viernes, 25 de junio de 2021

Las manos de Estela

He depositado mis carnes crudas en una silla de playa desde donde veo encantado el hermoso mar caribeño. Como recién llegado al cielo, entendiendo que he muerto, que ya no importa nada; que me he portado tan bien en vida que me he ganado el derecho de dorarme suavecito a orillas del océano atlántico arrullado por las olas cálidas e inofensivas del mar caribe. Entiendo también que he sido un tipo bueno y ahora toca el premio a mis actos bienaventurados. Ya me unté bloqueador y bronceador rapidito por si advierten algún error y me despachan para el infierno, lo hago en un minuto para no perder tiempo y entregarme a la sensación del descaso eterno. Parecía que nada podía estar mejor pero Dios guardaba más para mí, para su hijo pródigo. Una morena de robusto aspecto se acerca con la paz del espíritu santo y me dice: Hola chico. Me ofrece cautelosa unos masajes que describe como celestiales, lo que confirma mi teoría de haber muerto. Posa sus divinas manos sobre mí recitando que me va a dar una breve demostración gratuita de sus bondades. Al momento de invadir este cuerpo maltratado, de palpar mis crudas carnes, yo volví a morir y pasé a la zona VIP de los seres de luz. Intenté oponer resistencia pero desde que la yema de sus dedos hizo contacto con mi espalda fui suyo. Aquella morena bendita me sobó la espalda tan rico que me rendí, me entregué, me despojé de mí mismo. Me conversaba tan delicioso con ese dejo pegajoso, sabroso, rítmico, que me perdí. Rápidamente me indicó que si deseaba podía brindarme un servicio de cuerpo completo el cual costaba sesenta dólares nada más. Yo en un trance total le dije que no cargaba efectivo. Ella contrarrestó ofreciendo por treinta dólares un trabajo especial en mi delicada espalda. Yo embobado cogí mi lánguida billetera y le demostré (siempre en trance) que solo contaba con 26 tristes dólares que llevaban juntos algunos días en ese espacio oscuro de mi billetera.  Ella, un ángel caribeño, se quedó con veinticinco dólares y prosiguió con sus servicios. Le pregunté cómo se llamaba, a lo que respondió de manera escueta: Estela. Intenté hacer algo más de conversación para escuchar su melodioso dejo pero me respondió que por veinticinco dólares no correspondía conversación. Mientras me vertía su ungüento de coco, otro ángel moreno que brindaba los mismos placeres que Estela aterrizó a mi lado y preguntó si no venía acompañado para también hacerles masajes a mis allegados. Antes de que yo responda, Estela muy oportuna le contestó brevemente que solo tenía un dólar, humillándome elegantemente y alejando rápidamente cualquier otro tipo de compañía. No solo hacía masajes deliciosos, también poseía algo de maldad, lo que me encantaba aún más. Rompiendo su silencio por lo pagado me preguntó si trabajaba mucho. Debido a que ya me había desairado en mi primer intento de conversación y en la respuesta a su compañera por mi falta de dinero, respondí - Como negro – a la pregunta deslizada. Ella presionó con mayor fuerza mis lonjas. Pero Estela no era rencorosa, como el  ángel que es, focaliza su intensidad e intenta deshacer los nudos de mi espalda, producto del estrés, con un movimiento especial. Estela, Estela, eres como mi primer amor de la escuela, le recito. Estela, Estelita, deslízate suavecito por mi espaldita, le exclamo. Estela, Estela bonita, gracias por sobarme  mi piel crudita, balbuceo. Perdido en mis delirios y sospechando que a Estela le hace gracia mis rimas improvisadas, veo interrumpido aquel momento mágico por una flatulencia coqueta producto de mi relajo. El estruendo hace que ella rápidamente se levante con cara de desagrado y me mire con ligero desprecio a pesar de mis poemas. Le ofrezco el dólar que me queda como propina y ya no sé qué me avergüenza más. Estela lo recibe disimulando su fastidio y se aleja sin despedirse. Relajarse mucho tampoco está bueno, pienso mientras quedo huérfano de sus manos, ya extrañándola. El caribe no es lo mismo sin Estela.