jueves, 12 de febrero de 2015

La ventana mojada

Como kamikazes golpean una y otra vez las gotas suicidas mi ventana, de rato en vez con furia denodada. El sol ha perdido protagonismo y se solapa tras nubes negras que han invadido el cielo de la ciudad. La tarde invita a refugiarnos en el calor hogareño de nuestras sábanas ya no tan blancas, y un café caliente sin ningún percance nos puede acompañar. Afuera todo está mojado, todo está gris y me gusta un poco. Recuerdo claramente mis primeros años en el departamento, desde el cuarto piso, observando todo sin moverme. Una estatua desde la ventana mirando llover sobre mojado, las calles hechas riachuelos y la gente apresurada buscando refugio. El frio también ha ganado terreno en este verano raro al que está acostumbrada esta ciudad orgullosa. Puedo dormir todo el día sin distinguir la mañana de la  noche. Si es que el clima influye verdaderamente en el ánimo de las personas, este tiempo lúgubre me invita a recaer en sanas viejas costumbres apegadas a las letras, a esa melancolía necesaria para ver la vida de otra manera, para revisar lo pendiente, para deprimirse un poco, para escribir. Afuera en el ambiente todo es gris, las nubes llegan cargadas de amenazas de aluvión. Pero no hay mal que por bien no venga. La naturaleza es sabia y toda esta ola de frio y lluvia pone el cielo gris pero al llano, por donde nos olvidamos que transitamos diariamente, las cosas mejoran, las plantas se empachan de energía y el verdor de los paisajes gana fuerza. Las represas de la ciudad se abastecen para los meses venideros. Mientras todo actúa de manera natural allá afuera, yo abrazo mi almohada, viendo todas las películas que encuentro. De rato en rato le pregunto a Dios qué pasa si no salgo de mi cuarto, si no voy a trabajar, si cumplo mi sueño ermitaño de guardarme en mis aposentos y vivir de mis propias costumbres. Le pido a Dios una razón que justifique mi asistencia al trabajo. Entonces, el viento sutilmente golpea mi ventana, traslada las nubes grises sobre mi casa. Un susurro lejano pero claro me responde: ¡porque eres pobre animal! Entonces me siento privilegiado de mi ausentismo de la sociedad, porque veo las cosas más claras, porque a este paso podré rozar la sabiduría negada en un par de semanas. La lluvia me invita a salir a caminar, como a mi me gusta. Bien abrigado, con un saco que me dé ese aire de escritor extraviado. Con una chalina que abrace mi cuello dándome aires de conocedor del mundo. Con aquellos lentes de descanso que nunca utilizo, ni cuando estoy cansado. Con un cigarro que seguro me mareará. Salgo con ganas de caminar sin rumbo, de mojarme un poco. Pero es imposible, las calles son ríos. Puedo morir ahogado en el intento y todo pasa por mi cabeza mientras me ubico frente a mi ventana, donde el tiempo no existe, donde me he perdido tantas veces. Desde donde mentalmente escribo todas estas palabras extraviadas. Todo transcurre mientras allá afuera, sigue lloviendo sobre mojado, como canta el buen Fito.