martes, 18 de mayo de 2010

Camino a Cristina

Es como si me conocieras desde hace mucho. Es como si te quisiera antes de quererte. Es como si todo esto hubiera estado planeado, como ver el gol de Maradona a los ingleses, todo de memoria. Tú eres la psicóloga que intenta comprenderme, que se ríe de mis tonteras sin saber si está sorprendida o asustada. Eres la niña buena que quiere al tonto malo que no quiere hacerte daño, pero es tarde. Te da risa todo lo que digo, pero no lo último que te conté. Aquella chica escandalosa saltó sobre mí y me besó, y me reí, y se molestó, y le sonreí. Aquella chica buena pero aniñada me besó creyendo que yo quería besarla, que yo la quiero más haya de la simpatía. Yo me reí, como siempre, como de todo lo que pasa. No le dije nunca que tenía enamorada, me parecía que no era necesario, que era una advertencia antes de ser una noticia. Me besó y no encuentro mayor escusa. Tú esperabas que este ser insensible no te hiciera ese daño, que la historia nuestra te guarde un final feliz, y aunque no creas, yo también quería que sea así. Arruiné no sólo tu llegada; arruiné el fin de semana que había esperado con locura hace más de un mes, porque tú estás lejos, como el mismo amor, estás lejos de mí, y ahora, crees que es mejor, y yo, también. Tú me habías dicho que si yo fallaba, sólo tenía que confesarte que no quería perderte, que no quería alejarme más de ti. No lo hice, no te pedí nada porque no me permito ser tan canalla aunque a veces quisiera. No sé si te rompí el corazón, pero sé que te he sometido a pensar que no debes ser tan tonta, que no debes de despegarte del suelo al cerrar los ojos. Mate la ilusión que abrigaste y me siento un asesino. El camino a Cristina que emprendí se ha perdido en el horizonte. No besaré tu dedo meñique ni te escribiré cartas con frecuencia. No te mandaré fotos de mis sobrinas ni te soñaré cerca. Creo que estoy acostumbrado a finales despiadados e inesperados, que intento limpiar mis errores siendo sincero, descarado, miserable. Vivíamos pegados al celular, como si fuera un apéndice más en nuestro cuerpo. No te mentí, no lo hice y no lo haré. Esperamos mayo juntos, esperamos que me recogiera. Mayo no ha terminado pero ya se llevó lo que marzo me regaló. No te permites ser rencorosa y me hablas respetando tu promesa de amistad. Tú serás entonces mi primera amiga, la que me es imposible tener. Te venció la lógica, las sumas y restas que sacaste en veinticuatro horas. Me venció mi mala saña, mi categórica reputación de ligero que no me canso en negar. Me encanta conversar contigo y que te rías de mis cosas, que yo de las tuyas, también hago una fiesta. Me encanta tu vocecilla de chica dulce y malcriada que se ríe de ella con sinceridad. Si pretendes castigarme, te confieso, tu ausencia por las noches, me mortifica, pero es cosa de tiempo. He obrado mal como tantas veces, ¿cuándo aprenderé?, cuando me enamoré… ¿y si me quería enamorar de ti? No te vi ni te veré pronto, el tiempo es sabio e ingrato, lo sé por experiencia, y quien sabe cuando te vea (que sabemos no será pronto), esperaré que me saludes con el mismo cariño con el que yo lo haré. Pequeña Cristina, mi niña chichera y malcriada. Estas no son más que palabras, no son más importantes de las que te dije antes, y por lo tanto, son ya igual de relevantes. Camino a Cristina me divertí mucho y también me di cuenta de que lo impensado es siempre más fascinante. Camino a Cristina me distraje, me senté a descansar y perdí el paso. Como en tu libro, como en el mismo Camino a Cristina, al final de la historia, las palabras no bastaron y no hubo un final feliz. La vida en general, suele ser así. Besa tan sólo su dedo meñique, mi signorina, mi querida signorina, il bambino birbante.

