miércoles, 17 de diciembre de 2014

Sin rencores baby

Poco hombre, eso eres. Crees que no le haces daño a nadie y juegas con todo el mundo. Claro, te escondes tras esa sonrisa burda, tras esos modales que te inventas para quedar bien. Acostumbrado a cumplir tus caprichos, con tus aires de príncipe miserable, dueño de la situación. Vives solo, y te crees autosuficiente. Manejas un carro viejo y crees que todos quieren subir a acompañarte escuchando esa música aburrida que escuchas, esa música que nadie aguanta, como a ti mismo. Vives en una zona privilegiada de la que en cualquier momento te botan. Te crees el leído, el culto, el ser superior. Porque haces los mismos pasos de baile hace varios años crees que bailas como nadie y porque el cabello se te esponja crees que no se te nota la calvicie. Hasta cuándo crees que podrás engañar a toda esa gente que te mira de lejos como si fueras un extraterrestre. Porque trabajas en un banco ganando dinero para repartirlo por el mal manejo que sigues teniendo de tus peculios crees que todo tiene precio y te das los gustos de divo falso. Juras que estás en el top tres de todas tus relaciones y que ninguna de las chicas con las que has estado te ha olvidado del todo. Vanidoso como nadie, con una humildad mentirosa. Egocéntrico asqueroso, el mundo jamás giro alrededor tuyo. Quieres vestirte diferente y la mayoría de las veces terminas como payaso. Un problemas psicológico, eso tienes mal hombre. Quieres llamar la atención de todo el mundo para darte cuenta que estás ahí, que existes. Has tenido el privilegio de andar con chicas guapas, bonitas. Muchas de ellas ideales para casarte, para ordenar tu vida, para tener algo tangible por lo cual pavonearte, por lo cual creerte; pero ni eso. No supiste aprovechar la suerte que te acompañó. Y sigues haciendo lo mismo maricón de mierda. Sigues mostrándote lindo, amable, educado. Todo hasta que te aguanta la paciencia, hasta que te aburres de la situación como si fuera una película vista mil veces. Ahí, en ese momento de la verdad, te muestras como la basura que eres, como el escarnio de persona que en verdad eres. Pero sabes, todo da vueltas, todo se acaba. Ya tus tácticas son obsoletas. Ya tus ganas son menores. Ya tus fuerzas han mermado. Ya no eres el tipo interesante, has perdido factor sorpresa. Todos saben de tu fama de gigoló trucho, de trepador de piernas, de galán ardilla. Nadie se atreve a quedarse con el paquete en que te has convertido. Y no te digo todo lo que te digo por encono, por bronca, por venganza o despecho. Te digo esto porque en algún momento confuso te quise y siento la ligera responsabilidad de intentar hacerte abrir los ojos, de decirte la verdad para ver si en ese cerebro vanidoso y egoísta alguno de tus personajes patéticos logra captar la idea y jubilarte de esa vida mundana, de esas costumbres insanas que te hacen el tipo más enfermo que he conocido. Y ahora que estamos en el momento sincero del día, déjame acotar que tus chistes no me daban risa, que besabas fatal, babeándome toda. Que tenía que aguantar tus movimientos raros cuando querías parecer un actor porno. Que me aburrías y que la tenías chiquita. Espero tomes a bien todo esto porque no es por maldad. Por lo menos que te dignes a leer esta misiva. Si por ahí todavía te alcanza la suerte y logras conseguir a alguien que te quiera, así no sea la que buscabas, así no esté a la altura de tu linaje perverso y etéreo, sientes cabeza y te dejes querer. Porque sabes, eso es lo que te falta, cariño. Serás víctima de tus propios actos, de tus propias decisiones. Y reza porque el karma sea un mito, de lo contrario te tocará sufrir los años que te queden. Príncipe de la nada, en tu reino te quedarás solo. Anda preparando tus memorias, para que en un silencio mortuorio, leas despacito lo que hiciste y entiendas, el porqué de tu abdicación. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

Lunes por la noche

Lunes, once y cuarto de la noche. Sigiloso, entre la penumbra, la oscuridad de la noche me acerco a la ventana y observo con cuidado de un lado a otro. La calle, alumbrada todavía por luces tenues se presenta tranquila, aparentemente inofensiva. Con la mirada paseo una y otra vez la acera, los árboles, los matorrales de la plaza que se ubica frente a mí. Yo no me fio, no pretendo desaparecer del mapa de manera tan tonta, de tirar a la basura todo este tiempo de sosegada sobrevivencia. Entonces me animo, creo que la situación allá afuera, donde sigo pendiente de lo que pueda pasar, es manejable. Tomo la bolsa negra, la sujeto fuertemente porque se presenta pesada. La tomo con cuidado porque no quiero que se me caiga, no quiero hacer ningún tipo de ruido que pueda costarme la vida. Abro cuidadosamente la puerta, sin prender ningún tipo de luz. Inmediatamente la cierro sin echarle llave. No quiero correr el riesgo de que ante cualquier improvisto pierda tiempo vital intentado abrir la puerta en búsqueda de un día más de vida, de una oportunidad. Son cuatro pisos hacia abajo. Hay un silencio que siempre es engañoso, del cual he aprendido a no fiarme. Tomo con cuidado la bolsa mientras bajo las gradas atento a lo que pudiera suceder. En mi bolsillo tengo un cuchillo de mediano tamaño que puede ser mi único aliado en caso de un ataque, en caso vea a uno de esos pútridos seres irracionales. Ya estoy en la primera planta. Los autos empolvados en la cochera me permiten resguardo mientras en silencio doy un último vistazo a la situación. Lo que me separa de la intemperie de la calle es la reja que permite la salida de los vehículos. Una puerta de metal que me mantiene bajo resguardo. Luego de esperar unos minutos, y estar completamente seguro de la acción a seguir, procedo a abrir la puerta metálica, dejándola junta, lista para ser empujada y sometida a favor en caso reciba un ataque inesperado, en caso de que mi vida corra el riesgo de convertirse en un andar irracional. Cruzo rápidamente pero sin correr. Dejo la bolsa negra de tamaño regular junto a las demás bolsas. La dejo sin arrojarla, para que no haga ruido, pero tampoco la acomodo. De pronto entre los arbustos presiento un movimiento y mi corazón late con fuerza. Mi sistema de alerta se ha activado y tengo en el bolsillo el cuchillo listo para salir a mi rescate. Al destinar mi mirada al matorral sospechoso, veo a un felino huir despavorido hacia la oscuridad de la noche. Seguro muriendo de hambre ha salido en busca de sustento y al igual que yo, el miedo le ha vencido y ha decidido resguardarse. A lo lejos y entrando de manera amenazante advierto un auto a toda velocidad. Inmediatamente me ubico detrás de un árbol que me cubre de cuerpo entero y veo pasar embalado el vehículo blanco de luces prominentes. Ya no se puede confiar en nadie, ahora los vivos también son peligrosos, también son una amenaza. Lo peor es que con las luces y el ruido prominente  del vehículo, ha podido atraer a más de un indeseable, a más de uno de esos seres como carne, a uno de esos hambrientos individuos que no piensan en nada, que solo desean hacerse de mis vísceras, de mis carnes. Que solo desean saciar su apetito irracional. Uno de esos caminantes asquerosos a los cuales estoy dispuesto a clavarles mi cuchillo. Claro, siempre en la cabeza, porque es la única manera de apagar ese motor mortal que los tiene caminando de un lugar a otro, sin saber a dónde van, pero con el único propósito de alimentar su hambre asesina. Corro, ahora si corro hasta la puerta que dejé entre abierta. La cierro con cuidado para no hacer ningún tipo de ruido. Apago cualquier tipo de luz y subo a velocidad hasta el cuarto piso donde he tenido a bien sobrevivir todo este tiempo. Llego a la puerta que habilita mi resguardo y la abro en un segundo porque tengo la llave lista. Apago las luces. Me ubico en la ventana nuevamente y veo que la tranquilidad todavía no se ha interrumpido. Camino hasta mi habitación con la confianza de que lo peor ha pasado. Entro en mi cuarto, siempre a oscuras. Cierro la puerta con seguro y tras ponerme el pijama y acurrucarme entre las sábanas, llego a la conclusión de lo peligroso que es sacar la basura ahora, de lo complicado que se ha puesto sacar la basura los lunes ahora, y de lo jodido que me pongo después de ver con afán religioso, la serie de los caminantes los lunes por la noche.  

