jueves, 22 de agosto de 2013

Los tres de los 90’s



Vivir sin música es morir sin alegría. Y es que escuchando una buena canción se puede hacer la limpieza de un mes sin darse cuenta o hasta con cierto gusto. Lo he dicho mil veces. A pesar de mi pasión por el fútbol, mis aires de escritor o cualquier otra actividad tentativa para vivir, si hubiera tenido la oportunidad de ser bueno en algo, si hubiera podido escoger la carrera a seguir producto de alguna cualidad, virtud o don; sin pensarlo dos veces hubiera escogido ser músico. Y como es algo que me apasiona he intentado tomar clases de piano, donde he fracasado por falta de actitud. Con los pocos acordes que llegué a manejar también procedí a intentar escribir canciones, y hasta allí llegó el intento de ser músico. Ahí hice mi concierto de despedida y pase a la historia sin gloria ni pena. Cuando voy al karaoke intento matar esta pena. Tomo el micro y canto un par de canciones a veces degenerando los temas.  A veces no me va mal. Son aquellos días en que estás inspirado y la canción simplemente fluye. Generalmente tiendo a cantar canciones que me gusten o que estén a tono con mi timbre de voz, y sacando conclusiones rápidas, siempre están en mi repertorio una de Pedrito Suárez Vértiz o de Gianmarco. He comprado el libro “YO, PEDRO”; recopilación de anécdotas he historias de un hombre que ha vivido cobijado desde muy tierna edad en la música. Es difícil creer que a tan temible guerrero se le haya quitado su arma de batalla, su talento innato que lo ha llevado con inteligencia (como explica en el libro) a alejarse de los medios y del mundo social que antes lo rodeaba. Pero como es obvio, no ha podido alejarlo de ese lado artístico que ahora sabe interpretar de otra forma, más pegado a las letras. Estos últimos días he escuchado con terca insistencia una canción de antaño del gran Pedro: “No llores más”, la cual me parece el reflejo preciso de este excelente músico peruano, de este rockero que ya extrañamos.   Desde el principio de la canción, con una intro en órgano o piano, hasta el mismo tono que le da, la canción guarda una añeja sensación. Y es que Pedrito antes de obtener el reconocimiento individual, lo compartió con una banda que también dejó huella en la música nacional. “ARENA HASH”, un grupo juvenil que nació en el año de 1986, tuvo como integrantes aparte de Pedro (voz y guitarra) a su hermano Patricio Suárez Vértiz (bajo) Arturo Pomar Jr. (batería) y Alex Kornhuber (guitarra). Este último, quien se aparta del grupo, da cabida a Christian Meier (piano), con el cual se consolidaría el cuarteto con todos sus éxitos. Precisamente este último, a pesar de no tener todo el reconocimiento que se merece, aportaría muchísimo a la música nacional por los muy buenos arreglos de sus discos y dejando de ser mezquinos, con los buenos temas que propuso. Christian Meier hereda al rock peruano canciones que van más allá de “Carreteras Mojadas”, y sería bueno que se den la molestia de escuchar otros temas de uno de sus tres discos, siendo el último “Once noches” el más trabajado. El tercer peruano que en los noventa salió a la luz, es hijo de dos grandes artistas por lo que no decepcionó a la familia. Un hombre que siempre regresa a “La Estación de Barranco” donde se hizo de un lugar. Gian Marco Zignago, más conocido como el ”pelao”, es sin duda uno de los cantautores peruanos más reconocidos de todos los tiempos. Desde muy corta edad, al lado de su padre, el recordado Joe Danova; empezó su romance con la música. A los doce años ya cantaba en Buenos Aires y un año después por Venezuela. Gian Marco no sólo sorprende por su calidad como cantante sino también, por su sutileza al momento de componer. Es precisamente como compositor que inicia su carrera en el extranjero, compartiendo sus temas con artistas reconocidos, de talla internacional. En el Perú, ya había conquistado corazones con canciones que en la actualidad ya son himnos nacionales. En uno de sus últimos discos, “20 años” hace recopilación de estos temas con algunos arreglos diferentes. Personalmente, es el disco que más veces he escuchado, ambos CD’s son para cantarlos desde la primera canción. Entonces, leyendo el libro de Pedrito, regresando a sus inicios, visitando a Christian Meier y encontrando videos de ambos con Gian Marco cantando muy jóvenes. Siempre he sido admirador del Rock argentino, pero nosotros también tenemos lo nuestro, con cantantes que ya son reconocidos por su trayectoria. Estos tres descritos nacieron como solistas en los 90’s y estamos orgullosos y agradecidos con ellos. Esperemos que aparezcan más, por el bien de nuestra música y todos aquellos que la sabemos disfrutar.

