miércoles, 21 de noviembre de 2012

Este sábado tengo una cita

Uno visita al doctor por resignación y entendiendo que no recibirá buenas noticias. Generalmente recurro al dormir, todo se me pasa durmiendo. O simplemente aplico una fuerte dosis de indiferencia y al olvidarme del dolor que me aqueja, este pasa o desaparece. Pero en esta ocasión aquellos remedios espirituales no hicieron efecto en este cuerpito dejado a menos y me llevaron a la obligación inevitable de asistir al doctor si es que acaso quiero postergar mi duelo con la muerte, aquel que sabemos, nunca ganaré. Saqué una cita con el dermatólogo para tratar una pequeña protuberancia alojada en la parte derecha de mi cuello, protuberancia que siendo ya menor es más considerable que cualquier otra protuberancia en mi cuerpo. Visité la única clínica que mis enfermedades conocen, donde tengo ya una historia clínica de cuidado, con varios análisis de por medio, cuyos resultado nunca recogí. Una buena cantidad de medicamentos recetados los cuales preferí no consumir. Todo era muy fácil, sólo tenía que dormir. La consulta la auspició VISA (quizá por eso siempre voy a esta clínica, porque aceptan todas las tarjetas) y procedieron a invitarme a medir mi presión y revisar mi peso. Arrastré mi cuerpo hasta aquel pequeño cuarto donde me preguntaron si había tenido fiebre. Respondí seguro de que Sí. Siempre me recomendaron hacerte en lo posible la víctima en los nosocomios para que te atiendan con mayor premura, y esa solicitud es una de mis especialidades. – Pobrecito - me dijo la enfermera. –Sube a la balanza – me pidió. Mis austeros 65kg me deprimieron, incluso antes de que la enfermera volviera a decir: Pobrecito. Esta vez me derivaron al consultorio número ocho donde me indicaron tenía que esperar. No mintieron, esperé un muy buen rato. Luego de una vida sentado esperando la muerte escuché mi nombre. Levanté la mirada y advertí un ser vestido de blanco invitándome a seguir la luz. - Es un ángel que me invita al cielo – llegué a pensar antes de reaccionar y entender de que no tengo ningún boleto al cielo en caso de morir. Era el doctor: de tez morena, de contextura gruesa y de cabello cano. Por la descripción antes mencionada entenderán porqué la tentativa a pedirle un autógrafo o tomarme una foto con él debido al parecido con el doble de “El Zambo Cavero”. - ¿En qué te puedo ayudar? – me preguntó por rutina. Quise pedirle dinero prestado pero me faltó valor. Hice de su conocimiento la presencia de mi protuberancia. Se acercó, la observó con curiosidad y empezó el toqueteo. Luego de hurgar en mi cuello sacó raudo un cuadernito y me enseño la foto de algo denominado “quiste epidermo”. La foto era en extremo desagradable y mi reacción casi fue el llanto. Le comenté que hace más de un año algo parecido se alojó en mi pecho. - También acudí al dermatólogo – le mencioné. Era un viejito con un ojo entrecerrado y aliento a ron, quien no observó mucho antes de limpiar una jeringa que encontró por ahí con un líquido sospechoso el cual lo acercó a su boca y le metió un sorbo. Luego me miró confiado de lo que hacía, me despojó de mi camisa y clavó aquella aguja como si fuera una estaca y yo un vampiro. Retiró de mi pecho aquel quiste con una facilidad inaudita, casi sin usar la jeringa. Lo que no resultó sencillo fue controlar la sangre que brotaba. Con temor a morir le consulté sobre un granito en mi labio, el cual miró con desdén y me sugirió inscribirme en clases de música. Así terminó la consulta, con dudas y un dolor inexplicable en el pecho. El doctor con parecido al doble del “Zambo Cavero” interrumpió mi relato con una leve sonrisa. Me dijo que necesitaba de una pequeña intervención, que las mismas las realizaba los sábados para lo cual me reservó una nueva cita. Prometió despojarme del granito en mi labio así como también de dos lunares Me derivó a pagar unos medicamentos que en cuestión eran en verdad simples. Pero al observar en farmacia la aguja tamaño familiar y el bisturí asesino, los fantasmas de mis muertes aún pendientes me visitaron todos con prontitud. Sentí el estupor de saberme muerto una vez más. Al parecer aquella intervención a realizarse el sábado puede postergar mis sueños mediocres para otra vida si es que me la merezco. Este sábado puede ser el último en que intente levantarme con el pie derecho (y seguro que lo tomaré en cuenta). Es preciso entonces a hacer mención de algunas aclaraciones si es que se me pretende dar algún tipo de descanso eterno. Primero: Que este no sea interrumpido, mucho menos a horas tempranas. Segundo: Lloren mucho; como nunca lo hicieron en su vida. Prometan ante mis restos que nunca más llorarán así y cumplan. Tercero: Ningún ridículo de negro, todos de blanco. Cuarto: En la previa escuchen canciones de Gianmarco, y antes de arrojar mis restos, cántense las más conocidas de Fito Paez. Quinto: No pretendan enterrarme, me incineran si o si. Las miserias que deje como cenizas por favor arrójenlas al Lago Titicaca por el lado Boliviano. Es el lugar que he escogido para descansar hasta nuevo aviso. Y por último y no menos importante, recuérdenme. Esta última petición no está sujeta a ningún acto recíproco. Lo único que heredo son deudas, quién quiera ser beneficiario, con mucho gusto. A todos no los quiero, a los que sí, lo saben. Fue un gusto. Este sábado, tengo una cita con la muerte.