jueves, 13 de noviembre de 2014

Lunes por la noche

Lunes, once y cuarto de la noche. Sigiloso, entre la penumbra, la oscuridad de la noche me acerco a la ventana y observo con cuidado de un lado a otro. La calle, alumbrada todavía por luces tenues se presenta tranquila, aparentemente inofensiva. Con la mirada paseo una y otra vez la acera, los árboles, los matorrales de la plaza que se ubica frente a mí. Yo no me fio, no pretendo desaparecer del mapa de manera tan tonta, de tirar a la basura todo este tiempo de sosegada sobrevivencia. Entonces me animo, creo que la situación allá afuera, donde sigo pendiente de lo que pueda pasar, es manejable. Tomo la bolsa negra, la sujeto fuertemente porque se presenta pesada. La tomo con cuidado porque no quiero que se me caiga, no quiero hacer ningún tipo de ruido que pueda costarme la vida. Abro cuidadosamente la puerta, sin prender ningún tipo de luz. Inmediatamente la cierro sin echarle llave. No quiero correr el riesgo de que ante cualquier improvisto pierda tiempo vital intentado abrir la puerta en búsqueda de un día más de vida, de una oportunidad. Son cuatro pisos hacia abajo. Hay un silencio que siempre es engañoso, del cual he aprendido a no fiarme. Tomo con cuidado la bolsa mientras bajo las gradas atento a lo que pudiera suceder. En mi bolsillo tengo un cuchillo de mediano tamaño que puede ser mi único aliado en caso de un ataque, en caso vea a uno de esos pútridos seres irracionales. Ya estoy en la primera planta. Los autos empolvados en la cochera me permiten resguardo mientras en silencio doy un último vistazo a la situación. Lo que me separa de la intemperie de la calle es la reja que permite la salida de los vehículos. Una puerta de metal que me mantiene bajo resguardo. Luego de esperar unos minutos, y estar completamente seguro de la acción a seguir, procedo a abrir la puerta metálica, dejándola junta, lista para ser empujada y sometida a favor en caso reciba un ataque inesperado, en caso de que mi vida corra el riesgo de convertirse en un andar irracional. Cruzo rápidamente pero sin correr. Dejo la bolsa negra de tamaño regular junto a las demás bolsas. La dejo sin arrojarla, para que no haga ruido, pero tampoco la acomodo. De pronto entre los arbustos presiento un movimiento y mi corazón late con fuerza. Mi sistema de alerta se ha activado y tengo en el bolsillo el cuchillo listo para salir a mi rescate. Al destinar mi mirada al matorral sospechoso, veo a un felino huir despavorido hacia la oscuridad de la noche. Seguro muriendo de hambre ha salido en busca de sustento y al igual que yo, el miedo le ha vencido y ha decidido resguardarse. A lo lejos y entrando de manera amenazante advierto un auto a toda velocidad. Inmediatamente me ubico detrás de un árbol que me cubre de cuerpo entero y veo pasar embalado el vehículo blanco de luces prominentes. Ya no se puede confiar en nadie, ahora los vivos también son peligrosos, también son una amenaza. Lo peor es que con las luces y el ruido prominente  del vehículo, ha podido atraer a más de un indeseable, a más de uno de esos seres como carne, a uno de esos hambrientos individuos que no piensan en nada, que solo desean hacerse de mis vísceras, de mis carnes. Que solo desean saciar su apetito irracional. Uno de esos caminantes asquerosos a los cuales estoy dispuesto a clavarles mi cuchillo. Claro, siempre en la cabeza, porque es la única manera de apagar ese motor mortal que los tiene caminando de un lugar a otro, sin saber a dónde van, pero con el único propósito de alimentar su hambre asesina. Corro, ahora si corro hasta la puerta que dejé entre abierta. La cierro con cuidado para no hacer ningún tipo de ruido. Apago cualquier tipo de luz y subo a velocidad hasta el cuarto piso donde he tenido a bien sobrevivir todo este tiempo. Llego a la puerta que habilita mi resguardo y la abro en un segundo porque tengo la llave lista. Apago las luces. Me ubico en la ventana nuevamente y veo que la tranquilidad todavía no se ha interrumpido. Camino hasta mi habitación con la confianza de que lo peor ha pasado. Entro en mi cuarto, siempre a oscuras. Cierro la puerta con seguro y tras ponerme el pijama y acurrucarme entre las sábanas, llego a la conclusión de lo peligroso que es sacar la basura ahora, de lo complicado que se ha puesto sacar la basura los lunes ahora, y de lo jodido que me pongo después de ver con afán religioso, la serie de los caminantes los lunes por la noche.