domingo, 5 de octubre de 2014

Vota por mí

Primero quiero que conozcan mi innegable admiración, fascinación y cariño por esta ciudad. Mi denodado interés por quedarme a disfrutar de ella durante muchos años y sobre todo, el hecho de aceptar sin egoísmo alguno, que es la ciudad más linda y colosal de todo el país. Mi deseo de colaborar con su desarrollo y mis ganas de colaborar con mi granito de arena como agradecimiento. Dejando en claro todo lo antes mencionado, quiero invitarte a que me des tu apoyo, a que nos demos la oportunidad de contribuir al cambio, a que juntos encaminemos un futuro glorioso y lleno de optimismo para esta ciudad mágica, única. Que tú y yo seamos participes activos y latentes del cambio y la prosperidad. Por eso, este domingo electoral, o cualquier otro del año, vota por mí. Mi partido, fundado hace un par de minutos con miras hacia la eternidad, se  denomina “Un Movimiento Sensual: Sexy.”  Tenemos una mirada futurista e incorruptible que apunta de manera literal hacia lo más alto. A continuación, te invito a escudriñar algunas de nuestras propuestas: Si me escoges como autoridad para nuestra ciudad, “prometo” erradicar para futuras campañas o comicios electorales, el empapelamiento de la ciudad con afiches  políticos (llámese pancartas, letreros, caravanas y/o marchas estruendosas con arengas políticas). Invitaremos a todos los candidatos (para que no crean que limitamos la democracia, solo le ponemos orden) a realizar sus diversas campañas en sus propios locales y/o zonas establecidas, para que cualquier partidario dé sus ideas y proyectos las veinticuatro horas del día si desea, invitando a sus seguidores y curiosos a que se acerquen a escuchar sus propuestas y no me estén contaminando las calles con sus caras feas y sus mentiras escandalosas. Si me brindas tu apoyo “prometo” establecer una Ordenanza Municipal que sancione a los malos vecinos que arrojen basura a las calles. La sanción podrá ser aplicada desde un mañana de limpieza en su distrito, hasta cadena perpetua según la contundencia y tamaño del sólido que haya arrojado en la calle. También mi queridos amigos, “prometo” que se procederá a estandizar el cobro de las coimas policiales en temas de transporte, siendo estas menos generosas para las combis y/o ómnibus que presten servicio público. Estas coimas estarán sujetas al cobro de una comisión municipal para el mejoramiento de las vías públicas. En nuestra gestión, “prometemos” crear un sistema vial que permita una adecuada forma de transporte entre los diferentes distritos de la ciudad. Estos buses denominados “Llegaremos juntos” presentarán las condiciones que Uds. queridos amigos merecen. Ofreciendo un área especial para el punteo y acoso sexual (pensando en aquellas féminas que lo necesitan y en los caballeros que están dispuestos a colaborar). En horas punta se dispondrá medidas que permita que más pasajeros puedan ir colgando del vehículo y se firmará un cuerdo especial para que se pueda acumular kilómetros Lan Pass por el uso de este servicio. “Prometemos” a toda la ciudadanía, solucionar el tema del agua contaminada que venimos consumiendo. Primero dando una fecha límite para una solución y segundo interponiendo una denuncia contra la empresa de servicios que servirá para que Uds. no paguen por los meses en los cuales se vieron perjudicados. Eso sí, deberán presentar sus muestras de heces con la infección a la cual fueron expuestos para sujetarse a cualquier descuento. En temas de delincuencia “prometemos” insertar en la comunidad un escuadrón especializado que vestirán de civiles para detectar de manera sigilosa a los malos elementos. Ningún choro será liberado sin cumplir algún tipo de servicio a la comunidad. Si reconoces a la persona que te robo el celular o algún tipo de bien, se le otorgará cuarenta y ocho horas para que pueda conseguir un producto de igual o mejor calidad y se te reponga. Con respecto al acoso sexual, y como ya mencionamos en temas de servicio vial. “Prometo” generar zonas y horarios especiales, para que las señoritas con escaso contacto sexual puedan coincidir con aquellos señores con facilidad de erección. Entre los señores obreros y amigos de construcción civil, no se podrá lanzar piropos y muchos menos propuestas soeces si están en grupos mayores a tres personas ni tampoco lanzar más de dos comentarios de este tipo. Si algún enfermo se atreve a mostrar sus partes íntimas y éstas no superan los dieciocho centímetros, tendrán que pagar el 10% de una UIT por cada centímetro que les haya faltado. Para lo referido en temas de deportes. “Prometo” acondicionar las diversas canchitas con luces especiales para sus pichanguitas por la noche. Esto para fomentar el ejercicio. También se obligará a dar mínimo unas cinco vueltas a la cancha a los que tengan sobrepeso y quieran participar del partido así como también, se realizará una prueba de antidoping a la salida del recinto deportivo para no generar especulaciones. “Prometo” se prohibirá el expendio de bebidas alcohólicas a menores de edad salvo que estén en grupos mayores a seis (para que no lleguen a emborracharse) y se exigirá a los antros del hampa y el punteo los permisos en regla para su funcionamiento, cobrándoles un significativo impuesto para las mejoras de la zona, como las bancas de las plazas para que sus clientes puedan tomar de manera más cómoda. “Prometo” que para las fiestas de la ciudad  se traerán artistas a la altura de las expectativas. Una noche con artistas nacionales, incentivando la música criolla. Otra con artistas de renombre internacional, vigentes y a la talla de las circunstancias. Otra noche de salsa y reguetón. Y nunca, en ninguno de los casos, será el grupo de fondo algún artista o grupo que haya caducado, que lleguen gordos y sin cabello, apoyados en sus bastones y/o Corazón Serrano. Si gano, y solo sí. Ese mismo día prometo un juergón donde no aplica ninguna de las normas a establecer, al frente de mi casa escuchando “cuatro mentiras” y regalando pases para Aura Vip. Por eso querido amigo Arequipeño, este domingo, o cualquier otro que te toque, marca mi símbolo, (que apunta para arriba, siempre para arriba, erecto hacia el futuro) y apuesta por el cambio. Bríndame tu apoyo para Alcalde de la ciudad, de tu provincia, no importa de tu distrito, barrio y/o para la Apafa en tu colegio. No olvides nuestras frases épicas que descansarán en tu corazón para la eternidad como: “Masturbamos nuestro cerebro para eyacular lo nuestro sobre ti” “Leonardo, les da a todos por igual” “No cogeremos nada del pueblo, cogeremos todo con ellos”  “No es lo mismo llegar primero a la meta que te la meta el primero que llega” “Leonardo no cacha con el pueblo (en alusión a una campaña poco romántica); Leonardo les hace el amor” entre otras que hicimos con respeto y cariño. ¡Queridos amigos, cuento con su apoyo! ¡Cuento con Uds.! ¡Prometo, prometo y seguiré prometiendo! Siempre con la expectativa de lograr mi propósito, de cumplir con Uds. ¡Marca el Angelito! ¡Marca el Angelito! ¡Marca el Angelito!  Apuesta por: “Un Movimiento Sensual: Sexy”. Después del “Flash Electoral”, los espero en mi casa. Un abrazo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Me importa un huevo