domingo, 9 de mayo de 2010

Intento

Despierto de repente y veo todo con un miedo que parece haberme acompañado mientras dormía. Observo todo y sé que no es mi cama, que no es mi cuarto, que algo no está bien. Mi madre se acerca y veo su cara de preocupación, en sus ojos veo tristeza. Tengo una sonda en mi mano izquierda que no sabe explicar su presencia. Intento recordar y no tardo mucho en regresar un par de horas en el tiempo, a un pasado fresco pero esquivo. Entonces las imágenes visitan mi cabecita confusa: Llego tarde a casa, triste, muy triste; con una pena enorme en el corazón. Me he peleado con él, siempre me peleo con él y me da bronca que sea así. Llego a casa entre tristezas y rencores y recuerdo que he comprado hace un par de días un tequila que ahora, me puede acompañar. No lo dudo, lo saco de su lugar y lo abro con furia. No pretendo beberlo todo, sólo necesito emborracharme y quedar dormida, sólo necesito anestesiarme y salir de esta triste realidad unos minutos, caer noqueada y amanecer con una resaca que no me permita hacer nada más. Pienso tomar aquel tequila como se debe y preparo todo: sal y limón listo para acompañar. Estoy sola y empiezo: sal, tequila, limón y el ardor en la garganta, el respingo que provoca, el alcohol entrando en mis venas. Un shot, uno más; ya no me quema al ingerirlo. Un cuarto de botella, voy por la mitad. El tiempo se hace corto y el tequila disminuye pero no mis penas. Estoy ebria pero consiente de mi dolor y necesito más. La botella se ha extinguido. No me siento bien, pero es más el dolor por la tristeza que por el licor aquel. Quiero dormir, quiero dormir pronto y olvidar todo: mis errores, mis peleas, matar mis fantasmas, o quizá, liberarlos de esta mente que los aprisiona con recelo. Recuerdo mis pastillas, me hacen dormir al instante, son tan poderosas como esta pena, como este profundo hueco donde hoy me hallo. Las ingiero, no pienso en nada más. Alcanzo a acercarme a la computadora, entrar en línea, encontrarlo a él conectado, aprovechar el momento y las pocas fuerzas que ahora me quedan. Le digo que estoy ebria, que me siento sola, cansada y mal. Él dice que irá a buscarme, que no tardará. No recuerdo más. Los bomberos llegaron a casa y me encontraron inconsciente, tirada, como muerta. Estoy en el hospital y mi madre me mira tratando de ingresar en mi cabeza loca. El doctor le ha dicho que esto ha sido un intento de suicidio y me quiere internar. Son tres días que pasaré observación en psiquiatría. Mi madre acepta. En mi cuarto hay seis camas y la mía es la última. Lloro mucho, lloro porque siento que he caído bajo y porque no estoy tan loca. La chica de al lado me pregunta por qué estoy aquí. – Intento - le respondo. Ella dice que escucha voces. Yo tengo miedo de que le digan que me mate. Otra chica me dice que es la Virgen María y yo me persigno. No estoy tan loca, no intenté matarme aunque casi lo logro. No quiero estar aquí; el chico de al fondo me mira mucho. Le digo a mamá que no aguanto, que no estoy loca. Ella me cree y firma todos los papeles y me saca, me libera de estos tipos que se ven bien pero están remal. A mi me ven al revés, me ven mal pero estoy bien. Ya no más. Hay gente que tiene problemas mucho más graves y alarmantes que los míos y no están en una cama con cinco desconocidos que también deben sentirse solos. – Ya basta – me digo y me convenzo. Pienso que con mi edad, con tanto por vivir y con tantas cosas a favor: linda, inteligente, chistosa, con una carrera terminada, con una madre valiente que me adora, con un Dios que sabe perdonar, ¿qué hago aquí? Reacciono, no quiero pasar por esto otra vez. Lloro mucho y ya, me siento mejor, como si cada gotita de sal se llevara con ella un poco de todo lo malo que llevo dentro mío. No estoy loca, no tanto.

