero acabe por el desgaste que por intromisiones mías. A Camila la veo frecuentemente por cuestiones laborales y sé que es difícil hacerse el loco o desprenderme de mis intenciones que no son malas, sólo impertinentes. Tengo besos y abrazos acumulados que han visto en Camila un buen puerto. Camila es una buena chica que admira a su enamorado, que se siente protegida, pero intuyo (y lo digo con humildad y el mayor de los respetos), no es la pareja que le ofrece esa relación natural y fluida que la haga enamorarse de verdad y le permita ser ella misma. Presiento que Camila se aferra como naufrago a la orilla con más resignación que empeño. Hace tiempo no me acerco a alguien, la miro a los ojos, le tomo las manos, y con nervios por doquier, le digo: “Me acompañas a estar solo” o en otras palabras “Quieres estar conmigo”. Ya me olvidé como es eso de conquistar a alguien. El altruismo dice que no debería meterme, porque sé que no me gustaría que un tercero aparezca y se lleve a mi chica (aceptando la derrota y sabiendo que ella decidió y dentro de la democracia que yo busco es válido y por demás correcto). Por otro lado una propaganda de desodorante me dice que deje de ser amigo (sólo tengo una amiga) y empiece a ser hombre. Esta única amiga me dice que en el amor y la guerra se vale todo; yo, un poco más protocolar, intento no ser uno de esos tantos robanovias de los cuales hasta yo me he quejado. Yo no voy con maldad, ni con la pierna arriba intentando hacer daño a alguien. Mis intenciones son buenas, aunque muchas me vean como un chico malo. Camila cree que yo estoy enamoradito de ella y me ve con una pena que me hace sentir subestimado. Camila cree que es mejor tratarme como amigo y alejarse con discreción, lamentablemente sólo lo cree mas no lo quiere ni lo siente, lo presiento. Yo no me muero por nadie ni pretendo morirme por nadie nunca, soy radical y egoísta conmigo mismo si me lo propongo (el arte de ser autodestructivo y tenerme como principal enemigo me permite hacer esto con cierta facilidad). En conclusión, tengo besos y abrazos contenidos, presos por falta de recepcionista y la duda de ser o no ser aquel galán mezquino (con la relación de Cami) que arriesga su orgullo. Pd: Si tú, amable y despistado lector, estás carente de cariño y buscas un besito dulce y un abrazo cálido para calmar la carencia de cariño, con confianza, comunícate conmigo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Mi primera amiga

Jamás he tenido una amiga de verdad, porque todas terminan huyendo despavoridas de este hombre descontrolado y confundido. Nunca he salido una tarde entera a caminar, a almorzar, a ver películas los dos solos y hasta dormir compartiendo la misma cama sin que por mi cabeza corrupta pase la idea de un toqueteo o el cleptómana pensamiento de robar un beso. Las amigas de mis enamoradas eran una tentación. Las amigas de mis amigos (que por suerte tengo sin querer besarlos) también contaminan mis entrañas y me someten a malos pensamientos. Las amigas de muchos desconocidos no son mis amigas ni podrían serlo. Tengo un problema psicológico que no intento remediar pero que debe preocuparme. No logro entablar una amistad sana y bien intencionada con señoritas, no puedo estar en un mismo ambiente con una dama por mucho tiempo, porque basta que hable bonito para que yo, maniático del flirteo, intente hacer algo. Pero un día llegó Mónica, un lunes cualquiera, y creo que cambio algo en mí. No sé en que momento se robó mi confianza y me conquistó de esa manera tan dulce. No sé si no la conocía antes y quizá me olvidé de ella como de otras tantas personas. No sé por que con ella siento un cariño sincero y en verdad desprendido de maldades. Mónica es una limeña desquiciada que ilumina los días en la agencia bancaria donde trabajo. Llegó producto de un ascenso bien merecido que la obliga a someterse a arduos días de trabajo. Pero ella y su fuerza infinita logran contrarrestar no sólo los días ajetreados, sino también, los malos días de mis jefes estresados y mal pagados. Ella vive sola igual que yo. Goza de la libertad de la soledad, esa soledad que a veces juega malas pasadas y nos hace sentir menos importantes. Mónica goza de una colita bien dotada, que he mirado sin maldad pero si con asombro. Goza de una sonrisa contagiosa y mágica que en verdad, alegra mis tardes, haciéndolas menos tortuosas. Mónica piensa como hombre, porque a vivido rodeada de salseros y peloteros, sabe cada reacción que podemos tener, las cosas que pasan por nuestra cabeza; es un hombrecito sin miembro