Entonces, con un ojo medio cerrado, me miró fijamente y me dijo bájate el pantalón. Yo obediente desde pequeño, me bajé la prenda, la trusa, y mostré mi colgajo algo tristón. Me toqueteo los testículos con brusquedad y aquel dolorcito se pronunció. Creo que confundió mis genitales con plastilinas porque las estiró como si estuviera aplicando una especie de tortura, como si quisiera que ellos confiesen algo. Me invitó luego a tapar mis minucias y a tomar asiento frente a su escritorio. – Tienes el testículo torcido – me indicó sin quitarme la mirada de encima. – Es un problema de nacimiento, algo común. Con una operación lo acomodamos. Diez días de descanso. La primera noche quedas bajo observación en la clínica. – me comentó de una manera pausada, como cansado. Siempre mirándome fijamente, como esperando algún tipo de reacción particular. Su párpado izquierdo caído, abatido, como mis propios testículos. Mi reacción, calcina como siempre, aceptó el proceso sugerido con pasividad, como si se tratara de una inyección. El doctor argumentó algunas cosas más sin encontrar respuesta. Quedó en gestionar con mi aseguradora el tema de la intervención y en contactarse conmigo al recibir el visto bueno. Yo le agradecí y salí de su consultorio con la misma frescura con la que entré. - Si tienen que operarme, que sea en el hospital que atendió a mi mamá, donde la trataron diez puntos – pensé precisamente camino al hospital, donde sacaría una nueva cita para coordinar mi intervención. Mi preocupación no pasaba por el tema de la operación. Mis pensamientos errantes cobijaban el texto que acompañaría mi descanso médico, el que me obligaría a ausentarme del trabajo diez días. El texto delataría mi falta de huevos y se prestaría a alimentar mi fama de promiscuo. El doctor que me atendió, con aproximadamente cuarenta y cinco años (mucho menor que el viejito pesimista) también me invitó a despojarme de mis prendas y procedió al toqueteo. Con sus manos mucho más cálidas y amables, hurgó entre mis bolas con menos brusquedad que el día anterior. Ya le había contado mi última experiencia, el diagnóstico pronunciado, mi resignación. Su conclusión no coincidía con la del viejito sádico que quería cortarme una bola. Me derivó a un análisis de sangre, una muestra de esperma y una ecografía testicular. Al día siguiente, temprano por la mañana, puse una porno que poco me inspiró. Sólo dejé la muestra de sangre. Las enfermeras que debían programarme la ecografía postergaban la cita con nerviosismo. Por fin el día acordado, me invitaron a sentarme sobre una camilla y a despojarme nuevamente de mi pantalón y bóxer de colores. El ecógrafo me sugirió me agarrara el colgajo para poder explorar mis canicas. Con las enfermeras en el mismo cuarto, pero aplicadas en sus labores, miraban sus computadoras sin prestarme atención. El doctor a punto de examinarme, recibió una llamada sorpresiva de un tal  Carlitos, y procedió a manifestarle su aprecio y sorpresa por la llamada, dejándome cerca de tres minutos agarrándome el pito con las bolas al aire expuesto a los vientos helados de la habitación y a una futura gripe. Ya terminada su charla, procedió a retomar su labor en mis testículos y a dictar sus observaciones: Testículo derecho, tamaño homogéneo. Epidídimo, conforme. Conductor deferente, igual. Testículo izquierdo, homogéneo, conforme e igual al derecho. Su dictado, entre el cuerpo observado, y la observación, presentaba un silencio incómodo, como a punto de dar una mala noticia que terminaba generalmente en “homogéneo”. De un momento a otro me soltó  los genitales, me lanzó papel higiénico y me pidió que me limpie y suba el pantalón. A pesar de mis esfuerzos denodados y mi ímpetu libidinoso no dejé mi muestra de soldados porque en verdad ellos no van a la guerra, se cohíben, se inhiben ante cualquier conato de beligerancia. Tengo mis soldados hippies. Aquel frasco esterilizado, como algunas señoritas en mi vida, se quedó decepcionado, insatisfecho. Todavía no recojo los análisis y las conclusiones de los mismos. Me basta con que no me operan, no me corten un huevo. Me conformo hasta la próxima cita con que todo es homogéneo y normal. Ahora el término: “Me importa un huevo” ha tomado una coyuntura casi romántica, de amor extremo, de pertenencia que roza los celos enfermizos. Iré en busca de los resultados estos días, y me importa un huevo el diagnóstico.  

miércoles, 27 de agosto de 2014

El vuelo del zángano

Me levanto antes de las ocho, en verdad minutos antes. Todo día en cierta forma empieza mal porque tengo que abandonar mi cama, mi lugar favorito. Me arrastro desnudo hasta el baño que queda a pocos pasos. En el trayecto, me espera un espejo de mi tamaño el cual no veo porque no quiero depresiones tan tempranas. Dejo caer el agua de la ducha y enciendo la terma eléctrica. La sensación de morir electrocutado está intacta. Jabono mis carnes todavía dormido y no demoro, no hay mucho que jabonar. La tos infernal me ataca y estoy seguro que es una alergia a algo, quizá a despertarme con sueño. Me pongo una bata que se ha encogido demasiado, es una vestidito putanesco con el que me veo bien coqueto. Me lavo los dientes todavía dormido y en el espejo del baño veo a un tipo mayor, al que creo conocer, pero no. Me peino en dos segundos (sólo con las manos) y salgo presuroso, siempre sin mirarme al espejo, no quiero ver mi cuerpecito endeble y mi vientre prominente. Son las ocho y nueve y me visto rápido mirando las noticias. Salgo presuroso a las ocho y trece, tengo que estar en el trabajo ocho y veinticinco. Saludo a Rolly quien me lleva al trabajo. Antes de llegar al banco, en la misma esquina, compro medio litro de maca, la necesito. Con mi desayuno camuflado ingreso al banco, no sé cómo, pero nunca llego tarde. Saludo a todos mis compañeros y compañeras, a todos con besito para no hacer distinciones. Mi cuerpo se arrastra hasta el módulo, enciendo la máquina mientras desayuno (siempre desayuno en la oficina). Ocho y cuarenta tenemos que reunirnos y dar alcance de lo realizado y lo prospectado. Todo un paseo a la bandera que la empresa nos obliga a realizar.  De vuelta al módulo y a atender un cliente tras otro. Los que no trabajan quieren créditos hipotecarios y los que trabajan ya están endeudados. Uno de mis clientes me llama y me dice que no ha podido pagar una de sus cuotas porque ha estado dos días en la carceleta por atropellar a un transeúnte . Otro me visita y me dice que quiere hacer una nueva “deposición” en su cuenta. Mientras atiendo a estos degenerados, busco de reojo a la Sra. María quien es la encargada de dejar la agencia un anís y la llamo con la mirada para que me compre la merienda de las once. Me trae el sándwich que le encargué y me encierro en el cuartito de al lado, el que hago creer a los clientes que es un almacén inmenso y les digo que demoraré trayendo algunos formularios pendientes. Espero las dos de la tarde y me retiro del trabajo. Voy ahora a un menú cercano donde me he acostumbrado a comer. Salgo y tengo tanto planeado por hacer, ir a todos lados y descartar pendientes. Llego a casa y duermo toda la tarde, adiós a lo planeado. Son las siete de la noche y tengo hambre otra vez, pero soy consciente de que he engordado y que mi abdomen gana terreno en mi cuerpecito adusto. Entro a la web y leo todos los periódicos que puedo, trato de no recaer en temas faranduleros que son casi todas las noticias publicadas. Me acerco al piano que acompaña a mi cama, justo a su lado. Terminamos peleando como siempre, nunca toca como yo quiero. De regreso a la computadora, veo algunos videos, escucho música en todas sus presentaciones y tengo tanto por escribir que me da flojera. El libro de Dan Brown sigue en el mismo sitio, en la misma página. Son las once de la noche y no tengo sueño. Busco nueva música para Rolly. Leo las noticias que no quise leer horas antes, ya ni ganas de tocarme. La media noche y no tengo sueño. Respondo los mensajes que no respondí todo el día, nadie me responde. Tengo ganas de bailar, cantar, barrer, cocinar, pero sé que no es la hora adecuada. Soy un zángano gordo y flojo. Mi cama, mi lugar favorito. Algún día se acabará mi vida de haraganería y flojeras. Rezo antes de dormir, rezo con toda mi fe, para que ese día no llegue nunca.

