miércoles, 18 de junio de 2008

Televisión y Gaseosa

La gente pasa ajena a mi mirar. Tras el módulo de mi nuevo trabajo me siento parte de la decoración, un objeto inerte. Me desempeño de mala manera en una empresa de cable que no es aceptada del todo por ser cara para el bolsillo del peruano común. Llego, me siento, veo la Eurocopa y me olvido de todo, esperando que sea la hora de salida; calmado, tranquilo, relajado. La señorita de al lado se cansa de vender celulares; la degustadora de gaseosas se desvive vendiendo su producto; yo veo televisión. Se me acerca una señora, me pregunta por canales que son exclusivos de la competencia, recriminando las tarifas altas, excesivas, desmesuradas de la empresa donde laboro. Termina diciendo que ni ve televisión, que no necesita de ninguna empresa de cable. Inflo globos para hacer más llamativo mi pequeño y desolado módulo; los niños me atacan como pirañas, enajenados, endemoniados por aquel pedazo plástico mal inflado. Estoy seguro de que si vendo globos me hago millonario. La gente me escucha tranquila cuando ofrezco el servicio; me dejan sus datos, sus números telefónicos; nunca contestan si es que existen. Se me acerca un tipo que no conozco, dice que tiene entradas para el concierto de Daddy Yankee, que si me gusta como canta. – No – enérgico y totalmente seguro le respondo. - ¡Ah…! Que pena, te la iba a regalar – me contesta. – Me llamo Gilberto Froilan – me comenta sin más ni más, recalcando que el primero de los nombres es de origen portugués y el segundo alemán. Me cuenta que conoce a muchos famosos, que su sueño es darle un beso a Shakira. Le respondo que yo si la he besado. Me mira crédulo y con algo de celos, asegurando que pronto lo hará el también. Se ofrece a enseñarme quechua. – Cinco soles la hora – me dice emocionado. – No hermano, yo quiero aprender francés – le digo algo coqueto. Se desanima. Habla de lo feo y vulgar que es el perreo mientras fabrica algunos pasos para dar una mejor explicación. Me pregunta si me gusta el huayno, si lo sé bailar. – Muy torpemente – le respondo. Se enorgullece de mi respuesta; me promete regresar, adquirir el cable que ofrezco e invitarme un café, pues estoy igual de loco que él y por eso le he caído bien. Veo dos mujeres muy cariñosas acercándose sin tapujos, susurrándose palabras al oído. Ambas tienen el cabello largo y bien cuidado. La más alta me da la espalda mientras yo le miro el trasero. De pronto voltea; tiene barba. La señorita de los celulares me conversa, me asegura que cuando no estoy la gente se amontona a preguntar sobre el cable. No sé si sentirme contento con esa información. Pasan chicas preciosas, a todas les sonrío y ellas ni me miran. Creo que eso es lo que más me gusta de ellas, su buen gusto. La chica de las gaseosas me engríe con las muestras que reparte; seguro me ve triste, solo y concentrado en los partidos de la Eurocopa. No he hecho ningún contrato, por lo tanto no me van a pagar a fin de mes. Pienso robarme el control remoto si eso llegara a suceder. Las mañanas pasan lentas. Mi amigo Gilberto Froilan ya no me visita, lo extraño. En la tienda todos venden sin hacer esfuerzo alguno, menos yo que veo tele y tomo gaseosa. El dueño del local me ha prohibido ver la Eurocopa.