“Cuando recuerdes mi piel, cuando recuerdes mis ojos,
cuando te atrape el enojo al ver que de apoco no me quieres hablar.
Nunca vayas a pensar que yo deseo olvidarte,
aunque de mi te apartes las cosas mi vida no van a cambiar.   
No llores más, no llores más, no llores más
que así me arrinconas en la oscuridad”

viernes, 9 de agosto de 2013

Otra forma de morir


“Hay que vivir con intensidad y leer con frecuencia para escribir con pasión”. Y es como si hubiera matado a alguien y hubiera ocultado su cuerpo en el patio de mi casa. Es como si ese pedazo de tierra donde yace un difundo inquieto palpitara intentando que lo hallen. Me siento culpable, cochino. Siento un cargo de conciencia que corroe mi mente, mi alma, me mantiene en vilo. Me siento culpable de un crimen que he cometido sin escrúpulos, sin aspavientos. Tengo una sangre fría para enfriar otras cosas, otras personas. Siento que no lo he matado bien, que he dejado muchas huellas, muchas evidencias tontas que me van a delatar, que van declararme como culpable. Y es que tengo enterrado, en el patio de mi casa, decorado con mayólicas blancas, a un joven con aspiraciones a escritor. Este muchacho de prosa moderada ha sido víctima del desdén, del olvido.   Y él, como terco y aguerrido joven de sueños renuentes, se resistió al anonimato y prefirió  encontrar la muerte que vivir en el olvido. El criminal, con su poca experiencia ha intentado eliminar al aspirante a escritor con un golpe en la cabeza, con un mazazo en el cráneo. El golpe no fue tan violento como lo había imaginado, pero bastó para desplomar al adversario y liquidar sus aspiraciones. Por su falta de experiencia, no ha sabido distinguir si aún sigue con vida o no, no sabe si está respirando o liberando algunos gases propios de los muertos. Como esas dudas no lo matan a él, ha decidido enterrarlo así como está, muerto o dormido. Ha cavado un hueco no tan hondo (las fuerzas no le alcanzan). Lo ha arrastrado hasta el lugar que lo acogerá por la eternidad y ha intentado acomodarlo en aquella tumba improvisada. Ha demorado bastante en ingresar su cuerpo en ese hoyo mal hecho. Está ubicado de una forma poco ortodoxa pero al fin y al cabo ubicado dentro de su guarida. Ha intentado devolver toda la tierra que sacó para abrigar de esta manera el cadáver incómodo de un joven soñador. Ha emparejado el llano de su patio y ha revestido de manera chúcara con mayólicas escogidas con muy bien gusto todo el contorno de su víctima. A penas terminada su labor, ha ofrecido una pequeña oración con los ojos cerrados, los cuales cada fin de estrofa abría para revisar que todo siguiera en su sitio. El muerto por su parte, ha dejado un par de memorias escritas, las cuales se encuentran extraviadas en papeles, en la web, en el tiempo. Y es precisamente, por la falta de memorias, que ha sido sorprendido por la muerte, aquella a la que le dedicó algunas líneas. Entonces lo ha dejado, ha dejado al el cadáver en el hoyo y se ha ido. Lo ha olvidado con premura, intentando ocultar también su condición de sicario. El joven agraviado ha despertado de su letargo y ha salido con cierta facilidad de aquel cementerio improvisado y se ha encontrado con la cocina en su camino. Ha cogido una fruta y se la ha llevado a la boca. Como todavía es de noche, y él no sabe qué hora es, sale con delicadeza de aquella casa que lo ha acogido temporalmente. Ha llegado a su casa, no se ha bañado. Hace tiempo no le pasaba algo tan jocoso. Se ha tomado el tiempo para servirse un café. Ha encontrado su vieja computadora y se ha puesto a escribir. Lo hace como antes, con un cariño misterioso, sin saber por qué. No ha muerto, pero siente como si hubiera resucitado, revivido. Como si hubiera regresado del más allá.  – Hay otras maneras de morir – piensa mientras le da otro sorbo al café que ya está frio. Yo, el criminal sin sueldo, el asesino mediocre, he decidido enterarme de la verdad de las cosas mediante este relato, arrepentido de mis actos pecaminosos y avergonzado por ser tan ineficiente. Felizmente el escritor aparentemente no es tan rencoroso, y a la fecha no ha denunciado el intento nefasto de acabar con él. Su única venganza ha sido relatarlo, minimizando el acto y burlándose de torpeza.