jueves, 31 de julio de 2014

Los años maravillosos

Un frío de mierda, así lo describo. Y es que hay cosas que no se recuerdan a pesar de haber sido tan tuyas, como el invierno en la ciudad en que viviste casi toda tu vida, allá bien al sur del país. Pero también hay otras, que parece no hubieran pasado nunca. Y lo he dicho antes, volver a mi terruño es regresar irremediablemente en el túnel del tiempo, sacudir recuerdos empolvados, leer de nuevo el mismo libro. No regresé por inercia, por cumplir con protocolos, porque no hayan más caminos. Volví porque tenía una cita con el amor, no el mío, un amor ajeno pero cercano, un amor del que tengo la obligación sentimental de celebrar como si fuera propio. Paulo y Milagros, amigos de siempre, van a contraer nupcias después de años de enamorados, de amigos; años en los que también hemos participado un buen grupo de personas, las cuales han agendado con todo el cariño del mundo coincidir bien al sur por estas fechas. Paulo, amigo del colegio y de la vida. Tengo el placer de que sea mi amigo desde los once años. En todo este tiempo, y en las diferentes etapas que nos ha tocado compartir, hemos disfrutado anécdotas y secretos sagrados que fortalecen cualquier tipo de lazo. En particular, me siento orgulloso de su amistad y de lo que con el tiempo ha logrado, siendo desde mi humilde punto de vista, el que se ha desarrollado mejor en todos los ámbitos. Milagros también existe en mi vida desde esa edad aproximadamente, once años; donde empezamos a frecuentar con ella y el grupo de sus locas amigas. Recuerdo con mucho cariño su casa, que paradójicamente está muy cerca de su nuevo hogar (la casita del amor con todos sus implementos del amor). Ese era el lugar de encuentro, el punto de partida para todo lo demás. Luego de once años, luego de tantísimo tiempo, los muchachos malos (ahora gordos y pelados) se encuentran con las chicas buenas (ahora malas) y parece que hubiera pasado tan sólo un par de días desde que nos juntamos la última vez. Nos sentamos a tomar un vino y todos empiezan a contar sus otras vidas, sus nuevas vidas, esas que parecen que se estuvieran inventando en el momento para hacer la conversación más amena. Obviamente recalamos en temas de antaño, todas convertidas en anécdota unas más vergonzosas que otras. Preparamos un baile especial para el matrimonio (“Grease”) y por fin puedo morir en paz, porque es un sueño cumplido, bailar aquella canción harto conocida. A pesar de estar al borde de la neumonía no quería dejar de verlos. Tertulia tras tertulia, sentía morir con alegría. En verdad nunca había sentido tanto frío, y estoy seguro de que los dinosaurios murieron por menos, pero la fascinación de tenerlos cerca, de compartir con ellos, de saber que quizá no se vuelva a repetir me invadía con tanto cariño, que decidí desfallecer en el intento de ser feliz  (porque con ellos fui feliz) y disfrutar de cada instante. El matrimonio fue un éxito rotundo, todo tan íntimo. Mi hermano del alma vestido de gala. La novia preciosa. La misa una sutileza. Los invitados, todos de la casa. Mi camisa que reventaba. Las fotos. La música. El baile. Mi mamá moviéndose al ritmo de “Candy” (Si, le gusta el sexo en exceso). El hipo de dos días. La hora loca. La chola y su violación en público. Los mariachis. Sus palabras. Mis amigos. Todo envuelto en un lazo de melancolía, bien empaquetado para llevármelo como recuerdo a todos lados. Para hacer bien el amor no sé si es necesario ir al sur, pero para sentirlo, parece que sí. Cómo ha pasado el tiempo, cómo nos hemos hechos viejos muchachos. El cuerpo no es el mismo de antes. Las cosas no son las mismas. Pero verlos me hace bien, y la ciudad aquella al sur del país se presta para emular viejos recuerdos. Supongo que con los años habrán otros matrimonios, sobrinos nuevos. Cambiaremos nuestros cuerpos caribeños por unos más modestos. No nos madrugaremos con tanta energía y quizá habrá nuevos personajes que se sentarán a escuchar las viejas historias. Y es que cada vez que nos reunamos bien al sur, todo quedará suspendido en el tiempo, como los años que compartí con ustedes, como los años que pasaron al lado suyo, como los años maravillosos que guardo conmigo.
P.D: ¡Qué vivan los novios! ¡Qué viva el amor!

lunes, 9 de junio de 2014

El camino a ti

Desde pequeño, mi peinado presentaba una raya al costado que me hacía ver bien portadito. Mi santa Madre me tomaba de la mano y todos los domingos, con una alegría divina, me llevaba a misa de las seis de la tarde en la catedral. Yo a mis siete u ocho años, no entendía absolutamente nada de lo que hablaba ese viejito con faldón; no tanto por algún tipo de falta de comprensión, sino porque estaba tan venida a menos las energías de ese señor, que a las justas podía descifrar una palabra. Nos sentábamos usualmente del lado derecho de la catedral, la cual recuerdo levemente lúgubre y apacible. Recuerdo que me sentaba al lado de mamá y poco a poco iba entregándome al sueño más delicioso que Dios me pudiera dar. También recuerdo los codazos disimulados y certeros que mi madre me aplicaba cada vez que el padrecito pedía que se pongan de pie y las veces en que me sujetaba antes de colisionar con el suelo adormitado en plena plegaria. Mi santa Madre no desistía en la idea de mi devoción somnolienta y sin falta me tomaba de la mano los domingos por la tarde y me llevaba puntual e incansable a dormir a misa, de seis a siete. Con los años y como si se tratara de temporadas, mi madre empezó a frecuentar un grupo franciscano en una iglesia nueva, a donde indefectiblemente también me llevaba. En este nuevo refugio religioso se reunían días de semana, u horas antes de la misa con todas las viejitas bonachonas que pellizcaban mis cachetes encogidos. Como un par de señoras más arrastraban a sus devotos hijos, formaron un grupo de franciscanitos los cuales dormíamos todos juntos en un salón apartado. Como aquel grupo religioso colindaba con lo social, hubo alguna rencilla tonta o mal entendido que obligó Mamá a mudarse de iglesia. Esta vez se hospedo en la Vicaría a la que pertenecíamos por ubicación geográfica. Allí donde de muy niño me bautizaron, ahora hacía mis talleres para mi primera comunión y posterior confirmación. De la primera comunión recuerdo que siempre fui el niño educado, rubiecito, siempre modosito y bien peinado. También recuerdo aquella tarde donde el diablo me poseyó  y al gordito risueño de clase le moví la silla antes de que se sentara y se fue a dar de culo contra el suelo. Nadie se rio. Para esto mi coordinadora fue franca espectadora de mi acto innoble que sólo se me perdonó por no haber tenido un prontuario que pudiera respaldar dicho acto. Igual se me conminó a confesarme y contar lo sucedido. Mis confesiones siempre eran las mismas: No tomé la sopa. Desobedecía a Mamá. Pequeñas mentiras por ahí. No recé antes de dormir. Todo de paporreta tenía el valor de un Padre Nuestro y tres Aves Marías. Ese discurso lo arrastré varios años, creo que hasta los dieciséis o diecisiete años. Hasta que una tarde cualquiera un cura que no conocía la tarifa de mis pecados me sentenció a una decena de Padres Nuestros, un número no menor de Aves Marías y a un Rosario completito que hasta ahora debo. Por culpa de ese inescrupuloso padrecito, no me volví a confesar un muy buen tiempo. No podía presentarme moroso ante los ojos de Dios. Ya en la confirmación y en los últimos años de mi educación secundaria, asistía a aquella Vicaría los sábados y domingos más a hacer vida social y soslayar a las chicas bonitas que a nutrir mi fe quebrantada. De todas maneras debido a mi adoctrinada infancia, mis conocimientos religiosos eran los suficientes para sobresalir.  Ya en la vigilia, a tres días de consagrarme  en el sacramento de la confirmación, gané las elecciones municipales en mi colegio, con lo que me consagré primero como Alcalde Estudiantil y me metí una bomba diabólica asistiendo aquella tarde-noche en un estado deplorable a mi sita religiosa. Tuvieron que esconderme en el baño para que el padre, muy amigo de mamá, no me excomulgue del catolicismo. En aquel baño vomité más que cualquier poseído y al terminar, sin estar un segundo en la vigilia, me retiré a mi hogar a seguir muriendo. Mi Madre se enteró y quiso desheredarme. Al día siguiente me llevó a confesar y no me dejó utilizar mi ya recorrido argumento, debido a que ella dio una antesala detallada que me dejaba muy mal parado. El cura que nos recibió en su oficina, pidió a Mamá se retirara para tener una conversación cara a cara con el pecador. Mi Madre se retiró en contra de su voluntad y aquel padre iluminado por el Espíritu Santo, me miró con una sonrisa despreocupada y me preguntó: -¿Hijo, crees en Dios?-  A lo que no demoré en contestar: - Si padre -  Entonces te jodiste – me respondió y entendí todo. Este último domingo me senté en la última banca de la iglesia, cabeceé un par de veces y recordé con nostalgia como inició mi camino en busca de tu amor: Siempre de la mano de Mamá, casi en contra de mi voluntad, pero siempre retornando. Probablemente regrese todos los domingos, a la misma hora, tan puntual como los sábados en aquella discoteca de moda; por el mismo camino que tantas veces me llevó a ti.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Misterio