viril y a veces creo que ni yo pienso tan claro como varón como ella. Lamentablemente siente como mujer, y también pasa por la decepción de saberse frágil de vez en cuando. Ella nos va a ver jugar fútbol, nos acompaña a comer comida chatarra, a tomar unos traguitos bonachones que desaten conversaciones interesantes, donde Mónica, siempre la tiene clara. Mónica no escatima en tirarse al suelo si es necesario, nada de remilgos y poses de niñita no me ensucio. Mis domingos, aquellos domingos aburridos, ahora son de ella quien organiza tardes llenas de películas o largas caminatas para conversar de la vida y sus defectos. Mónica es un mujer que da la impresión de seguridad en cada paso, pero es una niña que juega a ser adulta con un alto grado de efectividad. Vamos al karaoke y cantamos como enfermos, sobre todo las canciones que obligan al corazón a regresar en el tiempo y recordar con melancolía a alguien; pero cantamos con más entusiasmo por las calles mientras salimos de aquel local, cantamos a todo pulmón canciones que no pudimos cantar con el micro en mano y así somos más felices. Mónica está loca y no se hace mayores problemas. Parece que la conociera hace años, casi desde siempre; y no es que no la vea como mujer, porque como mujer única y guapa, sólo es que, su compañía me es tan agradable, y sus manías tan contagiosas, que neutraliza a ese animal indefenso que llevo dentro. En el trabajo ya no encontraba mayor motivación, puesto que es monótono y estresante; pero desde que llegó Mónica, desde que llegó con esa sonrisa que se escucha desde lejos, ninguna tarde es la misma. Cada vez que le toca descansar (día del que yo no gozo), cada vez que se ausenta o se sienta lejos de mí, marchito. Si antes no tuve amigas (comprendiendo sus razones) y tenía que esperar por Mónica, esperaré hasta el triple de lo que ha pasado por gozar de la amiga que hoy (y sin temor a equivocarme) tengo a mi lado. Querida Mónica (como quisiste llamarte), te quiero tantísimo.

lunes, 2 de agosto de 2010

Contigo, no me caso

Es normal que después de un buen tiempo compartido con alguna pareja (llámese enamorada), uno empiece a enloquecer, desvariar, distorsionar las cosas. La idea de compartir con ella más tiempo, mezclado con otras hierbas, te lleva a planear un futuro por demás desgraciado e infeliz. Está comprobado que el alto índice de divorcios se debe a la tonta idea de casarse. Esa metáfora innecesaria del amor inventada por los hombres, hoy convertido en fracaso, se llama matrimonio. Yo he hablado de amor y matrimonio con enamoradas que hoy me han olvidado mucho más de lo que yo a ellas. Me han jurado un amor puro y desinteresado que hoy es recuerdo. He prometido años de mi vida junto a ellas y planeado un futuro próspero y alentador, con hijos cuyos nombres ya estaban acordados, con un perro labrador corriendo por nuestro futuro jardín, en nuestra futura casa familiar. Cuán lejos he llegado en mi imaginación, y quizá, al final incluso de mis sueños y expectativas, el divorcio avecinaba con una sonrisa insidiosa. Por lo tanto, veo en el matrimonio, una muerte anunciada y poco misteriosa. El hecho de tener un hijo requiere una responsabilidad mucho mayor que no se soluciona con una boda de esperanzas y necesidades. Por tener un hijo no significa que te sacrifiques entregando la mitad de tu libertad a una desconocida que puede aprovecharse de este recurso. Dichosos los que creen en el amor y en el matrimonio como puerto de llegada. Pues yo si creo en el amor y aunque desconfío a morir del matrimonio, no dudo que por amor, y como muestra máxima de este sentimiento traicionero, llegue a participar de una ceremonia por y para ella. Por lo tanto, el amor como ritual social para demostrar adhesión con tu pareja frente a una cantidad de personas que te permita el dinero o tu desparpajo, es una muestra noble, plausible, pero innecesaria de decir “quiero estar contigo el resto de mi vida”. Pero para llegar a este estado de locura y desesperación, hay que estar seguro de que sea así. Yo he propuesto dos veces matrimonio, ambas con poco éxito. La primera fue a mis ex – gerente (que desde luego es mujer). Cecilia es aún una mujer hermosa e inteligente, que con sus años encima, luce más regia que muchas veinteañeras. Le hice una pancarta chapucera que decía “Cásate conmigo”; detrás de mí estaban mis compañeros, como una especie de tribuna cómplice y testigo de mis devaneos. Toda esa tribuna bancaria no hizo más que hacer muestras de su desacuerdo a mi proposición, aunque contentos con mi desgracia. Cecilia