martes, 10 de junio de 2008

El Príncipe, la Princesa y la BRUJA

El Príncipe no tiene caballo, no tiene palacio, no tiene garbo. Es díscolo y despreocupado, pero tiene una Princesa. El Príncipe sin reino tiene todo lo que quiere cuando la Princesa lo visita desde lejos, desde su reino de Cartón que alguna vez cobijo al Príncipe mendigo. El Príncipe mendigo escribe sus historias por necesidad, lo hace como una especie de terapia caprichosa y divertida, lo hace aun con cierto decoro que desearía dirimir. La Princesita de Cartón no lee lo que él escribe porque no quiere dejar de quererlo, porque quiere omitir información tóxica para su corazón noble y altruista. El Príncipe mendigo la extraña en secreto, no con locura ni desesperación, pero si con nostalgia; sabiéndose renuente e indócil, inútil para lo que ella espera. La Bruja malvada no soporta que la Princesita piense en aquel Principito que ciertamente no vale la pena, que habla sin pensar y que escribe aun más fatuo. La Bruja malvada es Bruja porque su príncipe se fue y hoy ama y seguro también toca apasionadamente a otra mujer; una decisión tomada no por maldad, sólo es cuestión de superación y buen gusto. La Bruja se hace pasar como amiga de la Princesita, se inventa su propio cuento, su propio reinado, y besa algunos sapos que cree son príncipes. La Bruja le pide al Príncipe mendigo que relate su historia (porque lee lo que él escribe por curiosidad), que hable de sus cualidades para que el buen hombre que felizmente escapó de ella, lea y sienta una suerte de celos. El Príncipe no escribe sobre ella porque no encuentra cualidades, porque no tiene buena imaginación para inventar algo, porque quiere que ella siga leyendo sus relatos esperando el suyo. La Bruja repasa sus escritos intentando encontrar algo cizañoso y envenenar el corazón de la Princesita de Cartón. El Príncipe no guarda muchas veces la compostura. Escribe lo que piensa, lo que siente, lo que sabe. El Príncipe no olvida que la Bruja tiene seis glándulas mamarias, que come por cuatro príncipes y que baila como vedette después de dos tequilas con yohimbina; pero la cordura que aún le queda, no le permite contar eso, porque a pesar de todo, es un hombre bondadoso y discreto. La Bruja se cuelga de la fama y el ángel de la Princesita, que inocente, intenta responder a todo con una sonrisa. El Príncipe a pesar de haber liberado a la Princesita de Cartón de su presencia, la sigue lastimando y se siente más miserable de lo que es. La Bruja seguramente dejará de leer lo que el Príncipe escribe después de este relato, y se siente triste de perder quizá a su lectora número uno. La Princesita seguramente no se enterará de esto, aunque al Príncipe le gustaría. El Príncipe mendigo no tiene caballo, pero si descaro; no tiene palacio, pero si un lapicero y un papel donde adquiere privilegios de rey; no tiene suerte, pero si a su Princesita de Cartón. La Bruja no tiene una olla donde preparar sus brebajes, pero si un cuerpo que llena ese vacío; no tiene cualidades (yo no las encontré), pero si seis glándulas mamarias con que sorprender al vulgo; no tiene un príncipe que la bese, pero si uno que le escribe. La Princesita tiene una penita en el corazón. La Bruja tiene malicia. El Principito sólo buen humor.

P.D.: Copiar con calma y entregar puntual. Besos.

lunes, 2 de junio de 2008

Cuestión de estética

Me afeito las axilas porque siento que aquellos vellitos algo desordenados están contaminados y producen un olor aún más fétido de lo normal en mi sobaco. Urjo de un desodorante justiciero que alivie mi malestar y combata mi sudoración con gallardía. Mi madre me obsequia desodorantes de Ebel y Unique, productos muy malos o por lo menos ineficaces que no contienen mi pestilencia y manchan la ropa que luego lavo con desidia. Acudo a la farmacia con lo brazos pegados al cuerpo, pido un desodorante. La señorita amable me pregunta si para hombre o para mujer. Lo pienso unos segundos y afirmo que para hombre con una sonrisa suspicaz. Ella se siente avergonzada y trata de excusarse. Le digo que no se preocupe, que a veces yo también tengo mis dudas. Soy el chico con las axilas más estilizadas del barrio y me da vergüenza saberlo. Me siento menos varonil y con las axilas frescas mientras recuerdo la pregunta de la farmacéutica.

Tomo asiento y veo mi cara fijamente en el espejo. Me pregunto que puedo hacer conmigo mismo. La señorita que corta mis cabellos no me ha preguntado si el peinado es para hombre o para mujer, sólo cómo lo quiero. - Respetable - le respondo. Ella me mira y vuelve a hacer la pregunta. – Córtelo como Ud. crea conveniente, yo no tengo buen gusto y sé que al final (como siempre), voy a estar disconforme. Ella me corta sin usar las tijeras, usa un peine con navaja y degrafila mis cabellos díscolos. Habla con confianza y aunque es algo fea, tiene carisma; habla de los personajes de sus novelas, se ríe sola y está atenta a cualquier movimiento o acción que pueda ocurrir. Parece loca, y si fuera así no es bueno que tenga esa navaja. De rato en rato masajea mi cuero cabelludo (que cada vez es más visible) y me despeina con avidez. Yo cierro mis ojitos y me entrego a ese momento tan placentero, adorando que jueguen con mi cabeza, con mis cabellos; aunque ella no lo sepa. Me paro, me veo al espejo, sé que estoy igual de detestable que al principio, sólo que ahora estoy relajado. Tengo la firmeza de que yo me corto mejor las axilas que ella mi cabello. Por La noche me baño, me hago un lavado facial con un jabón especial que ya debe de estar vencido. Con las pinzas me arranco con furia los cuatro vellitos que se posan en mis mejillas intentando formar una barba. No sé cuan varonil sea, ni cuan delicado con mi persona; sólo sé que si fuera homosexual, sería uno poco agraciado.