Juro que odiaba ese lugar, ¡lo detestaba! Y caí en sus polvorientos terrenos porque era parte de mí andar pasar por ahí, aprender. No recuerdo en qué momento acepté la loca idea de soportar tres años de mi adolescente vida concurriendo a un lugar lejano, donde no me hallaba, donde no me sentía bien. Tampoco recuerdo en qué momento me resigné a él y aprendí a conllevarlo. Pero sé que en ese proceso tedioso, en esa transición dolorosa me acompañaste he hiciste todo menos latoso. Cuando te vi por primera vez provocaste un sentimiento de miedo, de respeto a la vida humana, sobre todo a la mía que se sentía amenazada por tu presencia corpulenta, por tus greñas desordenadas y tu pinta de matón. A pesar de esa desavenencia visual, recuerdo también, que no demoramos mucho en congeniar. Quizá mi instinto de sobrevivencia me invitó al diplomático arte de sociabilizar contigo, contigo y un par más de personas que me inspiraron confianza. Con el pasar de las semanas y al enterarme de tu excelente capacidad de diferenciar entre los buenos equipos y los demás, te afiancé como “Misterio”, el antihéroe de la Trinchera Norte que en esas épocas era famoso por una serie de televisión. No sé si te consolidé como tal, pero escuché que algunos te llamaban  así, a pesar de que eras todo lo contrario a ese personaje matón y agresivo. Como Misterio te hiciste mi amigo y a los pocos meses ya estábamos bebiéndonos la vida (o por lo menos yo) en la noche más fría del año, en una verbena distante y peligrosa. Combinamos vino con Coñac y mi viaje al hoyo negro del desvarío no tardó mucho. Me perdí entre el frío de la noche y vomite entre las sombras que la madrugada otorgaba. Tú, con un par de meses de habernos conocido y con la virtud del buen amigo, atinaste a acompañar mis regurgitaciones y dejarme en mi hogar salvo y sano de los peligros de la calle, más no de la ira de mi madre que fue peor que la resaca. En el instituto polvoriento en el que nos conocimos, mi suerte hubiera estado echada si no fuera por las innumerables veces que me permitiste plagiar, exponer con mi verbo chapucero, y las veces que accediste, incluso a regañadientes, en ponerme en tu grupo de trabajo. Tú y el Niño Ardilla al que le mando saludos, hicieron de este ignorante en la computación un tipo que difícilmente reprobaba un curso, si es que llegué a hacerlo. Pero tus conocimientos en la materia no te volvían un tipo aburrido. Muchas veces, terminábamos en el taco de al frente, jugándonos un par de mesitas. Tu golpe endemoniado a la billa, durísimo para mis delicados y sutiles disparos, te hacía un imponente rival. No siempre, me ganaste; como todo, le agarré la maña y me di el gusto de vencerte un par de veces. También nos escampamos un par de oportunidades a jugar Winning Eleven en aquel Play Station II que estaba de toda moda. Ahí si déjame argumentar que nunca me ganaste, te demostré que para algunas cosas podía ser aplicado. Ya después de la catana te desquitabas con las billas donde dejabas todo parejo. Jugamos un par de campeonatos juntos y no sé si llegamos a imponernos en alguno, lo que si recuerdo es que yo era la vedette del equipo con mis regates y el buen fútbol que practicaba por esas épocas y tú eras el arquero indiscutible, con el que nadie quería chocar. Celebrabas mis goles, nuestros triunfos con la pasión que el mismo “Misterio” demostraba en aquella serie popular. Era mejor jugar en tu equipo que en el contrario, porque mucha gracia no te hacía cuando te metía algún gol, menos si este era de buena factura. A pesar de algunas excepciones minúsculas, siempre jugamos juntos, yo en tu equipo y tú en el mío mi querido “Misterio”. Egresamos juntos de aquel alejado lugar que volviste afortunado. Después de muchos años nos cruzamos en un supermercado donde trabajabas eficientemente como supervisor y prometimos volver a vernos. Así fue, viniste por acá, por donde yo me había asentado y te visité en aquel hospital concurrido, donde pensé verte consumido por aquella mortal enfermedad que te había atacado. Temeroso de tu situación te llevé unos bocaditos que camuflé entre mi abrigo y antes de verte, escuché tus carcajadas, eras tú. Tu semblante mejor que el mío, y tus ánimos por el cielo. Me conversaste como si me hubieras visto ayer y sonreíste más de lo que yo lo había hecho ese último mes. Salí con la satisfacción de verte y sentirte bien. Días después me dijeron que tu situación estaba bastante complicada y mi última visita en aquel nosocomio, fue enterarme que sería un milagro tu mejora. El milagro eras tú buen amigo, que siempre tenías la sonrisa dibujada en tu cara y una frase alentadora. Tus mensajes en las mañanas invitándome a ser feliz, a olvidarme de mis estúpidos problemas, jamás tocando el tema de tu enfermedad, alentándome como si yo te necesitara más que tú a mí, aunque esa fuera la impresión que me acompaña ahora.  Pasó un buen tiempo para que podamos coincidir nuevamente, nuestro contacto relativo era mediante una llamada cada cierto tiempo, tus mensajes alentadores por las mañanas o tu presencia las veces que me animaba a rezar. Poco a poco este ingrato fue perdiéndose en su rutina, en sus problemas infantiles y a pesar de mi intento de verte aquella vez, sólo pude hacerte llegar ese último antojo que me sugeriste y llegué a complacer tristemente, como si te entregara un pago material por mis ausencias injustificadas. No te vi, tu mamita me lo agradeció de corazón, como si fuera el amigo incondicional. Me mandaste un mensaje caluroso agradeciendo tan insignificante gesto. Todo ese camino sombrío que te tocó transitar Miguelito, los iluminaste con tu fuerza, con tus ganas, con tu buen ánimo, siempre predispuesto a compartirlo. Hoy leo el muro de tu página social, y eso que irradiaste de manera ejemplar durante todos estos meses, se ve reflejado en cada mensaje que te acompaña, allá donde estés. Para mi serás siempre “Misterio”, hincha fiero de la Crema, valiente y aguerrido compañero de batallas. Lamentablemente nadie le gana la guerra a la muerte, pero  en vida, como un soldado de la luz, te condecoramos todos los que te conocimos. Ya nos veremos Miguelito, y jugaremos una mesita de billar o algún partido de fútbol, obviamente en el mismo equipo. Hasta ese momento “Misterio”, amigo mío.