domingo, 2 de mayo de 2010

Cuando Mayo llega

Mayo se aproxima y siento el olor a muerte acercándose, rondándome, mirándome de soslayo, como coqueteándome. La muerte se acerca a paso lento y es como un ángel asesino. Siempre he creído que mayo es un muy bonito mes para morir, es más, creo que moriré en mayo, un mayo cualquiera. He sufrido un pequeño asalto, en los últimos días de abril, en el preámbulo de mi muerte. No quiero cruzar y él me espera. Es alto, fornido; es un hombre de peligrosas facciones, con una cicatriz que le cruza toda la cara, con una cicatriz que le recuerda que la vida del hampa, del alcohol y las drogas también están marcadas en su piel. Yo sé que me espera, que al frente, en la vereda de al frente, lo espera un moreno espigado listo para saltar encima de mí aunque sea por una moneda, aunque sea por escuchar un grito que satisfaga esa vanidad asesina que lo corroe. El hombre alto y fornido se para frente mío, me mira como diciendo que sé que es lo que viene. Le sonrió, y Dios se pasea por mi boca y reproduce un provocador - ¿qué pasa primito? – que deja sorprendido al criminal borracho, quien me da pase haciéndose el loco, haciéndose el desentendido, haciéndose, tal vez, la misma pregunta que yo. ¿Por qué le dije eso? Lo vi a los ojos, lo vi sin miedo, sabía que en su mano izquierda empuñaba su cuchillo que lo hacía más fuerte, casi invencible. - ¿Qué pasa primito? – y ni el cuchillo lo alentó a seguir, a creerse la farsa de que en verdad es invencible. - “No te tengo miedo” - eso debió descifrar. Y la muerte susurro a mi oído, sólo por unos segundos. Me siento mal, estoy enfermo, con enfermedades que no he descubierto aún, con enfermedades que intento descubrir. Me han salido manchitas en el vientre, creen que es sarampión, rubeola o viruela. ¡Es la muerte muchachos! Que se ha disfrazado nuevamente. Estoy débil; últimamente no he tratado bien a mi cuerpo. La muerte es mujer, y se ha encaprichado conmigo, tanto como yo con ella. Este mayo me convierte en un suicida cobarde, en un hipocondriaco vanidoso y pesimista, que no busca remedios ni es tan melindroso a la hora de defenderse de sus enemigos asesinos. Mayo es un mes delicioso para dejar este armazón de carne y hueso y partir hacia dónde todos tienen miedo de ir, o no llegar. Me seduce la muerte todos los días, todos los meses, entiendo que mayo es el indicado. La muerte, sin dudad alguna, es lo más importante que te pasará en vida. Yo estoy ansioso de partir, de dejar un poco más de aire para aquellas personas que lo usarán de una manera más útil. Mayo, otoño. Me pongo idiota estos días porque quiero estar listo, porque quiero que me tomen la última foto sonriendo, como agradeciéndole por todo a los que quiero y burlándome de los que no me quisieron nunca, pues la verdad, no los conozco y por lo tanto, no hay rencores de mi parte. El veneno para mi muerte lo suministra mi cerebro, mi corazón lo celebra. He tomado pastillas que me hacen dar sueño y me pregunto si despertaré, si volveré a ver el sol entrar por mi ventana, si tendré la oportunidad de regalar un beso, de recitar un te quiero, de sentirme vivo con cada pasito, de llegar por la noche a casa y a pesar de todos lo pretextos para no querer seguir, dar las gracias. Pastillitas mediocres, cuánto me hacen pensar. Y es que mayo me pone así: sensible, suicida, melancólico, poeta. El amor y la muerte son una combinación letal. La muerte te acerca al amor más puro. Un soldado, al morir, no pide que los salven, piden que cuiden de su mujer y sus hijos, que lleven como sobreviviente el mensaje de amor, de yo los amé, de yo los amo y amaré siempre. Cuando sientes a la muerte posar su mano sobre tu hombro, lloras por amor, son lágrimas de amor que limpian tu alma de todos los errores que cometiste, que baña tus últimos minutos de perdón. La muerte, en las últimas palabras que regala a tus oídos, confiesa el secreto del amor, del amor que puedo salvarlo todo, que puede lograrlo todo, que puede hacerte inmortal. La muerte en su fase más sublime se convierte en tu cómplice y te enseña a amar. No quiero partir sabiéndome culpable de nada, no quiero dejar este mundo material con pendientes que luego no pueda subsanar. Mayo se acerca y siento, moribundo, el olor a muerte; entiendo que se acerca el ángel asesino. Mayo se acerca y esbozo una sonrisa, listo para la última foto. Mayo se acerca y la espero con ansias, pongo mi mejilla para que me regale un beso. Mayo se acerca y estoy sentado leyendo un libro. Mayo se acerca… y me iré con ella; y al partir, seré feliz.