vio la foto con cariño, incluso al extremo de robarle un par de lágrimas producto de su partida acelerada hacia otra agencia. Puesto que ya estaba casada denegó mi proposición y me rompió el corazón luego de su no. La verdad no hubiera funcionado, y mi cariño abundante me cegó y manipuló para llegar a tamaño desatino. Por otro lado, Cecilia tiene dos hijas buenas mozas con las cuales, un futuro no muy lejano, me puede haber guardado algún tipo de revancha. La segunda propuesta matrimonial la hice hace poco, en pleno partido de fútbol. Desgracié un polo mío, pintándolo con plumón indeleble. “Cásate conmigo Cami, (tu vas a lavar el polo)” decía en mi insigne pecho luego de meter un gol que poco sirvió porque igual perdimos. Pero mi derrota personal se produjo horas después del cotejo deportivo. Camilita, con cierta maldad en la mirada, denegó mi proposición aduciendo que a su novio no le iba hacer mucha gracia un sí. La verdad Camilita, tu novio es un gilipollas y ni cuenta se hubiera dado de que te casaste con otro e incluso, si estás embarazada. Tu negativa no fue tan sincera como la de Cecilia, estuvo maquillada de escusas y sometida bajo esa terquedad y doble personalidad que tú, mi querida Camilita esquizofrénica, gozas y rebalsas. Pero bueno, debido a cierta desagradable experiencia sufrida anteriormente, no me veo deprimido ni desahuciado. Ahora que hablo de ti Camilita de mi corazón, me parece terrible que seas víctima de esas ideas cuadradas que te enseñan en esa Comunidad Cristiana a donde acudes e incluso me invitaste. No te niego que algo bueno saqué de la charla a la que me sometiste, y de que quizá regrese porque estoy en un limbo espiritual. Pero la verdad es que no comparto muchas cosas de las que allí hacen referencia y ni de la manera en que a ti, mi dulce Cami, te lavan el cerebro. Espero que seas feliz en tu matrimonio con Kevin, tu novio impoluto que reza por ti mientras tú y yo bailábamos en una disco de dudosa reputación; lindo él. Por otro lado me parece cruel que pienses como piensas de los homosexuales, y veas con desagrado el hecho de que en la siempre revolucionaria Argentina, hayan aceptado que se casen y compartan sus derechos y obligaciones juntos. Creo que el amor de los homosexuales es un amor tan o más puro que de muchos heterosexuales hipócritas. También es cierto que creo que hubiera ahorrado muchas controversias si le hubieran puesto otro nombre en vez de “Matrimonio Gay”, ya que la palabra matrimonio tiene cierta connotación religiosa. Unión Gay o Alianza Homosexual, serían términos más adecuados; porque el tema es que ellos tengan los mismos derechos que un heterosexual, todo desde el punto de vista legal y social; la religión es un hueso más duro de roer y la verdad, no me interesa roerla. Por lo tanto el matrimonio es un gran problema producto de costumbres tradicionalistas y puritanas que no te permiten vivir tranquilo si no eres igual al resto de persona supuestamente de bien. Los homosexuales, seguro, también terminarán divorciándose a la larga y por las calles, tanto homosexuales como heterosexuales, andarán despechados. Con Cecilia, la siempre guapa Ceci, no hubo mayor decepción, está casada y con sus hijas puedo tener chance. Con Cami, la cosa es distinta, porque me enfurece saber que ella no es valiente y de que no es sincera ni con ella misma a pesar de creer que sí, y también me subleva, el hecho de tener cierta afinidad con chicas con defectos que la verdad, me alteran mucho. Yo no me caso contigo, ni con nadie he dicho, y si por ahí, el amor, traicionero sentimiento hace que me coma mis palabras, lo haré como un simbolismo personal ofrecido hacia esa chica perversa que me convenció de hacerlo, y lo haré con el mayor de los amores y será en la playa porque no pienso dejar que la gente se embriague y alimente con mi dinero producto de un capricho de aquella mujer que aún no conozco. Lo haré en una playa lejana y quizá nudista, para ver si van esos zánganos trepadores (como yo) que acuden a los matrimonios para burlarse y divertirse a cuestas de la desgracia de otros. Espero que el amor, y sus terribles destinos, no me obliguen a llegar a tal extremo. Que Dios me guarde una chica guapa y loca que sienta el amor y no intente materializarlo en ceremonias que la verdad, luego de la algarabía del momento, van a terminar decepcionándote. Si hay amor, que Dios lo bendiga con hijos sanos. Lamento informarles a los homosexuales, que por más que intenten o apelen en las cortes, no van a poder tener hijos biológicos, lo lamento.