jueves, 24 de abril de 2014

Talk Show

Es  difícil contar la vida, no hay como empezar. Pero una huella en el alma, la cicatriz de una herida es un buen punto de partida. Lamento no haberla conquistado antes, fui su gran amigo casi cuatro años, y no me di cuenta lo perfecta que era para mí. Pero bueno, todo salió de la nada. Éramos muy bohemios a pesar del trabajo y la relación larga que ella mantenía. Nos divertíamos pensando en lo tontos que eran todos y nosotros no. Lo llamábamos bullying. Recuerdo que salimos en grupo, fue todo casualidad. Tomamos unas copas, sonreíamos más de lo normal. Fuimos a mi casa, ahí fue su primera vez (conmigo). A pesar de lo linda que era rarísimo, yo nunca pensé en sexo o en placer con ella. Luego nos encontrábamos en el trabajo, a veces un poco avergonzados. En la calle andábamos en grupo relajadísimos; con los amigos de siempre, como si todo fuera igual que antes. Alucinados en silencio por lo que había pasado. A pesar de todo yo nunca creí que estaríamos. Pensé que todo comenzó así y así iba a terminar. Tenía miedo, el presentimiento de que todo se destruiría si lo intentábamos, pensaba mucho en ella. Ella no concebía las cosas así o quizá yo no entendí. Decidió que todo debería seguir igual, abandonar esa posibilidad, hacernos los locos. Horrible, quedé decepcionado. Pero bueno, las historias de amor son así, con dolor y desorden lo acepté. La tranquilidad y estabilidad son el final feliz de cualquier película, de cualquier libro. Cuando yo estaba a la mitad del cuento, desubicado y con bastantes desordenes en mi vida, decidí intentarlo, formalizar. Atreverme a llamarla, visitarla. O sea decirle, no sé… ¿quieres estar conmigo? Tenía en ella una gran amiga, alguien que me acogió en su casa con irreprochable amor. Cosas que no puedo explicar. No recordaba quien había sido antes, ni lo guapa que había estado todo este tiempo. En el fondo me encantó mi reacción. Decidí quererla y conquistarla, así de simple. Iba a ser difícil, pero creo que finalmente lo conseguí. En verdad todo fue un accidente mágico que yo jamás pensé. Lo último que quería era quebrarle el corazón, borrarle la sonrisa. Ella se alejó un poco, quería darme el espacio que tanto reclamaba. Le mandaba chocolates a mi madre y algunos regalos por navidad. Me cuidaba con dulzura y preguntaba por mí. Pero yo siempre algo loco, siempre en silencio. Con mi linda chica tuve una larga felicidad de casi año y medio. Fue lindo, visité el norte del país, hicimos varios viajes. Me iba bien en el trabajo, me iba bien en la universidad. Era espectacular todo, me sentía encaminado. Sin embargo mi mamá se puso mal, subió el alquiler del departamento, el trabajo se puso difícil, me fracturé la pierna. Entonces el desorden y confusión regresó de nuevo y bueno, se acabó todo. Con esto descubrí que la felicidad es una puta caprichosa; una puta que juega con nuestros sentimientos y a veces por ningún motivo se deja montar. Llega un momento en que ya, se aburre de ti y no quiere verte más. Ahora estoy tranquilo y sosegado. Cogí el teléfono hace poco, quería saber que fue de la chica de la que hablo desde el principio. Ubiqué algunas fotos en las redes sociales, seguía trabajando en el banco, llamé a un amigo en común al que quiero mucho y trabaja con ella. Le dije: - “Hermano qué tal, soy Leonardo… te acuerdas de mí. ¿Qué fue de tu amiga, cómo está? – Él me respondió con respeto y sinceridad – Cómo, no sabes… ella es feliz.”  Fue una respuesta contundente, entendí. Quedé consternado con la idea de perderla, completamente arrancado de mi presente. Nunca me despedí de ella, nunca supe decirle claramente que todo fue mi culpa. Ahora tengo clara la noción del amor y la nostalgia que provoca el pasado. Esta lección todavía es para mí. Digan adiós si hay que hacerlo, cierren su historia de amor, terminen su libro. Todo, en su momento…

martes, 15 de abril de 2014

Te veo bien

Parece que el mundo te sonríe, te veo bien. Por lo menos eso dicen las fotos que cuelgas en tu Facebook todas las semanas, siempre en la misma discoteca donde ya pareces socios, siempre acompañado de tus nuevas amiguitas y siempre algo despeinado, más feliz de lo normal. Que bien te ha asentado el hecho de estar solo, de creerte el centro de atención. Que bien te queda el papel del chico coqueto, bien arregladito, con tu chupete en la boca, con tu sonrisa de galán de barrio. Es que siempre fuiste así, bohemio. Siempre queriendo ser diferente, siempre creyendo tener la razón. Desde que escogiste tu nueva vida no has descansado, me sorprende tanta lealtad a esa discoteca de moda que concurres con fe religiosa. Te quejas de que no tienes plata pero siempre te permites un par de cervecitas los fines de semana. Y es que no son sólo los fines de semana, también un lunes o miércoles cualquiera, estás en todas. Eres el chico de moda que siempre creíste ser sólo que ahora te lo crees un poco más. Tu soledad amada no te inspira a escribir, no veo que publiques seguido. Supongo que habrás devorado los libros que a mi lado no podías leer y sobre todo, presumo que habrás encontrado todo eso que perdiste en el camino y no te dejaba ser tú mismo. Te fuiste de la noche a la mañana y así de rápido te reinventaste. A veces siento que todo lo que me dijiste fue una mentira, una farsa para quedar bien, para no dejar que tu popularidad baje. A veces creo que no fuiste sincero conmigo y simplemente esperaste el momento justo para cambiar de aires, para acabar con tu papel de niño bueno. Y es que eres así, un sobón coqueto que siempre quiere quedar bien, que habla de lo correcto pero hace lo contrario, que nunca se equivoca. Yo bien si te interesa, me reencontré con mi amigas, a las que no veía hace tiempo. Todo encajó a la perfección; decidiste partir y ellas decidieron estar ahí, en el momento indicado. ¡Bajé de peso! ¿Lo puedes creer? Ahora tengo cintura otra vez y mi ropita ya me entra. Salgo, bailo, tomo y me divierto como hace mucho no lo hacía, con gente que no veía, lejos de todo aquello que me contaminaba. No te voy a mentir, a mí también me va bien. También tengo que aceptar, que confesarte esto es darte un poquito la razón, la soltería nos ha asentado bien a los dos. Espero que te dure, que aproveches tu juventud, que aguantes todo el tiempo que puedas y que te diviertas con tu personaje favorito: “El chico popular”. Espero que dentro de un tiempo nos encontremos y podamos conversar sobre todo esto, sacar conclusiones sin mezquindad y llegar a conclusiones sinceras. Espero que todo te vaya bien, porque sabes bien que no te odio, que dentro de todo te guardo un cariño especial. Ten cuidado con el alcohol, no tomes mucho. Come por favor, estás flaquito otra vez. Precaución con las mujerzuelas con las que andas, no te vayas a enamorar y termines decepcionado, porque todo da vueltas. Mejor no te enamores, no te enamores nunca. Si encuentras el amor, no juegues con él. Llámame de vez en cuando, sé que seremos buenos amigos. Por si acaso mi mamá no te odia, sólo te pide que no vuelvas por acá. Saludos a tu mami, cuéntale que estás loco y que morirás en soledad. Arregla los temas del carro y lo de la universidad. Por último, si ya cerraste tu libro, guárdalo en esa biblioteca sentimental que tienes en tu frio corazón, para que cuando tu otro yo, ese que se perdió, quiera reencontrarse, tenga la bitácora de tu viaje a la soledad. ¡Éxitos!

jueves, 27 de marzo de 2014

En tiempos del amor

Espera nervioso en su puerta, impaciente, exacerbado. Sale cogiéndola de la mano, apretándose de cuando en vez un poco más fuerte, los dedos entrelazados, sudando de emoción. Un beso en la calle, en cualquier esquina, tomándola de la cara, mirándole a los ojos, con el tiempo paralizado y sólo ellos, nadie más alrededor a pesar del caos. Compartir los dos de un helado, con dos sorbetes. Escribir sus nombres o iniciales en un árbol, en la mesa de un bar, en una pared cualquiera, impregnar lo suyo por todos lados. Abrazarla por detrás, trastabillando con cada paso, sus brazos en su cintura, las mejillas junta. Dedicarle mil canciones, cantárselas como si hubieran sido escritas por uno mismo. Mirar el reloj, morir de pena al ver que se acaba el tiempo. Sentir que es la chica más linda del mundo, que todos la miran, ser el elegido. Llevarla a su casa, caminado despacito, queriendo que los metros sean kilómetros y que esa puerta no se abra nunca, que ese momento sea eterno. La despedida dolorosa, parece el fin del mundo. Una última mirada, las manos que no se sueltan, los dedos que se estiran prolongando el despojo uno del otro. El beso final, la respiración agitada, una despedida trágica, dolorosa. Las pulsaciones a mil con cada paso que te aleja de ella, la cabeza gacha, la felicidad del día termina en una melancolía dulce. Sentado en el taxi, mirando la ventana, todo le recuerda a ella. El celular con mensajes de amor, con promesas de una vida junta, de un idilio eterno, de querer dormir a su lado para siempre. Entrar a su cuarto, sin ella a su lado pero latiendo fuerte en su corazón y rondando su cabeza. Pone música en la computadora y es la misma que le dedicó, todas hablan de ella. Las canta nuevamente, el lapicero de micrófono, parece que la mirara a los ojos. Escribe su carta como si le hablara, como si ella escuchara cada palabra suya y Neruda es un principiante. Le pone frases de las canciones que escucha y recopila el día transcurrido, el mejor día del mundo hasta mañana que la volverá a ver. Le hecha un poco de perfume que corre de manera sutil la tinta del lapicero. La carta perfumada lista en un sobre que contiene el secreto más grande del mundo: Yo te amo. Las luces apagadas, abrazando la almohada deja de soñar despierto para empezar a soñar dormido. Revisa por última vez su celular, no hay mensajes. Azuza por última vez la foto guardada en el móvil, su sonrisa lo conmueve. Quiere decirle que la ama más que nunca pero es tarde, ella duerme. Abre los ojos y piensa en ella, sabe que la verá por la tarde y se emociona, tiene una carta para ella. Revisa su celular y ya tiene un mensaje. Le responde que también la ama, que muere por que llegue el momento para volver a verla. Sonríe como imbécil: tomando desayuno, bañándose mientras cantas las canciones dedicadas, mientras se lava los dientes, mientras piensa incansable en su sonrisa. Sale a cumplir sus obligaciones, todo le parece perfecto, nada podría arruinarlo. Las horas pasan lentas pero pasan, cada minuto transcurrido es un paso que se acerca a ella. Falta mucho para su aniversario pero a él se le ocurren mil sorpresas. Llegó el momento, se alista lo necesario y sale acompañado de la sonrisa de estúpido que está dibujada en su cara. La divisa a unos metros acompañada por un amigo. Ella también está impaciente y casi ni mira a su acompañante mientras le habla, parece un faro tratando de dar luz al amor de su vida para que la encuentre pronto. El camina despacito, pero queriendo correr a ella. Piensa en que aquel amigo seguro quiere algo con ella, lo comprende, es preciosa. Se abrazan con un beso de película que parece eterno pero dura unos segundos. La emoción es evidente. El amigo se despide algo incómodo. Él le dice que casi muere. Ella que no quiere dejar de verlo nunca más. Se toman de la mano, parece que las hubieran fundido. El la abraza con fuerza, como queriendo decirle que nunca más se vaya. Ella siente su perfume, el mismo que le ha echado a su peluche para no extrañarlo tanto por las noches. Otra vez en la puerta de su casa, otra despedida desgarradora. Las miradas, las risas sin hablar, los besos apasionados. El la suelta de la mano, el mismo ritual de todas las noches, le entrega la carta. Ella emocionada apresura la despedida y sube a su cuarto corriendo, cierra la puerta y sentada en su cama desnuda la carta. Siente su aroma al despojarla del sobre que la cubre. Su corazón no aguanta más. Lo primero que lee es el título, dice: En tiempos del amor…

martes, 4 de marzo de 2014

Se llama Soledad

Calculé mi muerte para este año, lo calculé hace diez o doce años atrás. No sé cuándo decidí que sea en mayo, tampoco porqué; me parece un mes encantador. Me  gustaría que se después del veintidós, cumpleaños de mamá. También pensé en llegar con más ganas de vivir, y no es que me falten, pasa que en verdad no tengo idea del siguiente paso que daré y a dónde me llevará. También hace unos diez o quince años le perdí algo de miedo a la muerte, entendí que es un acto democrático, que a todos nos llega sin hacer ningún tipo de excepción o remilgos y que a pesar de tener el concepto de algo nefasto, despierta algún tipo de curiosidad (si eres optimista puedes denominarlo como esperanza) de oportunidad misteriosa. Le perdí miedo a la muerte y hasta he pensado mil maneras de organizar mi funeral: los colores (blanco, todo blanco), la música (siempre Fito Páez), las maneras (sin protocolo alguno) y un final con cremación incluida. Lamentablemente, como dije antes, la muerte es igual para todos y no creo que se me permita estar en mi velorio ultimando detalles y animando mi despedida. Lo cierto es que en vida he descubierto un temor que podría bien ser una futura fobia y que a veces también coquetea con la necesidad, con la adicción (ninguna adicción es buena).  Y es algo así como estar enamorado, planeas toda tu vida junto a ella, pero piensas en huir todos los días. Desde pequeño he sido un prófugo. No sé en qué momento decidí serlo, en qué momento me convencí de que la libertad es no aferrarse a nada ni a nadie. ¿En qué instante de sabiduría o necedad me aboqué a pensar que nada es indispensable? Entonces, en mi subconsciente trastornado decidí cerrar etapas, terminar libros, cambiar de rumbo. Soy un mochilero sin apuros que le encanta dormir una noche aquí y otra allá, sin complicaciones. Creo que es la única herencia que me dejó papá, ser inconstante, volátil, un loco del carajo; egoísta y caprichoso. Entonces a lo largo de estos veintisiete años que llevo a cuestas (edad fijada para abandonar este campo material), he dejado regados tantos buenos momentos que hoy recuerdo con melancolía y tanta gente de la cual quizá ni me despedí, he abandonado tantas buenas historias probablemente a la mitad del libro (y he aquí lo que me preocupa), he lastimado sin pensar a tantas buenas personas sin saber y sin la oportunidad de pedir disculpas que me asusto de mí mismo. Si yo tuviera que venderme, no me recomendaría. Soy un saqueador de buenos momentos, que confundido cree que está robando sonrisas. También entiendo que hay gente que maneja bien este teorema y me utiliza de forma espectacular hasta que se aburre y ya, se desvanece. (No los culpo ni los juzgo) Mi madre todavía vive enamorada del hijo bueno que la escuchaba y la hacía reír, es la única que no perderá la fe en mí. Aún se acercan con la intensión de compartir conmigo cosas de las que ya me aburrí, me cansé; y no por malo, es porque soy un ser humano y de vez en cuando también quiero que me escuchen (desahogo). Todavía me buscan por virtudes extraviadas, virtudes que también estoy buscando. Necesito ver gente para aburrirme y huir de ella, soy así. Este boleto me llevará tarde o temprano a una cama vieja, en un cuarto pequeño, bien modesto. Me hará uno de eso viejitos que tiene mil historias para contar pero sin público. Me hará reír y llorar en silencio perdido en algún recuerdo borroso. Pensar tanto en mis errores y avizorar un futuro tan macabro me adormece y me encanta, soy un drogadicto autodestructivo que consume sus miserias y se siente bien. Me encerraré en mi habitación, haré un fortín. Saldré a buscar gente para distraerme un rato, aburrirme de ella y regresar cansado, harto de todo. Esperaré mayo con fe, como se espera el amanecer después de la tormenta. (Lo bueno de morir ahora sería no pagar mis deudas, pensar en eso me relaja) Ayer muy por la noche, en un  conflicto interesante entre mi angelito de la guarda y mis demonios rocanroleros, escribí. Escribir es un buen síntoma, quiere decir que estoy desahogando, que me estoy purgando. ¿Cómo se llama todo esto? Se llama Soledad:
 
Y hay noches de Soledad,
de mi triste y añorada Soledad
en que soy feliz.
Y hay también,
noches de felicidad
de dulce y añorada felicidad
en que estoy solo
donde estoy lejos.
Hay noches de sueños largos
de vidas cortas
y mis ojos rojos.
Hay vacíos que llenan el alma
que mienten despacio
que te vuelven loco.
Y hay recuerdos tuyos
tan distantes
como yo contigo,
como yo sin ti.
Y es esta pena que me encanta,
que me hace regresar…
Tristeza dulce,
Soledad añorada.
Distante…
Como yo contigo,
Como yo sin ti.

 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Hasta mañana


Hace tiempo no me querían tanto, hace tiempo no me sentía tan querido. Es mejor aprender en el camino, en la práctica. Tú la mejor maestra. Puedes devolverle la fe a cualquier ateo proclamado, la epifanía de tu sonrisa lo puede absolutamente todo. Tu paciencia divina para conmigo, tus maneras amables y comprensivas, tu dulzura hasta cuando me llamas la atención, hizo que yo te amará tantas veces y de tantas formas que no salía del asombro, como un orgasmo múltiple por primera vez.  La percepción de chica linda te la ganaste hace seis años atrás aproximadamente, cuando muy gordita tú, llegaste a esa oficina mágica de donde rescato a varia gente buena. Poseedora de una fuerza de voluntad única, que hace que comiences una dieta todos los lunes o tu proyecto de vida que siempre tomará forma dentro de dos años. Siempre alegre, siempre buena, siempre tú.  Fuimos buenos amigos aunque salimos poco a pesar de tus innumerables promesas de avisarnos más ratito. Luego de tanto tiempo  y camino recorrido soy yo el que te promete cosas, el que no las cumple. Quien nos haya visto de la mano de repente, ha de haber entrado en una confusión tan compleja, que todavía debe de estar perdido en el laberinto de la razón. Pues claro, tú la chica del eterno enamorado y yo el eterno enamorado sin chica. Pues ambos ahora caminaban de la mano felices aunque sin saber a dónde iban. Yo iba tu casa, veía a tu Mamu (como la llamas de manera genial) y me alimentaban como el huerfanito engreído que era. Tu abue, tu familia entera y la pequeña Lela, de la cual también me enamoré estando enamorado de ti. En verdad encontré la familia que nunca tuve gracias a ti, porque compartiste conmigo la razón por la cual eres tan linda, por la que practicas tan buenas costumbres; compartiste conmigo lo que más quieres, tu familia. Entonces entendí que no sólo eras una buena amiga, una buena enamorada, también auguraba en tu destino el premio a la mejor mamá. Tienes tanto amor contenido dentro de ti, que en la primera visita que hagas a Venezuela, arreglas todo. Pero a veces uno no sabe qué pasa, busca respuestas a preguntas que nadie hace y como me ha pasado en otras oportunidades, por el temor de arruinar todo, por esa sensación de estorbar en vez de ser requerido, por esa insana manera de pensar que me llevará a dormir debajo del puente de la soledad, hui. Y ahora en mi cabeza, a pocos días de aquel funeral insulso, cargo en mi memoria una foto tuya como un soldado que va a la guerra. No sé a qué guerra voy, yo que siempre he sido tan pacífico y maricón, pero sé cuál es el destino de los que asoman a los campos de batalla. No pienso en nadie que no seas tú, y no hay nadie que ocupe el lugar que te pertenece por motivos supremos. Pero debo admitir que es delicioso extrañarte como te extraño y sentir esta pena pasajera que me hace sentir vivo de manera diferente y me recuerda que tan miserable soy y no maquilla mis defectos detrás de tu sonrisa mágica y resplandeciente. Todo está intacto, tu foto al lado de mi cama, tu nombre en mi celular, lo que siento por ti y es más, las cosas que planeamos. El tiempo se encargará de hacerme entender que soy un canalla egoísta y que por temas de preservar los sentimientos nobles y las buenas costumbres, es necesario aislarme. Yo siempre tan racional con lo demás, tratando de adelantarme a lo que piensan y poniéndome en su lugar a modo de empatía para entenderlos y no juzgarlos. Qué pena que me cueste tanto conmigo, que no sea empático conmigo mismo y por ende, no pueda ayudarme. He aprendido a querer el perfume que lleva el dolor (como dice Fito), y no puedo compartir ese aroma con la gente que quiero porque no disfruto con el sadismo ajeno. En verdad confieso que no me sentía tan querido hace mucho tiempo, muchos años, tan querido en cantidad y calidad. Una catarata de cariño el tuyo, con el amor más cristalino que he conocido en esta ciudad (y es que de la ciudad de la que vengo, tengo como referencia a mi Sra. Madre) Ahora puedes dar fe de que este loco alegre está loco de verdad y de que su alegría llevaba tu nombre. Jamás podré alejarme del todo de las personas como tú, de ti. Y para mala suerte tuya esta no es una carta de despedida, es simplemente el descargo ilógico y sin sentido de un hombre que en medio de la fiesta, en la hora loca, se paró, miró a los invitados y sin más ni más dijo: hasta mañana.

martes, 4 de febrero de 2014

Hermanito menor

Siempre tomas poco, te emocionas igual y te embriagas mucho. Me visitabas junto a un colega nuestro en el arte de libar, me visitabas en aquel cuarto que a veces hacía de cantina encantadora un sábado por la tarde cuando no había nada mejor que conversar. La computadora vieja comprada de segunda mano, con más virus que archivos facilitaba canciones guardadas, canciones que coreábamos e inmediatamente venía un recuerdo que llevaba a otra canción aún más melancólica (sin ser esta una balada). Comprábamos una damajuana de vino barato que no sabía pronunciar y lo mezclábamos con una gaseosa local para dosificar el mal sabor. Litros de sangría asesina que más que un veneno para la salud era un remedio para nuestras almas cansadas con tan poco trajín. Tú casi siempre complicándote la vida por una loca que al principio era guapa y terminaba como la más puta. La sonrisa extraviada te delataba y sabía que las copas habían trepado tus casi dos metros. Aquella guarida donde sólo entraba mi cama y algunas otras chucherías era un campo de batalla de techo chato. Un baño generoso que nos invitaba a desintoxicarnos un poco. Baño donde te encerraste a llorar alguna vez alguna de tus desaventuras. Aquella noche te arrojé por la pequeña ventana de las gradas todos mis calzados con muy mala puntería. Tuve que hacer alarde de una delgadez extraviada como aquellas tardes para sacarte no sé cómo. Contigo probé mi primer porrito, también el segundo y el tercero; donde recién conocí otros planetas y giré y giré en una rueda mágica que no supe parar por lo que reparé en no subir más. Aquella noche en que vestía un terno viejo, visitamos un parque desolado con un par de cómplices bienintencionados y me velaron en el jardín. Mis penas nunca fueron más grandes que las tuyas, y las pocas veces en que entristecí a tal punto de tener que compartirlo, me reponías porque te acordabas de alguna de las tuyas y tu llanto siempre fue más desmedido que el mío y pasaba de la pena al consuelo ajeno. Precisamente afianzamos lazos en uno de tus cumpleaños, donde me presentante personas raras que hoy por hoy también son mis amigos. Tomaste mucho, y saliste en pijama a morder tu torta y despedir a los invitados. Fanático de mis “jugos churreteros” como cariñosamente bautizaste. Viajes anecdóticos a la playa, Bolivia y a una laguna cercana, donde nuestra nacionalidad desvariaba y generalmente pasábamos a ser argentinos (porque el dejo cubano no me sale bien) y la gente nos creía.  Anécdota como aquella vez en la farmacia del Colca, donde pedías pastillas para tu dolor de cabeza por la altura y yo irrumpiendo cariñoso, tomándote de la mano por sorpresa y pidiendo condones. Te querías morir y todos nos reíamos. Fui culpable de algunas de tus relaciones amorosas, todas infructuosas y terminadas en escándalo, por lo menos para ti. He decidido no involucrarme en ese tema debido a los daños ocasionados y con la plena seguridad de que solito haces un trabajo terrible y no necesitas de mi apoyo. Las caminatas por los mall para que te compres ropa, donde sólo te acompañaba y salía con dos bolsas de ropa que escogiste para ti pero te quedó chica y la compré yo. La poca ropa que te comprabas la llevabas a tu casa diciendo que era ropa que no me quedaba a mí y cogías como regalo, sabiendo que me triplicas en tamaño y peso. El concierto de Arjona al que no querías ir y terminaste llorando en el piso. Las tareas que te dejaba cuando ingresaste al trabajo y te tonteaba en todo una y otra vez para beneplácito de mi sentido del humor. Tus palabras de despedida por mi ascenso y el momento más gay de mi vida. La cena romántica que me ayudaste a organizar y tu personaje afrancesado y divertido. La escolta en pijama a un duende en navidad. Los malos momentos ocasionados por cosas que tienen que pasar aunque a veces no queramos. Las mudanzas en que me ayudaste. Los consejos que me diste como experto y asiduo visitante de los baños de los mall. Tus primeros días manejando que todavía no son mejores que los actuales. Las miles de fotos que tomas donde todos salen bien (porque tienes el don) pero igual borras porque crees que tú no (¡marica!) Aunque últimamente el tiempo transcurrido nos ha moldeado a su antojo y las cosas no son iguales, a pesar de tus quejas interminables y tu “modo nena”. Entrando en detalles como que vivo con el enemigo o que mi alpinchismo te es insoportable. Entenderás cuando leas esto (si es que te enteras animal) que no eres una aventura (ja). - “A las personas buenas le suceden cosas buenas” – y es por eso que a pesar de cualquier vicisitud o etapa en la que andemos, a pesar de que cumplas los años que cumplas y sean estos más que los míos, siempre terminarás siendo ese hermanito menor al que tengo el deber y orgullo de cuidar.  Sabes que siempre contarás conmigo, no como primo (por obvias razones) sino como tu hermano mayor. Feliz Cumple pequeño JC.